Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena, y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico dice: “¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted, el lirio que florece en la orilla.” Y el pobre reza: “Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre.” Natural. El día en que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la Humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la Gran Revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista puro?
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El hombre asumirá como propia la meta de dominar sus emociones y elevar sus instintos a las alturas de la conciencia, de tornarlos transparentes, de extender los hilos de su voluntad hasta los resquicios más ocultos, accediendo de este modo a un nuevo plano.
El hombre será inconmensurablemente más fuerte, más sabio y más sutil; su cuerpo se tornará más armónico, sus movimientos, más rítmicos, su voz, más melodiosa. Los modos de vida serán intensos y dinámicos. El ser humano medio alcanzará la categoría de un Aristóteles, un Goethe, un Marx. Y sobre este risco se alzarán nuevas cimas.
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El primer texto es un fragmento de una entrevista que el Diario La Voz le hizo a Lorca en el año 36. El segundo, que tomamos del libro Errata, de George Steniner, reproduce las ideas de Trotsky en relación al futuro de la humanidad tras el triunfo de la revolución. Se habrá observado que ambos tienen un denominador común: el convencimiento de que con el socialismo se iniciará una nueva etapa en la historia de la humanidad en la que todo el mundo tendrá las necesidades básicas cubiertas y en la que, como consecuencia de lo anterior, todo el mundo podrá –y querrá- dedicarse al cultivo y perfeccionamiento de su dimensión espiritual. Y lo cierto es que ambos tienen razón -Primum vivere, deinde philosophare-. El hambre y la necesidad siempre han sido los grilletes y las cadenas más poderosos. El pensamiento del hambriento es un pensamiento de corto alcance y de andar por casa, un pensamiento que se desenvuelve entre los estrechos márgenes de la inmediatez, del aquí y del ahora. ¡Miel sobre hojuelas para los poderosos! Lorca y Trotsky, por tanto, tienen razón. Pero…Tener cubiertas las necesidades básicas es condición necesaria para que el Espíritu pueda levantar el vuelo, es decir, para que el humilde pollo de corral pueda metamorfosearse en lechuza de amplios ojos escrutadores, pero, mucho nos tememos que no es condición suficiente. Las cosas no suelen ser tan simples. Si A, entonces Z, así es como razona el uno y el otro. Lo correcto sería decir: Si A, B, C, D y E, entonces Z. Hemos de hablar, por tanto, de estas premisas no contempladas. ¿Con qué otros factores hemos de contar para que se produzca la tan deseada metamorfosis sublimadora? Ésta es la cuestión.
En El malestar en la cultura, obra publicada en 1930, Sigmund Freud nos ofrece una explicación de por qué la infelicidad es un factor inherente a toda forma de cultura. Según el médico vienés, la razón principal es la siguiente: la cultura es el resultado de la imposición del principio de realidad –principio de conservación, satisfacción retardada, restricción del placer, trabajo, productividad, seguridad- sobre el principio del placer –satisfacción inmediata, placer, juego, espontaneidad-. Si queremos seguridad, el precio es la frustración; si queremos satisfacción, el precio es el peligro. Hippie muerto de sobredosis o yuppie convertido en carne de psicoanalista, esta parece ser la disyuntiva. Pero de lo que realmente se trata es de la eterna dialéctica Eros-Thanatos.
A pesar de que Freud da por sentado que la infelicidad es un ingrediente fundamental de la cultura, no por ello cierra las puertas a la esperanza. Veamos. Según Freud, las causas de la infelicidad humana son de tres tipos: a) la decadencia de nuestros cuerpos, b) el tremendo poder de las fuerzas naturales, y c) la dificultad de regular de manera eficaz las relaciones con nuestros semejantes. Durante la mayor parte de la historia estos factores han tenido un peso tan aplastante que el hombre nada ha podido hacer para oponerse a ellos. No existía otra opción que el sometimiento incondicional. Ahora bien, parece evidente que la situación del hombre contemporáneo no es la misma que la del hombre del pasado. La situación parece haber cambiado a raíz de la Revolución Industrial. El trabajo y el desarrollo técnico, resultados ambos de la imposición del principio de realidad, han creado las condiciones necesarias para hacer que estas causas de la infelicidad pierdan fuerza y protagonismo. El desarrollo técnico y científico ha hecho posible una mejora considerable en lo que respecta a las relaciones humanas y, sobre todo, en lo que respecta al vencimiento de las fuerzas naturales. Sólo la decadencia de nuestros cuerpos, a pesar de los muchos adelantos experimentados, continúa representando una resistencia invencible. Así pues, las condiciones para que se produzca una relajación de la represión y el correspondiente aumento de la felicidad entre los individuos están dadas. ¿A qué esperamos los seres humanos para dar el paso que nos conduzca hacia una nueva etapa menos restrictiva y, en consecuencia, más benévola y placentera?
