viernes, 29 de julio de 2011

LETANÍAS DEL TELEDIARIO

   Cayó la bomba en medio de la población Cisjordana destruyendo limpiamente vidas y propiedades, en un plis plas, en apenas una fracción de segundo. ¡Qué bonito espectáculo pirotécnico! ¡Cualquiera diría que están celebrando las fiestas patronales! Pero no…, al momento una ambulancia cruza rauda lo que queda de carretera, sorteando cascotes y levantando una nube de polvo. [Acción trepidante, persecución de coches patrulla por las empinadas calles de San Francisco.] Me temo que no, que no se trata de esto, puesto que al momento presenciamos cómo de esa misma ambulancia extraen el cuerpo desmadejado e inconsciente de un adolescente. Su mano izquierda cuelga flácida por uno de los laterales de la camilla. ¿Estará muerto? [El coche patrulla termina empotrándose contra otro vehículo que en ese momento iniciaba la marcha tras haber permanecido parado ante un semáforo.] Pero pronto salimos de dudas. Vemos ahora a una mujer de mediana edad con la cabeza cubierta por un pañuelo negro que gesticula y llora de manera manifiesta. El reportero gráfico que ha realizado la grabación -esto es evidente- se ha esforzado grandemente por transmitirnos los efectos inmediatos del bombardeo con todo el pathos trágico que éstos son capaces de contener. El gesto desencajado de la mujer, de la madre del joven adolescente -se entiende-, es el mismo que podemos ver sobre el rostro de cualquiera de las vírgenes de Murillo. Ya que hay muerte, ya que hay crímenes, ofrezcamos al menos el lado más artístico y sublime de la tragedia. ¿Y qué mejor colofón para este reportaje y para este seguimiento del día a día en tierra de conflictos que este otro cuadro preñado de hermosura?: la madre que acaba de perder a su hijo adolescente sujeta entre los brazos el frágil e indefenso cuerpecito de un bebé. Lleva la cabeza cubierta por una especie de toquilla con la que, seguramente, trata de protegerlo del polvo del ambiente y de los inmisericordes rayos del sol de Palestina. Un primer plano nos muestra dos grandes ojos de azabache que contemplan con asombro e inocencia el objetivo de la cámara. Es la Vida que puja tratando de abrirse paso por entre los escombros y los cuerpos de los muertos.

   Después de un espectáculo intenso y sublime como el que acabamos de presenciar, es imposible no experimentar una sacudida eléctrica a todo lo largo del espinazo. Es probable que alguien haya tenido que enjugarse alguna lagrimilla fugitiva aprovechando que ha conseguido dirigir la mirada hacia un punto donde no hay testigos de su debilidad. Pero, después de la ración diaria de empatía con las penas y sufrimientos de nuestros semejantes, no nos quedará más remedio que volver a echar mano del mando a distancia. En La Sexta están poniendo El Intermedio. ¡Ja, ja, ja! ¡Qué bueno que es este jodido del Gran Wyomming!

martes, 26 de julio de 2011

HOMO ERECTUS VERSUS HOMO SAPIENS



   El hecho inaugural de lo humano, aquello que posibilita el salto cualitativo que nos diferencia del simple animal, podría sintetizarse en una sola palabra: erección. Los paleontólogos y los antropólogos, que son esos señores que  visten como quien va de safari y que siempre andan escarbando en los más remotos secarrales del planeta en busca de huesitos, han conseguido demostrar, por activa y por pasiva -¿?-, que la adopción del bipedismo trajo consigo una serie de consecuencias tremendamente determinantes desde el punto de vista de la ulterior aparición del Hombre de Cromañón,  Homo Sapiens Sapiens para los amigos. Véase: liberación de la mano de la función locomotriz, visión estereoscópica y panorámica, desaparición del prognatismo y desarrollo de los órganos fonadores, posibilidad de ampliación de la cavidad craneal, etc., etc. Es cierto que el asunto también trajo consigo algún que otro inconveniente –el veneno del caramelo-: parto con dolor debido al estrechamiento de la pelvis y al aumento del volumen craneal, posibilidad de atragantamiento, posibilidad de padecer de hernias, varices, lumbalgias y vértigo, institucionalización de la postura del misionero –cópula face to face-, etc. Este es el precio que hubimos de pagar para terminar convertidos en los bípedos implumes que actualmente somos –sobre todo los culturistas y los metrosexuales-. ¿Mereció la pena?...¡Hombre! Si exceptuamos el asunto del misionero, siempre tan monótono, yo diría que sí, que mereció –y mucho- la pena.

   El proceso de hominización se inicia, por tanto, con el bipedismo. El bipedismo posibilita la liberación de la mano, la aparición del lenguaje, el aumento de la capacidad craneal…-¡Por cierto! Una prueba irrefutable de que el tamaño no importa: a pesar de que el Neandertal lo tenía todo mucho más grande que el Cromañón –pero todo, todo, incluido el habitáculo cerebral-, fue éste quien terminó imponiéndose. Se calcula que los neandertales se extinguieron hace unos 30.000 años, aproximadamente-. Posibilitó también el fenómeno de la circunspección –literalmente: la posibilidad de poder mirar en derredor-, que es eso mismo que antiguamente practicaban los filósofos –theoría significa `contemplación panorámica´- y los lores ingleses gracias a su mucho tiempo libre –scholé: `escuela´- y que, hoy por hoy, parece ser patrimonio exclusivo de los operadores de cámara. Es decir, conciencia racional, autoconciencia y libertad como consecuencias remotas de un asunto tan prosaico y pedestre –y nunca mejor dicho- como el hecho de caminar sobre dos pies en lugar de hacerlo sobre las tradicionales cuatro patas.



   Si hoy hemos decidido escribir sobre este apasionante tema, ello se debe a que, leyendo al francés -¿de dónde si no?- Georges Batailles, nos hemos encontrado con esta rara y sorprendente perla: “el hombre gana la autoconciencia como consecuencia de la contemplación de su sexo erecto”. O sea, que lo más privativo y exclusivo de los seres humanos, aquello que nos diferencia de las horizontales bestias, es un derivado de la posibilidad de poder contemplar el humúnculo viril –dado que está dotado de iniciativa propia- en el momento en que se muestra desafiante con la inexorable ley de la gravedad. Esta teoría, evidentemente, no anula la oficial, que es la que aparece en todos los libros de texto; lo único que aporta es un paso intermedio que ningún manual al uso osaría recoger. Ahora bien, al introducir un factor explicativo adicional en el proceso que va del animal al hombre, esta teoría, en cierto modo, contribuye a debilitar la idea del salto cualitativo y, en consecuencia, a reforzar la idea de continuum entre animales y hombre.  

   Con las teorías ocurre lo mismo que con los seres vivos durante el proceso de la evolución: los cambios más insignificantes pueden ser la causa de fenómenos completamente novedosos –nuevas especies = nuevas teorías-. La cuestión que hemos de plantearnos a continuación es ésta: ¿qué consecuencias para la imagen tradicional del hombre acarrea esta hipótesis de Bataille?

    Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu, -decían los filósofos escolásticos-. ¿No deberíamos nosotros, a raíz de las anteriores consideraciones, sustituir el sustantivo sensu por el sustantivo sexu? ¿No implica la tesis del pensador francés, en cierto modo, una reducción del espíritu a lo corporal y, en consecuencia, una reducción de lo humano a lo animal? Es evidente que la idea poco o nada tiene de original, pues, hasta cierto punto, sería deducible de los distintos sistemas de orientación materialista que han sido desde los orígenes de nuestra cultura occidental. Piénsese, por ejemplo, en las ideas de Demócritos –perseguidas y, prácticamente, exterminadas por los partidarios del platonismo-, en el hedonismo de Epicuro y sus lechones –Horacio dixit-, en las distintas sectas gnósticas y heréticas, en el materialismo de un Gassendi, de un D´Holbac o de un Hobbes, en los libertinos franceses del siglo XVIII, o en la línea vitalista-biologicista que, pasando por Nietzsche, comienza en Schopenhauer y termina en Freud, etc. El postulado básico que ninguna de estas doctrinas cuestiona es el siguiente: al principio era la carne…, y  la carne se hizo verbo –mediante el proceso de destilado conocido como sublimación-  

   Pero, veamos qué es lo que ocurre cuando sucumbimos a la tentación de jugar con las ideas y de dejarnos llevar por su inercia:

   La aceptación del postulado materialista-vitalista nos llevaría, para empezar, a tener que modificar de manera radical la cosmovisión tradicionalmente hegemónica en el Occidente Cristiano y, parejamente, a una inversión de los valores en la línea propuesta por Nietzsche. Arribaríamos a lo que podríamos llamar una contemplatio sub specie sexus, esto es, a una visión de la realidad desde la perspectiva sexual o, si lo preferimos así, a un pansexualismo de corte freudiano. De esta manera, el sexo terminaría convertido en arché, en aquella realidad esencial a la que, en última instancia, serían reductibles todos los fenómenos y todas las apariencias. Y esto, a su vez, nos llevaría a tener que revisar todas aquellas doctrinas filosóficas y todos aquellos constructos teóricos de prosapia idealista –que son, según Nietzsche, todos aquellos que ponen lo último como si fuese lo primero-. 

   Si el materialismo vitalista se convirtiese en la ideología dominante, lo primero que ocurriría es que firmaría un concordato –o santa alianza- con el poder. De resultas de esto, la línea antagónica –en este caso, la idealista- sería tachada automáticamente de heterodoxa, desviada, de viciosa y, en consecuencia, de altamente nociva para la sociedad. Para ser precisos, a los idealistas se les acusaría de ser criptopracticantes de ese nefando vicio consistente en mostrar excesivo cariño hacia uno mismo. Y Platón, en tanto que iniciador de la práctica, hubiese tenido que ser el modelo en que Dalí se inspirase para pintar El gran masturbador.  

    Pero es en el racionalismo y en el idealismo alemán –epiciclos de la línea orbital trazada por el platonismo- donde, al extremarse los postulados de éste, nos vemos abocados a esos callejones sin salida que son las aporías.

    Descartes, en consonancia con el idealismo platónico, consideraba que el privilegio de conducir al hombre al encuentro consigo mismo –autoconciencia- radicaba en su dimensión pensante –cogito-. En este sentido, el pensamiento vendría a desempeñar una labor celestinesca, casi proxenética. La aplicación de la duda metódica en Descartes –ejemplo paradigmático de práctica sadomasoquista- soluciona un problema al precio de generar otro mayor. Este problema recibe en Filosofía el nombre de solipsismo (doctrina que defiende que sólo existe o que sólo puede ser conocido el propio yo). Sólo echando mano del famoso deus ex machina, que es Dios, es decir, sólo traicionando los principios que había decidido seguir a rajatabla, podrá Descartes superar este dificultoso escollo. El solipsismo, dicho sea de paso, es consecuencia de practicar el vicio solitario del monólogo interior. Ahora bien, si consideramos que el pensamiento, en tanto que exudado neuronal, no es sino un derivado sublimado de lo carnal y, concretamente, de lo sexual, entonces, si en verdad deseamos extremar el rigor por mor de hallar una verdad cierta y segura, lo más razonable sería decir: mi sexo se yergue, luego soy. Otra posibilidad, mucho más acorde con la sentencia cartesiana, sería: copulo, ergo sum, puesto que el fenómeno de la erección tan sólo es un medio para este fin. Además, con el copulo, ergo sum conseguimos evitar desde un principio el inconveniente del callejón sin salida al que se vio abocado Cartesio, puesto que semejante sentencia excluye de entrada cualquier posibilidad de solipsismo. ¿No es la cópula cosa de dos? Es decir: a través del comercio carnal –recuerdo que los fundamentos de la Ciencia Económica hay que buscarlos en la Biología- la certeza acerca de la propia existencia se hace extensiva a un segundo y, desde éste, al resto de la realidad extramental. Frente al egotismo del cogito, el copulo ha de ser visto como un gesto eminentemente altruista y filantrópico. En virtud del copulo, la certeza acerca de la existencia se extiende, como mínimo, a dos (copulo, ergo sumus, por tanto). Pero..., ¡a ver! Si seguimos por este camino podemos acabar teniendo que suscribir ideas con las que no contábamos en un principio. Por ejemplo: las orgías multitudinarias –tipo grandes dionisíacas- como rituales destinados a lograr la cohesión del grupo social a través del reconocimiento recíproco de los participantes. El libertinaje como máxima virtud…,¡toma ya! De todas las maneras, no se nos podrá reprochar que lo anterior no es coherente con la inversión de los valores de la que hablábamos unas líneas más arriba.

   Espinosa, queriendo evitar los inconvenientes y las aporías del sistema cartesiano, decidió cambiar el orden de prioridades. Lo primero no sería el yo (res cogitans), ni mucho menos el mundo (res extensa), sino Dios (res infinita), a quien el semita-hispano-holandés prefiere llamar Causa Sui –causa de sí mismo-. En esta idea podemos observar la quintaesencia del idealismo: la idea –el espíritu, el verbo- generando el mundo –la materia, el cuerpo y la carne- a partir de sí mismo, a partir de la nada y, por supuesto, sin necesitar de la colaboración de un segundo. Se trata, además, de un principio eminentemente masculino capaz de engendrar por sí mismo. ¿No hemos de ver en todo esto una exacerbación de los vicios que reprochábamos a Descartes? Aunque…, es muy probable que la tradición no haya sido justa con Espinosa. Hemos de recordar que cuando habla de Dios utiliza la fórmula Deus sive Natura, distinguiendo, en consecuencia, entre una Natura naturans –Naturaleza generadora- y una Natura naturata –Naturaleza generada-. O sea: puro y duro panteísmo (herejía nefanda consistente en identificar a Dios con la Naturaleza). Panteísmo, además, que abre las puertas a la dualidad, tan necesaria de cara a la generación. Es curioso que tengamos que echarnos en brazos de la herejía para evitar conclusiones absurdas.

   ¿Y qué me dicen de Berkeley? El delirio que le produjo el alcaloide cartesiano le llevó a establecer que las cosas son ideas. Y, como resulta que las ideas han de ser conocidas y contempladas por alguien para poder conferirles realidad –de hecho, el griego idea significa, literalmente, `lo que se ve´-, la conclusión es obvia: esse est percipi –ser es ser percibido-. En realidad, el remoto fundador de esta filosofía fue, como casi siempre ocurre, un griego: Eróstrato de Éfeso, de quien se dice que prendió fuego al templo de Apolo de su ciudad con la única finalidad de dar de qué hablar. En la actualidad, los epígonos son legión. Véase: frikis, chupones de cámara y blogueros. Si Berkeley hubiese tenido la suerte de glosar a Epicuro en lugar de a Descartes, la conclusión de su filosofía hubiese sido -¡no lo duden!- esta otra: esse est copulare.



   Una vez llegados a este punto, la inevitable pregunta del millón: ¿y qué hay de las féminas?, ¿ganan la autoconciencia de igual manera que el varón? Es evidente que no. A lo largo de los dos mil quinientos años de historia de nuestra cultura occidental, a la mujer se le ha concedido un estatuto ontológico que en poco o nada difiere del que pueda poseer una sombra o, según se desprende del relato bíblico, del que pueda poseer un simple apéndice prescindible como una costilla. Decía Homero que el hombre es la sombra de un sueño –y podemos estar seguros de que el vate ciego no utiliza aquí el masculino genérico, es decir, de que cuando dice hombre se está refiriendo a varón, no al colectivo ser humano o persona-. Y, si el hombre es la sombra de un sueño, ¿qué será la mujer? La respuesta es obvia: la sombra de una sombra. Esto significa que los atributos y cualidades –virtudes y vicios- que el hombre pueda ir adquiriendo a lo largo de su historia personal y cultural se hacen extensivos a la mujer como una suerte de gracia especial que se le concede. Es decir, que las gracias y dones que Dios pueda otorgarles al varón sólo alcanzan a la mujer por mediación de éste –siempre y cuando, claro está, la mujer se muestre sumisa, recatada y obediente-. Esta imagen, por otra parte, es compartida tanto por la tradición judeo-cristiana como por la tradición greco-latina, los dos pilares sobre los que se sustenta nuestra cultura. Afortunadamente, todo esto está cambiando a marchas forzadas.



   En conclusión: preferir el idealismo frente al materialismo-vitalista es lo mismo que preferir el autoerotismo frente al tradicional rifi-rafe cuerpo a cuerpo. El autoerotismo, evidentemente, es una práctica legítima, pero…, ¡no es lo mismo! Nietzsche, de haber vivido en otra época menos puritana que la suya, hubiese resumido su crítica al idealismo con este sencilla sentencia: “¿El idealismo?...: -una simple paja mental”. Y se hubiese quedado tan ancho.

   La gran aportación de Freud a la ciencia psicológica fue el descubrimiento de que el combustible que arde en la acrópolis del neocórtex es bombeado directamente, a través de un conducto hasta entonces desconocido, desde los bajos fondos de la entrepierna, es decir, que es el Homo Erectus quien proporciona al Sapiens la energía que éste precisa para mantener su apostura circunspecta. Todas las plantas trepadoras, como las tomateras y las habichuelas del cuento, precisan de su correspondiente rodrigón.

   Hemos de tener en cuenta que…¡basta ya, por Dios! A las ideas, como a los chuchos callejeros antiguamente, es preciso echarles un cubo de agua fría de vez en cuando para rebajarles la libido. Punto y final.



