lunes, 19 de diciembre de 2011

APOLOGÍA DE EPICURO

Epicuro

El jardín de las delicias terrenales, de El Bosco


      Los Padres de la Iglesia de comienzos de nuestra era se vieron en la necesidad de defender su fe frente a la amenaza que para ésta suponía el pensamiento racional de los gentiles, un pensamiento que, por aquel entonces, había quedado fijado dentro de los moldes de cuatro escuelas de pensamiento: Platonismo, Aristotelismo, Estoicismo y Epicureísmo. Pero a estos Padres Apologetas pronto les ocurrió lo que, antes o después, siempre les ocurre a los aficionados a las briegas dialécticas: se dieron cuenta de que a los enemigos se los vence uniéndose a ellos y aprovechando sus fuerzas en propio beneficio. De esta manera, en cuestión de muy poco tiempo, el Cristianismo consiguió convertirse en la religión oficial del Imperio Romano y, cual bacteria de la salmonela en banquete de primera comunión, expandirse por todos los rincones del orbe.
   De la locura para los gentiles de Pablo y del credo quia absurdum –creo precisamente porque es absurdo- de Tertuliano, pues, pasaron al crede ut intelligas, intellige ut credas –cree para entender, entiende para creer- de San Agustín. Fueron lo suficientemente despabilados como para darse cuenta de que el pensamiento filosófico de los griegos ocultaba un enorme potencial del que podrían servirse para montar su particular tinglado doctrinal y dogmático y, sobre todo, para defenderlo de las eventuales razzias que pudiesen producirse en el futuro.   
   Ahora bien, de las cuatro escuelas de pensamiento arriba mencionadas, sólo las tres primeras recibieron el beneplácito de los enlutados dómines cabras. La última, el Epicureísmo o Hedonismo –de la que nosotros somos eméritos representantes-, fue dejada de lado desde un principio, para, poco después, ser estigmatizada con el correspondiente anatema. ¿Que por qué? Es posible que parte de la culpa la tuviese el Platonismo, siempre tan reacio a aceptar las palpitantes, sinuosas y cálidas criaturas del mundo sensible; es posible que algo tuviese que ver la ineptitud para el marketing publicitario de los integrantes de su feligresía –recuérdense aquellas palabras del poeta latino Horacio: soy uno de los lechones de la piara de Epicuro-. ¡Cualquiera sabe! El caso es que sobre la Escuela Epicúrea cayó desde un principio el referido estigma y que sus seguidores fueron condecorados con toda esa parafernalia de la que se suele abusar en la siempre entretenida y siempre apasionante tarea de descalificar al prójimo: degenerados, viciosos, libertinos, lujuriosos, sibaritas, obsesos, sodomitas, ateos, herejes, blasfemos, apóstatas, irreverentes, individualistas, liberales, librepensadores…
   Pero, ¿qué hay de cierto en el pliego de cargos esgrimido ante el tribunal de la Historia por los simpáticos aprendices de Inquisidores? Según nuestra modesta opinión, prácticamente nada. El juicio en su momento celebrado, y por el cual fueron condenados nuestros semejantes, fue un juicio sumarísimo que no contó con las más elementales garantías legales. Se hace preciso, por tanto, revisar el caso con el fin de hacer la justicia que entonces no se hizo.
   Nuestra defensa será breve. Nos limitaremos a ofrecer una relación de las ideas fundamentales de la doctrina y…¡que el lector juzgue por sí mismo!:

DECÁLOGO DEL CREDO EPICÚREO-HEDONISTA

  1. Deja de temer a la muerte. Cuando nosotros somos, la muerte no está presente; cuando la muerte está presente, nosotros ya no somos ni sentimos.
  2. Deja de temer a los dioses. Los dioses, suponiendo que existan, no se interesan para nada en los asuntos de los humanos.
  3. Aléjate de la política, de los asuntos públicos y de los negocios si quieres tener una vida tranquila y apacible.
  4. Deja de preocuparte por el Destino. Nuestro futuro no está escrito en las estrellas, depende en muy buena medida de nosotros.
  5. Vive apartado de la sociedad y rodeado de buenos amigos.
  6. Consagra tu vida a la búsqueda del Placer, pues en éste se cifra toda forma de felicidad.
  7. Debes preferir los placeres negativos –entendidos como ausencia de dolor- a los placeres positivos –entendidos como vivencias sumamente intensas-.
  8. Debes preferir los placeres intelectuales a los sensibles, pero reconociendo la dignidad de estos últimos.
  9. Debes preferir lo desagradable inmediato, pero que proporciona un placer a medio o largo plazo, a lo agradable inmediato que proporciona dolor y sufrimiento a medio o largo plazo.
  10. Debes buscar la imperturbabilidad del espíritu (ataraxia) y la tranquilidad del cuerpo (aponía).

   Así que…¡ya me dirán ustedes! ¿Viciosos, depravados, degenerados…? ¡No! Justo lo contrario: los prosélitos del epicureísmo hicieron gala de un sentido común –el menos común de todos los sentidos- que ya lo quisiéramos para nosotros mismos. Es más, en estos tiempos que corren, romos y obtusos como nunca antes los hubo, la doctrina epicúrea sólo puede ser vista como una muestra sublime de virtud, de civismo, de sensatez, de prudencia y, sobre todo, de sabiduría existencial y vital. Declararse partidario del epicureísmo no significa, al contrario de lo que muchos piensan, optar por esa elemental animalidad que nos sirve de montura en el camino de la vida, no. Si se tratara de esto, todas las descalificaciones arriba enumeradas estarían justificadas. Es más, se quedarían cortas. Optar por el epicureísmo significa, antes bien, comprometerse con un viaje de ida y vuelta, con un viaje de elevación y descenso que…

   El secreto para poder disfrutar de los placeres de la vida –y la comprensión se encuentra entre los más intensos y sublimes que podamos concebir- está en saber administrar la dosis adecuada. Lo dicho hasta aquí es más que suficiente por hoy. ¡Dejemos el resto de nuestra ambrosía eidética para futuras orgías!

