lunes, 28 de mayo de 2012

LAS "ANTITAUROMAQUIAS" DE MANUEL VICENT


   Hace unos años, comenzamos a redactar una breve reseña sobre la Antitauromaquia, de Manuel Vicent, pero el proyecto quedó truncado nada más nacer por una cuestión de conciencia. Nuestro trato con este texto nunca ha pasado de ese ligero ojeo –y hojeo- que se suele hacer en las librerías cuando se sale a la caza de nuevos ejemplares para nuestra sala de trofeos y…, claro, ¿cómo hacer la reseña de un libro que no se ha leído si no es dejándose condicionar por los propios prejuicios o por la propia apariencia del asunto? Es ésta la causa de que decidiéramos abandonar el proyecto y dedicar nuestro tiempo a otros menesteres.
   Estas son las pocas líneas que en su momento logramos articular sobre la obra en cuestión:

   Hemos considerado que “Juan Belmonte, matador de toros”, es el mejor libro sobre temática taurina escrito hasta la fecha. Pues bien, su complemento antagónico sería este otro que ahora glosamos: “Antitauromaquia”, de Manuel Vicent. Sin pretender entrar a valorar la calidad y valía literaria del escritor valenciano, nos parece que este libro suyo es un ejemplo paradigmático de esa visceralidad de la que más arriba hablábamos en relación a la crítica de ciertos detractores, con el agravante, además, de que la crítica que pueda contener aparece sazonada con un plus de mal gusto ramplón, escatológico a veces, que la deslegitima de entrada. Quiere esto decir que la ofensiva de M. Vicent no parte principalmente de la razón y del intelecto, sino de los propios intestinos. No presenta argumentos, no razona, no justifica. Se limita, más bien, en explícita imitación de la táctica defensiva de ciertos pájaros, a regurgitar sobre el rostro del enemigo atacante la plasta hedionda procedente de sus vísceras. El libro es, literalmente, y con perdón por la expresión, una “cagada” de su autor, y ello en un triple sentido: 1) algo que sale muy mal, 2) producto de las vísceras, que no del intelecto, y 3) ofensa y desconsideración hacia el mundo taurino que ha de interpretarse bajo la forma del tradicional “me cago en…”.
   El libro, pues, rezuma mal gusto por los cuatro costados debido a que es el fruto del resentimiento más visceral.

   El asunto quedó completamente olvidado durante un tiempo, concretamente hasta el pasado año, que es cuando me tropiezo con un artículo del mismo autor que llevaba por título El clarín. Lo leí varias veces, por activa y por pasiva, del derecho y del revés, obteniendo como resultado una molesta sensación de dejà vu. Fue entonces cuando comencé a sospechar que los prejuicios que me habían llevado a redactar el texto de más arriba tenían cierto fundamento. Y, como no pude evitar la tentación de la réplica, redacté unas líneas que, con el título de Sordina para el clarín del Sr. Vicent, dirigí a la sección Cartas al Director, del Diario El País y que, evidentemente, no tuvieron a bien publicar. Son éstas:

   Al Sr. Vicent no se le pueden negar las virtudes de la perseverancia y de la puntualidad. Fiel a la cita, el pasado domingo día 8 hacía pública su anual diatriba contra la Fiesta Nacional.
   Dejando al margen la bosta bovina, los regueros de sangre, las moscas zumbonas y el sahumerio de los habanos –elementos cargados de emotividad subjetiva que nunca faltan en su habitual caracterización de la Fiesta-, nos interesa llamar la atención sobre algo que ya no cuenta con la excusa de la insoslayable subjetividad: la deficiente trabazón interna de su discurso. En síntesis, viene a establecer que el desinterés mayoritario hacia la Fiesta constituye la prueba palpable de que ésta ha perdido la batalla en el terreno de la estética. Pero, ¿no es cierto que esta misma regla nos llevaría a negar valor estético a los más selectos frutos de la denominada alta cultura, dado que, de igual modo, carecen del reconocimiento y de la aceptación de la mayoría?
   La fiesta de los toros está herida –en buena medida, por culpa de los propios actores protagonistas-, pero, afortunadamente, los aficionados contamos con el consuelo de poder decir aquello de: “Siempre nos quedará París”.

   Y nuevamente el asunto quedó relegado a un ultimísimo plano, eclipsado por otras cuestiones más candentes y perentorias.
  Pero todo vuelve…El pasado 6 de mayo el Sr. Vicent nos obsequia con su libelo anual, esta vez con el título La marca. Y, ¿quién se resiste a entrarle al trapo? Nuevamente hemos de dejar al margen las inevitables moscas, los inevitables vómitos de sangre y la inevitable caspa del casticismo, para atenernos a lo sustancial del texto: la imagen que España proyecta hacia el extranjero está mediatizada por el deleznable espectáculo de lo taurino, lo cual, al parecer, es algo consustancial a nuestra particular idiosincrasia. Y es tan consustancial, que la derecha castiza del lorailo-lailo (todos los aficionados a los toros son de derechas, incluidos Lorca y Joaquín Sabina), no contenta con torturar y asesinar a pobres animales indefensos, ha decidido ejercitar su sadismo atávico sobre los lomos de ese manso que es la ciudadanía (siempre de izquierdas). El artículo, como siempre ocurre cada vez que el Sr. Vicent aferra con fuerza la pluma para su anual desahogo, incurre en los tradicionales vicios del simplismo, la generalización y, ¿cómo no?, el subjetivismo más visceral. El único mérito del escrito es el eficaz uso de la metáfora taurina para explicar la delicada situación de la ciudadanía en estos momentos de crisis. Lo cual demuestra, ¡por cierto!, que ni siquiera los más furibundos detractores de la Fiesta Nacional son capaces de desprenderse de un arquetipo que todos llevamos grabado en lo más profundo de nuestro inconsciente colectivo.
   Las cosas no se deben dejar a medias. Una vez empezada la faena es preciso rematarla.
   Hace unos días decidimos internarmos en la jungla del Internete en busca de nuevas pruebas de los vicios nefandos del Sr. Vicent. Una vez más hemos de obviar la irrenunciable cuota de subjetivismo que siempre acompaña a las obras humanas, así como el habitual pateado del Diccionario y de la Semántica misma, tan habitual entre los representantes del movimiento animalista, para centrarnos en lo sustancial de estos escritos.

   Uno de los más celebrados es aquél en el que, tras la correspondiente batería de argumentos sofísticos, concluye rizando el rizo de la perversión lógica al establecer un paralelismo entre tauromaquia y canibalismo. Admito que el toreo sea un arte si a cambio se me concede que el canibalismo es gastronomía, viene a decir. O sea: sólo si p (canibalismo) es q (gastronomía),  r (tauromaquia) podrá ser s (arte). No hace falta estar familiarizado con las leyes de De Morgan, Modus Ponens, Modus Tollens, Transitividad y otras para darse cuenta de que el argumento es sofístico a más no poder, es decir, pura pirotecnia verbal. Pero resulta que la debilidad del argumento, además de formal, es también material, esto es, de contenido. Tenemos la impresión de que la imagen que el Sr. Vicent maneja del canibalismo en poco o nada se diferencia de la difundida por las películas de Hollywood: indígenas con taparrabos danzando alrededor de un caldero enorme en cuyo interior se cuece dignamente un pobre y desvalido explorador europeo. Evidentemente, el canibalismo no es un fenómeno que esté al servicio de la alimentación.[1] El canibalismo no es gastronomía porque es mucho más que esto: un ritual religioso y sagrado que, partiendo de la función primaria de la alimentación, busca ante todo la comunión con el espíritu de los antepasados, con el Dios-tótem o, en algunas ocasiones, con el carisma y la fuerza de los enemigos vencidos en la batalla. La relación entre canibalismo y gastronomía es la misma que pueda haber entre tauromaquia y un reality de la TV. Así pues, el toreo, como el canibalismo, es básicamente un ritual sagrado. Y, ¿no es el rito el fundamento de todo arte?
  
   En el artículo del 2 de mayo de 2004 sólo hay una metedura de pata digna de mención. El resto es más de lo mismo –o sea, moscas, muchas moscas…-:  creemos que ignorarlo todo sobre la lidia supone un paso en el refinamiento del espíritu. ¡Ole, ole, y ole! No es sólo que se considere la ignorancia como una vía de acceso al refinamiento espiritual, sino que aquí huele a seminario. ¿Considera acaso el Sr. Vicent que el pensamiento puede verse contaminado de alguna manera por lo pensado? Y, ¿cómo ha de lograrse esta ignorancia, de manera voluntaria o por imposición censora? Lorca, quien dijo de los toros que se trata de la fiesta más culta que queda actualmente en el mundo, debía de padecer de un acusado déficit en cuanto a refinamiento espiritual y a sensibilidad se refiere, ¿o no?

   En un artículo de 2006, del que no tenemos ni título ni fecha exacta, las meteduras de pata hasta el corvejón son clamorosas.
   Primera: La estética de masas ahora se congrega alrededor de unos héroes que son campeones de motos, de fórmula 1, de rallies, de baloncesto, de tenis, de golf, de fútbol…Tratándose, como resulta obvio, de una variante del argumento presentado en el artículo más arriba comentado –El clarín-, nuestra respuesta ha de limitarse a la siguiente pregunta: ¿y…? El criterio de la mayoría para lo que ha sido establecido: para elegir a nuestros representantes políticos, y punto.
   Segunda: Este espectáculo baja varios niveles más en la degradación cuando abandona las plazas oficiales y se convierte en capeas populares con toros de fuego, ensogados, alanceados, (…). A continuación hace referencia al hecho de que el Parlament de la Generalitat se dispone a tramitar la prohibición de las corridas de toros en territorio catalán y comenta que tal hecho no debe ser visto como algo vinculado con las reivindicaciones nacionalistas sino, antes bien, como una prueba de la superioridad espiritual de los catalanes. Evidentemente, en el año 2006 el Sr. Vicent no podía predecir lo que iba a ocurrir unos años después. A ver: si los catalanes –los políticos catalanes, más bien- son más evolucionados que el resto de los españoles, ¿cómo es que han dejado intactos esos correbous que, según acaba de reconocer el propio autor, son incluso más censurables que las propias corridas de toros? Está claro que la cuestión de fondo de todo este asunto tiene mucho que ver con las reivindicaciones nacionalistas y poco o nada con una supuesta superioridad espiritual o con el bienestar de los animales.  

