martes, 19 de julio de 2011

MANIFIESTO FUNDACIONAL DEL GRUPO "AMIGOS DEL CINE DE ÉPOCA"


   Por Cine de Época entiendo aquel cine cuya acción transcurre dentro de unas coordenadas temporales relativamente anteriores a la actual. Es importante recalcar este carácter relativo, pues del mismo puede depender que cierto cine actualmente no tipificado de tal sí pueda serlo el día de mañana. Es curioso observar, asimismo, que la época a la que parece hacer alusión el término es aquélla que estaría comprendida entre mediados del siglo XVII, cuando se desarrolla el Clasicismo francés, y el período inmediatamente anterior al Crack del 29, que pone, como sabemos, fin a los “felices años veinte”. Obsérvese lo que ocurre con la nomenclatura en cuestión cuando estos límites temporales son trascendidos o bien hacia atrás o bien hacia delante. Cuando ocurre lo primero ya no se habla de Cine de Época, sino de Cine Histórico; cuando ocurre lo segundo, la terminología utilizada suele deslizarse, indistintamente, sobre  términos tan variopintos como Cine Social, Cine Comprometido, Realismo Social, Cine Documental, Cine Testimonial, etc. Por supuesto que también existen otros géneros y variantes dentro del período considerado como privativo del Cine de Época (en su etapa final, obviamente), incluido el Cine Histórico. Por ejemplo, un film que trate sobre la Guerra de la Independencia, española o norteamericana, lo mismo da, reflejará, qué duda cabe, un determinado acontecimiento histórico analizando sus causas y consecuencias, pero -y esto es, probablemente, lo más cuestionable-  necesariamente este acontecimiento histórico será visto por el espectador como un “acontecimiento histórico de época”. ¿Por qué? Posiblemente la explicación de este fenómeno sea tan simple como la que sigue: se trataría de un prejuicio muy arraigado en nosotros como consecuencia de nuestra propia experiencia fílmica. Estadísticamente, después de la época actual o contemporánea, el período histórico abordado mayor número de veces en el cine es, precisamente, el comprendido entre el siglo XVIII y la primera mitad del siglo XX. Quiero decir con esto que hemos elaborado el concepto de Cine de Época en base a un puñado de películas consideradas modélicas y paradigmáticas al respecto, y en base a ellas hemos ido perfilando las características de este género o subgénero. ¿Cuál sería, entonces, la obra fundacional del género que debatimos? Mi ignorancia supina me impide responder con precisión a esta pregunta, pero yo señalaría, y seguro que meto la pata, a ese cultísimo aristócrata que fue Visconti. No lo sé. Ya digo que estas líneas no tienen más valor que el que pueda tener cualquier reflexión personal. Y, puesto que de experiencias personales se trata aquí, mi debut en ese primaveral y colorista mundo de personajes de ademán contenido y siempre ataviados de elegantes y níveos ropajes se produjo cuando, allá por el ochenta y tantos, visioné por primera vez Una habitación con vistas en el malagueño, y hoy desaparecido, Cine Victoria. Lo anterior es, ya de por sí, un aviso a navegantes,  una advertencia de que todo lo que pueda decir a continuación sobre el Cine de Época  puede estar condicionado por esta experiencia iniciática mía.
   El concepto de género, como sabemos, es un lecho procústeo, pues fuerza a los fenómenos para hacerlos encajar dentro de sus límites prefijados. El género cinematográfico que estamos analizando aquí no es ninguna excepción a esta regla y, por tanto, también impone una dogmática intransigente a los fenómenos fílmicos particulares que puede llegar a desvirtuarlos parcialmente.

DOGMÁTICA DE LOS SEDICENTES “AMIGOS DEL CINE DE ÉPOCA”:

   a) Los protagonistas de estas películas han de ser miembros de la burguesía, alta burguesía o aristocracia. Los problemas y conflictos que se plantean son los propios de esta clase social, existiendo muy pocas alusiones a la clase proletaria o pueblo llano. En este sentido, el llamado Cine de Época nos ofrecería una visión sesgada y muy parcial del momento histórico considerado, hasta el extremo de alardear, en muchas ocasiones, de un desprecio total y absoluto hacia  el dato histórico. El espectador puede quedarse con la impresión  de que el mundo retratado en este tipo de filmes hubiese surgido como por generación espontánea a partir de la nada. El Cine de Época, pues, es un cine burgués, un cine que refleja las inquietudes, la sensibilidad y el talante de esta relativamente nueva clase social que alcanza su hegemonía, precisamente, a finales del siglo XIX como consecuencia de toda una retahíla de revoluciones de todos conocidas.
   La importancia de este factor radica en el hecho de que es el germen o semilla del que derivarían, como consecuencias naturales, las restantes características del género.
   b) En el Cine de Época el argumento es, en muchas ocasiones, intrascendente, en el sentido de que interesa más contar una historia de manera bonita y elegante que la propia historia en sí, es decir, interesa más el cómo que el qué. Esta sería, como salta a la vista, otra diferencia importante con el cine histórico, género en el que, por razones obvias, la balanza ha de inclinarse significativamente del lado del qué.
   c) Y siendo el argumento o historia de una importancia tan menor, lo habitual es que se minimice la acción y que se magnifique la importancia de los diálogos entre los personajes. ¿Qué suelen hacer los protagonistas de estas películas desde que se levantan (generalmente después de las 12:00 h. del mediodía) hasta que se acuestan? Pues hablar, hablar y hablar. Después de visionar una de estas películas, con su habitual tempo lento, nos quedamos con la impresión de que retratan un mundo en el que nunca ocurre nada relevante, como si la acción transcurriese en el interior de una enorme burbuja de cristal donde jamás osa asomarse la más diminuta mota de polvo.
   d) En estas películas se abusa del tópico clásico sobre el locus amoenus. Multitud de escenas tienen lugar en medio de entornos naturales idílicos, con abundante y fresca vegetación al pie de argentinos estanques o de sinuosos arroyos cristalinos. Pero, por lo general, se trata de una naturaleza domesticada, a la que se ha despojado de su amenazante aguijón, pues si fuese la naturaleza en sí lo que se valora y aprecia, no habría que desdeñar en estas películas la presencia de la suciedad, del lodo y otras inmundicias. Y, en medio de esta naturaleza eunuca diseñada con tiralíneas y compás por una legión de lacayos invisibles y eficientes salidos como del subsuelo durante la noche para no perturbar la tranquilidad de los hiperestésicos señores con sus zafios modales (que si el Chelsee…, que si el Manchester…) ni ofender sus narices con su rancio aroma a sobaquina, hermosas y suntuosas mansiones de estilo inglés (sin hipotecar, seguro).     
   e) En una película de época como Dios manda no se corre, se camina o, como mucho, se practica algún deporte que no requiera excesivos aspavientos. Quedan vetados todos aquellos movimientos que exijan una velocidad superior a la que pueda alcanzar un coche de caballos percherones. No hay elegancia ni suntuosidad posible sin lentitud, sin un ritmo pausado, pues una velocidad de vértigo nos impide apreciar los ademanes y pequeños detalles de los personajes, estropea los laboriosos peinados de las damas y, lo que es peor, impede a estas mismas damas lucir sus señoriales sombreros. No hay película de época sin un sombrero inclinado con gracia sobre la esculpida cabeza de una fémina. La necesidad que un aristócrata tiene de correr es la misma que pueda tener para madrugar. Los aristócratas, esos personajes vistiendo siempre de blanco inmaculado  y viviendo en una eterna primavera, se suelen mantener al margen de las groseras urgencias de la vida, pues han nacido para disfrutar de eso que los griegos llamaron scholé  y los romanos, esos plagiadores, otium (ocio). Su ocupación principal en la vida consiste en llenar de contenido ese tiempo libre, cosa que hacen, generalmente, practicando algún deporte ligero (el laigcismo es un invento de la nobleza inglesa), viajando o, según se desprende del étimo griego, ocupándose de las actividades escolares e intelectuales. Sólo tiene sentido correr cuando se quiere abandonar precipitadamente el lugar o situación en que uno se encuentra, y este, evidentemente, no es el caso del aristócrata inglés.