Bohórquez

viernes, 22 de julio de 2011

DESCUBRIENDO MEDITERRÁNEOS




   Los árboles no nos dejan ver el bosque. Hoy es noticia que cierta prestigiosa institución acaba de demostrar que dormir la siesta con moderación puede resultar altamente beneficioso para la salud. Hace un tiempo la noticia fue que en una prestigiosa universidad británica –la University College de Londres- se había realizado un minucioso estudio que demostraba que la generalización en el uso de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación por parte de los jóvenes en edad de estudiar es algo que está alterando el tradicional funcionamiento de la mente. Concretamente, el estudio establecía que los jóvenes que se han formado durante la época de apogeo de Internet padecen de un acusado déficit en cuanto a capacidad de concentración y en cuanto a capacidad para la asociación discursiva de ideas. Pero el informe no se limitaba a ofrecer un elenco de las deficiencias detectadas. Se atrevía incluso a señalar al culpable principal de semejante desaguisado y a ponerle nombre: sobrecarga de información.

   Raro es el día en que los medios de comunicación no se hacen eco del descubrimiento de algún que otro Mediterráneo. Éste tipo de descubrimiento, como sabe cualquiera que esté medianamente familiarizado con el uso de expresiones populares y tradicionales –lo cual no parece ser el caso de los fervientes devotos de las TIC- consiste en presentar como novedoso algo que siempre ha sido de dominio público. Del mismo modo que hace unos años se empezó a ensalzar las excelentes propiedades antioxidantes y vasodilatadoras del alcohol consumido en pequeñas cantidades –algo que cualquier abuelo ya sabía por propia experiencia-, ahora nos vienen con esto de los efectos nocivos del uso generalizado –no moderado- de las Nuevas Tecnologías de la Información. Si seguimos así, no hay que descartar la posibilidad de que dentro de unos años los medios nos sorprendan con un estudio en el que se demuestre que fumarse dos o tres pitillos al día es algo que alarga considerablemente la esperanza de vida. ¡Tiempo al tiempo!

   Pero, volvamos al referido estudio de marras. Lo que éste presenta como novedoso es algo que muchos de los que trabajamos al pie del tajo –maestros de primaria y profesores de secundaria-  venimos comentando en petit comité desde hace bastante tiempo. ¡Vaya una novedad! Todos sabemos de alumnos que se sientan a estudiar con el dichoso Messenger conectado, todos sabemos de la existencia de una página web llamada El Rincón del Vago, todos tenemos constancia de la habilidad pasmosa con que los jóvenes asimilan las últimas novedades vinculadas con este mundillo de lo digital y de lo virtual…, y todos tenemos constancia de las perniciosas consecuencias que tales hábitos y habilidades tienen para el rendimiento académico. Por desgracia, los que trabajamos en la base del sistema y conocemos su funcionamiento y las deficiencias que es necesario subsanar solemos ser los grandes ninguneados a la hora de promover reformas.

   Desde estas líneas no se incita a una heroica e inútil resistencia numantina, ni a poner puertas al campo, sino, más bien, a poner cada cosa en su sitio y a hacer un uso racional de lo que, sin lugar a dudas, puede ser un excelente medio para la difusión del conocimiento y del saber. Que las Nuevas Tecnologías pueden resultar de gran utilidad en la organización y funcionamiento de los centros educativos es algo que nadie cuestiona. Lo que sí es cuestionable, y mucho, es el uso efectivo que se hace de estas herramientas dentro y fuera de los propios centros. Ante todo, ha de quedar clara una cosa: las Tecnologías de la Información y de la Comunicación son herramientas, es decir, medios, de ninguna manera fines en sí mismos, y, por ello, el lugar natural que les corresponde es el de los llamados Contenidos Procedimentales. Esto significa que uno de los objetivos fundamentales del curriculo debe ser adiestrar a los alumnos en el buen uso y manejo de este tipo de herramientas, y punto. Pretender que un teclado y una pantalla de ordenador suplanten definitivamente los sistemas tradicionales de obtención y manejo de la información es algo que de ninguna manera se puede considerar aconsejable. Quien sea aficionado a los experimentos que los haga con gaseosa. Llenar los centros de enseñanza de ordenadores -¿recuerdan aquello de un ordenador para cada dos alumnos?- es algo que algunos políticos han querido vendernos como la panacea para todos los males de nuestro sistema educativo, pero una propuesta similar no pasa de ser una simple operación cosmética –muy costosa, por cierto- que, al no ser lo suficientemente invasiva, deja sin tocar la auténtica causa del problema.

   Nuestra actitud en relación a las Nuevas Tecnologías y a su implantación en las aulas, por consiguiente, es de aceptación, pero…Aquí está la clave. De ninguna manera esta aceptación podrá ser incondicional. Lo prioritario ahora mismo, tal como hemos señalado unas líneas más arriba, es que los alumnos aprendan a hacer un buen uso de estas nuevas herramientas y, en segundo lugar, que adquieran los rudimentos básicos referentes al proceso de manipulación y asimilación de la información (lectura atenta y comprensiva, capacidad de análisis y de síntesis, capacidad de discriminación crítica entre lo relevante y lo irrelevante…). Pero estas condiciones, a su vez, no se sustentan sobre la nada, pues también presuponen una serie de requisitos que aquí sólo podemos nombrar de una manera genérica: concentración, dedicación, sacrificio, perseverancia, motivación. Una de las cosas que más daño ha hecho al sistema educativo es el haber hecho suyas una serie de proclamas y consignas calcadas directamente del marketing publicitario -¡el inglés en mil palabras! ¡aprenda jugando!..., y otras zarandajas-. Son muchos los alumnos de la ESO que están convencidos de que la obligación prioritaria de todo profesor es la de divertir a sus alumnos. Todos, además, tienen muy asumido cuáles son sus derechos, pero las palabras deber y obligación parecen sonarles a chino mandarín. ¿A qué se deberá esto?

   ¡En fin! Las deficiencias y vicios detectados por el estudio al que hemos hecho referencia no son otra cosa que las consecuencias previsibles del hecho de no haber concedido a los requisitos y condiciones que acabamos de enumerar la atención que se merecen. Son, si se nos permite la comparación, la consecuencia de anteponer los medios a los fines, los contenidos procedimentales a los conceptuales y, en suma, los árboles al bosque. 

martes, 19 de julio de 2011

MANIFIESTO FUNDACIONAL DEL GRUPO "AMIGOS DEL CINE DE ÉPOCA"


   Por Cine de Época entiendo aquel cine cuya acción transcurre dentro de unas coordenadas temporales relativamente anteriores a la actual. Es importante recalcar este carácter relativo, pues del mismo puede depender que cierto cine actualmente no tipificado de tal sí pueda serlo el día de mañana. Es curioso observar, asimismo, que la época a la que parece hacer alusión el término es aquélla que estaría comprendida entre mediados del siglo XVII, cuando se desarrolla el Clasicismo francés, y el período inmediatamente anterior al Crack del 29, que pone, como sabemos, fin a los “felices años veinte”. Obsérvese lo que ocurre con la nomenclatura en cuestión cuando estos límites temporales son trascendidos o bien hacia atrás o bien hacia delante. Cuando ocurre lo primero ya no se habla de Cine de Época, sino de Cine Histórico; cuando ocurre lo segundo, la terminología utilizada suele deslizarse, indistintamente, sobre  términos tan variopintos como Cine Social, Cine Comprometido, Realismo Social, Cine Documental, Cine Testimonial, etc. Por supuesto que también existen otros géneros y variantes dentro del período considerado como privativo del Cine de Época (en su etapa final, obviamente), incluido el Cine Histórico. Por ejemplo, un film que trate sobre la Guerra de la Independencia, española o norteamericana, lo mismo da, reflejará, qué duda cabe, un determinado acontecimiento histórico analizando sus causas y consecuencias, pero -y esto es, probablemente, lo más cuestionable-  necesariamente este acontecimiento histórico será visto por el espectador como un “acontecimiento histórico de época”. ¿Por qué? Posiblemente la explicación de este fenómeno sea tan simple como la que sigue: se trataría de un prejuicio muy arraigado en nosotros como consecuencia de nuestra propia experiencia fílmica. Estadísticamente, después de la época actual o contemporánea, el período histórico abordado mayor número de veces en el cine es, precisamente, el comprendido entre el siglo XVIII y la primera mitad del siglo XX. Quiero decir con esto que hemos elaborado el concepto de Cine de Época en base a un puñado de películas consideradas modélicas y paradigmáticas al respecto, y en base a ellas hemos ido perfilando las características de este género o subgénero. ¿Cuál sería, entonces, la obra fundacional del género que debatimos? Mi ignorancia supina me impide responder con precisión a esta pregunta, pero yo señalaría, y seguro que meto la pata, a ese cultísimo aristócrata que fue Visconti. No lo sé. Ya digo que estas líneas no tienen más valor que el que pueda tener cualquier reflexión personal. Y, puesto que de experiencias personales se trata aquí, mi debut en ese primaveral y colorista mundo de personajes de ademán contenido y siempre ataviados de elegantes y níveos ropajes se produjo cuando, allá por el ochenta y tantos, visioné por primera vez Una habitación con vistas en el malagueño, y hoy desaparecido, Cine Victoria. Lo anterior es, ya de por sí, un aviso a navegantes,  una advertencia de que todo lo que pueda decir a continuación sobre el Cine de Época  puede estar condicionado por esta experiencia iniciática mía.
   El concepto de género, como sabemos, es un lecho procústeo, pues fuerza a los fenómenos para hacerlos encajar dentro de sus límites prefijados. El género cinematográfico que estamos analizando aquí no es ninguna excepción a esta regla y, por tanto, también impone una dogmática intransigente a los fenómenos fílmicos particulares que puede llegar a desvirtuarlos parcialmente.