1953. Herbert Marcuse, representante de la segunda generación de la Escuela de Francfurt, y miembro eminente de la corriente freudomarxista junto con Erich Fromm y Wilhem Reich, publica su libro Eros y civilización. Se trata de una obra en la que el gran gurú del 68 francés asume plenamente los planteamientos y las ideas desarrolladas por Freud en El malestar en la cultura para, acto seguido, injertarlos en el tronco de la doctrina marxista. En realidad, el freudomarxismo no es otra cosa que un esfuerzo por superar y solventar el vacío del marxismo en materia de antropología y, sobre todo de psicología, un vacío que, en opinión de los pensadores referidos, ha de ser visto como la principal causa de que las previsiones de la teoría marxista no se hallan cumplido. ¿Cómo es posible que las contradicciones internas del sistema capitalista no hayan desembocado en una revolución de la clase trabajadora a nivel mundial? La respuesta de Marcuse es la siguiente: porque en los países más desarrollados la burguesía capitalista ha sido lo suficientemente inteligente como para integrar a la clase trabajadora en la esfera del crecimiento y del consumo. Henry Ford, por ejemplo, se dio cuenta de que para aumentar la producción y los beneficios es imprescindible contar con el proletariado. Antes la función del operario era la de producir una serie de artículos que, por lo general, iban destinados a otros. Ahora, en cambio, el obrero ha de desempeñar la doble función de productor-consumidor.
Ahora bien, ¿cómo se consigue esta suerte de alienación dentro de una misma clase y dentro de una misma persona? En un principio, mediante el bombardeo publicitario masivo y sistemático; a continuación, mediante la generalización del sistema de compra a crédito; finalmente, mediante la generalización de la obsolescencia programada en tanto que principio nuclear de todo el sistema productivo. Pero la clave de todo el proceso parece estar en la publicidad y en el marketing, puesto que son los responsables de generar el estado de conciencia necesario sobre el que se sustenta todo el sistema: convencer a la población de que las necesidades básicas no se limitan al comer, beber, tener abrigo, poseer una vivienda en propiedad, disfrutar del descanso y de las relaciones sociales, etc. ¿Cómo nos vamos a conformar con tan poco? Es preciso tener la nevera llena hasta los topes, es preciso vestir las mejores prendas, es preciso tener la mejor casa de la localidad y una segunda residencia de veraneo, es preciso tener el vehículo más potente, la TV más grande, el teléfono móvil más chico y el último modelo de cada cosa. Y, como la mayoría no nos conformamos con lo necesario, hemos de dedicar la mayor parte de nuestro tiempo, la mayor parte de nuestro dinero y la mayor parte de nuestras energías a producir para después gastar.
Lorca y Trotsky se equivocaron por partida doble. En primer lugar, porque el bienestar material no vino de la mano del comunismo, sino del liberalismo. En segundo lugar, porque no tuvieron en cuenta que los seres humanos somos unos jodidos inconformistas, unos niños mimados y caprichosos capaces de desearlo todo y de no conformarse con nada. A través de los medios de comunicación, los tentáculos del poder, han conseguido inocularnos en las venas del espíritu el bacilo del temido Síndrome de Peter Pan, lo que ha hecho de nosotros unos eternos menores de edad, lactantes asidos de esa teta siempre repleta que nos ofrece el dios Mercado.
La TV y el Internet, medios que todo el mundo asocia con la libertad y la autonomía, son en realidad los más potentes instrumentos de sometimiento y de esclavitud. Hoy en día no es necesario utilizar grilletes ni yugos para someter a los más débiles. Hoy en día ni siquiera es necesario invadir un país para explotar sus recursos. Hoy en día se esclaviza y se explota igual que hace siglos, pero de una manera mucho más eficaz a la par que sutil, desde la distancia, sin necesidad de abandonar la seguridad y el confort de los despachos.
Así que:
¡Rompe la pantalla del televisor, rompe la pantalla del PC, date de baja de todo aquello de lo que puedas prescindir, tira el móvil en la primera alcantarilla que encuentres, evita la tentación de pedir un crédito a tu banco, no permitas que los mercaderes mancillen con su aliento pestilente ese sagrado recinto que es la escuela de tus hijos…, porque hay vida fuera de los grasientos engranajes de esta maquinaria infernal! ¡Deja de comportarte como el mismísimo perro de Pavlov al contemplar la última chuchería que pende del anzuelo y asume tu condición de persona! ¡Ya está bien! ¡Desconecta y libérate!
Un regalo para la despedida:
Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca meramente como un medio.
Kant
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