   f) En el cine de época están vetados, asimismo, los efectos especiales derivados de la revolución informática y computacional, no necesariamente aquellos que se elaboran a mano y de manera artesanal. Los efectos especiales resultado de las nuevas técnicas están pensados para impresionar a los sentidos, y el cine de época, aunque es cierto que parte de los sentidos, se dirige al intelecto. Podemos afirmar que el recurso a este tipo de efectos está en proporción directa con la falta de talento por parte del director para expresarse y para sugerir. En el Cine de Época el arte de la sugerencia, de la alusión, de la sutileza, de la referencia indirecta, es crucial.
   g) Ut pictura filmica, con el permiso de Horacio. Se observa en el Cine de Época, en el que acata los cánones, cierto esfuerzo consciente por aproximar el lenguaje fílmico al pictórico. El abandono de la plasticidad y calidez pictórica por esa reproducción tecnológica, fría y en serie,  proporcionada por la fotografía primero y, posteriormente, por el cinetoscopio , es considerado por el devoto del Cine de Época como un retroceso. Sí, es cierto que se trata de una herramienta comunicativa muy útil, pero la uniforme frialdad del acero o del plástico ofenden al buen gusto y, en tanto que facilitan una reproducción técnica sin límites, suponen una democratización de la obra de arte. No hay obra de arte sin unicidad, sin exclusividad. Lo que interesa al devoto del Cine de Época es el movimiento, siempre que sea pausado, de ahí que aquellos que dirijan filmes de esta naturaleza deban procurar que parezca que su obra es una sucesión de cuadros en movimiento. ¿Tienen algo que envidiarle a la pintura las escena de Una habitación con vistas en la que vemos una panorámica de Florencia atravesada por el Arno?
   h) Y, finalmente, el ropaje y vestimenta. Álvaro Pombo ha llamado certeramente la atención sobre la importancia de este elemento. Se lamenta el escritor de que en la época actual hayamos abandonado esa elegancia y suntuosidad en el vestir típicas de épocas pasadas por el cochambrosismo que trajeron consigo los Beatles y los hippies, esos requetataranietos del cínico Diógenes. ¡Y cuánta razón tiene Pombo! Tuve yo un amigo, o conocido, hace tiempo, que deseaba poder vivir algún día en Burgos sólo por el hecho de que la climatología de allí le permitiría llevar sobre sus espaldas la clásica capa española o capote, prenda, como se sabe, hoy relegada a otras funciones menos utilitarias. Un servidor confiesa experimentar un deseo similar en lo que respecta a la vestimenta de personajes como Cecil, George o Freddy, de Una habitación con vistas. Pero, ¡Olalá! ¿Qué decir del atuendo de las damas de entonces? ¿Qué decir de esos vaporosos sombreros reclinados con tanta gracia y encanto sobre esas cabecitas delicadas para evitar que el insolente sol, aprendiz de Zeus en las artes amatorias,  ponga sus libidinosos dedos sobre el níveo cutis alabastrino de estas diosas arias? ¿Qué decir del velo, cárcel de turgentes labios que, de otra manera, huirían en pos del encuentro con otros labios? ¿Qué de tanto corpiño y de tanto corsé, sádicos inquisidores de la apasionada carne? ¿Y de los corchetes, que imprimen en los dedos del amante el ritmo taquicárdico y apasionado propio de la juventud? Lucy Honeychurch, sí, esa dulce cebollita escarchada recubierta de mil capas que el impetuoso George podrá mondar, una por una, hasta alcanzar la más tierna y sonrosada pulpa, por fin, allí en la misma habitación del mismo hotelito de Florencia y con la ventana cerrada para evitar la mirada impertinente de los aficionados a la contemplación del disfrute ajeno.
   Con Eros hemos topado, amigo Sancho. ¿Hay realmente erotismo en las películas de época? Por supuesto. En Una habitación con vistas hay un par de escenas de cargado erotismo: la del baño de los tres hombres en el estanque y la de la señorita Charlotte oyendo con fruición la historia de la inglesa fugada con el italiano. A lo anterior habría que añadir la escena final en la que George mordisquea glotonamente los pechos de Lucy, sentados ambos en el alféizar de la dichosa ventana de marras. Pero creo que esto no es todo. Es necesario ir más allá. Si la esencia de lo pornográfico es la mostración explícita, el hacer pública una relación sexual, la esencia de lo erótico es la sugerencia. Pues bien, el atuendo y la vestimenta que más arriba he descrito, según mi parecer, están impregnados de un erotismo de una intensidad mayor que el que pueda haber en las escenas señaladas. Damos por supuesto que el valor e interés de una joya es directamente proporcional al número de envoltorios en la que se guarda.

HAYA EXCOMUNIÓN DEL GRUPO PARA TODOS AQUELLOS QUE NO ACATAREN LA ORTODOXIA REFERIDA.

   Dado a la imprenta (HP Deskjet F2180) a XV de iulius, en era del Señor de dos mille et XI.

Bohórquez

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