   En el artículo del 4 de mayo de 2008 los argumentos –o pseudoargumentos- de los anteriores artículos se repiten, siempre, ¿cómo no?, con el correspondiente aliño de moscas, estiércol, puyazos y sol, un sol de cinco de la tarde, un sol que es para los españoles lo que el aceite de oliva para las ensaladas –el Señor Vicent cree en el determinismo ambiental-. Limitémonos, por tanto, a comentar un par de líneas. ¡Pero vaya un par de líneas!: Pero la profunda sensibilidad de esa canción (paraules d´amor) está a mil años luz de un puyazo que hace correr la sangre del toro hasta la pezuña. A Serrat se le puede perdonar esta caída, dado el amor que se le tiene, siempre que sea por una vez y no más. Una y no más…, que sea la última vez…, que no se vuelva a repetir…El Sr. Vicent, metamorfoseado de pronto en Gran Inquisidor, haciendo gala de una abnegación absolutamente encomiable, está dispuesto a mirar para otra parte, a hacer borrón y cuenta nueva, a no tener en cuenta la traición, porque…¿Por qué? ¿Quizás porque Serrat es catalán?, ¿quizás porque considera que no era consciente de lo que hacía al acudir a la plaza?, ¿quizás porque es famoso?, ¿quizás porque es necesario ganarlo para la causa? Lo que está claro es que en esta ocasión Don Manuel no ha podido evitar la mostración del Mr. Hyde que todos llevamos dentro, ese otro yo oculto que, como sabemos, en esta piel de toro que es España siempre se manifiesta ataviado con vestido negro y talar.

   El avance de la civilización se paga al precio de una notable barbarie, dijo Walter Benjamin. ¡Y cuánta razón tenía! Lo que no dijo el filósofo judío-alemán, que nosotros sepamos, es que el procedimiento del que se sirve la barbarie para progresar a rebufo del propio progreso civilizador es el mimetismo. Esto significa que muchos de los supuestos logros del supuesto progreso no son tales, sino, antes bien, pérdidas o retrocesos. El animalismo sería un buen ejemplo de esto último, uno de los muchos avatares de que se sirve la barbarie para hacerse un hueco en este mundo nuestro tan moderno, dinámico, aséptico y…¿vacuo?
   Quien quiera más detalles sobre cómo se manifiesta la barbarie en los tiempos modernos, puede echar un vistazo al artículo recogido bajo la etiqueta TAUROMAQUIA con el título Del linaje de Atila.
  

*
   El señor Vicent está en su derecho a opinar sobre lo que le venga en gana, ¡faltaría más!, igual que cualquier hijo de vecino, pero no podemos evitar la sensación de que la lucidez de la que hace gala cuando escribe sobre otros asuntos se volatiliza completamente cada vez que, llegando el mes de mayo, decide echarse al ruedo. Está visto y demostrado que de los prejuicios y emociones sólo se pueden esperar consignas y proclamas, nunca razones.
   No pongas tus sucias manos sobre Mozart, Balada de Caín, Póker de ases…Estos son los títulos de la obra convencional del Sr. Vicent que hemos leído. Y con ellos nos quedamos.


[1] Quizás la excepción a esta afirmación la constituya el canibalismo practicado por los antiguos aztecas. Según Marvin Harris, la razón última de esta práctica habría que buscarla en los escasos recursos alimenticios de la región. El hecho de que los insectos aparezcan en la dieta habitual de estos pueblos sería una prueba determinante.

miércoles, 23 de mayo de 2012

¡LLEGA A SER EL QUE ERES!


¡LLEGA A SER EL QUE ERES!

    Cuando se habla de imperativos, lo habitual es acordarse de aquél que formulara Kant –en sus tres variantes- para el estrecho ámbito de la moralidad. El que encabeza estas líneas, conocido como pindárico, en cambio, es un auténtico desconocido para el gran público, quizás por la sencilla razón de que no figura entre los contenidos de ninguna programación susceptible de tener que dar cuentas ante el sumo sanedrín de la Selectividad. A pesar de ello, según nuestro modesto parecer, no existe para el hombre otro mandato más importante y fundamental que éste.
    Originariamente, el imperativo pindárico estaba vinculado con la llamada moral agonal de los antiguos griegos, que es la misma que vemos ejemplificada en los personajes protagonistas de la Ilíada, esa suerte de Antiguo Testamento pagano para nuestra cultura occidental. Aquí vemos, por ejemplo, cómo el anciano y sabio Néstor arenga a los árgivos, dánaos y aqueos –a los griegos- recordándoles su obligación de hacerse merecedores del nombre del que son portadores, es decir, de ponerse a la altura de sus padres y abuelos, auténticos depositarios de la dignidad y de la areté –excelencia-. En efecto, para los antiguos griegos, el campo de batalla constituía la piedra de toque perfecta donde medir y calibrar la calidad de los individuos y, sobre todo, donde demostrar que se era un digno portador del nombre de su familia y linaje. Aquiles el pélida –hijo de Peleo-, Agamenón el átrida –hijo de Atreo-,…La idea es que poseemos una determinada dignidad por el simple hecho de ser hijos de, pero que esta dignidad no basta, puesto que se trata de una cualidad meramente potencial que es preciso actualizar en el campo de batalla mediante el derramamiento de sangre, esto es, arrebatándosela al enemigo vencido. Afortunadamente, en los tiempos del poeta Píndaro –siglo VI a. C.- el mandato comienza a desvincularse de la cuestión del linaje y, en consecuencia, a interpretarse desde una óptica a todas luces más positiva. Se trata ahora de que el hombre, cualquier hombre libre y maduro –lo cual supone dejar al margen al 75 % de la población- se vea en la necesidad de actualidad y desarrollar todas y cada una de las posibilidades inherentes a su condición humana. Es decir, se trata de esa misma necesidad de realización personal a la que en los años sesenta se aludía con la expresión necesidad de encontrarse a sí mismo.
    Hoy en día, cuando la cuestión del linaje y del honor parece haber perdido todo el peso que poseyera en la antigüedad, el imperativo pindárico ha de ser visto como fundamento básico de la Antropología y, de manera derivada, de disciplinas tan determinantes como la Ética y la Pedagogía.

    ¡Llega a ser el que eres!...La expresión, simple en apariencia, es sumamente compleja en realidad. Precisa, por ello, de un análisis profundo y sistemático.
El imperativo pindárico parece basase en dos supuestos:
  1. Existe un desfase, en el interior de nuestra propia naturaleza, entre aquello que somos de hecho y aquello que podemos llegar a ser.
  2. Si se nos exige que lleguemos a ser lo que somos, ello obedece a que no tenemos duda alguna en lo referente a lo específico de la naturaleza humana.
    Comencemos analizando el primero de estos supuestos. Para ello, la teoría aristotélica del acto y la potencia puede sernos de gran ayuda. Somos seres humanos por el simple hecho de haber nacido, pero la realidad de esta humanidad inicial que todos poseemos de entrada es algo meramente testimonial e incipiente. El bebé es a la idea de Humanidad lo que la bellota pueda ser en relación a la idea de roble. Las tesis del Existencialismo, tal y como fueron formuladas por Sartre, apuntan en la misma dirección. Según el filósofo de los guantes negros, cuando nacemos no somos personas plenas, sino un mero proyecto de persona, es decir, una existencia huera y vacía que, mediante el ejercicio de la libertad, a través de la adquisición de hábitos, ha de irse rellenando con la densa sustancia de la esencia. Esto significa que la esencia, lo que llamamos naturaleza humana, no es algo dado de entrada, sino algo añadido, un resultado o recompensa.
    Aunque sea una obviedad decir que entre una bellota y una persona existen muchas diferencias, es preciso decirlo. Una de estas diferencias, quizás la más importante, es que la bellota, una vez dadas ciertas condiciones medioambientales, es capaz por sí misma de completar todo el proceso de su desarrollo hasta terminar convertida en un roble, mientras que, en el caso de las personas, la conquista de su Humanidad no siempre está garantizada. De hecho, nos atreveríamos a decir que son muy pocos los que consiguen situarse a la altura del ideal que viene marcado por su esencia. Y aquí es donde entran en juego disciplinas tan determinantes como la Ética y la Pedagogía, pues su principal cometido no es otro que el de contrarrestar el tremendo potencial de maleabilidad que poseemos los individuos. Ética y Pedagogía son los rodrigones que permiten que los individuos crezcamos en vertical y que podamos dar frutos suculentos y sanos.
    No hay quehacer más importante para una persona que la de llevar a feliz término el proyecto inicial de humanidad con el que todos nacemos. El cometido de la Ética en relación a cuestión tan determinante es doble: señalar la meta que es preciso alcanzar y, en función de ésta, establecer los preceptos y prohibiciones que se han de acatar para que tal cosa sea posible. Si quieres A, entonces debes hacer tales cosas y evitar tales otras. Este es el ámbito en que se desenvuelve. Las llamadas virtudes morales, las que dependen de la Voluntad –moderación, prudencia, generosidad, perseverancia, valentía, sinceridad…- constituyen su objetivo prioritario. La adecuada asimilación de éstas constituye la base ancilar sobre la que han de levantarse las llamadas virtudes dianoéticas o intelectuales, que son las que competen a la Pedagogía –saber resolver problemas matemáticos, saber inglés, saber analizar un texto…-. Sólo cuando ambos tipos de virtudes se dan de manera óptima en una persona podemos decir que ésta ha conseguido realizarse como tal persona o que se ha situado a la altura del ideal. Aunque esto, como sabemos, al tratarse de un ideal, es algo que nadie logra de manera íntegra y perfecta. Como muy bien viera Kant, tendríamos que ser inmortales para que fuese posible una plena coincidencia entre ser y deber ser, entre lo que somos de hecho y aquello a lo que deberíamos aspirar.
    De lo anterior se desprende que el resultado de la colaboración entre Ética y Pedagogía es la Humanidad como obra de arte. Ambas disciplinas son las manos responsables de dar forma a la figura del Hombre, que es la más digna entre todas. Cuando se habla de Arte, todos pensamos en las siete canónicas –Arquitectura, Escultura, Música, Pintura, Literatura, Danza y Cine- sin darnos cuenta de que todas estas modalidades son subsidiarias de otro arte muy superior, puesto que coadyuvan a la consecución del objetivo fundamental de éste: la plenificación del hombre. Si las artes tradicionales conforman el grueso de las Humanidades, ¿no se debe ello a que son los instrumentos de humanización más poderosos que podamos concebir?