DOGMÁTICA DE LOS SEDICENTES “AMIGOS DEL CINE DE ÉPOCA”:

   a) Los protagonistas de estas películas han de ser miembros de la burguesía, alta burguesía o aristocracia. Los problemas y conflictos que se plantean son los propios de esta clase social, existiendo muy pocas alusiones a la clase proletaria o pueblo llano. En este sentido, el llamado Cine de Época nos ofrecería una visión sesgada y muy parcial del momento histórico considerado, hasta el extremo de alardear, en muchas ocasiones, de un desprecio total y absoluto hacia  el dato histórico. El espectador puede quedarse con la impresión  de que el mundo retratado en este tipo de filmes hubiese surgido como por generación espontánea a partir de la nada. El Cine de Época, pues, es un cine burgués, un cine que refleja las inquietudes, la sensibilidad y el talante de esta relativamente nueva clase social que alcanza su hegemonía, precisamente, a finales del siglo XIX como consecuencia de toda una retahíla de revoluciones de todos conocidas.
   La importancia de este factor radica en el hecho de que es el germen o semilla del que derivarían, como consecuencias naturales, las restantes características del género.
   b) En el Cine de Época el argumento es, en muchas ocasiones, intrascendente, en el sentido de que interesa más contar una historia de manera bonita y elegante que la propia historia en sí, es decir, interesa más el cómo que el qué. Esta sería, como salta a la vista, otra diferencia importante con el cine histórico, género en el que, por razones obvias, la balanza ha de inclinarse significativamente del lado del qué.
   c) Y siendo el argumento o historia de una importancia tan menor, lo habitual es que se minimice la acción y que se magnifique la importancia de los diálogos entre los personajes. ¿Qué suelen hacer los protagonistas de estas películas desde que se levantan (generalmente después de las 12:00 h. del mediodía) hasta que se acuestan? Pues hablar, hablar y hablar. Después de visionar una de estas películas, con su habitual tempo lento, nos quedamos con la impresión de que retratan un mundo en el que nunca ocurre nada relevante, como si la acción transcurriese en el interior de una enorme burbuja de cristal donde jamás osa asomarse la más diminuta mota de polvo.
   d) En estas películas se abusa del tópico clásico sobre el locus amoenus. Multitud de escenas tienen lugar en medio de entornos naturales idílicos, con abundante y fresca vegetación al pie de argentinos estanques o de sinuosos arroyos cristalinos. Pero, por lo general, se trata de una naturaleza domesticada, a la que se ha despojado de su amenazante aguijón, pues si fuese la naturaleza en sí lo que se valora y aprecia, no habría que desdeñar en estas películas la presencia de la suciedad, del lodo y otras inmundicias. Y, en medio de esta naturaleza eunuca diseñada con tiralíneas y compás por una legión de lacayos invisibles y eficientes salidos como del subsuelo durante la noche para no perturbar la tranquilidad de los hiperestésicos señores con sus zafios modales (que si el Chelsee…, que si el Manchester…) ni ofender sus narices con su rancio aroma a sobaquina, hermosas y suntuosas mansiones de estilo inglés (sin hipotecar, seguro).     
   e) En una película de época como Dios manda no se corre, se camina o, como mucho, se practica algún deporte que no requiera excesivos aspavientos. Quedan vetados todos aquellos movimientos que exijan una velocidad superior a la que pueda alcanzar un coche de caballos percherones. No hay elegancia ni suntuosidad posible sin lentitud, sin un ritmo pausado, pues una velocidad de vértigo nos impide apreciar los ademanes y pequeños detalles de los personajes, estropea los laboriosos peinados de las damas y, lo que es peor, impede a estas mismas damas lucir sus señoriales sombreros. No hay película de época sin un sombrero inclinado con gracia sobre la esculpida cabeza de una fémina. La necesidad que un aristócrata tiene de correr es la misma que pueda tener para madrugar. Los aristócratas, esos personajes vistiendo siempre de blanco inmaculado  y viviendo en una eterna primavera, se suelen mantener al margen de las groseras urgencias de la vida, pues han nacido para disfrutar de eso que los griegos llamaron scholé  y los romanos, esos plagiadores, otium (ocio). Su ocupación principal en la vida consiste en llenar de contenido ese tiempo libre, cosa que hacen, generalmente, practicando algún deporte ligero (el laigcismo es un invento de la nobleza inglesa), viajando o, según se desprende del étimo griego, ocupándose de las actividades escolares e intelectuales. Sólo tiene sentido correr cuando se quiere abandonar precipitadamente el lugar o situación en que uno se encuentra, y este, evidentemente, no es el caso del aristócrata inglés.
   f) En el cine de época están vetados, asimismo, los efectos especiales derivados de la revolución informática y computacional, no necesariamente aquellos que se elaboran a mano y de manera artesanal. Los efectos especiales resultado de las nuevas técnicas están pensados para impresionar a los sentidos, y el cine de época, aunque es cierto que parte de los sentidos, se dirige al intelecto. Podemos afirmar que el recurso a este tipo de efectos está en proporción directa con la falta de talento por parte del director para expresarse y para sugerir. En el Cine de Época el arte de la sugerencia, de la alusión, de la sutileza, de la referencia indirecta, es crucial.
   g) Ut pictura filmica, con el permiso de Horacio. Se observa en el Cine de Época, en el que acata los cánones, cierto esfuerzo consciente por aproximar el lenguaje fílmico al pictórico. El abandono de la plasticidad y calidez pictórica por esa reproducción tecnológica, fría y en serie,  proporcionada por la fotografía primero y, posteriormente, por el cinetoscopio , es considerado por el devoto del Cine de Época como un retroceso. Sí, es cierto que se trata de una herramienta comunicativa muy útil, pero la uniforme frialdad del acero o del plástico ofenden al buen gusto y, en tanto que facilitan una reproducción técnica sin límites, suponen una democratización de la obra de arte. No hay obra de arte sin unicidad, sin exclusividad. Lo que interesa al devoto del Cine de Época es el movimiento, siempre que sea pausado, de ahí que aquellos que dirijan filmes de esta naturaleza deban procurar que parezca que su obra es una sucesión de cuadros en movimiento. ¿Tienen algo que envidiarle a la pintura las escena de Una habitación con vistas en la que vemos una panorámica de Florencia atravesada por el Arno?
   h) Y, finalmente, el ropaje y vestimenta. Álvaro Pombo ha llamado certeramente la atención sobre la importancia de este elemento. Se lamenta el escritor de que en la época actual hayamos abandonado esa elegancia y suntuosidad en el vestir típicas de épocas pasadas por el cochambrosismo que trajeron consigo los Beatles y los hippies, esos requetataranietos del cínico Diógenes. ¡Y cuánta razón tiene Pombo! Tuve yo un amigo, o conocido, hace tiempo, que deseaba poder vivir algún día en Burgos sólo por el hecho de que la climatología de allí le permitiría llevar sobre sus espaldas la clásica capa española o capote, prenda, como se sabe, hoy relegada a otras funciones menos utilitarias. Un servidor confiesa experimentar un deseo similar en lo que respecta a la vestimenta de personajes como Cecil, George o Freddy, de Una habitación con vistas. Pero, ¡Olalá! ¿Qué decir del atuendo de las damas de entonces? ¿Qué decir de esos vaporosos sombreros reclinados con tanta gracia y encanto sobre esas cabecitas delicadas para evitar que el insolente sol, aprendiz de Zeus en las artes amatorias,  ponga sus libidinosos dedos sobre el níveo cutis alabastrino de estas diosas arias? ¿Qué decir del velo, cárcel de turgentes labios que, de otra manera, huirían en pos del encuentro con otros labios? ¿Qué de tanto corpiño y de tanto corsé, sádicos inquisidores de la apasionada carne? ¿Y de los corchetes, que imprimen en los dedos del amante el ritmo taquicárdico y apasionado propio de la juventud? Lucy Honeychurch, sí, esa dulce cebollita escarchada recubierta de mil capas que el impetuoso George podrá mondar, una por una, hasta alcanzar la más tierna y sonrosada pulpa, por fin, allí en la misma habitación del mismo hotelito de Florencia y con la ventana cerrada para evitar la mirada impertinente de los aficionados a la contemplación del disfrute ajeno.
   Con Eros hemos topado, amigo Sancho. ¿Hay realmente erotismo en las películas de época? Por supuesto. En Una habitación con vistas hay un par de escenas de cargado erotismo: la del baño de los tres hombres en el estanque y la de la señorita Charlotte oyendo con fruición la historia de la inglesa fugada con el italiano. A lo anterior habría que añadir la escena final en la que George mordisquea glotonamente los pechos de Lucy, sentados ambos en el alféizar de la dichosa ventana de marras. Pero creo que esto no es todo. Es necesario ir más allá. Si la esencia de lo pornográfico es la mostración explícita, el hacer pública una relación sexual, la esencia de lo erótico es la sugerencia. Pues bien, el atuendo y la vestimenta que más arriba he descrito, según mi parecer, están impregnados de un erotismo de una intensidad mayor que el que pueda haber en las escenas señaladas. Damos por supuesto que el valor e interés de una joya es directamente proporcional al número de envoltorios en la que se guarda.

