martes, 23 de agosto de 2011

CONSECUENCIAS NOCIVAS DEL SOBRECALENTAMIENTO NEURONAL QUE DEBEN EVITARSE




VANITAS VANITATUM



   Hurgando en las gavetas donde se entierran los despojos del recuerdo, hallé la fotografía, amarillenta y ajada por los zarpazos del tiempo, de aquél que una vez fuera. Adosada a un viejo carné de biblioteca, como un náufrago a su frágil tablilla, mi propia imagen me contemplaba desde el hontanar de los tiempos, desde ese fondo que es también una cumbre. Sus ojos, que son también los míos –que son los mismos ojos que los míos, pero diferentes-, me miraban con dulzura y sus labios tiernos e impúberes me sonreían con esa misma dulzura, con esa dulzura tierna que brota a borbotones abriéndose paso por los resquicios del gesto. Una fotografía, una simple fotografía en la que habían quedado congelados una mirada, una expresión y un gesto, arrebatados todos a la vorágine insaciable y nunca ahíta del tiempo. Nacer para ser; ser para sufrir; sufrir para después perecer. Así canta el tiempo su letanía ¡Oh, sino cruel!, ¡vida cruel! ¡Oh, Dios! ¿Tan insoportable te resulta el tedio de la eternidad que tuviste que inventar al hombre para solazarte en su tragedia?

   Biblioteca Pública Municipal. Nombre y apellidos. Edad: trece años…, y la imagen de ese que fui, de ese que ya no soy, de ese que dentro de unos años –apenas un suspiro de Dios- habrá dejado de ser para los restos. ¿Qué fue de él si ya no es yo, si yo soy otro distinto de él? ¿Qué fue de ese brillo en sus ojos y de esa media sonrisa plácida y benévola de niño que nunca ha roto un plato? El tiempo se los comió. El tiempo y ese hambre eterno, ese ávido deseo de saber y de comprender que tan temprano lo empujó hacia el erial que es toda búsqueda sin fin, que tan pronto lo expulsó del paraíso de la sádica inocencia.

   Una imagen que ya no es la mía –pero que en su momento lo fue- adosada a un carné de biblioteca…Símbolo perfecto de una vida. Un carné que deja expedito el camino para la escapada hacia ninguna parte y hacia cualquier parte, hacia cualquier parte que no sea esta parte de aquí, donde nada más nacer empezamos a pudrirnos cocidos en la bilis amarga de nuestra propia salsa hasta acabar deshechos y muertos, convertidos en un montón de huesos, en un juguete donde la Nada pueda afilar sus agudos caninos de fiera insaciable. De manera intuitiva, inconsciente casi, descubriste –con tan pocos años- el difícil arte del escapismo, descubriste la existencia de una tangente capaz de llevarte muy lejos de este tiovivo vicioso y absurdo de la existencia, y no lo dudaste por un momento. Los libros se convirtieron en la llave mágica y dorada capaz de abrir esa puerta que tanto ansiabas atravesar para, por fin, encontrar al otro lado la quietud y la estabilidad que necesitabas, ese destello de eternidad que es la estrella de Belén para todos aquellos que se dejan embelesar por el canto de sirena de las Musas.

   ¡Qué chico y qué tierno te me antojas, amigo mío, amigo que un día yo mismo fueras! Desde aquí, desde un punto indeterminado de ese camino que tú mismo emprendieras, te quiero confesar que aún no he concluido la búsqueda y que, además, a estas alturas empiezo a dudar de que tal búsqueda pueda llegar algún día a su fin. No lo sé. Sí sé, porque lo vivo cada minuto de cada día desde el instante en que mi conciencia se despereza, que cuanto más creo encontrar más perdido me hallo. Sólo se enciende una luz allí donde hay un inmenso mar de oscuridad. No te culpo. Amigo mío, pero abriste una puerta que –mucho me temo- no conduce a esa isla de quietud y felicidad con la que tan pronto comenzaste a soñar. Incertidumbre y duda, esto es lo que yo he encontrado tras decidirme a seguir tus pasos. Una duda, un vértigo, un escalofrío, esto es lo que ahora mi espíritu alberga como única cosa segura. Y sin embargo…

  



TAEDIUM DEI



   Tedio, hastío, hartazgo y aburrimiento mortal. L´ennui de Baudelaire. Spleen.

   Hastío de Dios. ¿También Dios se aburre? Si nos atenemos a los datos que nos suministra la experiencia, no podemos dudar de que, efectivamente, así es. Se aburre, y mucho. El tedio es a la divinidad lo que la hemofilia a ciertas familias reales, algo consustancial que escapa a sus designios y a su voluntad omnipotente. La auténtica limitación no le viene a Dios del destino, tal como pensaron los griegos. El destino es algo que tiene que ver con el sucederse de los acontecimientos humanos según una legalidad trascendente. Dios tiene su límite en el tedio, que es una afección existencial que dimana, como un oneroso estipendio, del atributo de la eternidad.

   ¿Por qué Dios tomó la determinación de crear al hombre? ¿Qué necesidad imperiosa le movió a ello? Es evidente: la necesidad de sacudirse de encima la modorra anestesiante del tedio y del hastío. Existimos porque a Dios –o a los dioses- la vida eterna le resulta insufrible. Un tiempo infinito por delante, un tiempo infinito por detrás y, lo peor de todo, saber siempre lo que ha ocurrido y lo que ha de ocurrir. Por esto es que Dios nos quiso libres y rebeldes. Si Dios nos creó para paliar de alguna manera el aburrimiento mortal que sentía, ¿cómo va a querer que acatemos su voluntad a pies juntillas? Hacer la voluntad de Dios es algo que aportaría más tedio al tedio. Más de lo mismo.

   La tragicomedia humana es el culebrón con que Dios se entretiene durante las largas y soporíferas tardes de su eterno estío.





LUZ QUE TITILA EN LOS OJOS DE LOS NIÑOS



   ¿Por qué se apaga esa luz? ¿Quién o qué cosa amortaja el resplandor de esa estrella? Nada en el mundo es tan hermoso como la claridad y transparencia de esta luz, nada tan fascinante como el resplandor de la inocencia. No deja de ser paradójico que la inocencia y la inconsciencia emitan un destello infinitamente más intenso que el de la sabiduría. El grado de ofuscación de la luz de la mirada es directamente proporcional al grado de conocimiento. Y si esto es así, ¿por qué se habla entonces de zarandajas como luz del conocimiento, iluminación y revelación? La luz de la inocencia y del asombro…, ¡esto sí que alumbra! El conocimiento es su verdugo.





ABRIR LOS OJOS



   Una mirada amplia y luminosa sólo es posible con una condición: la inocencia que proporciona el no saber. Cuanto más se agrandan los ojos de la conciencia, tanto más se achican aquellos otros que llevamos en el rostro. Pero, si la sabiduría total sólo es posible a costa de una ceguera física total, entonces la omnisciencia de Dios exige su ceguera. ¿Qué mejor prueba de esto que la marcha del mundo?





LO FATAL



Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,

Y más la piedra dura porque ésa ya no siente,

Pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

Ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

                                               R. Darío



   ¿Qué nombre deberíamos dar a una doctrina ética que defendiera la tesis de que la felicidad se cifra en la inocencia del no saber? ¿Nescianismo, quizás? ¡A ver…! ¿Dónde está el responsable del departamento de lenguas muertas?

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