    Puesto que la cuestión recogida en el apartado b ya ha sido abordada en otros textos nuestros, nos vamos a permitir prescindir de una nueva incursión en terreno tan pantanoso. La cuestión que urge abordar a continuación es otra y no menos importante que la anterior. Ya dijimos que el hombre, a diferencia del árbol, no tiene garantizado su pleno desarrollo como individuo, pues las posibilidades de que su proyecto existencial se malogre son muchas. Al conjunto de trabas, obstáculos e interferencias que hemos de superar a lo largo del accidentado camino de la realización lo vamos a recoger bajo un marbete común: OSCURANTISMO. Odiseo (Nadie) debe arribar a Ítaca (debe situarse a la altura de su ideal, es decir, debe convertirse en un Alguien). De esto hemos hablado hasta aquí. Otro día hablaremos de las Sirenas, Calipsos, Circes, Cíclopes, Lotófagos, Escilas y Caribdis; hablaremos de todo aquello que puede desviarnos de nuestro objetivo; es decir, de todo aquello que puede malograr la obra de arte en que hemos de convertir nuestras vidas; es decir, del oscurantismo como representación del mal en este orden de cosas.

domingo, 20 de mayo de 2012

SOBRE LA DIGNIDAD DEL HOMBRE

   Hace unas semanas tuvimos la ocasión de leer el artículo que, con el título de Reducción del animal humano, Víctor Gómez-Pin acababa de publicar en la sección de Opinión del Diario El País. Básicamente, el texto venía a ser una aplicación a la actual situación socio-económica de los postulados fundamentales de lo que, desde hace algún tiempo, constituye el marco teórico por donde discurren sus intereses filosóficos fundamentales: el estatus ontológico de lo humano en relación a la elemental animalidad. ¿Qué consecuencias se derivan para el animal humano de la actual situación económica y social? Esta es la pregunta específica que se plantea nuestro filósofo. La respuesta es clara e inequívoca: la principal de las consecuencias es una devaluación de lo humano, esto es, su degradación y, en consecuencia, el acortamiento de la brecha que lo separa del animal. Cuando el hombre ha de emplear la mayor parte de su tiempo y de sus energías en garantizarse la subsistencia, resulta inevitable que se produzca una deflación y empobrecimiento de esa dimensión específicamente humana a la que Aristóteles, de manera genérica, se refería con el término logos. Zoón lógon échon –animal poseedor de logos, es decir, animal racional, animal que discurre, animal dotado de palabra, animal que dialoga…-, ésta es la definición que el estagirita dio del hombre, y ésta es la definición que nuestra cultura occidental ha venido haciendo suya desde hace dos mil quinientos años. Y fue también Aristóteles quien se dio cuenta de que el requisito que hace posible el surgimiento y la pervivencia de este atributo específico de la humanidad no es otro que el ocio, es decir, el tiempo libre, es decir, el hecho de no tener que sacrificar todo nuestro tiempo y toda nuestra energía para dar cumplimiento al imperativo del aver mantenençia, que dijera Juan Ruiz. El término latino del que deriva nuestro término ocio es otium, término que también podemos percibir con claridad meridiana en negocio (de nec-otium). El negocio, la actividad productiva destinada a la preservación y a la continuidad de nuestro ser biológico, por tanto, es la negación del ocio, esto es, del tiempo libre, que es, como hemos dicho, la condición de posibilidad de la que depende y de la que se alimenta esa otra dimensión específicamente humana que es el Logos o Espíritu. Pero las sorpresas etimológicas no se agotan en lo anteriormente dicho. El término griego equivalente al latino otium es scholé, de donde deriva…. ¿lo adivinan? ¡Pues claro que sí!...: escuela. Ergo: tenemos escuelas, tenemos formación, tenemos cultura –y también CULTURA-, tenemos humanidades y humanidad porque tenemos tiempo libre. Si se restringe el tiempo libre, porque es preciso incrementar las horas destinadas al trabajo, ¿no se restringe también aquello que nos diferencia de los simples animales?
   El artículo de Gómez-Pin me hizo recordar los tiempos idos y que ya nunca más volverán, cuando era feliz e indocumentado, cuando era capaz de enfrentarme con los textos de los grandes pensadores sin la mediación celestinesca de los intérpretes, exegetas, hermeneutas y demás especialistas en la predigestión de la Cultura. Me acordé, concretamente, del texto del humanista italiano Pico Della Mirándola que lleva por título Discurso sobre la dignidad del hombre. Me acordé, rizando el rizo de la concreción, del fragmento que dice así:

   El mejor Artesano decretó por fin que fuera común todo lo que se había dado a cada cual en propiedad, pues no podía dársele nada propio. En consecuencia dio al hombre una forma indeterminada, lo situó en el centro del mundo y le habló así: “Oh Adán: no te he dado ningún puesto fijo, ni una imagen peculiar, ni un empleo determinado. Tendrás y poseerás por tu decisión y elección propia aquel puesto, aquella imagen y aquellas tareas que tú quieras. A los demás les he prescrito una naturaleza regida por ciertas leyes. Tú marcarás tu naturaleza según la libertad que te entregué, pues no estás sometido a cauce angosto alguno. Te puse en medio del mundo para que miraras placenteramente a tu alrededor, contemplando lo que hay en él. No te hice celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal. Tú mismo te has de forjar la forma que prefieras para ti, pues eres el árbitro de tu honor, su modelador y diseñador. Con tu decisión puedes rebajarte hasta igualarte con los brutos, y puedes levantarte hasta las cosas divinas.”

      Sólo unas líneas más adelante perfila y completa el retrato con estas contundentes palabras:

   Si te detienes ante alguien obnubilado, como otro Calipso, con vanos fantasmas, y entregado al halago acariciante de los sentidos, no es un hombre lo que ves, es una bestia. Si ves a un filósofo que todo lo interpreta a la luz de la razón, venérale; es un animal celeste, no terreno.

*

   En El puesto del hombre en el cosmos, Max Scheler defiende la tesis del salto cualitativo. La diferencia entre el hombre y el animal, viene a decir el filósofo, no es una diferencia meramente cuantitativa y de grado, sino, fundamentalmente, cualitativa.[1] De esta tesis es posible deducir que existe un tope inferior más allá del cual el hombre no puede ir, es decir, que no es posible un retorno absoluto y total a la pura animalidad. El hombre podrá ser más o menos hombre, más o menos humano, pero nunca, por muy degradado que esté, podrá equipararse con una bestia.
   El puesto que el hombre ocupa en el cosmos, por tanto, es un puesto relativamente inestable o, si se prefiere, relativamente estable. Esto significa que su naturaleza admite variaciones, que está sujeta a perfeccionamiento o a degradación, pero siempre dentro de ciertos límites. Y es este marco el fundamento de toda Ética y de toda Pedagogía. Sólo para un ser con estas cualidades tiene sentido el imperativo pindárico que dice aquello de ¡Llega a ser el que eres!

   Pero volvamos al peliagudo asunto de la relación entre lo humano y lo animal. Tenemos la sensación de que la gran mayoría de los estudiosos del tema, con la excepción quizás de Gómez-Pin, abordan el asunto desde postulados –tesis no demostradas y que, sin embargo, no se cuestionan- netamente idealistas. En efecto, la mayoría dan por supuesto que la naturaleza humana radica en su espíritu y que éste se halla prisionero en el interior de la cárcel –o sepultura, que dirían los pitagóricos- del cuerpo. Desde esta óptica, el cuerpo, vinculado con la animalidad, es visto como un impedimento, como un lastre, como una cadena de gruesos eslabones que nos impide elevarnos hasta esas alturas en las que se localiza nuestra verdadera y auténtica patria. Esta es la imagen tradicional que ha de ser retomada y matizada. Nuestra opinión es que nuestro cuerpo no es el argel de nuestro espíritu, sino, antes bien, que somos simultáneamente ambas cosas. Es decir, que nuestra animalidad es parte constitutiva de nuestra humanidad, y viceversa. La cuestión, por tanto, no es cómo hacer para conseguir la emancipación del cuerpo-animal, sino cómo ha de ser nuestra relación con éste.
   Hay una cumbre que es preciso coronar. Hay un recorrido –itinerario o periplo- que es preciso realizar, hay una serie de obstáculos y de dificultades que es preciso superar –Sirenas, Circes, Lotófagos, Cíclopes…, tentaciones y miedos varios...-, y hay una meta que es preciso alcanzar. De acuerdo. Pero es preciso saber que el aire de las cumbres, a pesar de su excelencia cuando de curar jamones y de curtir espíritus se trata, no suele ser apto para la Vida. Si subimos, por tanto, es para eso, para curtirnos y para entrenarnos, para fortalecer nuestros corazones y para ganar en resistencia. Luego es preciso volver al valle. En efecto, Ítaca no es la meta. Ítaca, tal como sostiene Kazantzakis en su Odisea, siempre será un punto de partida.
   El nombre de la doctrina que se desprende de las anteriores consideraciones es, como ya se habrá adivinado, Hedonismo.
   Hay dos clases de hedonismo. Uno es primario, directo y espontáneo; el otro, en cambio, sería secundario, indirecto y mediatizado por la reflexión. Y este, el segundo, es el que aquí queremos hacer nuestro. El hedonismo primario, que es el que cuenta con mayor número de adeptos, es degradante para la persona y, en consecuencia, moralmente censurable. Sólo el lecho procústeo de la virtud puede moderarlo. El secundario, que es el de Epicuro y sus lechones –Horacio dixit-, el de esa inmensa minoría a la que se refiriera Juan Ramón Jiménez, es justo lo contrario: un potenciador de la humanidad de sus adeptos y la puerta de acceso a lo que en otro lugar hemos llamado conocimiento vivencial.  
   Quien ha vivido durante algún tiempo entre los glaciares de las alturas por donde gusta planear al Espíritu se halla inmunizado frente a cualquier amenaza con que pueda encontrarse tras su vuelta al valle. Para alguien así, el cinturón de seguridad de la virtud sólo puede ser visto como un estorbo y como una traba de cara a la consecución de sus proyectos y al logro de sus ambiciones.