miércoles, 14 de diciembre de 2011

PARTITOCRACIA Y CONSENSO POLÍTICO

   Sí. Está claro. Al menos un servidor cada día que pasa lo tiene más claro: tenemos lo que nos merecemos. Desde que se instauró la democracia en nuestro país, hace ya treinta y tres años, no hemos parado de alimentar el carcinoma que los partidos políticos representan para ésta y cualquiera otra democracia moderna. Lo que está por determinar es la cantidad y calidad de órganos afectados por la temible metástasis.
   En este tipo de asuntos, como en casi todos los verdaderamente relevantes, las novedades parecen brillar por su ausencia. Ya Platón nos advirtió, hace dos mil quinientos años, de que el destino natural de la democracia es su degeneración en tiranía. Y no se equivocó, puesto que en esto, precisamente en esto, han desembocado la inmensa mayoría de los regímenes democráticos modernos: en una tiranía de los partidos políticos o, valga el eufemismo, en una partitocracia. Lo que nació como institución vicaria destinada a gestionar la voluntad de los ciudadanos, dada la imposibilidad material de una democracia directa en la inmensa mayoría de los estados actuales, con el correr de los años ha experimentado una hipertrofia que lo ha llevado a darle la espalda a los ciudadanos a los que supuestamente representa y a poner por encima de todo los intereses de la propia institución. Y todo esto ocurre, evidentemente, porque no se nos ha educado como es debido para ejercer nuestros derechos y obligaciones democráticas. Hoy en día, a pesar de la EpC, los españoles seguimos sufriendo un acusado déficit formativo en lo que respecta a esta asignatura. Desde hace treinta y tantos años, se nos ha recordado machaconamente la necesidad de que acudiésemos  a votar cada vez que se convocaban elecciones, pero da la impresión de que el interés de los responsables políticos nunca ha pasado de aquí. Siempre ha interesado que pensemos que nuestra única obligación política se reduce a introducir un papelito en la urna cuando se nos dice que lo hagamos. Siempre ha interesado, sobre todo, que tras este sublime ejercicio de libertad nos desentendamos completamente del asunto y que volvamos dócilmente a desempeñar nuestros quehaceres cotidianos, que ya ellos, los políticos, se encargarán de gestionar nuestra voluntad de la mejor de las maneras posibles. Y aquí está la gran falla del sistema. Al político –sea del signo que sea- no se le puede quitar el ojo de encima. Dejar que los políticos gestionen el poder sin contar con mecanismos de control externos al propio sistema de la política es un acto de una irresponsabilidad comparable al que supondría el hecho de encomendar a un toxicómano la custodia del alijo incautado por las fuerzas de seguridad del estado. El poder que proporciona la política es como la heroína, basta con probarlo una sola vez para terminar convertido en un adicto de por vida. Que le pregunten a Putin, si no. Son muchos los que llevan toda su existencia aferrados a su escaño o al vulgar sillón de skay del ayuntamiento de su municipio; son muchos los que han hecho de la política una profesión; y son muchos, además, los que necesitarían someterse a un tratamiento de desintoxicación a base de metadona y otros sucedáneos para poder renunciar a la erótica del poder. Esto es algo que cualquiera que tenga más de treinta años puede comprobar. La única manera de que el político abandone gustosamente y sin excesivas pataletas su condición de tal es que la renuncia le aporte más ventajas que  inconvenientes.
   Hasta hace unos años era todavía frecuente que se apelase a la Razón de Estado a la hora de justificar ciertas prácticas contrarias al derecho pero, al mismo tiempo, consideradas como necesarias para salvaguardar los intereses de la mayoría. Pero las cosas de la política ya no parecen ser lo que eran. A tenor de la evolución general de nuestra reciente democracia, nos resulta completamente imposible no dudar de que el interés común siga constituyendo la piedra de toque con que discriminar lo realizable de lo no realizable en política. Todos los indicios apuntan en la misma dirección: la Razón de Estado ha sido desbancada de su lugar de preeminencia y ahora su puesto es ocupado por lo que podríamos denominar Razón de Partido.
   Tanto el partido del Ejecutivo como el que ejerce la oposición son conscientes de la imperiosa necesidad de llegar a un acuerdo en materia de educación, pero, según todos los indicios, lo realmente prioritario para ambos es combatir y debilitar al rival. Tienen asumido que negociar y pactar con el contrincante es una manera de claudicar y, por tanto, una manera de renunciar a una considerable porción de poder. Al enemigo, ni agua. Este es el lema que unos y otros entonan antes de irse a dormir y al levantarse por la mañana. Yo, mi, me, conmigo…, nosotros. Así declinan su credo. Y los demás, la mayoría formada por todos nosotros, mirando para otro lado, convencidos de que trabajan en pro de los intereses generales.
   Quien suscribe estas líneas es tremendamente pesimista en lo referente a la viabilidad del ansiado pacto por la educación. Lo único que surtiría efectos sobre la conciencia corporativista de la casta política –que sólo tiene ojos para el recuento de los votos- sería una “megamanifestación” organizada e integrada por ciudadanos de distintas ideologías políticas pero, al mismo tiempo, con una inquietud común: el futuro educativo de nuestros hijos.

