Hace unos años, comenzamos a redactar una breve reseña sobre la Antitauromaquia, de Manuel Vicent, pero el proyecto quedó truncado nada más nacer por una cuestión de conciencia. Nuestro trato con este texto nunca ha pasado de ese ligero ojeo –y hojeo- que se suele hacer en las librerías cuando se sale a la caza de nuevos ejemplares para nuestra sala de trofeos y…, claro, ¿cómo hacer la reseña de un libro que no se ha leído si no es dejándose condicionar por los propios prejuicios o por la propia apariencia del asunto? Es ésta la causa de que decidiéramos abandonar el proyecto y dedicar nuestro tiempo a otros menesteres.
Estas son las pocas líneas que en su momento logramos articular sobre la obra en cuestión:
Hemos considerado que “Juan Belmonte, matador de toros”, es el mejor libro sobre temática taurina escrito hasta la fecha. Pues bien, su complemento antagónico sería este otro que ahora glosamos: “Antitauromaquia”, de Manuel Vicent. Sin pretender entrar a valorar la calidad y valía literaria del escritor valenciano, nos parece que este libro suyo es un ejemplo paradigmático de esa visceralidad de la que más arriba hablábamos en relación a la crítica de ciertos detractores, con el agravante, además, de que la crítica que pueda contener aparece sazonada con un plus de mal gusto ramplón, escatológico a veces, que la deslegitima de entrada. Quiere esto decir que la ofensiva de M. Vicent no parte principalmente de la razón y del intelecto, sino de los propios intestinos. No presenta argumentos, no razona, no justifica. Se limita, más bien, en explícita imitación de la táctica defensiva de ciertos pájaros, a regurgitar sobre el rostro del enemigo atacante la plasta hedionda procedente de sus vísceras. El libro es, literalmente, y con perdón por la expresión, una “cagada” de su autor, y ello en un triple sentido: 1) algo que sale muy mal, 2) producto de las vísceras, que no del intelecto, y 3) ofensa y desconsideración hacia el mundo taurino que ha de interpretarse bajo la forma del tradicional “me cago en…”.
El libro, pues, rezuma mal gusto por los cuatro costados debido a que es el fruto del resentimiento más visceral.
El asunto quedó completamente olvidado durante un tiempo, concretamente hasta el pasado año, que es cuando me tropiezo con un artículo del mismo autor que llevaba por título El clarín. Lo leí varias veces, por activa y por pasiva, del derecho y del revés, obteniendo como resultado una molesta sensación de dejà vu. Fue entonces cuando comencé a sospechar que los prejuicios que me habían llevado a redactar el texto de más arriba tenían cierto fundamento. Y, como no pude evitar la tentación de la réplica, redacté unas líneas que, con el título de Sordina para el clarín del Sr. Vicent, dirigí a la sección Cartas al Director, del Diario El País y que, evidentemente, no tuvieron a bien publicar. Son éstas:
Al Sr. Vicent no se le pueden negar las virtudes de la perseverancia y de la puntualidad. Fiel a la cita, el pasado domingo día 8 hacía pública su anual diatriba contra la Fiesta Nacional.
Dejando al margen la bosta bovina, los regueros de sangre, las moscas zumbonas y el sahumerio de los habanos –elementos cargados de emotividad subjetiva que nunca faltan en su habitual caracterización de la Fiesta-, nos interesa llamar la atención sobre algo que ya no cuenta con la excusa de la insoslayable subjetividad: la deficiente trabazón interna de su discurso. En síntesis, viene a establecer que el desinterés mayoritario hacia la Fiesta constituye la prueba palpable de que ésta ha perdido la batalla en el terreno de la estética. Pero, ¿no es cierto que esta misma regla nos llevaría a negar valor estético a los más selectos frutos de la denominada alta cultura, dado que, de igual modo, carecen del reconocimiento y de la aceptación de la mayoría?
La fiesta de los toros está herida –en buena medida, por culpa de los propios actores protagonistas-, pero, afortunadamente, los aficionados contamos con el consuelo de poder decir aquello de: “Siempre nos quedará París”.
Y nuevamente el asunto quedó relegado a un ultimísimo plano, eclipsado por otras cuestiones más candentes y perentorias.
