En el año 1875, al recibir como regalo una reproducción del grabado que preside estas líneas, Nietzsche escribe lo siguiente: “Raras veces me produce placer la imagen reproducida en un cuadro, pero este grabado, El caballero, la muerte y el diablo, me resulta algo muy cercano, apenas puedo expresar hasta qué punto”.
Se trata de un texto que resulta sintomático por dos razones fundamentalmente:
a) En primer lugar, por la información que nos aporta en relación al modo en que Nietzsche modeliza e interpreta la realidad. A la mayoría el sentido de la vista nos sirve para orientarnos físicamente por el mundo –ésta sería su función más primaria- y para formarnos un modelo sensible de lo no experimentado o de lo no experimentable como fenómeno concreto –como las nociones abstractas-. Nietzsche, en cambio, reconoce explícitamente su cortedad de vista para todo lo relacionado con lo sensible visual. De hecho, todos los adeptos a su pensamiento sabemos que se siente como pez en el agua cuando se halla rodeado de formas sonoras y musicales, pues para él –como para Schopenhauer- el mundo no es otra cosa que una epifanía fenoménica de una esencia de tipo voluntarista-musical. Es el suyo, por tanto, un pensamiento que, para ser modelizado, reclama de las formas musicales. Podríamos incluso afirmar que Nietzsche contempla la realidad del mundo desde el prisma de lo musical –sub specie musicae-. Si tuviésemos que elegir una forma musical concreta, no nos cabe ninguna duda de que la overtura del Tannhäuser sería lo más aproximado.
b) En segundo lugar, porque el poder de este grabado para conmover a un espíritu que se reconoce como ciego para lo sensible visual sería una prueba de su tremenda gravidez significativa. Es posible que Nietzsche viera en este grabado una plasmación sensible, defectuosa pero insuperable, de su propio pensamiento, esto es, de sus propias inquietudes filosóficas y existenciales.
Si la labor de Durero como pintor consistió en dar forma y cuerpo a una determinada idea -en hacer sensible lo inteligible-, la nuestra ahora debe consistir en justo lo contrario: en hacer inteligible lo sensible, en leer las formas o, si preferimos una jerga más técnica y específica, en desentrañar el significado oculto tras la exuberante presencia del significante. ¿Qué hay en esta imagen que con tanta intensidad pudo imantar el interés del filósofo solitario?
Nos encontramos, por tanto, ante una representación alegórica del tópico que concibe la vida como camino y al individuo como un caminante -peregrino o romero- que ha de superar toda suerte de obstáculos para alcanzar la ansiada meta de la realización y de la felicidad.
Pero en este grabado todos y cada uno de los detalles son relevantes de cara a su correcta interpretación. Es preciso pasar, por tanto, de lo genérico a lo concreto:
-Gesto del caballero. La expresión del rostro del caballero revela serenidad, templanza y, sobre todo, determinación. El hecho de que mire al frente sin preocuparse lo más mínimo de las horribles figuras que lo acompañan es altamente sintomático a este respecto. El caballero sabe que la meta que persigue está jalonada de dificultades y, pese a ello, no está dispuesto a dejarse amilanar ni a dar su brazo a torcer. La entereza y la determinación son los ingredientes de su fuerza interior.
-Armadura. La armadura del caballero, yelmo y coraza principalmente, serían símbolo de la fortaleza de su determinación y de su entereza frente a las dificultades inherentes a la vida.
-Caballo. Se trata de una imagen que transmite las sensaciones de fortaleza y de solidez. Su musculatura y buena salud contrasta con la debilidad que transmite el caballo sobre el que monta la muerte. También tendríamos aquí, por tanto, un símbolo de entereza y de determinación.
-Calaveras. Símbolos de muerte y de la vanidad de muchas de las empresas que acomete el hombre. Una de estas calaveras aparece desmenuzada. Es probable que haya sido pisada por los recios cascos del caballo de algún otro viajante que no se ha dejado amilanar. Estos fragmentos nos sugieren que la determinación y entereza vencen la muerte.
-Castillo situado en la cima de una montaña. Meta lejana que es preciso alcanzar. El hecho de que se encuentre situado en las alturas de la montaña representa la dificultad de la empresa. Aunque no haya que descartar la posibilidad de que esta meta lejana sea un símbolo de la propia interioridad, pues todo viaje no es otra cosa que una aventura interior. Desde esta perspectiva, el Diablo y la Muerte serían símbolos de las dificultades y de los retos con que ha de enfrentarse todo aquél que decide embarcarse en la riesgosa aventura del autoconocimiento.
-Reloj de arena. Es, posiblemente, el símbolo más evidente de los muchos que aparecen en el grabado. El tópico del tempus fugit siempre ha aparecido vinculado en nuestra tradición no sólo con el del carpe diem, sino también con el de la vanitas vanitatum y con el memento mori.
-Caballo que monta la muerte. Quizás lo menos relevante de este símbolo sea su aspecto francamente desmejorado. Nos parece mucho más significativo el dato de que el caballo esté enfocando su mirada hacia el suelo en lugar de hacerlo hacia el frente, tal como hace el caballo del guerrero. Esto sería un símbolo de debilidad y de claudicación.
-Cuerno astillado del diablo. Símbolo, ¿cómo no?, de fragilidad. El miedo, a pesar de su paralizante presencia, podrá dificultarnos el cumplimiento de nuestros proyectos, pero hemos de saber que también él es débil y que puede ser vencido. Se nos da a entender con esto que la determinación y el arrojo son capaces de vencerlo todo.
-Lagarto. El hecho de que se trate de un reptil que corre en dirección opuesta a la que sigue el caballero nos hace pensar que podría tratarse de un símbolo de la duda y de la tentación a dejarse llevar por el camino fácil de la disipación.
Neurótico, hipocondríaco, hiperestésico y con tendencias suicidas. Nietzsche reconoce haber tenido en más de una ocasión la tentación de tirar la toalla y que no lo ha hecho porque una vida tan sufrida como la suya constituye una magnífica ocasión para la realización de los más interesantes experimentos en el orden moral y existencial.
Pero es en El ocaso de los ídolos donde encontramos la descripción detallada de los principios lenitivos que nuestro filósofo solía administrarse para hacer más llevadera su existencia:
8. De la escuela de guerra de la vida: lo que no me mata me hace más fuerte.
12. Quien posee su propio porqué de la vida, acepta casi todo cómo.
44. Fórmula de mi felicidad: un sí, un no, una línea recta, una meta…
¿Hay una psicoterapia más eficaz que la que aparece expresada en estos aforismos? Dudamos de que tal cosa sea posible. De hecho, la incidencia del pensamiento de Nietzsche en la historia de la psicología -en general- y del psicoanálisis –en particular- es algo que aún hoy en día está pendiente de analizar. Freud dijo que nunca quiso leer a Nietzsche para así evitar las influencias, ergo…: está claro que sí lo leyó.
El caballero, la muerte y el diablo es un grabado que a Nietzsche le resulta tremendamente cercano porque trata de aquello que más le afecta desde el punto de vista vital y existencial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario