viernes, 22 de julio de 2011

DESCUBRIENDO MEDITERRÁNEOS




   Los árboles no nos dejan ver el bosque. Hoy es noticia que cierta prestigiosa institución acaba de demostrar que dormir la siesta con moderación puede resultar altamente beneficioso para la salud. Hace un tiempo la noticia fue que en una prestigiosa universidad británica –la University College de Londres- se había realizado un minucioso estudio que demostraba que la generalización en el uso de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación por parte de los jóvenes en edad de estudiar es algo que está alterando el tradicional funcionamiento de la mente. Concretamente, el estudio establecía que los jóvenes que se han formado durante la época de apogeo de Internet padecen de un acusado déficit en cuanto a capacidad de concentración y en cuanto a capacidad para la asociación discursiva de ideas. Pero el informe no se limitaba a ofrecer un elenco de las deficiencias detectadas. Se atrevía incluso a señalar al culpable principal de semejante desaguisado y a ponerle nombre: sobrecarga de información.

   Raro es el día en que los medios de comunicación no se hacen eco del descubrimiento de algún que otro Mediterráneo. Éste tipo de descubrimiento, como sabe cualquiera que esté medianamente familiarizado con el uso de expresiones populares y tradicionales –lo cual no parece ser el caso de los fervientes devotos de las TIC- consiste en presentar como novedoso algo que siempre ha sido de dominio público. Del mismo modo que hace unos años se empezó a ensalzar las excelentes propiedades antioxidantes y vasodilatadoras del alcohol consumido en pequeñas cantidades –algo que cualquier abuelo ya sabía por propia experiencia-, ahora nos vienen con esto de los efectos nocivos del uso generalizado –no moderado- de las Nuevas Tecnologías de la Información. Si seguimos así, no hay que descartar la posibilidad de que dentro de unos años los medios nos sorprendan con un estudio en el que se demuestre que fumarse dos o tres pitillos al día es algo que alarga considerablemente la esperanza de vida. ¡Tiempo al tiempo!

   Pero, volvamos al referido estudio de marras. Lo que éste presenta como novedoso es algo que muchos de los que trabajamos al pie del tajo –maestros de primaria y profesores de secundaria-  venimos comentando en petit comité desde hace bastante tiempo. ¡Vaya una novedad! Todos sabemos de alumnos que se sientan a estudiar con el dichoso Messenger conectado, todos sabemos de la existencia de una página web llamada El Rincón del Vago, todos tenemos constancia de la habilidad pasmosa con que los jóvenes asimilan las últimas novedades vinculadas con este mundillo de lo digital y de lo virtual…, y todos tenemos constancia de las perniciosas consecuencias que tales hábitos y habilidades tienen para el rendimiento académico. Por desgracia, los que trabajamos en la base del sistema y conocemos su funcionamiento y las deficiencias que es necesario subsanar solemos ser los grandes ninguneados a la hora de promover reformas.

   Desde estas líneas no se incita a una heroica e inútil resistencia numantina, ni a poner puertas al campo, sino, más bien, a poner cada cosa en su sitio y a hacer un uso racional de lo que, sin lugar a dudas, puede ser un excelente medio para la difusión del conocimiento y del saber. Que las Nuevas Tecnologías pueden resultar de gran utilidad en la organización y funcionamiento de los centros educativos es algo que nadie cuestiona. Lo que sí es cuestionable, y mucho, es el uso efectivo que se hace de estas herramientas dentro y fuera de los propios centros. Ante todo, ha de quedar clara una cosa: las Tecnologías de la Información y de la Comunicación son herramientas, es decir, medios, de ninguna manera fines en sí mismos, y, por ello, el lugar natural que les corresponde es el de los llamados Contenidos Procedimentales. Esto significa que uno de los objetivos fundamentales del curriculo debe ser adiestrar a los alumnos en el buen uso y manejo de este tipo de herramientas, y punto. Pretender que un teclado y una pantalla de ordenador suplanten definitivamente los sistemas tradicionales de obtención y manejo de la información es algo que de ninguna manera se puede considerar aconsejable. Quien sea aficionado a los experimentos que los haga con gaseosa. Llenar los centros de enseñanza de ordenadores -¿recuerdan aquello de un ordenador para cada dos alumnos?- es algo que algunos políticos han querido vendernos como la panacea para todos los males de nuestro sistema educativo, pero una propuesta similar no pasa de ser una simple operación cosmética –muy costosa, por cierto- que, al no ser lo suficientemente invasiva, deja sin tocar la auténtica causa del problema.

   Nuestra actitud en relación a las Nuevas Tecnologías y a su implantación en las aulas, por consiguiente, es de aceptación, pero…Aquí está la clave. De ninguna manera esta aceptación podrá ser incondicional. Lo prioritario ahora mismo, tal como hemos señalado unas líneas más arriba, es que los alumnos aprendan a hacer un buen uso de estas nuevas herramientas y, en segundo lugar, que adquieran los rudimentos básicos referentes al proceso de manipulación y asimilación de la información (lectura atenta y comprensiva, capacidad de análisis y de síntesis, capacidad de discriminación crítica entre lo relevante y lo irrelevante…). Pero estas condiciones, a su vez, no se sustentan sobre la nada, pues también presuponen una serie de requisitos que aquí sólo podemos nombrar de una manera genérica: concentración, dedicación, sacrificio, perseverancia, motivación. Una de las cosas que más daño ha hecho al sistema educativo es el haber hecho suyas una serie de proclamas y consignas calcadas directamente del marketing publicitario -¡el inglés en mil palabras! ¡aprenda jugando!..., y otras zarandajas-. Son muchos los alumnos de la ESO que están convencidos de que la obligación prioritaria de todo profesor es la de divertir a sus alumnos. Todos, además, tienen muy asumido cuáles son sus derechos, pero las palabras deber y obligación parecen sonarles a chino mandarín. ¿A qué se deberá esto?

   ¡En fin! Las deficiencias y vicios detectados por el estudio al que hemos hecho referencia no son otra cosa que las consecuencias previsibles del hecho de no haber concedido a los requisitos y condiciones que acabamos de enumerar la atención que se merecen. Son, si se nos permite la comparación, la consecuencia de anteponer los medios a los fines, los contenidos procedimentales a los conceptuales y, en suma, los árboles al bosque. 

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