[1] Que tomen buena nota de esto todos aquellos que no paran de llamar la atención sobre el hecho de que humanos y primates compartimos en torno al 98% de la información genética.

miércoles, 16 de mayo de 2012

EL DINERO, EL ÚNICO DIOS VERDADERO...



   …Así dice la letra de una canción de Sabina, quien, de esta manera, se sitúa en la estela de otros vates de mucha más solera que él. Recuérdese el poderoso caballero es Don Dinero, de Quevedo, o el todo cuanto en el siglo se hace es por su amor, del Arcipreste de Hita.

   El vínculo entre dinero y religión es tan antiguo como la humedad.
  Dinero y religión son intereses que se relacionan al modo de los vasos comunicantes o, si se prefiere, al modo vampírico: el apogeo de uno de ellos implica y exige el declive del otro. Cuando vemos a la religión en todo su esplendor integrista, lo normal es que el interés por lo crematístico quede relegado a un segundo plano, y viceversa. Pero hemos de tener en cuenta que las apariencias muchas veces nos engañan. Según la mitología vampírica, quien es mordido por uno de estos chupasangres se convierte en una especie de muerto aparente, en un muerto viviente. Algo similar ocurre en la relación que aquí tratamos de explanar. El apogeo de lo religioso no anula el interés por lo económico, sino que lo incorpora a su propia dinámica, haciendo que la economía viva y crezca, como un tumor, en el seno de la propia religiosidad. Del mismo modo, tampoco muere la religión al ser vampirizada por el interés económico, sino que queda integrada en éste. Lo característico de las posturas extremas, como sabemos, no es la oposición y la diferencia, sino justo lo contrario, esto es, la identidad.
   El ejemplo paradigmático de todo lo anterior lo tenemos en el episodio bíblico, recogido en el Éxodo, en el que se nos narra cómo el pueblo elegido se entrega a la adoración del mítico becerro de oro al no tener paciencia para aguardar el regreso de su caudillo Moisés. La moraleja parece evidente: es el carácter distante de la divinidad lo que empuja a los individuos a ese culto idolátrico que es la actividad mercantil. Para el pueblo, en su ingenuidad primigenia, no habría diferencia alguna entre rendir culto a uno o al otro, pues el acto de fe requerido es exactamente el mismo.
   Pero este vínculo, eterno y consustancial, entre religión y economía no siempre ha gozado de la misma fortaleza. Es en los inicios de la Época Moderna cuando el nudo se estrecha y se afianza de manera irreversible. En La ética protestante y el espíritu del capitalismo, el sociólogo alemán Max Weber defiende la tesis según la cual el capitalismo moderno sería una consecuencia imprevista de la ética protestante, concretamente de la calvinista. Sostiene Weber que la idea clave radica en el concepto de predestinación, que es consustancial a esta modalidad del protestantismo. Para los calvinistas los individuos nacemos predestinados para la salvación o para la condena, sin que podamos hacer nada para modificar ni un ápice lo que está establecido por la divinidad. Lo que tenga que ser, será, dado que nuestro comportamiento en vida es completamente irrelevante. Ahora bien, la incertidumbre en relación al destino que Dios nos tiene reservado en modo alguno es absoluta, pues existen indicios que nos permiten adivinarlo de alguna manera, siendo el principal de todos estos el éxito económico. De esta manera, el triunfo en los negocios se convierte en una señal que el mismo Dios nos envía para darnos a conocer que nos encontramos entre los elegidos. Pues bien, es esta necesidad de despejar las dudas e incertidumbres lo que arroja a los individuos a una laboriosidad de naturaleza obsesivo-compulsiva y netamente ascética. Tanto es así que el inconsciente capitalista en ciernes ni siquiera se puede permitir el lujo de disfrutar moderadamente de los beneficios de su actividad empresarial, ya que esto supondría incurrir en una actitud de disipación que, a la larga, acabaría convirtiéndose en un factor de incertidumbre. Es por esto que los beneficios tienen que ser netamente reinvertidos.
   El protestantismo, en tanto que integrismo fundamentalista –como claudicación del Cristianismo frente al Judaísmo precedente-, por tanto, constituiría el factor fundacional del Capitalismo moderno. Y, siendo el Capitalismo la consecuencia de un viraje de la religión hacia el integrismo, no debemos extrañarnos de que su desarrollo natural haya concluido en esa suerte de fundamentalismo económico que conocemos con el nombre de Neoliberalismo. ¿Recuerdan aquellas palabras de los Evangelios donde se habla de ricos, de camellos y de ojos de agujas? Repito: el Capitalismo como resultado de una judaización del Cristianismo.

   Esta actitud del protestante frente a la actividad económica ha sido descrita magistralmente por Dostoievski, el más agudo de todos los psicólogos –según Nietzsche-, en su obra El Jugador. Leamos:

-Yo preferiría –dije- pasarme toda la vida en una tienda de kirguizes nómadas antes que adorar al ídolo alemán.
-¿A qué ídolo? –preguntó el general, que ya empezaba a amoscarse en serio.
-Al modo alemán de acumular riqueza. (…)
(…) Bueno, aquí todas las familias se encuentran bajo la esclavitud y la sumisión más completa al Vater. Todos trabajan como bueyes y acumulan dinero como judíos. El Vater, supongamos, ha reunido ya tantos florines y espera ceder al primogénito su taller o su parcela de tierra. A este objeto, no dan a la hija dote alguna, y ésta se queda para vestir imágenes. Con idénticas miras venden al hijo menor como criado o como soldado, y este dinero lo incorporan al capital familiar. Se hace así, pueden creerme; he procurado informarme. Y todo esto lo hacen movidos por la honradez, por un extremado espíritu de honradez, hasta el punto que el hijo menor, que fue vendido, está convencido de que lo vendieron movidos por la honradez; y esto es el ideal: la propia víctima se alegra de que la ofrezcan en holocausto. ¿Qué pasa después? Que tampoco al primogénito le van mejor las cosas: hay allí cierta Amalchen a la que su corazón se siente unido, pero no puede casarse, porque no ha ahorrado tantos florines como para hacerlo. También esperan digna y sinceramente y aceptan el holocausto con la sonrisa en los labios. Amalchen se ha quedado demacrada y flaca. Finalmente, al cabo de veinte años, los bienes se han multiplicado: disponen de los florines honrada y virtuosamente reunidos. El Vater da su bendición al primogénito, de cuarenta años, y a Amalchen, de treinta y cinco, que tiene ya los pechos fláccidos y la nariz colorada…Llora, les da sus consejos y muere. El primogénito se transforma, a su vez, en virtuoso Vater, y la historia vuelve a repetirse. A los cincuenta o sesenta años, el nieto del primer Vater dispone ya, en efecto, de un capital considerable, que él transmite a su hijo, y éste al suyo, y este otro al suyo, con lo que al cabo de cinco o seis generaciones nos encontramos con el barón Rothschild o con Goppe y Cía., lo que sea. ¿No resulta un espectáculo grandioso? ¡Un trabajo continuado de cien o doscientos años, paciencia, inteligencia, honradez, carácter, firmeza, cálculo, la cigüeña en el tejado! ¿Qué más quieren? Porque no hay nada superior a esto, y desde este punto de vista empiezan a juzgar al mundo entero y a castigar a los culpables, es decir, a quienes se diferencian un ápice de ellos. Y aquí está el asunto: yo prefiero alborotar al estilo ruso o enriquecerme en la ruleta. No quiero ser Goppe y Cía. Dentro de cinco generaciones. El dinero lo necesito para mí mismo y no me considero como un apéndice obligado del capital. Sé que he dicho muchas barbaridades, pero no me importa. Tales son mis convicciones.

   Palabras, como se habrá tenido ocasión de comprobar, que gozan de una plena actualidad. ¡Que le pregunten si no a los griegos! ¡Que nos pregunten, mejor dicho, a todos los que integramos la piara de los denominados países pig!

   En el cuento titulado El señor Projarchin, Dostoievski expone el caso de un individuo aquejado de la enfermedad del ahorro y del acaparamiento, un trastorno que tiene muchos elementos en común con el denominado Síndrome de Diógenes. Pero Dostoievski no es el único escritor que ha mostrado interés por la enfermedad del dinero. Piénsese, por poner sólo unos pocos ejemplos, en Eugenia Grandet de Balzac, en El avaro de Molière o en El mercader de Venecia de Shakespeare.
   El componente patológico que supone la fijación en el dinero es algo fuera de dudas. Según Freud, la persona que sufre de este trastorno no habría completado su proceso de maduración y se hallaría anclado en la denominada etapa sádico-anal, que es aquella en la que el niño aprende a controlar el músculo del esfínter. Desde esta óptica, según Freud, el excremento vendría a ser algo así como el modelo arquetípico y paradigmático de cualquier otra forma de mercancía. Desde esta óptica, ¿qué es el capitalista sino un estreñido crónico?