HAYA EXCOMUNIÓN DEL GRUPO PARA TODOS AQUELLOS QUE NO ACATAREN LA ORTODOXIA REFERIDA.

   Dado a la imprenta (HP Deskjet F2180) a XV de iulius, en era del Señor de dos mille et XI.

Bohórquez

DEL LINAJE DE ATILA


   Hunos, vándalos, suevos, alanos, visigodos y ostrogodos, bárbaros todos, pasaron a través de las puertas de los Alpes como, según fuentes bien informadas, los elefantes suelen pasar por las cacharrerías: derribando, machacando y profanando. Allí por donde transitaban, según refiere la tradición –la malquista y malhadada tradición-, no volvía a crecer la hierba. Pero…, al cabo de unos años, apenas unas decenas de años, el fiero germano de hirsutas greñas había dejado de ser quien en un principio fuera. Había aprendido, de la noche a la mañana, que su desprecio e indiferencia iniciales por formas de cultura distintas a la suya era la respuesta natural de un entendimiento y de una sensibilidad aún sin desbastar. Pero, una vez que esta revelación disipó las tinieblas de su intelecto, el bárbaro dejó de serlo y se convirtió en un converso y, a partir de entonces, se dedicó a hacer lo que suelen hacer los conversos de todos los tiempos y lugares: defender con ahínco lo que con ahínco llegó a atacar. Así actuaron los bárbaros de entonces, atacando primero y defendiendo después.
   Algunos piensan que la barbarie es un fenómeno que ya no se prodiga en el mundo actual, que los pocos casos que nos muestra la TV se circunscriben a espacios del globo terráqueo afortunadamente muy distantes y distintos de este trasunto de Jardín de las Hespérides que forman los denominados países del primer mundo. Pero quienes así piensan se equivocan de pleno. Lo más característico de los bárbaros de ahora es lo bien que disimulan su condición de tales. Los bárbaros de ahora ni visten ni actúan como los de antes. Usan buenos perfumes, llevan el pelo cortado al cepillo, se depilan todo lo susceptible de ser depilado, corrigen hasta el más ligero defecto físico mediante la cirugía estética, visten ropa de marca, hacen suyas las causas más progresistas por la sencilla razón de que son progresistas, viven todo el día pendientes de la última chuchería electrógena y, sobre todo –posiblemente esto sea lo más característico de los nuevos bárbaros- se sirven de un lenguaje siempre impoluto y siempre políticamente correcto. En nombre de un progresismo mal entendido, los bárbaros de hogaño no dudan a la hora de encaramarse al tsunami de la globalización para así, mediante su tabla de surf segadora, arrasar con todo lo que huela a tradición, porque ésta  -la tradición- les molesta por la misma razón que lo moderno –lo último, la moda…- les fascina. Lo único que mantienen de la antigua y periclitada forma de la barbarie –de la tradición de sus ancestros, o sea- es el talante intransigente, que es el mínimo común denominador de todas las formas de barbarie.
    Pero, ¡vayamos al grano! La intransigencia específica de todas las formas de la barbarie es siempre el resultado de una falta de comprensión. Y, si el requisito para comprender es ver –o concebir, puesto que el término griego idea significa, literalmente, `lo que se ve´-, el requisito para ver es saber mirar. Es un hecho incontestable que un porcentaje muy alto de la población española niega que la tauromaquia pueda constituir un arte, y esto es algo que nos debería preocupar, pues, según nuestro humilde punto de vista, es este componente artístico lo único a lo que nos podemos aferrar para defender la legitimidad del espectáculo. La tradición, por sí sola, no justifica nada. De hecho, debe ser un motivo de orgullo para todos los hombres la eliminación de determinadas prácticas y usos que durante muchísimos siglos han formado parte de la tradición –explotación del hombre por el hombre, exterminio sistemático de la fauna salvaje, sometimiento de la mujer por parte del varón…-. Consideramos que sólo deben respetarse aquellas tradiciones que aporten algo positivo a la sociedad en su conjunto, como es el caso de la tauromaquia, posiblemente la tradición más enriquecedora que pueda haber hoy a nivel mundial. Pero retomemos el asunto de la mirada. Este fenómeno negacionista del que estábamos hablando es algo que no nos debe sorprender, pues, a fin de cuentas, no se trata de una cuestión que afecte a las corridas de toros con exclusividad. Son muchos los que se quedan completamente fríos tras oír el Réquiem de Mozart o tras visitar el Museo del Prado. Son muchos también aquellos que se emocionan cuando se sientan delante de la TV para recrearse con los chismes de unos y de otros o cuando contemplan el graffiti realizado por el gamberrete de turno sobre la famosa fachada barroca del casco antiguo. El gusto, como todo lo que atañe al ser humano, es algo que se puede educar y que se debe educar. La causa de que tantos no sean capaces de ver la belleza allí donde ésta comparece en todo su esplendor habrá que buscarla, por tanto, en una falta de educación estética –es decir, sensible-, en una frigidez motivada por un déficit formativo.
   Es necesario enseñar a mirar, pues sólo quien sabe mirar podrá ver. La causa principal de esta insensibilidad y ceguera del detractor de las corridas de toros es que en su visión se produce una interferencia al contemplar la corrida pertrechado de determinados prejuicios éticos o morales, completamente externos a lo estético. Y cuando esta interferencia se produce, la sensibilidad –aisthesis- o bien desaparece o bien se trueca en sensiblería. –El sensiblero es aquél que condena la crueldad de la corrida al mismo tiempo que da cuenta de un sabroso entrecot. El sensiblero piensa así: “Que se siga sacrificando animales para la alimentación, pero que yo no lo vea”-. El detractor interpone entre el objeto y la percepción sensible del mismo el cristal deformante de lo ético, y por ello contempla la realidad desde el prisma de lo que debe ser –o de lo que él considera que debería ser-, no desde el prisma de lo que de hecho es.  La experiencia estética sólo tiene lugar si se cumple con el requisito previo de dejar en suspenso los intereses y prejuicios, y esto es lo que los griegos llamaron, precisamente, theoría. La teoría es contemplación pura y desinteresada. Cuando practicamos la teoría el mundo comparece ante nosotros en su pureza virginal, tal como es en sí mismo y sin aplicarle esquemas previamente establecidos y ajenos por completo a la contemplación en sí. La mirada teórica es la mirada del niño, y por ello produce admiración y asombro. Ética y Estética son disciplinas que no siempre coinciden y, según se desprende de lo dicho hasta aquí, nosotros no estamos dispuestos a comulgar con el lema de origen platónico que niega el carácter estético a aquellos fenómenos que no se pliegan a los estrictos –por estrechos- criterios de lo moral –nulla esthetica sine ethica-. Sólo desde un moralismo intransigente y trasnochado se puede defender una proclama similar. Si aceptamos que lo Bello debe coincidir al dedillo con lo Bueno, entonces debemos estar dispuestos a mandar a la pira más del cincuenta por ciento de las obras literarias, pictóricas, escultóricas, cinematográficas y musicales. Otra cuestión es determinar, primero, qué es lo bueno y, segundo, si los criterios éticos –privativos del ámbito humano- son aplicables a la relación que los hombres puedan mantener con realidades no humanas.
   Es urgente, por tanto, educar en el difícil arte de ver, pues sólo así lograremos extirpar de las nuevas generaciones el germen de la intransigencia y de la intolerancia, que es, según hemos dicho, el germen de todas las formas de barbarie. Nuestra duda, ahora mismo, está en saber si llegará el momento en que los intransigentes de ahora imiten el gesto de sus ancestros, esto es, rendir pleitesía a las cenizas de lo que previamente incendiaron. Mientras tanto, habiendo tenido que presenciar el espectáculo bochornoso e hipócrita de la prohibición de las corridas de toros en Cataluña –hasta aquí queríamos llegar-, y mientras la duda se despeja, el único consuelo que nos queda es el siempre socorrido desahogo exclamativo: ¡Qué barbaridad!, es decir, ¡cuánta ceguera!