Pero todo vuelve…El pasado 6 de mayo el Sr. Vicent nos obsequia con su libelo anual, esta vez con el título La marca. Y, ¿quién se resiste a entrarle al trapo? Nuevamente hemos de dejar al margen las inevitables moscas, los inevitables vómitos de sangre y la inevitable caspa del casticismo, para atenernos a lo sustancial del texto: la imagen que España proyecta hacia el extranjero está mediatizada por el deleznable espectáculo de lo taurino, lo cual, al parecer, es algo consustancial a nuestra particular idiosincrasia. Y es tan consustancial, que la derecha castiza del lorailo-lailo (todos los aficionados a los toros son de derechas, incluidos Lorca y Joaquín Sabina), no contenta con torturar y asesinar a pobres animales indefensos, ha decidido ejercitar su sadismo atávico sobre los lomos de ese manso que es la ciudadanía (siempre de izquierdas). El artículo, como siempre ocurre cada vez que el Sr. Vicent aferra con fuerza la pluma para su anual desahogo, incurre en los tradicionales vicios del simplismo, la generalización y, ¿cómo no?, el subjetivismo más visceral. El único mérito del escrito es el eficaz uso de la metáfora taurina para explicar la delicada situación de la ciudadanía en estos momentos de crisis. Lo cual demuestra, ¡por cierto!, que ni siquiera los más furibundos detractores de la Fiesta Nacional son capaces de desprenderse de un arquetipo que todos llevamos grabado en lo más profundo de nuestro inconsciente colectivo.
Las cosas no se deben dejar a medias. Una vez empezada la faena es preciso rematarla.
Hace unos días decidimos internarmos en la jungla del Internete en busca de nuevas pruebas de los vicios nefandos del Sr. Vicent. Una vez más hemos de obviar la irrenunciable cuota de subjetivismo que siempre acompaña a las obras humanas, así como el habitual pateado del Diccionario y de la Semántica misma, tan habitual entre los representantes del movimiento animalista, para centrarnos en lo sustancial de estos escritos.
Uno de los más celebrados es aquél en el que, tras la correspondiente batería de argumentos sofísticos, concluye rizando el rizo de la perversión lógica al establecer un paralelismo entre tauromaquia y canibalismo. Admito que el toreo sea un arte si a cambio se me concede que el canibalismo es gastronomía, viene a decir. O sea: sólo si p (canibalismo) es q (gastronomía), r (tauromaquia) podrá ser s (arte). No hace falta estar familiarizado con las leyes de De Morgan, Modus Ponens, Modus Tollens, Transitividad y otras para darse cuenta de que el argumento es sofístico a más no poder, es decir, pura pirotecnia verbal. Pero resulta que la debilidad del argumento, además de formal, es también material, esto es, de contenido. Tenemos la impresión de que la imagen que el Sr. Vicent maneja del canibalismo en poco o nada se diferencia de la difundida por las películas de Hollywood: indígenas con taparrabos danzando alrededor de un caldero enorme en cuyo interior se cuece dignamente un pobre y desvalido explorador europeo. Evidentemente, el canibalismo no es un fenómeno que esté al servicio de la alimentación.[1] El canibalismo no es gastronomía porque es mucho más que esto: un ritual religioso y sagrado que, partiendo de la función primaria de la alimentación, busca ante todo la comunión con el espíritu de los antepasados, con el Dios-tótem o, en algunas ocasiones, con el carisma y la fuerza de los enemigos vencidos en la batalla. La relación entre canibalismo y gastronomía es la misma que pueda haber entre tauromaquia y un reality de la TV. Así pues, el toreo, como el canibalismo, es básicamente un ritual sagrado. Y, ¿no es el rito el fundamento de todo arte?
En el artículo del 2 de mayo de 2004 sólo hay una metedura de pata digna de mención. El resto es más de lo mismo –o sea, moscas, muchas moscas…-: creemos que ignorarlo todo sobre la lidia supone un paso en el refinamiento del espíritu. ¡Ole, ole, y ole! No es sólo que se considere la ignorancia como una vía de acceso al refinamiento espiritual, sino que aquí huele a seminario. ¿Considera acaso el Sr. Vicent que el pensamiento puede verse contaminado de alguna manera por lo pensado? Y, ¿cómo ha de lograrse esta ignorancia, de manera voluntaria o por imposición censora? Lorca, quien dijo de los toros que se trata de la fiesta más culta que queda actualmente en el mundo, debía de padecer de un acusado déficit en cuanto a refinamiento espiritual y a sensibilidad se refiere, ¿o no?
En un artículo de 2006, del que no tenemos ni título ni fecha exacta, las meteduras de pata hasta el corvejón son clamorosas.
Primera: La estética de masas ahora se congrega alrededor de unos héroes que son campeones de motos, de fórmula 1, de rallies, de baloncesto, de tenis, de golf, de fútbol…Tratándose, como resulta obvio, de una variante del argumento presentado en el artículo más arriba comentado –El clarín-, nuestra respuesta ha de limitarse a la siguiente pregunta: ¿y…? El criterio de la mayoría para lo que ha sido establecido: para elegir a nuestros representantes políticos, y punto.