   Cualquiera que haya leído a Freud sabe que el factor económico y el factor religioso son factores determinantes y ancilares en el seno de su doctrina. Quiere esto decir que han de ser contemplados como elementos de los que no se puede prescindir si queremos explicar de manera cabal el comportamiento humano.

   Es evidente que desde el inicio de la Época Moderna, y en los países occidentales, la balanza se ha ido decantando progresivamente del lado de lo económico y crematístico. Y es evidente, igualmente, que el vacío dejado por la muerte de Dios ha creado las circunstancias propicias para que este proceso de decantamiento haya podido alcanzar una solidez y constancia hasta entonces insospechadas. El siglo XX marca el inicio de la apoteosis de lo económico. Es así como la Economía se subroga, como si de trajes abandonados se tratase, de los atributos con que antiguamente se vestía la divinidad.
   Nihil novum sub sole, decían los clásicos. No se trata de que la Historia siempre se repita. Se trata, más bien, de que los distintos acontecimientos que se suceden no son otra cosa que variantes o modalidades de un puñado de esquemas arquetípicos y eternos. Por ejemplo: el Sanedrín (los Mercados) han dictado sentencia con la connivencia de Poncio Pilatos (Merkozy). Judas (Gobiernos nacionales) ha desempeñado su trabajo a la perfección y, como recompensa, ha cobrado sus treinta monedas. Los Apóstoles (integrantes de la CEE) se acusan los unos a los otros, cuando no reniegan por activa y por pasiva. El Cristo (ciudadanía), después de ser flagelado, es expuesto al escarnio público. Esto es lo que hasta ahora hemos podido presenciar. Sólo resta el inevitable vía crucis, el ¡padre!, ¿por qué me has abandonado? y el suplicio de la agonía.
   Pero las similitudes entre Religión y Economía no se agotan en las hasta aquí pergeñadas. ¿Qué me dicen de las discusiones bizantinas de los analistas? ¿Qué me dicen de los misterios insondables de la Ciencia Económica? ¿Qué me dicen de la expiación y del sacrificio redentor? ¿Qué me dicen de la confianza, es decir, de la fe como fundamento último del tinglado capitalista? ¿Qué me dicen de la miríada de profetas miopes especializados en la predicción de los sucesos crematísticos del pasado?
   Del Dios bíblico se decía que era tres en uno –Dogma de la Santísima Trinidad-, que era capaz de producir milagros como el de la transustanciación o como el de la multiplicación de panes y peces; del Dinero, en cambio, podemos decir mucho más: que es Todo en Uno, que es capaz de convertir en oro hasta la más vil de todas las sustancias y que, además de multiplicar los panes y los peces, los puede hacer desaparecer como si nunca hubiesen existido. Es más, ¿quién sino el Dinero ha conseguido poner de acuerdo a Cristianos, Judíos, Musulmanes, Budistas, Sintoístas, Animistas, Agnósticos y Ateos? El Mercado es el único Pescador de Hombres que puede reclamar para sí semejante título. ¿Y qué decir de la Agencia Tributaria? Es el equivalente laico del antiguo Tribunal de la Santa Inquisición, de eso que ahora se hace llamar eufemísticamente Congregación para la Doctrina de la Fe. La única diferencia digna de mención es que el poder coercitivo de Hacienda es infinitamente superior al que solía ejercer el Santo Oficio.
   Austeridad, paciencia, resignación...El santo Job está destinado a convertirse en el patrón tutelar de los nuevos tiempos.
   Así pues, del Sistema Neoliberal es posible decir lo mismo que Tertuliano dijera del Cristianismo: CREDO QUIA ABSURDUM –creo porque es absurdo-.

   Repitan conmigo:

   Creo en el Dinero todopoderoso, creador de la riqueza así como de la pobreza. Creo en su encarnación en el Negocio de la Banca, que fue concebido por obra y gracia de las Leyes del Mercado. Creo que nació del ingenio del hebreo circunciso, que fue perseguido, censurado y declarado maldito por todos los pueblos de la tierra para, finalmente, renacer de entre los muertos. Creo que de los infiernos de la ignominia y del desprecio se encumbró en la última planta de los más imponentes rascacielos y que está situado a la diestra del todopoderoso Becerro de Oro. Creo que desde allí ha de venir para desvalijar a vivos y a muertos. Creo en las Leyes del Mercado, en la Ley de la oferta y la demanda, en la palabra clarividente de mi Asesor Financiero, en el carácter sagrado del Registro de la Propiedad, en los designios infalibles del Parqué Bursátil, en el carácter inviolable de todo contrato y en la Vida Eterna que ha de traernos el por siempre alabado Dinero. Amén.

domingo, 13 de mayo de 2012

¡DESCONECTA Y DESPIERTA!

   Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena, y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico dice: “¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted, el lirio que florece en la orilla.” Y el pobre reza: “Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre.” Natural. El día en que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la Humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la Gran Revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista puro?

*

   El hombre asumirá como propia la meta de dominar sus emociones y elevar sus instintos a las alturas de la conciencia, de tornarlos transparentes, de extender los hilos de su voluntad hasta los resquicios más ocultos, accediendo de este modo a un nuevo plano.
   El hombre será inconmensurablemente más fuerte, más sabio y más sutil; su cuerpo se tornará más armónico, sus movimientos, más rítmicos, su voz, más melodiosa. Los modos de vida serán intensos y dinámicos. El ser humano medio alcanzará la categoría de un Aristóteles, un Goethe, un Marx. Y sobre este risco se alzarán nuevas cimas.

*

   El primer texto es un fragmento de una entrevista que el Diario La Voz le hizo a Lorca en el año 36. El segundo, que tomamos del libro Errata, de George Steniner, reproduce las ideas de Trotsky en relación al futuro de la humanidad tras el triunfo de la revolución. Se habrá observado que ambos tienen un denominador común: el convencimiento de que con el socialismo se iniciará una nueva etapa en la historia de la humanidad en la que todo el mundo tendrá las necesidades básicas cubiertas y en la que, como consecuencia de lo anterior, todo el mundo podrá –y querrá- dedicarse al cultivo y perfeccionamiento de su dimensión espiritual. Y lo cierto es que ambos tienen razón -Primum vivere, deinde philosophare-. El hambre y la necesidad siempre han sido los grilletes y las cadenas más poderosos. El pensamiento del hambriento es un pensamiento de corto alcance y de andar por casa, un pensamiento que se desenvuelve entre los estrechos márgenes de la inmediatez, del aquí y del ahora. ¡Miel sobre hojuelas para los poderosos! Lorca y Trotsky, por tanto, tienen razón. Pero…Tener cubiertas las necesidades básicas es condición necesaria para que el Espíritu pueda levantar el vuelo, es decir, para que el humilde pollo de corral pueda metamorfosearse en lechuza de amplios ojos escrutadores, pero, mucho nos tememos que no es condición suficiente. Las cosas no suelen ser tan simples. Si A, entonces Z, así es como razona el uno y el otro. Lo correcto sería decir: Si A, B, C, D y E, entonces Z. Hemos de hablar, por tanto, de estas premisas no contempladas. ¿Con qué otros factores hemos de contar para que se produzca la tan deseada metamorfosis sublimadora? Ésta es la cuestión.

   En El malestar en la cultura, obra publicada en 1930, Sigmund Freud nos ofrece una explicación de por qué la infelicidad es un factor inherente a toda forma de cultura. Según el médico vienés, la razón principal es la siguiente: la cultura es el resultado de la imposición del principio de realidad –principio de conservación, satisfacción retardada, restricción del placer, trabajo, productividad, seguridad- sobre el principio del placer –satisfacción inmediata, placer, juego, espontaneidad-. Si queremos seguridad, el precio es la frustración; si queremos satisfacción, el precio es el peligro. Hippie muerto de sobredosis o yuppie convertido en carne de psicoanalista, esta parece ser la disyuntiva. Pero de lo que realmente se trata es de la eterna dialéctica Eros-Thanatos.
   A pesar de que Freud da por sentado que la infelicidad es un ingrediente fundamental de la cultura, no por ello cierra las puertas a la esperanza. Veamos. Según Freud, las causas de la infelicidad humana son de tres tipos: a) la decadencia de nuestros cuerpos, b) el tremendo poder de las fuerzas naturales, y c) la dificultad de regular de manera eficaz las relaciones con nuestros semejantes. Durante la mayor parte de la historia estos factores han tenido un peso tan aplastante que el hombre nada ha podido hacer para oponerse a ellos. No existía otra opción que el sometimiento incondicional. Ahora bien, parece evidente que la situación del hombre contemporáneo no es la misma que la del hombre del pasado. La situación parece haber cambiado a raíz de la Revolución Industrial. El trabajo y el desarrollo técnico, resultados ambos de la imposición del principio de realidad, han creado las condiciones necesarias para hacer que estas causas de la infelicidad pierdan fuerza y protagonismo. El desarrollo técnico y científico ha hecho posible una mejora considerable en lo que respecta a las relaciones humanas y, sobre todo, en lo que respecta al vencimiento de las fuerzas naturales. Sólo la decadencia de nuestros cuerpos, a pesar de los muchos adelantos experimentados, continúa representando una resistencia invencible. Así pues, las condiciones para que se produzca una relajación de la represión y el correspondiente aumento de la felicidad entre los individuos están dadas. ¿A qué esperamos los seres humanos para dar el paso que nos conduzca hacia una nueva etapa menos restrictiva y, en consecuencia, más benévola y placentera?
   1953. Herbert Marcuse, representante de la segunda generación de la Escuela de Francfurt, y miembro eminente de la corriente freudomarxista junto con Erich Fromm y Wilhem Reich, publica su libro Eros y civilización. Se trata de una obra en la que el gran gurú del 68 francés asume plenamente los planteamientos y las ideas desarrolladas por Freud en El malestar en la cultura para, acto seguido, injertarlos en el tronco de la doctrina marxista. En realidad, el freudomarxismo no es otra cosa que un esfuerzo por superar y solventar el vacío del marxismo en materia de antropología y, sobre todo de psicología, un vacío que, en opinión de los pensadores referidos, ha de ser visto como la principal causa de que las previsiones de la teoría marxista no se hallan cumplido. ¿Cómo es posible que las contradicciones internas del sistema capitalista no hayan desembocado en una revolución de la clase trabajadora a nivel mundial? La respuesta de Marcuse es la siguiente: porque en los países más desarrollados la burguesía capitalista ha sido lo suficientemente inteligente como para integrar a la clase trabajadora en la esfera del crecimiento y del consumo. Henry Ford, por ejemplo, se dio cuenta de que para aumentar la producción y los beneficios es imprescindible contar con el proletariado. Antes la función del operario era la de producir una serie de artículos que, por lo general, iban destinados a otros. Ahora, en cambio, el obrero ha de desempeñar la doble función de productor-consumidor.
   Ahora bien, ¿cómo se consigue esta suerte de alienación dentro de una misma clase y dentro de una misma persona? En un principio, mediante el bombardeo publicitario masivo y sistemático; a continuación, mediante la generalización del sistema de compra a crédito; finalmente, mediante la generalización de la obsolescencia programada en tanto que principio nuclear de todo el sistema productivo. Pero la clave de todo el proceso parece estar en la publicidad y en el marketing, puesto que son los responsables de generar el estado de conciencia necesario sobre el que se sustenta todo el sistema: convencer a la población de que las necesidades básicas no se limitan al comer, beber, tener abrigo, poseer una vivienda en propiedad, disfrutar del descanso y de las relaciones sociales, etc. ¿Cómo nos vamos a conformar con tan poco? Es preciso tener la nevera llena hasta los topes, es preciso vestir las mejores prendas, es preciso tener la mejor casa de la localidad y una segunda residencia de veraneo, es preciso tener el vehículo más potente, la TV más grande, el teléfono móvil más chico y el último modelo de cada cosa. Y, como la mayoría no nos conformamos con lo necesario, hemos de dedicar la mayor parte de nuestro tiempo, la mayor parte de nuestro dinero y la mayor parte de nuestras energías a producir para después gastar.