sábado, 16 de julio de 2011

MENÚ PARA INTELECTOS DESDENTADOS


   Acabo de leer una noticia que me ha puesto los pelillos de la cordillera dorsal como escarpias, aunque, la verdad sea dicha, no sé por qué me sorprendo de ciertas cosas a estas alturas. La noticia es la siguiente: Umberto Eco da a conocer que piensa aligerar su obra El nombre de la rosa para así hacerla más accesible al gran público. Más de uno considerará desmedido el hecho de que los medios de comunicación tomen en cuenta un asunto que sólo de manera tangencial roza el interés general, pero, en verdad, la noticia lo merece. Y lo merece por dos razones fundamentales:
   En primer lugar, porque esta novela de Eco, a diferencia de lo que ocurre con el ingente arsenal que cada año desfila por los escaparates de las librerías –casas de lenocinio de lo libresco- y por los estantes de los grandes centros comerciales –los polígonos de la referida práctica lenociniesca-, es una obra que gozó de una difusión completamente excepcional en su época, convirtiéndose en una suerte de objeto de culto que necesariamente era preciso adquirir, independientemente de que luego se leyera o no. Los treinta años transcurridos desde su publicación representan una garantía más que suficiente para que podamos afirmar sin temor a equivocarnos que El nombre de la rosa es uno de los pocos libros que han conseguido saltar las fronteras nacionales para convertirse en un best-sellers de influencia planetaria. Es preciso tener en cuenta, bien es cierto, que, de no haber existido la versión cinematográfica de J. J. Annaud, es muy probable que la situación hubiese sido otra. Muy pocas veces, dicho sea de paso, las adaptaciones cinematográficas de obras literarias suelen estar a la altura de éstas. En este caso, es incluso posible que el film haya superado a la novela.
   En segundo lugar –y sobre todo-, porque la noticia en sí implica una valoración tremendamente negativa, casi demoledora, de los sistemas educativos vigentes en los estados modernos. Lo que la noticia da a entender es que los actuales lectores potenciales de la obra de Eco no han sido preparados para poder obtener de la misma una comprensión y disfrute suficientes, que entre la obra y los posibles lectores de hogaño existe una brecha o cesura igual o mayor que la existente, según Platón, entre el mundo sensible y el mundo inteligible (chorismós). Es decir, que los estudiantes de ahora salen peor preparados de las aulas que los estudiantes de hace quince o veinte años. Así, por ejemplo, se nos informa de que Eco pretende simplificar el léxico, sólido y perfecto, (…) pero oscuro y denso como el misterio que investigan (…), además de agilizar algunos trozos y refescar el lenguaje. Y todo ello con el objetivo de democratizar el libro, hacerlo más accesible a los nuevos lectores; actualizar la novela para acercarla a las nuevas tecnologías y generaciones. Para más inri, la conclusión con que se cierra el texto no puede ser más demoledora: si no puedes educar al lector, simplifícale la vida. Es decir, que si no podemos vencer al enemigo –en este caso, la ignorancia, no los ignorantes- lo mejor es confraternizar con él. ¿Qué significado hemos de dar a eufemismos como simplificar, refrescar, agilizar, democratizar y actualizar? A buen entendedor, pocas palabras bastan. Y, gracias a Dios –o gracias a los muchos docentes que todavía no han claudicado-, buenos entendedores sigue habiéndolos. La duda está en saber hasta cuándo…
   La Filosofía, el Arte, el Latín, el Griego, la Literatura y la Historia son disciplinas que, a raíz de las continuas e improvisadas reformas educativas sufridas desde la época de la transición, comenzaron a convertirse en blanco de todo tipo de críticas: que si son saberes muertos, que si no sirven para nada, que si suponen un lujo que no nos podemos permitir… Con el paso del tiempo, el sistema educativo se ha ido decantando, cada vez más, del lado de lo práctico y funcional, es decir, del lado de esas disciplinas a las que hace unos siglos se aludía con el marbete de artes mecánicas o serviles. Las disciplinas liberales son las grandes perdedoras. Está meridianamente claro que a los dirigentes políticos, responsables de los distintos parcheos del sistema educativo a lo largo de los últimos años, sólo les interesa una cosa: formar especialistas, esto es, operarios y funcionarios –en el sentido literal del término: responsables de que las cosas funcionen-. El operario conoce lo justo que debe conocer para que el pequeñísimo ámbito de sus competencias funcione con fluidez, sin fricciones ni interferencias. Como toda su atención ha de estar focalizada en el mismo punto, cualquier consideración de disciplinas o sectores distintos al suyo sólo puede ser vista como una posibilidad de disipación de energías y como una merma de efectividad. Recuerden aquello de: “Quien mucho abarca, poco aprieta”. Pero…, ¿no supone la especialización excesiva una forma de ignorancia? Alguien dijo que el especialista es quien sabe mucho de muy poco y que el superespecialista es quien lo sabe absolutamente todo sobre absolutamente nada. ¡Chapó!
   Pero en el texto de la noticia hay un dato de especial relevancia que a punto hemos estado de pasar por alto: el papel de las nuevas tecnologías de la información y comunicación. No sabemos qué va antes, si la gallina o el huevo, la pescadilla o la cola. El caso es que el déficit formativo y la proliferación de chucherías electrógenas parecen hacer muy buenas migas ¿Cómo, si no, iba a ser posible que los jovencitos que se han formado al calor de las nuevas tecnologías de la información integren la generación más desinformada de la historia desde el punto de vista cultural? Hace un tiempo, El Roto publicó una viñeta que recoge de manera magistral el intríngulis del asunto. En esta viñeta se veía una cabeza humana de la que salían una serie de cables con el siguiente comentario: “Banda ancha para ideas estrechas. ¡La sinergia perfecta!” –o algo similar, ¡no me hagáis mucho caso!-. El disfrute de las viñetas de El Roto es motivo más que suficiente para que cada mañana nos acerquemos al quiosco en busca del diario El País. Aunque, como todos los genios,  nuestro ídolo tiene un defecto: es antitaurino.

   Los estudiantes de antaño tuvimos que dar cuenta de recios y consistentes solomillos cocinados mediante el expeditivo procedimiento del vuelta y vuelta. ¿Y cuál es el resultado de esta dieta espartana?: unos dientes relativamente fuertes y sanos. Los estudiantes de ahora, en cambio, acostumbrados como están a platos pasados por la turmi y predigeridos –los únicos capaces de circular por Internet y por el entramado neuronal de algunas mentes jivarizadas o  logsetomizadas-, no saben qué hacer con un chuletón como El nombre de la rosa. Diríase que muchos aún conservan los dientes de leche y que otros no han terminado de completar el proceso de la muda.

miércoles, 13 de julio de 2011

FERMÍN SEGÚN BOHÓRQUEZ



    Fermín  es licenciado en Filosofía –ésa disciplina a la que antaño era menester añadirle el remoquete de pura para diferenciarla de las Filologías y otras materias supuestamente afines- por la Universidad de Málaga. En la actualidad dedica su tiempo a la docencia, en calidad de  profesor de Lengua Castellana y Literatura, al estudio de la Filología Hispánica por la UNED, a la pedagogía doméstica y, cuando la musa no se muestra excesivamente estrecha a la hora de prodigar sus favores, a emborronar cuartillas con el concentrado eidético que noche y día destila su hiperactivo y vigoréxico majín. La relación que mantiene con la Filosofía sólo puede ser calificada de relación amor-odio. Supo de ella, con toda probabilidad, cuando apenas contaba  nueve tiernos añitos y a resultas de una lección magistral de la Señorita Pantxi referente a la estructura, configuración y carácter infinito del Cosmos. Asegura Fermín que, a raíz de las explicaciones de la susodicha seño, comenzó a contemplar la existencia como algo frágil y movedizo, siempre en inminente peligro de voltear o de ser engullido por las ávidas tragaderas del No Ser. Esa misma experiencia le hizo comprender, de manera intuitiva, y a pesar de su corta edad, cuál es la cuestión filosófica fundamental: ¿Por qué el Ser y no más bien la Nada? Desde entonces concibe la búsqueda de la Verdad como una práctica cinegética-lúdica-deportiva destinada a conjurar el vértigo que le suscita la Nada mediante la acumulación compulsiva de piezas –de verdades con minúscula- en esa sala de trofeos que es el entendimiento y, últimamente, en esas vitrinas destinadas a la exposición que son los libros.
   Considera Fermín –lo sabemos porque nos lo ha dicho- que la Filosofía es como una de estas personas que necesitan estar continuamente experimentando emociones intensas para sentirse realmente vivas. Según todos los indicios, a la Filosofía le iría la marcha. Tanto es así, que lo que más la pone es contemplar a sus adoradores en el momento en que le son infieles con otras. Quiere esto decir que es más viciosa que pura. A esta conclusión llegó el titular de este cuaderno de notas poco tiempo después de terminar sus estudios universitarios, cuando, obedeciendo al imperativo categórico derivado de la necesidad de aver mantenençia, hubo de abandonar el pináculo donde pajarean las volátiles ideas para instalarse en los bajos fondos de la existencia material. Licenciado en Filosofía por amor y, por paradójico que pueda parecer, adúltero por fidelidad a ese mismo amor, porque la Filosofía sólo parece vivir en la impureza, en su relación con lo otro, en la mezcolanza y en la promiscuidad. Si la queremos hallar en todo su esplendor –Fermín dixit-, hemos de rascar con el dedo del intelecto sobre la epidermis de fenómenos como la literatura, el cine, la música, las artes en general y en las novedades y acontecimientos del mundo contemporáneo. Y de esto, precisamente, es de lo que en verdad se va a tratar en las páginas de este modesto cuaderno de notas. Las esencias son como esos animalitos cuya presencia podemos presentir, oculta y agazapada, tras el espeso follaje de las apariencias.
   Así pues, la función que la Filosofía pueda desempeñar en las diversas notas de este blog en nada desmerece de aquella otra que, illo tempore, desempeñara la famosa y llorada Trotaconventos de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita: trotar de un lugar a otro, de una casa a otra, por mor de conciliar las voluntades desavenidas. De la mano de Doña Filosofía visitarán ustedes la casa de lo literario para después saltar al recinto privado de lo cinematográfico o al de lo musical. También bajarán al mercado donde se difunden los chismes de la aldea global y subirán a la torre del campanario para disfrutar de sus vistas panorámicas. Así ha de ser, porque, según hemos dicho, sólo una Filosofía promiscua y trotamentes será capaz de recolectar los frutos más granados de cada una de las referidas disciplinas. En este sentido, la función de la Filosofía sería eminentemente re-ligiosa.  
   Fermín, como tendrán ocasión de comprobar, tiene entre sus gustos el uso y abuso del estilo contorsionista-gongorino-kamasutresco, pese a  reconocer que el más difícil de los estilos es el que renuncia a toda esa parafernalia conceptista, culterana y modernista. También es consciente de que, en demasiadas ocasiones, los fuegos de artificios y de relumbrón son la fachada con que se trata de ocultar la falta de ideas. Pero, en todo caso, hemos de considerarlo como celestino de sintagmas desavenidos e improbables, como delator de eufemismos puritanos y tiquismiquis y, en suma, como mirón obseso de la vida íntima de las palabras. Y es que en el ámbito de la creación el mayor vicio es también la mayor virtud. ¿No es la metáfora, esa suerte de travestismo lingüístico, el fundamento último de todas las artes? Ciertamente, ningún otro instrumento que podamos concebir es capaz de proporcionar un placer similar al que nos proporciona una lengua utilizada como es debido (¿?). Quien tenga dudas acerca de lo que acabamos de afirmar, puede echarle un vistazo al texto de Julián Ríos que lleva por título La vida sexual de las palabras. ¡Una auténtica joya! Aquí podremos contemplar las palabras en cueros vivos entregadas a la práctica kamasutresca que les prescribe la Retórica. Aquí podremos contemplar, en suma, el verbo hecho carne.

Bohórquez     
  

viernes, 8 de julio de 2011

LOS DEMASIADOS LIBROS


   Los demasiados libros, de Gabriel Zaid, es el título de lo último que he leído. Antes de empezar esta reseña he de advertir que la lectura comenzó siendo lectura de sillón orejero para terminar convertida en lectura de toalla piscinera. Esta advertencia, aunque no lo parezca, tiene su importancia, dado que contiene un juicio de valor implícito. Me explico: estoy convencido de que la mejor manera de determinar el valor de un libro es atender al lugar donde éste es susceptible de ser leído y, sobre todo, a la postura que en dicho lugar se suele adoptar. Es muy probable que toda la Crítica Literaria pueda ser reducida a una cuestión de simple y elemental trigonometría. Podemos leer reclinados sobre nuestro sillón favorito, tumbados en la cama, sobre la toalla de la piscina, en la sala de lectura de la biblioteca municipal formando un incómodo ángulo de 85º -es decir, clavando los codos sobre la mesa- o en la playa, bien tumbados sobre una hamaca impregnada de churretes de dudosa procedencia, bien sobre una toalla depositada directamente en la arena. Y…, bueno, sí, también se puede leer en el váter. De hecho, conocemos el caso de un letraherido que afirma haber despachado todo el Barroco Español aprovechando el rato diario de aislamiento y sosiego derivado de la necesidad de cumplir con el inexorable imperativo de las vísceras. ¡Curiosa manera de vincular lo escatológico fisiológico con lo escatológico trascendental! Ergo: lugar y postura son determinantes a la hora de juzgar un libro. Un Quijote, un Crimen y Castigo y un Viaje al fin de la noche piden sillón orejero; los mamotretos sobre Derecho Civil, sobre Psicología Clínica y sobre Gramática Histórica reclaman esa suerte de lecho procústeo que son las sillas de las bibliotecas; la poesía –más la contemporánea que la clásica- reclama la bucólica compañía de Bellavista…; y, ¿qué reclama un Federico Moccia? Está más que claro: una buena toalla de playa –además de un estómago a prueba de bombas, claro está-.
   ¡Pero, vayamos al grano! De esta pequeña digresión –digna de ser retomada más adelante- se desprende que el libro de Gabriel Zaid promete mucho más de lo que realmente ofrece. A pesar de que no se puede comparar con un Federico Moccia, a pesar de que contiene algunos elementos de valor que podrían ser aprovechados como sólidos puntos de partida para desarrollos y ampliaciones alternativas, no nos queda otra que colocarlo en el humilde escalafón de las lecturas de verano, que son ésas que se hacen cuando no tenemos nada mejor en que ocuparnos. Las lecturas de verano, para quien no lo sepa, se suelen adquirir en los grandes centros comerciales, tipo Carrefour, y en los dispensarios de combustible fósil altamente contaminante. Así que…, ¡cuidado con los empachos y con el efecto invernadero, que pueden provocar una leve hipoxia en el cerebro que haga de la cópula de la sinapsis un fenómeno altamente improbable!
   Imagínese que tiene un amigo que presume de ser habilidoso en el arte de alagar las papilas gustativas y que este amigo le invita a comer en su casa. Imagínese que, por mor de mejor disfrutar del banquete, hace usted lo que se suele hacer en estos casos: ponerse a dieta cuarenta y ocho horas antes. E imagínese que por fin llega la hora, que se sienta ante la mesa sintiéndose el mismo perro de Pavlov y que, ¡alehop!, el susodicho amigo levanta por fin esa campana metálica que suelen verse en las películas y que sirven para custodiar las viandas de comensales no deseados ni invitados. ¿Y qué es lo que encuentra allí?: un puñadito de huesos mondos y lirondos con cuatro restos de carne que han conseguido sobrevivir al ataque gracias a que encontraron refugio tras el inexpugnable bastión que suponen los huesecillos del pescuezo. ¿Se lo imagina? Bien, pues algo similar a esto es lo que un servidor ha experimentado como consecuencia de la lectura de Los demasiados libros. Se trata de un texto que, como el anfitrión de la historia, promete mucho y ofrece bien poco. Tras acabar la lectura, no podemos evitar la sospecha de que el anfitrión-autor nos está ofreciendo los restos de un festín del que sólo él ha podido disfrutar.
   El texto de Gabriel Zaid es una orgía de datos estadísticos, de promedios, de porcentajes y de probabilidades. Básicamente, se limita a analizar el asunto del incremento exponencial de obras impresas –al que considera como una suerte de enfermedad mórbida- desde la óptica de lo cuantitativo y utilizando una metodología eminentemente matemática. Y ya sabemos lo que ocurre con esa pseudorrealidad caquéctica y anoréxica que es el número: que le falta sustancia y, por ende, sabrosura. Para poder disfrutar de un lebrillo de lechazo como Dios manda, con su salsita y sus especies aromáticas, hemos de confiarnos al buen hacer de un equipo que esté dirigido por la abuela Filosofía e integrado por las tías maternas la Psicología, la Antropología, la Sociología, la Historia y la Estética.
   Ahora bien, la carne de pescuezo tendrá muy mala prensa, pero también dicen que es de las más sabrosas. En Los demasiados libros podemos encontrar algunos –pocos- pedacitos que, dado su intenso sabor, pueden ser utilizados para elaborar un buen caldo o unas buenas croquetas caseras. Vayamos picoteando:
   “La personalidad única de cada lector (…) se refleja en su biblioteca personal: su genoma intelectual”.
   “Toda biblioteca personal es un proyecto de lectura” (citando a José Gaos).
   “Tener a la vista libros no leídos es como girar cheques sin fondos: un fraude a las visitas”.
   “Bajo el Imperativo Categórico de Leer y Ser Culto, una biblioteca es una sala de trofeos”.
   “Alguna vez propuse un guante de castidad para los autores que no se puedan contener”.
   “Quizá, por eso, la medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en que nos dejan”.
   Y poco más.

