Fermín es licenciado en Filosofía –ésa disciplina a la que antaño era menester añadirle el remoquete de pura para diferenciarla de las Filologías y otras materias supuestamente afines- por la Universidad de Málaga. En la actualidad dedica su tiempo a la docencia, en calidad de profesor de Lengua Castellana y Literatura, al estudio de la Filología Hispánica por la UNED, a la pedagogía doméstica y, cuando la musa no se muestra excesivamente estrecha a la hora de prodigar sus favores, a emborronar cuartillas con el concentrado eidético que noche y día destila su hiperactivo y vigoréxico majín. La relación que mantiene con la Filosofía sólo puede ser calificada de relación amor-odio. Supo de ella, con toda probabilidad, cuando apenas contaba nueve tiernos añitos y a resultas de una lección magistral de la Señorita Pantxi referente a la estructura, configuración y carácter infinito del Cosmos. Asegura Fermín que, a raíz de las explicaciones de la susodicha seño, comenzó a contemplar la existencia como algo frágil y movedizo, siempre en inminente peligro de voltear o de ser engullido por las ávidas tragaderas del No Ser. Esa misma experiencia le hizo comprender, de manera intuitiva, y a pesar de su corta edad, cuál es la cuestión filosófica fundamental: ¿Por qué el Ser y no más bien la Nada? Desde entonces concibe la búsqueda de la Verdad como una práctica cinegética-lúdica-deportiva destinada a conjurar el vértigo que le suscita la Nada mediante la acumulación compulsiva de piezas –de verdades con minúscula- en esa sala de trofeos que es el entendimiento y, últimamente, en esas vitrinas destinadas a la exposición que son los libros.
Considera Fermín –lo sabemos porque nos lo ha dicho- que la Filosofía es como una de estas personas que necesitan estar continuamente experimentando emociones intensas para sentirse realmente vivas. Según todos los indicios, a la Filosofía le iría la marcha. Tanto es así, que lo que más la pone es contemplar a sus adoradores en el momento en que le son infieles con otras. Quiere esto decir que es más viciosa que pura. A esta conclusión llegó el titular de este cuaderno de notas poco tiempo después de terminar sus estudios universitarios, cuando, obedeciendo al imperativo categórico derivado de la necesidad de aver mantenençia, hubo de abandonar el pináculo donde pajarean las volátiles ideas para instalarse en los bajos fondos de la existencia material. Licenciado en Filosofía por amor y, por paradójico que pueda parecer, adúltero por fidelidad a ese mismo amor, porque la Filosofía sólo parece vivir en la impureza, en su relación con lo otro, en la mezcolanza y en la promiscuidad. Si la queremos hallar en todo su esplendor –Fermín dixit-, hemos de rascar con el dedo del intelecto sobre la epidermis de fenómenos como la literatura, el cine, la música, las artes en general y en las novedades y acontecimientos del mundo contemporáneo. Y de esto, precisamente, es de lo que en verdad se va a tratar en las páginas de este modesto cuaderno de notas. Las esencias son como esos animalitos cuya presencia podemos presentir, oculta y agazapada, tras el espeso follaje de las apariencias.
Así pues, la función que la Filosofía pueda desempeñar en las diversas notas de este blog en nada desmerece de aquella otra que, illo tempore, desempeñara la famosa y llorada Trotaconventos de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita: trotar de un lugar a otro, de una casa a otra, por mor de conciliar las voluntades desavenidas. De la mano de Doña Filosofía visitarán ustedes la casa de lo literario para después saltar al recinto privado de lo cinematográfico o al de lo musical. También bajarán al mercado donde se difunden los chismes de la aldea global y subirán a la torre del campanario para disfrutar de sus vistas panorámicas. Así ha de ser, porque, según hemos dicho, sólo una Filosofía promiscua y trotamentes será capaz de recolectar los frutos más granados de cada una de las referidas disciplinas. En este sentido, la función de la Filosofía sería eminentemente re-ligiosa.
Fermín, como tendrán ocasión de comprobar, tiene entre sus gustos el uso y abuso del estilo contorsionista-gongorino-kamasutresco, pese a reconocer que el más difícil de los estilos es el que renuncia a toda esa parafernalia conceptista, culterana y modernista. También es consciente de que, en demasiadas ocasiones, los fuegos de artificios y de relumbrón son la fachada con que se trata de ocultar la falta de ideas. Pero, en todo caso, hemos de considerarlo como celestino de sintagmas desavenidos e improbables, como delator de eufemismos puritanos y tiquismiquis y, en suma, como mirón obseso de la vida íntima de las palabras. Y es que en el ámbito de la creación el mayor vicio es también la mayor virtud. ¿No es la metáfora, esa suerte de travestismo lingüístico, el fundamento último de todas las artes? Ciertamente, ningún otro instrumento que podamos concebir es capaz de proporcionar un placer similar al que nos proporciona una lengua utilizada como es debido (¿?). Quien tenga dudas acerca de lo que acabamos de afirmar, puede echarle un vistazo al texto de Julián Ríos que lleva por título La vida sexual de las palabras. ¡Una auténtica joya! Aquí podremos contemplar las palabras en cueros vivos entregadas a la práctica kamasutresca que les prescribe la Retórica. Aquí podremos contemplar, en suma, el verbo hecho carne.
Bohórquez
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