lunes, 12 de diciembre de 2011

BUENISTAS Y MALISTAS ANTROPOLÓGICOS

   Desde hace un par de centurias viene siendo habitual el intento de explicar la evolución del pensamiento occidental como resultado de la confrontación de una serie de ideas antagónicas ejemplificadas o bien en escuelas de pensamiento, o bien en pensadores concretos. Es el caso, por poner unos pocos ejemplos, de la oposición entre Platón y los sofistas, entre racionalistas y empiristas o entre hobbesianos y rusonianos. El nombre del promotor de este tipo de lizas dialéctico-pugilísticas fue ese sujeto malencarado –perrito faldero del sistema, para más señas- de nombre Hegel. A pesar de que el método de oposiciones puede dar lugar con suma facilidad a explicaciones simplistas de los fenómenos sociales e históricos, no sería justo negarle su alto potencial explicativo. Pero no se me espanten, que aquí no pretendemos realizar una exposición de los vicios y de las virtudes de la metodología del filósofo teutón. Antes bien, lo único que nos interesa de todo lo anterior es una de las oposiciones mencionadas: la que se establece entre los postulados de Hobbes y aquellos otros de Rousseau. El primero, como sabemos, es el padre de ese famosísimo latinajo que establece una esencial vinculación entre el Homo Sapiens Sapiens y el siempre demonizado Canis LupusHomo homini lupus-; el segundo, por su parte, es famoso, además de por haber establecido los fundamentos del contrato social en que se sustentan los regímenes democráticos, por haber puesto en circulación una de las más grandes imbecilidades que se han podido oír y leer en la historia de las ideas: el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe. Así que, señoras y señores, ¡hagan sus apuestas!...Hobbes vs. Rousseau. Pesimismo antropológico contra optimismo antropológico. El combate cuenta con todos los ingredientes necesarios como para suscitar el interés del público mayoritario.
   Pero dejémonos de referencias eruditas y centrémonos en el aquí y ahora. ¿Acaso no han reparado en el detalle de que desde hace unos años viene siendo habitual que el debate dialéctico-ideológico entre el PP y el PSOE gravite en torno a los postulados de uno u otro de estos dos filósofos? Así, por ejemplo, las propuestas de Zapatero referentes al manido asunto de la alianza de civilizaciones fueron motivo para que desde las filas del PP se le tachase de iluso, de ingenuo  -ZP, alias Bambi- y, sobre todo, de incurrir en un buenismo antropológico no justificado. Todo esto habría de aparecer después resumido en la ecuación talante = buen rollito. Este tipo de críticas, por otra parte, nos da a entender que la imagen del hombre que los miembros del PP hacen suya es justo la contraria. Si el hombre es malo por naturaleza, en ningún momento podremos bajar la guardia. Lo que corresponde es montar un sistema de vigilancia lo suficientemente coercitivo como para que la mayoría de los ciudadanos se puedan sentir seguros y puedan, además, llevar adelante sus empresas económicas sin tener que sortear grandes obstáculos.
   Este tipo de disputas, como sabe cualquiera que esté medianamente familiarizado con las grandes disputas ideológicas habidas a lo largo de la historia, suelen terminar en tablas. ¿Hobbes o Rousseau? ¿Pesimismo u optimismo? Pues ni uno ni otro, ambos. Para empezar, lo primero que debería quedar claro es que ese hombre natural del que hablan ambos filósofos es un mero constructo teórico, es decir, algo que ni existe ni ha existido jamás. Que una determinada tribu del Amazonas jamás haya tenido contacto con nuestra civilización occidental no significa que los miembros que la integran sean salvajes, pues toda organización humana se sustenta sobre una serie de normas, usos y costumbres que, grosso modo, integran lo que comúnmente se denomina cultura. Defendemos lo natural, pero también afirmamos que esta naturalidad, si no está mediatizada por la cultura, en poco o nada se diferencia de la simple animalidad. Rousseau y Hobbes, por tanto.

jueves, 8 de diciembre de 2011

DICCIONARIO APÓCRIFO, LÚDICO Y FILOSÓFICO

   Aunque no lo parezca, esto es una llamada de socorro.
   He decidido avanzar un par de páginas del escrito que me traigo entre manos en estos momentos porque llevo unos días dudando de la viabilidad del proyecto. No sabría decir qué me pasa. El caso es que las ideas con que rellenar cuartillas, cuadernos y kilobites no me faltan. Antes bien, creo que me sobran. De hecho, no sé ni cuántos cuadernillos repletos de notas tengo por ahí arramblados en los estantes y cajones. Sin embargo…, cuando se trata de sentarse a escribir, cuando se trata de sentarse para ayuntar celestinescamente estas ideas las unas con las otras, noto como una cierta rigidez que…¡Los nexos! ¡Son los nexos!...Todas esa caterva de preposiciones, conjunciones, relativos y conectivas…¡Esos son los culpables! Siento como si se hubiesen vuelto remolones y fondones, como si hubiesen perdido esa cadencia pélvica suya por la que siempre se han caracterizado. Y, la verdad sea dicha, no sé qué hacer. Uno no está acostumbrado a ciertos gestos, como el de tener que forzar a las palabras a hacer lo que en verdad no quieren hacer. Es posible que la culpa sea de los neurotransmisores y de todos esos churretes responsables de lubricar la mielina a cuyo través se produce el placentero tráfago sináptico. Pero…, si realmente se trata de esto, ¿cómo evitar la disfunción? Dicen que las anfetas dan muy buenos resultados, a pesar de los efectos secundarios, pero es que uno es un pelín cobarde –o demasiado prudente- para optar por este tipo de experimentos; dicen que otras sustancias, estas legales, también suelen facilitan la cópula eidética, pero ¿cómo camelar al médico que ha de recetarlas?; y dicen que, en la mayoría de los casos, se trata de un problema de inseguridad y de falta de confianza. Así que…, la pelota está en vuestro tejado.
   Sé que los que me leéis sois cuatro gatos, que sois pocos, pero también sé que sois leales. Al menos de momento. Así que sentaos ante el teclado y…¡decidme algo, cohone! Que sea bueno o que sea malo es lo de menos, lo importante es que me digáis cuál es vuestra opinión acerca de estas líneas que os anticipo. ¡Por cierto! Se me olvidaba explicaros de qué va el referido escrito. Se trata, básicamente, de un diccionario poco o nada convencional. Tan poco convencional, que he decidido calificarlo de apócrifo ya de entrada. Quizás lo más parecido a lo que pretendo hacer sea El diccionario del diablo, de Ambroise Bierce, y el Diccionario de lugares comunes, de Flaubert. Precisión filosófica, humor y subjetivismo connotativo son los rasgos más o menos comunes a la mayoría de las voces que hasta el momento llevo definidas.
   Paso el dedo índice por el lomito ergonómico del mause, lo deslizo hacia la izquierda, presiono hasta hacer clic, marco un par de páginas en negrita para seleccionar, presiono el botón de la derecha, pincho en cortar, pego y…Esto es lo que sale:

*

FRANCIA.- Reserva creada con el fin de proteger y defender la Cultura europea autóctona de las amenazas que trae consigo esa culturilla invasora que, de manera oportunista, suele llegarnos a través de los conductos de desagüe de los mass-media. Francia –como reserva cultural- y los franceses –como proteccionistas a ultranza- representan el último bastión donde todavía hoy es posible disfrutar de las magníficas vistas que suele deparar la práctica de la theoría. El resto del mundo, en mayor o menor medida, es un auténtico erial donde sólo germinan las ideas transgénicas y adulteradas. El mundo, de hecho, se haya hoy día dividido en dos partes cuantitativa y cualitativamente descompensadas. Por una parte, el dominio anglosajón, al que le corresponde un noventa por ciento de lo cuantitativo y un diez de lo cualitativo; por otra, el dominio galo, con un noventa por ciento de lo cualitativo y un diez de lo cuantitativo. Las diferencias entre las cosmovisiones que hacen suyas ambas partes son igualmente abismales: mientras los franceses adulan el paladar con la bebida y la comida, los del dominio anglosajón se emborrachan y se ceban; mientras los franceses van a los colegios, liceos y universidades públicos, los anglosajones acuden a hogares para indigentes mentales; mientras los franceses disfrutan con el buen cine, con la ópera y con el teatro, los del septentrión se reúnen en el pub o en el Burger King de la esquina.
Ver las voces INGLÉS, GLOBALIZACIÓN, INTERNET.

FUNCIONARIADO.- 1. Versión profana y secular del mito judeo-cristiano sobre el paraíso terrenal. Si lo característico de éste último es que se disfruta de entrada, pero que te pueden expulsar en cualquier momento, lo característico del funcionariado es justo lo contrario: lo realmente problemático es el acceso. En efecto, una vez que el titular toma posesión de la plaza, no hay un dios capaz de conseguir que éste renuncie a su disfrute. Aquellos individuos que deciden opositar a alguna de las pocas plazas que todos los años salen a concurso saben que les espera una larga temporada de privaciones y de rigor ascético a la que, para colmo, han de sumar los muchos años dedicados a la instrucción y a la meditación en soledad. Saben también que las puertas a cuyo través se accede al jardín del edén del funcionariado están guardadas por una serie de ángeles con bolígrafo flameante, generalmente cinco, cuya función principal es plantear una serie de enigmas que ya los quisiera la terrible Esfinge para su repertorio. Pero saben, sobre todo, que no hay vida como la que les aguarda en el más allá de estas puertas y que, si la hay, sólo podrá ser calificada de tal en tanto licencia literaria. 2. Cuadratura del círculo de la civilización occidental. El funcionario consigue aquello que la mayoría de los individuos no pueden ni soñar: unificar principio del placer y principio de realidad, es decir, la erotización del trabajo. Ver la voz OPOSICIÓN.

FÚTBOL.- 1. Modalidad deportiva de naturaleza totalitaria y absolutista que, por no hallarse a gusto con su condición de modalidad, aspira a usurpar el lugar que sólo a su género corresponde. Es por ello que exige ser nombrada con el distinguido apelativo de deporte rey, que es lo mismo que decir primus inter pares, deporte entre los deportes o, haciendo uso del lenguaje teológico, deporte no hay más que yo, el único. El fútbol es para los restantes deportes lo que el dios monoteísta es para la muchedumbre de los dioses paganos. 2. Narcótico legal que puede ser administrado por vía visual, por vía auditiva, o por ambas simultáneamente, diseñado en los laboratorios más punteros de la Pérfida Albión con el fin de suplir las propiedades sedantes antaño encomendadas a la adormidera y a sus derivados, pero evitando efectos secundarios tan nocivos como los viajes astrales o la comunión mística con lo trascendente. 3. Sinecura excepcional del sistema diseñada por los políticos sobre el modelo de su propio quehacer con el fin de ofrecer una salida laboral a quienes no consiguen titular en la ESO. 4. Actividad favorita de muchos hombres debido a que les permite sobarse públicamente con otros hombres sin tener que soportar comentarios despectivos y de mal gusto. 5. Opio del pueblo. Los únicos misterios insondables que sobreviven en nuestro actual mundo secularizado son los del fútbol –el fútbol es así, para indicar que no hay que darle más vueltas al asunto-. Lo mismo podríamos decir de las antiguas discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles y cuestiones similares –que si Messi, que si Cristiano…-. Ver la voz DEPORTE. 

G

GATILLAZO.- Forma de estraperlo consustancial al comercio sexual. Tanto en éste como en el ordinario, los episodios que se constatan son siempre mayores, con diferencia, que los oficialmente declarados.

GATO.- 1. Animal salvaje que, gracias a su inteligencia, ha aprendido a hacerse pasar por doméstico y a manipular al hombre para que éste se preocupe de proporcionarle refugio y sustento. 2. Animal al que todos los intelectuales veneran por su porte aristocrático y, sobre todo, porque, a diferencia de lo que ocurre con el perro, no consume tiempo -ese elemento tan valioso y necesario para el hombre de letras-.  Ver la voz PERRO.

GINECÓLOGO.- 1. Especialista en mística inversa. 2. Ocupación que no hemos de desear ni a nuestro peor enemigo. 

GLOBALIZACIÓN.- 1. Nombre que recibe el American Way of Life cuando deja de ser una simple influenza para convertirse en pandemia. 2. Tsunami gigantesco, cuyo origen está en una falla conocida como Neoliberalismo, que avanza imparable a lo largo y ancho del globo terráqueo nivelando y aligerando todo lo que encuentra a su paso. 3. Metástasis galopante del tumor neoliberal. 4. Acto de comunicación total cuya comprensión requiere tener en cuenta los siguientes elementos: mercados –emisor-; consumidores potenciales –receptor-; cine, televisión e Internet –canal-; lengua inglesa –código-; American Way of Life o forma de vida consumista –mensaje-;  aldea global –contexto-.

GÖDEL.- (Teorema de -). 1. Se trata de un teorema que nos informa de la imposibilidad de que un sistema formal axiomático pueda ser coherente y completo simultáneamente. Si es completo, será incoherente; si es coherente, no podrá ser completo. Dicho en román paladino: teta y sopa no caben en la boca. Como la manta que nos han dado para protegernos resulta demasiado pequeña, sólo podemos cubrirnos los pies si previamente hemos dejado al descubierto la parte superior del torso, y viceversa. 2. Versión formal de la Teoría de la Gran Objeción Ontológica, según la cual el polisíndeton de la existencia siempre ha de terminar con un gatillazo adversativo inevitable. 3. Prueba formal del carácter deficitario y chapucero de la labor creadora de la divinidad. Ver las voces PERO, TGO, INCERTIDUMBRE (Principio de -). 

lunes, 28 de noviembre de 2011

INFORMACIÓN Y CONOCIMIENTO



   En Historia como sistema, Ortega introduce su famosa distinción entre ideas y creencias. De las primeras podemos decir que las tenemos, que las manejamos y utilizamos a voluntad; de las segundas, en cambio, lo correcto sería decir que estamos en ellas, de manera similar a como el pez está en el agua.
   Sacamos a colación esta teoría orteguiana porque consideramos que requiere de una pequeña puesta a punto, a pesar de que sigue gozando de una plena actualidad. Consideramos que, en estos tiempos que corren, lo correcto sería sustituir el mencionado binomio por el que aparece encabezando este escrito (información-conocimiento), de manera que podamos decir, parafraseando las palabras del filósofo madrileño, que en la información estamos y que el conocimiento lo tenemos.

   En Andalucía, son muchos los colegios e institutos de secundaria que lucen sobre la solapa del pórtico de entrada, como si de una mención honorífica se tratara, un letrero –de color verde pistacho- en el que podemos leer lo siguiente: CENTRO TIC, Junta de Andalucía. Con esto, evidentemente, no se trata de hacer saber a los cacos del lugar que el centro en cuestión está atiborrado de cacharros electrógenos. De lo que se trata es de mandar un mensaje sublimizar a los miembros decentes de la sociedad, es decir, al electorado, del tipo: aquí, gracias a que hemos apostado por invertir en las Nuevas Tecnologías, impartimos una enseñanza de una calidad superior que hace que nuestros alumnos salgan mejor preparados para superar las dificultades del mundo laboral. Pero, ¿hay alguna verdad en este tipo de campañas? Creemos que muy poco, por no decir Nada. La verdad es algo que se impone por sí mismos. Sólo necesitan de campañas las medias verdades y las medias mentiras. En esto, como en tantas otras cosas, es preciso poner a funcionar el detector de mentiras.  
   Lo característico de los Centros TIC es la utilización masiva y sistemática de las denominadas Tecnologías de la Información y Comunicación. Esta es, al menos, la teoría. En la práctica ya sabemos que de utilización masiva y sistemática, nada de nada. ¡Afortunadamente, claro! Quienes han adoptado la decisión de atiborrar los centros escolares de ordenadores y de otros aparatos similares –pizarras digitales, tabletas, cañones de proyección, reproductores de vídeo…- parecen dar a entender que el origen de todos los males del sistema educativo está en la carencia de medios, por una parte, y en la carencia de información, por otra. Es de esto de lo que se trata, por tanto, de que haya información en abundancia y de que se pueda comunicar de manera rápida y eficaz. Ahora bien, ¿es cierto que el fracaso escolar se explica por un supuesto déficit de información y de comunicación? No, no lo es. Evidentemente. Dejó de serlo hace cuarenta y tantos años, durante la década de los años 60. Hasta entonces tuvimos carestía informativa y comunicativa porque existía el fenómeno de la censura, porque los contenidos estaban manipulados más de lo habitual por los poderes fácticos –Estado e Iglesia, tanto monta…-, porque las escuelas brillaban por su ausencia en las comarcas rurales más deprimidas y, sobre todo, porque, dadas las circunstancias socioeconómicas, lo primero era comer y lo último el filosofar. Hoy, en cambio, las cosas han cambiado radicalmente. No es sólo que todo el mundo pueda acceder al sistema educativo, sino que existe la obligación legal de hacerlo. Y la información, sin recortes de ningún tipo, puede ser hallada en todo tipo de soportes: libros, PC´s, DVD, TV,…Hoy en día, dentro de la llamada noosfera, la información es un elemento tan abundante como el oxígeno en la atmósfera. Además, puede circular a la velocidad de la luz a través de las autopistas de la información. Lo paradójico del asunto es que, tratándose de información, carencia y exceso resultan igualmente perjudiciales. Hay teóricos que afirman que en la actualidad la censura funciona por exceso de información. Es tan persistente y continuo el bombardeo al que nos vemos sometidos desde que nos levantamos de la cama hasta que volvemos a acostarnos, que llega un momento en que no nos queda otro remedio que desconectar, es decir, dejar de prestar atención a cualquier tipo de información que trate de interpelarnos, por muy interesante que pueda resultar. Además, es tanta la información que nos circunda, que no notamos la que falta. Censura por exceso, por ahogamiento, se llama esto.

   El gran problema educativo del siglo XXI, por tanto, no está relacionado ni con la carencia de medios ni con la carencia de contenidos. El gran reto que tenemos por delante es el de cómo convertir la información en conocimiento.
    La información tiene su lugar natural en una serie de soportes, unos tradicionales –libros, mente del profesor, apuntes…- y otros más recientes –Internet, DVD, PC…-. Llamamos comunicación al proceso por el cual la información es transferida de un soporte a otro, generalmente de menor densidad informativa –la mente de los alumnos, por ejemplo-. Hemos de recordar que dentro de la aldea global o noosfera, la información se comporta como un gas que tiende a repartirse de manera uniforme con el fin de alcanzar una suerte de equilibrio dinámico. Hemos de recordar también que la información, igual que los gases, está sometida al segundo principio de la termodinámica –Entropía- y que, en consecuencia, se disipa y se corrompe en cuanto abandona su soporte habitual para ir a colonizar e in-formar otros territorios más vírgenes. El periplo de la información desde que suelta amarras hasta que llega a los nuevos territorios está jalonado de peligros que siempre dejan huella en su integridad eidética. Pero, además de éstas, es preciso tener en cuenta las dificultades y resistencias que presenta el nuevo terreno del que es preciso tomar posesión. Sólo venciendo estas resistencias naturales las ideas podrán arraigar en el nuevo suelo y sólo así podrán germinar y dar el sabroso y nutritivo fruto del conocimiento. Esto, y no otra cosa, es el conocimiento: la información asimilada por los soportes virginales que son las mentes de ciertos individuos, es decir, información consumada, in-corporada y personalizada.
   Éste es el gran reto. Las mentes virginales de los estudiantes deben ser trabajadas, deben ser roturadas, deben ser abonadas y sembradas. Tenemos las semillas, tenemos las tierras de cultivo y tenemos las herramientas para la labor. ¿Cuál es entonces el problema? Que los propietarios de las tierras están confusos ante tanta oferta, que no se deciden y que, mientras tanto, las tienen en barbecho. El primer paso que se ha de dar para lograr esa transmutación alquímica que es la conversión de la información en conocimiento es el de la simplificación. Para empezar, los centros escolares deben ser sustraídos del circuito mercantilista en el que se hallan inmersos. Los centros de enseñanza deben ser islas y oasis en medio del desierto, no esas franquicias de las grandes Multinacionales que en la actualidad son. Es preciso simplificar y es preciso seleccionar entre tanto estímulo. Sólo así se logrará la convergencia entre la información e interés o atención, tan necesaria para que se produzca el milagro del conocimiento.
   Pero las cosas no son tan simples. En realidad, el proceso no se consuma con la conversión de la información en conocimiento. Es preciso dar un paso más: la conversión del conocimiento teórico en conocimiento vivencial. El conocimiento vivencial, tal y como indica su nombre, es el que en verdad hemos logrado incorporar a nuestro ser más íntimo y a nuestra voluntad mediante el procedimiento de la experiencia. Las ideas meramente pensadas no nos tocan en lo más hondo, se limitan a rozar nuestra epidermis de manera tangencial. Las ideas vividas, en cambio, son secantes, en el sentido de que, además de impactar sobre lo más íntimo de nuestro ser, lo modifican para siempre. Para esto último, no obstante, no hay maestros que nos puedan orientar. El único maestro válido es la experiencia particular de cada cual.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

DESEANDO AMAR -guión realizado al alimón entre parnasianos y simbolistas-


  In de mood for love es el título en inglés del original chino Fa yeung nin wa (La magnificencia de los años pasa como las flores). Es obra del hongkonés Wong Kar-Wai y fue estrenada a nivel internacional en el Festival de Cannes del año 2000, haciéndose merecedora del premio a la mejor película internacional. A nuestro país llegó con el título  Deseando amar. El desde entonces aclamado director ha ingresado recientemente en el circuito de la industria cinematográfica norteamericana con My Blueberry Nights (Noches de tarta de arándanos), una variante más sobre el tema del amor, el único que parece interesar al director, y definida por algún crítico como “caramelo vacío”.  Sólo cabe esperar, y por eso cruzamos los dedos, que las exigencias del cine más comercial no nos lo echen a perder.
   Deseando amar es una de esas películas que de tiempo en tiempo nos sorprenden gratamente, cuando, ya un poco desilusionados con las últimas novedades, nos encontramos en disposición de dejar de buscar. De ahí la sorpresa. Tras el estreno de Una habitación con vistas, en 1985, el escritor Álvaro Pombo publicó una reseña en El cultural de El mundo sobre la misma que llevaba el siguiente subtítulo: Emociones sutiles. Con este sintagma tan sucinto y preciso el maestro conseguía resumir el contenido esencial de la película. Nosotros quisiéramos aquí tomárselo prestado, al menos durante el tiempo que dure la redacción de estas notas, y ello porque consideramos que en la cinta que ahora recaba nuestra atención  se trata también de eso mismo, de emociones y de sutileza. De emociones y sentimientos, por un lado, porque Deseando amar es, como su propio título lo indica, una historia de amor, la simple historia de un amor imposible. De sutilezas, por otro, por la manera delicada y contenida de tratarla. Y, desde nuestro punto de vista, lo realmente interesante del film radica más en el cómo que en el qué, es decir, más en el tratamiento formal y estilístico que en la propia temática, pues, a fin de cuentas, el tema amoroso posiblemente sea el  más manido en todas las manifestaciones artísticas de todos los tiempos.
   Antes de analizar por separado cada una de estas dimensiones del film, con la finalidad de poner de manifiesto sus virtudes y excelencias,  sería conveniente llamar la atención sobre la traducción del título chino original, primero al inglés y, posteriormente, al español. En este caso, como en tantos otros, sería aplicable la ecuación  aquella de traductor-traidor. El asunto no es, en modo alguno, baladí, pues en el original chino aparece un dato relevante desde el punto de vista temático que no aparece en las traducciones a otras lenguas. Se trata de la idea de ocasión perdida (ésa misma a la que, según dicen, pintan calva). En el título inglés, que se podría traducir como En disposición de amar, falta esta idea y se nos da a entender que aún no se ha amado, pero que se está dispuesto y preparado para  hacerlo, cosa que, evidentemente, no cuadra con la temática. Con la traducción española ocurre exactamente lo mismo, pues el valor durativo del gerundio nos hace pensar en el presente y en el futuro más que en el pasado. Luis Miranda Mendoza, en la reseña que de esta cinta hace para la revista Aula de Cine, incurre en el mismo error al subtitularla como Una historia de amor aplazado, como si ese amor en potencia del que habla se actualizase unos años después. Así pues, la película pretende que el espectador vuelva la vista hacia el pasado y se compadezca de esa ocasión maravillosa que los protagonistas no supieron aprovechar. Nos podemos aventurar a decir, incluso, que en esta cinta se recrean los tópicos clásicos del Carpe Diem (¡Aprovecha el momento!) y del Tempus Irremediabile Fugit  (El tiempo huye irremediablemente). Piénsese, en relación a esto último, en la machacona presencia del reloj de pared marcando las distintas horas.

   El argumento y el tema de la película no requieren de excesivos comentarios, como ya hemos dicho. Se trata de una historia de amor, que no llega a nada, entre un hombre y una mujer que casualmente coinciden en un edificio de Hong Kong donde se alquilan habitaciones. Corre el año de 1962. Ella se llama Chang y él Chow. Ambos están casados, pero resulta que el marido de ella pasa largas temporadas fuera del país por cuestiones de negocios, y que la  esposa de él trabaja de noche, por lo que también están poco tiempo juntos.  Después sabemos que ambos protagonistas son engañados por sus respectivos consortes. De hecho, el tema del adulterio y de la infidelidad es un elemento omnipresente en la historia. El propio jefe de la señora Chang, estando casado, tiene una relación adúltera con una joven. Y, en fin, como Chang y Chow se sienten solos, inician una relación que al final termina en agua de borrajas debido a la indecisión de él. Cuando intenta retomar la relación ya es demasiado tarde.
   Al comienzo de la película una voz en off nos lee la siguiente esquela: “Ella era tímida. Bajaba la cabeza para darle a él la oportunidad de acercarse, pero él no podía por falta de coraje. Ella da la vuelta y se va”. ¿Con qué finalidad introduce el director semejante texto? Es muy probable que con ello nos haya querido ofrecer una especie de resumen muy sintético del argumento para que, ya desde el principio, el espectador deje de estar pendiente del mismo y preste atención a los aspectos técnicos, formales y estilísticos, que son, como hemos dicho,  los realmente relevantes.
    Deseando amar no es una película que pretenda estimular el intelecto, sino más bien los sentidos y las emociones, incluso el instinto, y quizás por esto, tras el primer visionado, no somos capaces de dar una explicación medianamente inteligible de las sensaciones que hemos experimentados y hemos de recurrir al clásico comodín del no sé qué. Por tanto, la clave hay que buscarla no en el tema, no en el qué, sino en el tratamiento formal y estilístico, en el cómo.
   Ahora bien, no hay que descartar una segunda lectura más profunda de la obra en clave psicoanalítica. ¿Qué significa lo que se nos dice en la esquela sobre el hecho de que él no podía por falta de coraje? ¿Cuál es la auténtica razón del no de Chow? ¿Cuál es ese tremendo secreto que ni siquiera puede confiar a su mejor amigo? ¿Por qué Chow cuenta su secreto precisamente a un agujero, a un orificio en la pared? ¿Por qué vemos después que de ese orificio brota una hierba verde? Y, finalmente, ¿por qué cuando Chow regresa a Hong Kong se nos hace saber que la Señora Chang ha tenido un niño? La respuesta que un partidario del psicoanálisis daría a estas preguntas parece más que evidente: impotencia. Esa hierbecita que brota del agujero de la pared una vez que el secreto ha sido depositado, como una semillita, simboliza a ese niño que poco después tendrá la señora Chang. No hace falta que aludamos al simbolismo del agujero en el psicoanálisis por su evidencia. Para confirmar definitivamente esta tesis sólo hubiese faltado que las novelitas que escribía Chow estuviesen cuajadas de apasionantes y tórridas aventuras de amor. 

  Desde nuestro punto de vista, los elementos formales de mayor relevancia, dejando al margen la banda sonora musical, serían los siguientes:
   a) La explotación sistemática y variada de todo tipo de encuadres, planos, movimientos de cámara, etc., así como la introducción de procedimientos originales y novedosos. Abundan también las elipsis y la alteración del orden cronológico de los acontecimientos. La cámara podría ser calificada de fisgona o voyeur, contorsionista y danzarina. Lo primero, porque el punto de vista que nos ofrece en muchas ocasiones aparece entorpecido por algún obstáculo, dando la impresión de que se espía a los personajes. Estos obstáculos son tan variados como el borde de una esquina, una planta, el cristal deformante de una ventana, los pliegues del visillo de una cama, una cortina semitransparente, etc.  Lo segundo, porque nos ofrece enfoques y planos desde todos los ángulos y perspectivas imaginables. Enumerar toda la casuística exigiría un tiempo y un espacio de los que aquí no disponemos. Lo tercero, finalmente, porque existen al menos dos secuencias en las que el movimiento panorámico de la cámara oscila en zigzag rítmicamente de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, y todo ello como siguiendo el ritmo de la música en off. Este movimiento rítmico produce en el espectador la sensación de estar danzando.
   b) La repetición de secuencias en apariencia idénticas, pero que varían en muy pequeños matices. Es el caso, por ejemplo, de las continuas bajadas y subidas de la señora Wang cuando tiene que salir a comprar la cena. La finalidad principal de estas secuencias sería la de crear un efecto de rutina para que imaginemos el aburrimiento y la soledad en la que viven inmersos los protagonistas, pues una vida sin amor ha de ser, necesariamente, una vida monótona y sin chispa. La carencia de cambios significativos en sus vidas sería un símbolo del miedo que sienten a dar ese gran salto que supondría romper con sus respectivas parejas e iniciar una nueva etapa en sus vidas. Pero cabe pensar, además, que con este recurso de la reiteración el director pretenda crear un efecto de ritornello similar al que observamos en el verso. Recordemos que el significado de la palabra verso es, precisamente, el de retorno y vuelta.  Así pues, este recurso sugiere que la película está planteada más como una obra lírica que como una obra meramente narrativa. Finalmente, al tratarse de repeticiones iguales tan sólo en apariencia, podría tratarse con esto o bien de un poner a prueba la capacidad de observación del espectador, o bien de llamar la atención sobre la importancia de los pequeños detalles. Esta última conjetura se vería reforzada si tenemos en cuenta el hecho de que en el propio argumento de la película encontramos un par de secuencias  contiguas en las que los personajes hacen referencia al tema de los pequeños detalles que suelen pasar desapercibidos. En la primera de estas secuencias la protagonista se dirige a su Jefe, que se dispone a salir con su querida, y le comenta que le sienta muy bien la corbata, a lo que éste responde dándole las gracias y diciéndole que pensaba que no se iba a notar. La respuesta final de ella es que los cambios se notan. En la secuencia contigua a ésta la señora Wang se da cuenta de que su jefe se ha cambiado la corbata y se lo comenta. Éste termina alegando que la otra era demasiado llamativa y que la que lleva puesta en ese momento es más discreta. Como la protagonista, el espectador ha de afinar su poder de observación y reparar en los más sutiles detalles y matices. Lo explícito y manifiesto ha de ser evitado. Los secretos más íntimos no deben ser confesados.
   c)  Utilización recurrente de la cámara lenta. Es muy probable que la finalidad de este recurso sea la de permitir al espectador la captación de determinados detalles que por su sutileza pasarían desapercibidos si el ritmo fuese más acelerado. La cámara lenta permite que nos recreemos, por ejemplo, en los andares gatunos y panteriles del cuerpo ceñido de la señora Chang, andares de una elasticidad tremendamente sensual. Nos permite que reparemos en ese momento en que los cuerpos de los dos protagonistas se cruzan y, para evitar el roce inoportuno, ella esquiva el cuerpo de él con un blando giro del torso. Esta secuencia, de hecho, estaría cargada de valor simbólico y se podría considerar como el epítome y compendio del mismo argumento de la película, tal y como se explica en la esquela inicial: dos cuerpos están a punto de encontrarse, pero al final uno de ellos evade el encuentro con una sutil maniobra de evasión. Nos permite percibir, ya por último, el movimiento juguetón de los dedos de ella sobre una mesa, sobre el dintel de una puerta o sobre el cinturón de Chow. La ralentización del tiempo es una manera de combatir su fugacidad.
   Gracias a la cámara lenta, por tanto, podemos apreciar una serie de secuencias repletas de encanto y de un hiperrefinado erotismo. El erotismo, de hecho, a pesar de ser un elemento muy presente en la obra, difícilmente se percibe, y ello debido a que es tratado con muchísimo tacto y sutileza. Sólo en momentos muy contados la sensualidad de ella se desborda como un magma incandescente a través de una sonrisa picarona, a través de un rítmico caminar o a través del tamborileo juguetón de unos dedos sobre una pared. Ese traje entallado y con alzacuellos de la señora Chang, siempre el mismo y siempre diferente,  funciona como una especie de corsé que aprisiona la carne y que impide la exteriorización de las emociones y del deseo. Su verticalidad es un símbolo de la rigidez de las convenciones sociales y de la impotencia de los protagonistas a la hora de librarse de ellas. Esta rigidez, de hecho, también es perceptible en la vestimenta de Chow, pues siempre lleva traje y corbata y, además, el cabello impecablemente peinado y engominado.
   d) Otros aspectos a destacar, relacionados con la ambientación y la fotografía, son los siguientes: 1) utilización de escenarios caracterizados por su estado de decrepitud  y deterioro. Así, por ejemplo, los muros de ese edificio del cruce de caminos donde habitualmente se suelen ver muestran ostensiblemente la huella del paso de los años y su abandono, queriéndose sugerir con ello, quizás, tal como indicábamos más arriba al hacer referencia a los tópicos del tempus fugit y del carpe diem, que el presente es efímero y que el paso del tiempo no admite marcha atrás. El mensaje sería, pues, el de ahora o nunca. 2) Lo más destacado desde el punto de vista de la fotografía sería la utilización de colores considerados chillones en consonancia con una estética que podría ser calificada de pop y, en segundo lugar, la técnica del difuminado y desenfoque de la imagen que crea una atmósfera imprecisa y vaporosa de la que el humo del tabaco vendría a ser un símbolo. De hecho, las palabras de la esquela final con que se cierra la película dicen así: “Él recordaba aquellos años como si mirara a través del cristal de una ventana cubierta de polvo. El pasado es algo que podemos recordar, pero no tocar. Y todo lo que se recuerda es borroso y vago”. Si las imágenes aparecen como desleídas y vistas a través del humo y de ciertos tejidos semitransparentes, es porque la memoria, tras el paso del tiempo, ya no es capaz de retener sus perfiles precisos. 