Segunda: Este espectáculo baja varios niveles más en la degradación cuando abandona las plazas oficiales y se convierte en capeas populares con toros de fuego, ensogados, alanceados, (…). A continuación hace referencia al hecho de que el Parlament de la Generalitat se dispone a tramitar la prohibición de las corridas de toros en territorio catalán y comenta que tal hecho no debe ser visto como algo vinculado con las reivindicaciones nacionalistas sino, antes bien, como una prueba de la superioridad espiritual de los catalanes. Evidentemente, en el año 2006 el Sr. Vicent no podía predecir lo que iba a ocurrir unos años después. A ver: si los catalanes –los políticos catalanes, más bien- son más evolucionados que el resto de los españoles, ¿cómo es que han dejado intactos esos correbous que, según acaba de reconocer el propio autor, son incluso más censurables que las propias corridas de toros? Está claro que la cuestión de fondo de todo este asunto tiene mucho que ver con las reivindicaciones nacionalistas y poco o nada con una supuesta superioridad espiritual o con el bienestar de los animales.
En el artículo del 4 de mayo de 2008 los argumentos –o pseudoargumentos- de los anteriores artículos se repiten, siempre, ¿cómo no?, con el correspondiente aliño de moscas, estiércol, puyazos y sol, un sol de cinco de la tarde, un sol que es para los españoles lo que el aceite de oliva para las ensaladas –el Señor Vicent cree en el determinismo ambiental-. Limitémonos, por tanto, a comentar un par de líneas. ¡Pero vaya un par de líneas!: Pero la profunda sensibilidad de esa canción (paraules d´amor) está a mil años luz de un puyazo que hace correr la sangre del toro hasta la pezuña. A Serrat se le puede perdonar esta caída, dado el amor que se le tiene, siempre que sea por una vez y no más. Una y no más…, que sea la última vez…, que no se vuelva a repetir…El Sr. Vicent, metamorfoseado de pronto en Gran Inquisidor, haciendo gala de una abnegación absolutamente encomiable, está dispuesto a mirar para otra parte, a hacer borrón y cuenta nueva, a no tener en cuenta la traición, porque…¿Por qué? ¿Quizás porque Serrat es catalán?, ¿quizás porque considera que no era consciente de lo que hacía al acudir a la plaza?, ¿quizás porque es famoso?, ¿quizás porque es necesario ganarlo para la causa? Lo que está claro es que en esta ocasión Don Manuel no ha podido evitar la mostración del Mr. Hyde que todos llevamos dentro, ese otro yo oculto que, como sabemos, en esta piel de toro que es España siempre se manifiesta ataviado con vestido negro y talar.
El avance de la civilización se paga al precio de una notable barbarie, dijo Walter Benjamin. ¡Y cuánta razón tenía! Lo que no dijo el filósofo judío-alemán, que nosotros sepamos, es que el procedimiento del que se sirve la barbarie para progresar a rebufo del propio progreso civilizador es el mimetismo. Esto significa que muchos de los supuestos logros del supuesto progreso no son tales, sino, antes bien, pérdidas o retrocesos. El animalismo sería un buen ejemplo de esto último, uno de los muchos avatares de que se sirve la barbarie para hacerse un hueco en este mundo nuestro tan moderno, dinámico, aséptico y…¿vacuo?
Quien quiera más detalles sobre cómo se manifiesta la barbarie en los tiempos modernos, puede echar un vistazo al artículo recogido bajo la etiqueta TAUROMAQUIA con el título Del linaje de Atila.
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El señor Vicent está en su derecho a opinar sobre lo que le venga en gana, ¡faltaría más!, igual que cualquier hijo de vecino, pero no podemos evitar la sensación de que la lucidez de la que hace gala cuando escribe sobre otros asuntos se volatiliza completamente cada vez que, llegando el mes de mayo, decide echarse al ruedo. Está visto y demostrado que de los prejuicios y emociones sólo se pueden esperar consignas y proclamas, nunca razones.
No pongas tus sucias manos sobre Mozart, Balada de Caín, Póker de ases…Estos son los títulos de la obra convencional del Sr. Vicent que hemos leído. Y con ellos nos quedamos.
[1] Quizás la excepción a esta afirmación la constituya el canibalismo practicado por los antiguos aztecas. Según Marvin Harris, la razón última de esta práctica habría que buscarla en los escasos recursos alimenticios de la región. El hecho de que los insectos aparezcan en la dieta habitual de estos pueblos sería una prueba determinante.