   Lorca y Trotsky se equivocaron por partida doble. En primer lugar, porque el bienestar material no vino de la mano del comunismo, sino del liberalismo. En segundo lugar, porque no tuvieron en cuenta que los seres humanos somos unos jodidos inconformistas, unos niños mimados y caprichosos capaces de desearlo todo y de no conformarse con nada. A través de los medios de comunicación, los tentáculos del poder, han conseguido inocularnos en las venas del espíritu el bacilo del temido Síndrome de Peter Pan, lo que ha hecho de nosotros unos eternos menores de edad, lactantes asidos de esa teta siempre repleta que nos ofrece el dios Mercado.

   La TV y el Internet, medios que todo el mundo asocia con la libertad y la autonomía, son en realidad los más potentes instrumentos de sometimiento y de esclavitud. Hoy en día no es necesario utilizar grilletes ni yugos para someter a los más débiles. Hoy en día ni siquiera es necesario invadir un país para explotar sus recursos. Hoy en día se esclaviza y se explota igual que hace siglos, pero de una manera mucho más eficaz a la par que sutil, desde la distancia, sin necesidad de abandonar la seguridad y el confort de los despachos.

   Así que:
   ¡Rompe la pantalla del televisor, rompe la pantalla del PC, date de baja de todo aquello de lo que puedas prescindir, tira el móvil en la primera alcantarilla que encuentres, evita la tentación de pedir un crédito a tu banco, no permitas que los mercaderes mancillen con su aliento pestilente ese sagrado recinto que es la escuela de tus hijos…, porque hay vida fuera de los grasientos engranajes de esta maquinaria infernal! ¡Deja de comportarte como el mismísimo perro de Pavlov al contemplar la última chuchería que pende del anzuelo y asume tu condición de persona! ¡Ya está bien! ¡Desconecta y libérate!

   Un regalo para la despedida:

   Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca meramente como un medio.

Kant

miércoles, 9 de mayo de 2012

ESTO SÍ ES OTRA ESTÚPIDA PELÍCULA AMERICANA -Sobre Cultura, culturilla y otros equívocos-

   Fue durante la tarde del pasado sábado. Me encontraba atravesando por uno de esos momentos en los que no se tienen ganas de nada, por uno de esos momentos en los que no podemos evitar poner nuestra mente y nuestro espíritu en stand-by para, acto seguido, sucumbir a esa vida vegetativa en la que se desenvuelve el común de los mortales. Ni me apetecía leer, ni me apetecía abastecer la alacena de la que se surte este blog, ni me apetecía corregir exámenes. Nada de nada. Tuve que dedicar un rato a ahuyentar la tentación de escabullirme rumbo a alguna librería cercana, pero, la verdad sea dicha, en esta ocasión ni siquiera las sirenas de la bibliofilia cantaban lo suficientemente alto. Y así fue cómo terminé claudicando ante el siempre socorrido sofá y ante la siempre socorrida TV. ¡Que sea lo que Dios quiera!, debí de pensar en el momento en que accionaba el power del mando a distancia –variante moderna de las varitas mágicas que vemos en los tradicionales cuentos de hadas-, ese instrumento que, a la par que prende la lumbre del aparato, sofoca esa otra que arde en los pebeteros del Espíritu.
   La entente cordiale conformada por los dedos índice y pulgar de mi mano derecha inician el consabido ritual: LIST, OK, GUIDE / LIST, OK, GUIDE / LIST, OK, GUIDE…, ¿no es así como suena el mantra correspondiente? Pura rutina. Hasta que… Sí, hasta que, tras un breve periplo por el piélago de canales -24h, La 2, La 1, Canal Sur 2…, todos, por cierto, con sus respectivas Circes dispuestas a convertirnos en puercos-, mis ojos abúlicos y errabundos dan con unas imágenes que al momento acaparan su atención. Así que presiono el OK/ENTER y me dispongo a fondear para explorar el terreno con más detenimiento. Estamos en el país de La Sexta 3, famoso, como todos sabemos, por el estrecho vínculo que emparenta a sus habitantes con el pueblo de los Lotófagos de la Odisea.[1] Y esto es lo que descubrí:
   Dos hombres dialogan, según todos los indicios, sobre la educación del hijo de uno de ellos. El de mayor edad es el padre de la criatura y el otro su profesor. En la parte inferior-izquierda de la pantalla podemos ver el título de la cinta: THE EMPEROR´S CLUB. ¡Vaya!, exclamo para mí, El club del emperador, como El club de los poetas muertos…¡Esto puede resultar interesante! Así que me dispongo a prestar mientes al diálogo que tan educadamente mantienen los referidos señores:
   -¿Querría decirme usted para qué sirven todas esas cosas que usted enseña? –pregunta el padre al socaire de su más que evidente abultada cuenta corriente-.
   -Bueno..., pues verá usted. En los escritos de figuras como César o Cicerón podemos encontrar los fundamentos de las democracias modernas, especialmente los de la nuestra, que, como usted bien sabe, es la primera de todas ellas. Jefferson y los restantes padres fundadores bebieron directamente de las obras de estos insignes personajes. Mi aspiración es llegar a moldear a su hijo según…
   -¡¿Cómo dice usted?!, -interrumpe el padre, evidentemente ofendido-. Usted no va a moldear a nadie. Usted se va a limitar a enseñar cosas a mi hijo. Soy yo quien lo va a moldear, no usted.
   -Sí, señor –responde el profesor al tiempo que humilla la cerviz. Pero no sin que antes podamos advertir un destello de rebeldía en lo más profundo de sus pupilas –que para eso es el héroe salvador-.
   Este breve intercambio de palabras me da esperanzas y me hace pensar que la peli puede resultar interesante. ¿Cómo no va a ser interesante una película en la que vemos, ya de entrada, a dos personas dialogando sobre la función que las sociedades modernas asignan a los docentes? ¿Cómo no va a ser interesante una película en la que se aborda el peliagudo asunto de la utilidad del conocmiento para los individuos? Educador como domador versus educador como libertador.
   El magnífico campus de una magnífica –y privada- institución docente. Al parecer, un instituto de enseñanza secundaria. Este es el escenario. Los edificios se hallan situados en medio de una amplia pradera alfombrada de verde césped en la que no faltan los reglamentarios robles americanos responsables de poner coto con su sombra a los perniciosos efectos de la calor. Los chicos, despojados de las preceptivas chaquetas y con las camisas arremangadas, se divierten en un improvisado partido de béisbol, que para eso son jóvenes, que para eso están sanos y fuertes, que para eso viven bajo la cálida y eterna luz del sur de los USA. Todo esto, evidentemente, sin excesivos aspavientos y sin levantar la voz más de lo estrictamente necesario –al parecer, no son más de quince o veinte alumnos por clase (¡tome nota, señor Wert!)-. Y en medio de todos estos jovencitos de exultante vitalidad descubrimos, ya por fin, al protagonista de nuestra historia. Y…-¿?-. Bueno, la verdad es que no le va el papel. Nuestra primera impresión es que tiene un perfil que ni pintao para ser el protagonista de películas como Desmadre en la universidad, American pie o Esto no es otra estúpida película americana, por ejemplo, pero no para protagonizar una película que, al menos de entrada, promete ser seria. No, en efecto, no es el perfil que se espera en alguien que se halla en trance de iniciarse en esa vida contemplativa que es -¿es?- toda carrera universitaria –con su correspondiente vía purgativa, con su correspondiente vía iluminativa, con su correspondiente vía unitiva-. ¡Demasiado chato!, ¡demasiado romo!, ¡demasiado horizontal!,… Esperábamos un Greco consumido por el fuego del espíritu y nos encontramos con un carnal y pedestre Rubens. Pero…A fin de cuentas, todo esto es algo meramente tangencial y accidental. Resulta esperanzador comprobar que el deporte no es la razón de ser del asunto. No se trata aquí de la típica película en la que el típico jovencito recibe la típica beca para cursar los típicos estudios superiores en la típica universidad americana donde sólo parece existir una asignatura: el típico juego de pelota –baloncesto, fútbol americano, béisbol…-. Al menos, esto es lo que parece de momento.
   El chico no parece muy motivado. Se ve que es uno de estos que se hallan perdidos en medio de un mar de dudas, a punto de tirarlo todo por la borda como consecuencia de que lo tienen todo. Es evidente que el problema es su padre. Es evidente también que éste aspira a convertirlo en un digno sucesor suyo y que, por ello, no le consiente que elija libremente la dirección por la que desea encaminar su vida. Y, en medio del padre y del hijo, el profesor, el humilde y justiciero profesor que ha de luchar contra la Escila y Caribdis, representadas por el papá y el director de la escuela, por un lado, y por el desvalido y frustrado churumbel, por otro. Nos asalta una extraña sensación de dejà vu. ¡Uy, uy, uy…! Va a ser que sí. Va a ser que sí que se trata de otra estúpida película americana. Corrijo: va a ser que se trata de la misma estúpida película americana de siempre. Porque quien ha visto una película made in jolivú las ha visto todas. ¿O no? Pero paciencia…
   Los pupilos se hallan en clase y se disponen a hacer un examen. En un enorme fresco sobre uno de los testeros del aula vemos representado el momento en el que Sócrates, tras asumir su destino, se dispone a apurar el cáliz que contiene la mortífera cicuta.  El profesor escribe sobre el encerado el enunciado de la cuestión que deberán desarrollar en sus cuadernos. Preparados…, listos…, ¡ya! Porque de esto es de lo que se trata: de una competición. En la secuencia siguiente se nos dice que nuestro héroe está un poco decepcionado porque sólo ha sacado un cinco sobre un máximo de diez. El profesor, en cambio, está muy satisfecho, pues sabe que el reto no ha hecho más que comenzar. Noches en vela, agotamiento, ansiedad…Nuestro héroe se ve en el brete de vencer las resistencias de la intransigente bibliotecaria, quien se niega a prestarle un libro alegando no se sabe qué razones. ¡Como si no tuviera bastante con su padre, que es la mismísima personificación de la intransigencia y del despotismo! Todo son dificultades. Pero, como la perseverancia siempre tiene su recompensa, los obstáculos van cayendo uno detrás de otro. Del cinco mondo y lirondo pasamos al notable y del notable al sobresaliente. ¡Bingo! Nuestro amiguete, gracias a su tesón, ha quedado entre los tres primeros de la clase, lo cual –nos enteramos después- representa un salvoconducto para poder participar en la gran prueba final: un duelo a tres en el que quedará vencedor aquél que más preguntas acierte, todas ellas relacionadas con la cultura de la Antigua Roma. Y, ¿cómo no?, nuestro gozo en un pozo. En sólo diez minutos de visionado de la película se nos han caído, del primero al último, todos y cada uno de los palos de nuestro sombrajo. Nuestras peores sospechas se confirman: esto sí es otra estúpida película americana. Es decir, una más entre las infinitas variantes del mismo guión, ese mismo guión que subyace en cintas como Karate Kid, Rocky –desde el primero al enésimo- y otros clones similares. Pero…, es necesario hacer un último esfuerzo. ¿Cómo nos vamos a perder el duelo final?
   Los tres finalistas, ataviados con sus togas correspondientes y con paso solemne, van accediendo al estrado de una amplia sala de conferencias. Familiares y allegados ocupan los asientos destinados al público. Emoción…, suspense…Ese padre tiránico con esa cara de estreñido…, ese profesor modélico que parece haber apostado sus últimos cuartos a un número que todos tienen por improbable…, esas personas del público, estiradas y formales en apariencia, pero que piden sangre desde lo más profundo de sus corazones…Y da comienzo el juego de Saber y Ganar. Primera pregunta: “¿Con qué rey termina la época de la Monarquía?”...Tic…tac…, tic…. tac…, tic… tac…”Tarquinio el Soberbio” –responde uno de los chavales. Silencio premeditado…, intriga y suspense…”¡Correcto!”, responde por fin el profesor. Y así durante algún tiempo. Después de varias rondas, uno de los concursantes es eliminado. A partir de ahora es cosa de dos. Nueva ronda de preguntas, pero esta vez con un plus de dificultad. Al principio, todo va bien y los retos van siendo superados uno tras otro. Hasta que…llega la hora de la verdad. “¿Quién fue Fulanito de tal…?” La pregunta va dirigida a nuestro héroe. La expresión de su rostro transparenta el enorme esfuerzo que está haciendo por dar con la respuesta correcta. Vemos cómo coge aire y cómo se zambulle en las profundidades de su conciencia con el fin de sacar a la superficie la preciada perla de la respuesta. Vemos cómo zozobra, cómo vacila, cómo le falta el aire…Empieza a sudar…Se lleva la mano derecha al rostro y presiona sobre la frente como si con ello pretendiese facilitar el alumbramiento. No podemos evitar empatizar con su descomunal esfuerzo: “¡Ánimo, chaval, que tú puedes! ¡Aprieta, aprieta! ¡Expulsa la respuesta! ¡Aprieta, que ya se le ve la cabecita!” Quisiéramos incluso poder cogerle de la mano y acompasar nuestro ritmo respiratorio con el suyo: “¡uf, uf, uf!... Tienes que respirar hondo, sin perder el ritmo. ¡Ánimo, que ya es tuyo…!” Pero… “No lo sé” –responde finalmente el muy jodido. Decepción general: ¡Oh……..! Y el padre, evidentemente, se siente como el mismísimo Julio César cuando, al descubrir a su hijo Bruto entre sus asesinos, dice aquello de ¡¿Tu quoque, fili mihi?!

   Después de quince o veinte minutos de visionado, la conclusión cae por su peso: efectivamente, sí que se trata de otra estúpida película americana. El chavalín no es un estudiante, es un…-¿exhibicionista?-, alguien que se entrena para poder participar el día de mañana en los concursos de la TV. El colegio no es un colegio, es una pista americana –nunca mejor dicho-, un pensatorio al estilo de los caricaturizados por Aristófanes, una expendeduría de títulos. Y el profesor…-¿?-. El profesor es un entrenador personal -¿un coatch?-, un adiestrador de loros.  
   Así que presiono el OFF del mando a distancia  y, a pesar de que no me apetece como otras veces, busco un libro y me pongo a leer. Algo ligerito: La Odisea contada a los niños, de la Editorial Edebé. Puede estar bien como lectura obligatoria para los alumnos de Primer Ciclo de la ESO del próximo curso. El ejemplo de Odiseo, con su constancia y su tesón, puede servirles de gran ayuda para superar las dificultades que habrán de arrostrar en el viaje que acaban de emprender por las procelosas aguas de la vida.

*

   A esto ha quedado reducido el conocimiento y la cultura, a una función circense, a un espectáculo de barraca de feria.
    Nuevamente he de remitirme a mi Diccionario lúdico-filosófico:

INTERNET.- 1. Tela de araña digital y virtual que los Mercados tienen desplegada a lo largo y ancho del globo terráqueo con el fin de capturar e inmovilizar a los individuos que precisan para aplacar su insaciable y galopante apetito. Quienes quedan atrapados en esta red no son conscientes de que cuanto más se agitan y se mueven a través de ella, más enredados quedan. Pero lo más sorprendente del engendro es su capacidad para convencer a sus víctimas –conocidas en el argot como usuarios o internautas- de que, en contra de todas las apariencias, son más libres y autónomos que aquellos miembros de la población que, hasta la fecha, han logrado resistirse a sus cantos de sirena. 2. Red de alcantarillado de gran capacidad y de implantación planetaria que ha sido diseñada para acoger toda esa información fecal que, dado su carácter residual, no tiene cabida en los libros editados en el formato tradicional.

PC.- 1. Acrónimo de Puto Cacharro (de los cojones). La expresión comenzó a ganar adeptos tras comprobarse en multitud de ocasiones que la máquina no sólo no solucionaba los problemas que se le tenían encomendados sino que, además, creaba otros nuevos con los que no se había contado en un principio. 2. Chuchería electrógena profusamente glutamatizada que, habiendo sido pensada para adular las papilas gustativas del sentido de la vista, suele dejar el intelecto al borde de la inanición. El PC es al conocimiento lo que el atracón de chucherías y de bebidas gaseosas a la alimentación. 3. Terminal para la información. Efectivamente, este tipo de electrodoméstico sólo es apto para aquella información que se encuentra en un estado terminal, esto es, a punto de exhalar su último suspiro.

TELEVISOR.- 1. Camello electrodoméstico capaz de satisfacer todo tipo de toxicomanías. Su especialidad son las sustancias con mayor densidad de alcaloides, tales como: fútbol, culebrones, realities, teleseries, concursos y programas de gastronomía. 2. Sedante que el hombre contemporáneo debe consumir a diario en grandes cantidades para combatir el vértigo que padece desde que supo de la muerte de Dios. 3. Mini embajada de los USA en el corazón de todos y cada uno de los hogares del planeta Tierra. 4. Especie de ventana interior del hogar de la que se sirven los polstergeist -o fenómenos para anormales- para acceder hasta nosotros.