   Continuando la metáfora culinaria, con unos restos así yo hubiese preparado otro plato bien distinto. He aquí la receta: 
      Causas de la proliferación malsana de los libros:
   -Causas   psicológicas. La  situación  de ingravidez  que  reina en el  interior  de  la
 mente humana como factor que propicia la cópula conejil de las ideas. La letra impresa como consecuencia de lo anterior. Ya se sabe…: sin fricción no hay sobrecalentamiento y sin sobrecalentamiento no hay averías. La compulsión bibliofílica, consistente en la necesidad de acumular libros que sabemos que nunca vamos a leer, sería un factor relacionado con lo anterior y de una relevancia similar.
   -Causas  mágico-religiosas.   Todos  los  mortales  experimentan   una   veneración prerracional por la letra impresa. Recuérdese aquello de verba volant, scripta manent o, para aquellos que han tenido la mala suerte de padecer en las carnes de su espíritu el temido proceso de logsetomización, eso otro de lo que suelen echar mano tantos hijos de vecino cuando nuestra palabra les resulta poco fiable: ¿Y dónde está escrito eso que tú dices?   
   -Causas económicas. Los auténticos responsables  de la  proliferación malsana   de letra impresa son los directivos de las grandes empresas editoriales y, de manera derivada, los responsables del marketing. Los libros que se editan atendiendo al criterio de lo comercial (el 99,5 % del total, aproximadamente) son los que realmente sobran. Los más necesarios son los que el autor tiene que sufragar de su bolsillo.
   -Causas  teológicas. Desde  que Adán  mordió la   manzana –aunque  realmente  se trataba de un higo- gracias a la impagable iniciativa de Eva, el ser humano tiene que estar continuamente luchando contra la tentación. El arte en general, y la escritura en particular, son actividades, en cierto modo, luciferinas, pues, ¿qué es la creación artística sino un cuestionamiento y denuncia de la obra de Dios? Los cientos de miles de volúmenes que cada año se publican en el mundo son los ladrillos que el hombre necesita para levantar la torre de Babel definitiva. Lo cual significa, ¿cómo no?, que las editoriales y los polveros tienen más cosa en común que las que a simple vista nos pueda parecer. A esto mismo se refirieron los griegos con el concepto de hybris –soberbia-.
   Medidas para paliar el problema: 
   -Fomentar la edición digital en forma de blogs y páginas webs. Se trata de una     terapéutica inspirada en la medicina homeopática. Si el problema es el exceso, sólo mediante el exceso podremos hallar una solución. Cuando el universo entero se halla convertido en un inmenso texto, tal como soñara Borges, el problema se habrá acabado, pues habrá tanta información disponible que ya nadie le prestará atención. De hecho, así es como funciona actualmente la censura: por exceso de información.  
   Y…Bueno, no sé. Es cuestión de sentarse un rato a pensar.

   De todas las maneras, debe quedar claro que los libros que el bibliófilo pueda poseer en su biblioteca particular nunca serán demasiados. A diferencia de lo que ocurre con las necesidades fisiológicas, la necesidad de comprar libros no disminuye como consecuencia de la adquisición periódica de un buen número de ejemplares, ocurre más bien que se incrementa.      
  
   ¡He dicho!

jueves, 7 de julio de 2011

DECLARACIÓN DE INTENCIONES

DECLARACIÓN DE INTENCIONES

   Aquellos que son aficionados al cine –al buen cine, se entiende- recordarán aquella escena de Ciudadano Kane en la que vemos al protagonista, Charles Foster Kane, que, habiendo adquirido el diario Inquirer -¿se escribe así?- mediante el procedimiento de la opa hostil, se ve en la necesidad de hacer pública sus intenciones en la portada de la edición del día siguiente a la adquisición. Se recordará también que unos años después uno de sus colaboradores más cercanos, en vista del cariz que el jefe estaba imprimiendo a sus negocios, se siente en la obligación de recordarle el contenido de la referida Declaración. ¿Cuál sería la moraleja de la historia? ¿Quizás que los principios y las intenciones están para traicionarlos?
   Sea cual sea la respuesta, este blog nace con la pretensión de mantenerse fiel a los siguientes principios y propósitos:
   1.- EL VERBO Y LA CARNE, éste es el nombre que hemos elegido para bautizar nuestro blog. ¿Por qué este nombre y no otro? Pues porque resulta lo suficientemente ambicioso como para abarcar el amplísimo espectro de nuestros intereses. Es evidente que en esto hay una alusión al bíblico: y el verbo –o logos- se hizo carne… El Verbo como equivalente al espíritu y a lo universal –idea, mente, intelecto- y la Carne como equivalente a  la materia concreta –vida, cuerpo, instintos, deseo, voluntad…-. Optar por el Verbo significa optar por una explicación omniabarcante de la realidad de orientación idealista (que va de arriba hacia abajo). El resultado es el platonismo, el cristianismo y el racionalismo-idealismo. Optar por la Carne significa elegir una explicación, igualmente omniabarcante y totalizadora, de orientación materialista-vitalista (que va de abajo hacia arriba). El resultado de esta línea es el materialismo de Demócrito y de los epicúreos y el voluntarismo que colapsa en la línea de pensamiento que va de Schopenhauer a Freud, pasando por Nietzsche. Como nosotros nos decantamos por esta segunda interpretación, lo razonable sería que hubiésemos elegido un marbete en el que el término Carne apareciese en primer lugar, algo así como: LAS CARNES DEL LOGOS. Esto hubiese sido lo lógico, cierto, pero…¡es que son muchas eses para un andaluz!
   De todas las maneras, es importante dejar claro que nuestra Biblia personal comienza con estas contundentes y categóricas palabras:
Al principio fue la Carne, la Carne,
celeste Carne (con el permiso de R. Darío),
pero la Carne se hizo Verbo.
    2.-  Crear un lugar de encuentro para disciplinas como: literatura, pensamiento, cine, música, temas de actualidad, tauromaquia y cualquier otro asunto que nos pueda resultar medianamente atractivo. Desde el exclusivo mundo de las bellas artes –que, como todo el mundo sabe son ocho- hasta los más pedestres y comunes temas de actualidad, éste es el itinerario que le hemos marcado a nuestro blog. Bonum –et verum et pulchrum- est diffusivum sui (lo bueno –lo verdadero y lo hermoso- tiene tendencia a la difusión) decían los filósofos escolásticos. Pero en el mundo de las ideas y de las palabras la condición para que esta difusión-reproducción pueda llegar a feliz término es idéntica a la que encontramos en el ámbito de la biología: la fecundación. ¡Sea este cuaderno el picadero de las referidas disciplinas! ¡¿Quién sabe si, de tanto juntarse las unas con las otras, terminan convertidas en trasuntos de conejas paridoras?!
   3.- Favorecer una cierta rutina y una cierta constancia en la escritura. Cualquiera que escriba con cierta regularidad sabe que con la escritura ocurre como con la gimnasia: si se la deja durante demasiado tiempo, luego cuesta la misma vida recuperar el ritmo y el tono al que estábamos acostumbrados. Se trata, por tanto, de mantener activo el músculo de la escritura con el fin de evitar los temidos gatillazos creativos que de vez en vez se apoderan de todos los que somos aficionados a emborronar cuartillas.
   4.- Crear un plantel o semillero de  proyectos del que el día de mañana, a través de un proceso de evolución natural, podamos obtener plantas más robustas y cargadas de suculentos frutos.
   5.- Crear un soporte y un medio de expresión para nuestros escritos de tipo circunstancial, que son esos que, por razones diversas –dispersión temática, espontaneidad creativa…- difícilmente pueden aspirar a una edición convencional. De esta manea matamos dos pájaros de un tiro: por una parte, conseguimos drenar el veneno que las ideas retentas destilan en las venas del espíritu y, por otra, accedemos a una suerte de sucedáneo de publicación que, pese a su futilidad, ¡no vean ustedes cómo consuela! Gerardo Diego distinguió en su producción entre una poesía de bodega –la circunstanciada- y otra de azotea –la pura-. De igual modo, nosotros aspiramos a convertir este blog en una modesta bodega de puertas abiertas para amigos y todos aquellos que tengan a bien visitarnos. Se recomienda un consumo responsable, dicho sea de paso.  
   6.- Fustigar las conciencias por mor de arrancarlas del sueño del que viven presas a la espera de la consumación de los tiempos...; aportar el antídoto necesario para contrarrestar el efecto estup(i)faciente que produce tanto opio como se nos administra a diario vía mass-media…; introducir conceptos densos y grávidos en un ámbito –Internet- caracterizado por su liviandad y por su frivolidad…; hacer comprender que hay vida más allá –y más acá- de esta burbuja de cristal, trasunto de la caverna platónica -donde vivimos presos- y que ha sido forjada por el insaciable Dios Mercado…; suministrar un potente purgante con que paliar, dentro de lo posible, el empacho crónico que nos producen todas esas gominolas psicodélicas y todas esas chucherías electrógenas con que habitualmente se nos ceba…; reproducir las mismas condiciones que hicieron posible la conversión del príncipe Siddhartha Gautama –un niño consentido, mimado e ignorante de las cosas del mundo- en Buda –literalmente, `iluminado´-…
   7.- Reflexionar sobre la naturaleza de los medios de comunicación, en general, y de Internet  y del blog como herramienta, en particular. Éste será, si los hados nos resultan favorables, un blog autorreferente y ensimismado, esto es, un blog capaz de tomarse a sí mismo como objeto de reflexión. 
  
   ¿Ambicioso?...¿Pretencioso?...¿Iluso?...El tiempo nos sacará de dudas.

7 de julio de 2011