[1] Odiseo (`Nemo´ en latín, es decir, `Nadie´) es un símbolo del hombre que lucha por alcanzar una meta en la vida (Ítaca), es decir, una esencia. La idea implícita es que sólo quien consigue rellenar de contenido esencial la existencia huera con que todos nacemos puede ser digno de recibir un nombre. Los distintos escollos y personajes con los que ha de enfrentarse a lo largo del periplo son, igualmente, símbolos de las dificultades, obstáculos, miedos y tentaciones que solemos encontrarnos a lo largo de nuestro viaje vital. Calipso, Circe, Lotófagos, Cíclopes, Escila y Caribdis…, estos son las imágenes sensibles con que la imaginación viste todo lo que tiene capacidad para apartarnos de nuestra meta. Ha llovido mucho desde los tiempos de Homero, pero las cosas esenciales de la vida no cambian. Hemos dejado de creer en brujos, magos, ogros y gigantes, pero, tal como dicen de las meigas, haberlos hailos. Es más, no es preciso irlos a buscar a ningún bosque o isla tenebrosos, pues los tenemos en nuestra propia casa. Basta con encender la TV o con conectarse a Internet.

domingo, 6 de mayo de 2012

UNA RELECTURA DE "CIEN AÑOS DE SOLEDAD"

II

   Consideramos aquí que la clave interpretativa de toda la obra y, por consiguiente, de la idea objeto de nuestro comentario, está en el “pecado original del incesto”.  Se ha señalado que, según los antropólogos, la imposición del tabú del incesto es el elemento desencadenante de toda cultura y de toda civilización, lo que propicia el tránsito desde el principio del placer al principio de realidad, por utilizar una terminología que tomamos prestada a Freud. Y civilización es sinónimo de progreso lineal basado en los principios de la racionalidad analítica y formalizadora. El tabú del incesto, pues, es el primer límite para el hombre civilizado y la conditio sine qua non de cualquier otro límite ulterior. Una vez que éste se viola ya no hay razón para respetar otras limitaciones y prohibiciones sobrevenidas, como, por ejemplo, la del homicidio, de aquí que la siguiente falta cometida por el primer José Arcadio Buendía sea la de la muerte de Prudencio Aguilar. El efecto de la primera transgresión, pues, ocasiona como una especie de reacción en cadena de la que parece hacerse eco la propia naturaleza del trópico, en la que, a partir de ese momento, ya nada cristaliza en una forma permanente y definitiva. Ya señalamos que los distintos personajes que desfilan ante nuestros ojos a lo largo de esos cien años de historia familiar son variantes de la pareja fundadora, de ahí que el tema del incesto sea una constante en esta historia. La mayoría de los varones Buendía, de manera consciente o inconsciente, incurrirán en algún momento en esta falta: José Arcadio y Aureliano compartirán a Pilar Ternera, de la que nacerán Arcadio y Arcadio José. El primero de éstos, sin ser consciente de ello, intentará tener trato carnal con su propia madre. Uno de los soldados que participan en la revolución capitaneada por el coronel Aureliano comenta en cierta ocasión que están haciendo esa revolución para que uno se pueda casar con su propia madre, si quiere. El hecho de no respetar esta primera prescripción, pues, es la causa de que el hombre sea incapaz de despegarse de los condicionamientos naturales y de emprender el camino de una civilización basada en principios racionales. La idea de ciclo, pues, sería expresión de la idea de mezcolanza y de indiferenciación que produce la infracción del tabú del incesto.
   La confusión que cualquier lector experimenta ante la similitud existente entre los nombres de los distintos personajes masculinos sería un efecto buscado conscientemente por el autor para aludir con ello a la idea de mezcolanza e indiferenciación que implica la idea de incesto. La mezcolanza que ocasiona, -lo volvemos a recordar- es lo que imposibilita la estabilidad y la diferenciación racional que requiere cualquier forma de civilización. Y son siempre los varones, los personajes más disolutos, los que pretenden esta mezcolanza. Las mujeres, por su parte, son firmes, uniformes y constantes. Podríamos decir que son las portadoras de la espiritualidad mientras que los hombres son los principales representantes del instinto animal. Es curioso observar en las sucesivas parejas de hermanos Buendía  cómo siempre uno de ellos se decanta por la vida activa y licenciosa, mientras que el otro, retirado en la habitación de Melquíades, se centra inicialmente en el estudio de los misteriosos manuscritos del gitano para, una vez colmada su paciencia, entregarse de lleno y con mayor intensidad a ese otro modo de vida elegida previamente por su hermano. En todos ellos se produce una especie de crisis vocacional que les hace oscilar entre dos extremos antagónicos y opuestos. Esto no ocurre con las mujeres, y por ello decimos que son simples, uniformes y de una personalidad roqueña. Además, en éstas no hay tendencia hacia la contemplación, sino hacia todo lo contrario, esto es, hacia la acción pura. Pero si hay un personaje que constituye el vórtice que confiere unidad y coherencia a las sucesivas generaciones, ese personaje es Úrsula Iguarán. Por ello poco tiempo después de su muerte todo se desmorona y se desintegra definitivamente.  

   Dentro del esquema mítico que acabamos de mencionar, la acción disolutoria y desintegradora que la naturaleza ejerce sobre las obras del hombre y sobre su propio espíritu representa el mal. Esta influencia se ejerce en dos direcciones, una ambiental y otra genética. El hombre se nos muestra aquí como un pelele prisionero e indefenso dentro de los estrechos márgenes de este doble condicionamiento.
   El determinismo ambiental actúa a través de una serie de agentes suyos cuya actividad principal consiste en la disolución de las formas y de las estructuras que el hombre, mediante su trabajo, trata de imponer en el entorno. En este sentido, se trata de una actividad entrópica, disolutoria y desorganizadora. Y entre los principales agentes encargados de este cometido podemos mencionar los siguientes: el calor, la lluvia, las hormigas coloradas, la vegetación invasora, la idea de putrefacción, el comején y las polillas y, finalmente, el viento. La voluntad humana naufraga inevitablemente ante el muro infranqueable de lo natural. En este sentido, el tema básico de la novela naturalista de los años veinte no desaparece con la nueva narrativa que se inaugura en los cuarenta, sino que se continúa también aquí como un afluente subterráneo que condiciona e irriga las producciones más señeras de esta nueva literatura. En obras como Don Segundo Sombra, La vorágine y Doña Bárbara asistimos al enfrentamiento épico del hombre con una naturaleza exuberante y hostil que ha de ser domeñada. La Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, esa hembra especializada en seducir a los hombres para succionarles la savia de su vitalidad, es un símbolo de la naturaleza salvaje y primitiva. El joven terrateniente que llega de la ciudad pertrechado de su ciencia y dispuesto a aplicarla para que su propiedad funcione de una manera racional es el elemento antagónico. El enfrentamiento entre ambos, en el fondo, representa el enfrentamiento entre lo natural-instintivo y lo cultural-racional. Pero sí es cierto que hay una diferencia importante en la visión de lo natural durante los dos períodos de la literatura mencionados con anterioridad, y esta diferencia radica en el hecho de que en la época de la novela naturalista se percibe cierto tono optimista que desaparece por completo en la novelística posterior. Santos Luzardo, protagonista principal de Doña Bárbara, consigue finalmente imprimir en su entorno una racionalidad y un orden geométricos, mientras que los héroes y protagonistas de las obras más representativas de la renovación literaria iniciada en el medio siglo, por lo general, sucumben cuando acometen iniciativas similares. Consideramos que en obras como La casa verde, La casa de los espíritus, Los pasos perdidos, El astillero, etc., se perciben con meridiana claridad ecos de todo esto. En todas ellas, y en otras muchas, la naturaleza es concebida como un límite infranqueable para la voluntad humana y como principio disolutorio. En Cien años de soledad esta idea es, posiblemente, mucho más manifiesta y evidente. Si hay algo que caracterice con total exactitud al pueblo de Macondo es su fragilidad y su exposición continua al deterioro consecuencia de una entropía que aquí parece actuar de una manera mucho más manifiesta y efectiva de lo que es habitual en cualquier otro sitio. De hecho, es un cataclismo natural, una especie de ciclón, lo que le pone fin.
   Dijimos en la introducción que el elemento antagónico y, por consiguiente, salvífico, es la mujer. La tenacidad, el tesón, la constancia, la perseverancia en el trabajo reparador y conservador son atributos exclusivos de las distintas mujeres protagonistas de la historia. La actividad de éstas se ha de entender, por consiguiente, como una actividad anantrópica, esto es, ordenadora y formadora. Y el personaje más relevante en este sentido es el de Úrsula Iguarán. Con su muerte el proceso natural de relajación y degradación se acelera de manera muy manifiesta. Poco tiempo después de esto llega al pueblo el padre Augusto Ángel, quien, a pesar de su carácter tenaz y trabajador, sucumbe rápidamente vencido por la negligencia que se respiraba en el aire, tomando el relevo Amaranta Úrsula, de quien se nos dice que abrió puertas y ventanas para espantar la ruina. Y otro tanto ocurrirá después con Santa Sofía de la Piedad, de quien se nos dice: Pero cuando murió Úrsula, la diligencia inhumana de Santa Sofía de la Piedad, su tremenda capacidad de trabajo, empezaron a quebrantarse. No era solamente que estuviera vieja y agotada, sino que la casa se precipitó de la noche a la mañana en una crisis de senilidad. Un musgo tierno se trepó por las paredes… A continuación se nos informa de que Fernanda del Carpio, a la par que escribía cartas a sus hijos, no era consciente de la arremetida incontenible de la destrucción. De hecho, su ideal de excelencia y distinción para sus hijos, a los que ha enviado a estudiar a Europa, también sucumbe progresivamente. Y hemos de pensar que Europa es aquí un símbolo de la racionalidad marmórea e inmarcesible, un antídoto contra el sopor disolutorio del trópico. La descripción del librero catalán, vestido con unos simples calzoncillos y empapado en sudor, redundaría también en la idea de cómo lo racional, asociado a Europa, sucumbe necesariamente ante el efecto disolutorio del calor del trópico. El comentario de Amaranta Úrsula poco tiempo después de volver de Bruselas es una muestra más de lo mismo: Dios mío, ¡cómo se ve que no hay una mujer en esta casa! Como no podía ser de otra manera, emprende la ardua labor de remozar la casa, a pesar del convencimiento de su marido, Gastón, de que sería derrotada por la realidad. Es el sino de los Buendía, hacer para después deshacer. Un sino simbolizado en los pescaditos que el general Aureliano elaboraba minuciosamente para después volverlos a fundir de nuevo. Pero, como sabemos, todos estos esfuerzos de apuntalamiento al final son vanos y la casa solariega y el mismo pueblo de Macondo son engullidos por la voraz naturaleza en medio de una tremenda tempestad.