   Y como no todo pueden ser flores para esta magnífica película, es de justicia dedicarle una pequeña puya. Pensamos que su tendón de Aquiles está en el tratamiento de la voz narrativa. ¿Qué voz narrativa es esa? ¿Quién cuenta la historia? El hecho de que una voz metadiegética en off nos lea las esquelas con que se abre y se cierra la película nos hace pensar, necesariamente, en un narrador implícito y omnisciente en tercera persona, pero es esa misma voz la que nos hace pensar que todo lo que se ha contado es simplemente el recuerdo borroso del propio Chow, con lo que de la tercera persona estaríamos saltando a la primera. Además, y para complicar aún más la cosa, ¿por qué a mediados de la historia aparece la propia voz en off de la señora Wang diciendo: “Me pregunto como empezó”?

   Deseando amar, con todo, es una película que merece un lugar preeminente en nuestra videoteca particular. Se trata de una película dirigida, como diría Juan Ramón Jiménez, a esa inmensa minoría de cinéfilos empedernidos enamorados de la poesía de la imagen y que se pueden permitir el lujo de prescindir de historias repletas de acción trepidante, de efectos especiales y de simplismo maniqueo. Su fracaso seguro en los cines comerciales es la mejor garantía de calidad.

lunes, 21 de noviembre de 2011

UNA HABITACIÓN CON VISTAS -Guión de Epicuro, F. Nietzsche, Rousseau y un particular anónimo y natural de Sodoma-



   Una habitación con vistas es una historia de amor circular, dado que termina donde empieza, en una habitación de un hotelito de Florencia que mira al Arno.
   El argumento es el siguiente: Lucy y Carlota, su prima solterona, llegan al hotel florentino y se encuentran con la desagradable sorpresa de que la habitación que habían reservado carece de vistas. Durante la cena comentan el incidente con los demás comensales y los Emerson, padre e hijo, ofrecen gentilmente a las damas intercambiar habitaciones, pues la suya sí que goza de estupendas vistas. En un principio la prima solterona rechaza la oferta, pero, posteriormente, tras las insistencias de Lucy, acepta. Es durante estos trámites que se produce el flechazo entre los dos jóvenes protagonistas. Al día siguiente, durante una excursión a la campiña toscana, George comete la desfachatez de besar a Lucy, siendo sorprendidos por la prima de ésta, lo cual provoca la precipitada vuelta a Londres de las dos mujeres.
   Ya de vuelta a casa, Cecil, un remilgado y culto dandy, se declara a Lucy y le pide matrimonio, a lo que ésta accede. Pero, mientras tanto, ocurre algo inesperado, y es que los Emerson alquilan una villa para pasar el verano en las inmediaciones de la residencia de la familia de Lucy. Se entabla entonces una relación entre ambas familias que hace que el amor de George por Lucy despierte nuevamente. Al final ésta se da cuenta de que no quiere a Cecil y rompe la relación. En la última escena vemos a los dos amantes sentados en el alféizar de la ventana de la misma habitación con vistas que ya ocupara la joven en un principio.
  
   El tema de la película es el antagonismo entre cultura y naturaleza, entre razón y pasión, entre lo artificial reflexivo y lo natural espontáneo. La rigidez, el formalismo y el puritanismo de la sociedad inglesa durante la era victoriana se aprecian con total nitidez al ser contrastados con la espontaneidad, familiaridad y sensualidad de los italianos, típicos representantes de las gentes del sur. El sur, más que un punto cardinal, es, en este caso, un estado de ánimo o una actitud ante la vida. El sur es relajación, sensualidad, reposo, belleza sensible; y también, en ocasiones, arrebato e ímpetu, violencia y tragedia. Esta otra faceta es la que pretende poner de manifiesto la escena de la pelea callejera, magistralmente introducida por una serie de planos de estatuas en ademán beligerante y con el gesto transido por la ira o por el dolor. Estas dos dimensiones de la vida, deleite sensual y dolor, son, además, lo que Nietzsche llamó “lo dionisiaco”.
   Esta tesis se ve confirmada por los comentarios de los propios protagonistas. Así, por ejemplo, la novelista inglesa (Eleanor Lavish) que dice investigar la naturaleza humana afirma que le interesa la “rústica belleza” de los italianos. En la descripción de algunas flores utiliza expresiones como “temeraria rosa” o “impetuoso tulipán”. “Cosas que carecen de delicadeza a veces resultan maravillosas”, dice una de las abuelas en relación a la polémica suscitada por el intercambio de habitaciones y la poca delicadeza del oferente de dicho intercambio. Incluso Lucy manifiesta cierta fascinación por la aventura y el peligro cuando decide salir a pasear sola a pesar de los consejos del joven reverendo: “para ser sensata me hubiera quedado en Summer Street”, llega a replicarle. De hecho, durante la estancia en Florencia se producen tres salidas distintas de las mujeres por las calles e inmediaciones de la ciudad que se pueden equiparar con una especie de experiencia iniciática. Como muy bien sugiere la señorita Lavish en la conversación que tiene lugar durante la cena, hay que salirse de los caminos trillados para conocer con plenitud el país y sus gentes. La experiencia que se pueda tener a través de una ventana no se puede igualar con la que se obtiene directamente sobre el terreno. La primera de estas salidas es la protagonizada por Charlotte y la señorita Lavish, la segunda la que protagoniza Lucy en solitario y que la lleva a presenciar la desagradable riña callejera y, finalmente, la tercera es la excursión colectiva a la campiña, aventura que culmina con la escena en que George recita su credo y besa a continuación a Lucy. Este beso apasionado es la experiencia crucial de la vida de Lucy, pues le hace conocer por primera vez ese mundo de la pasión que hasta ese momento le había estado vedado. 
   Los personajes se podrían clasificar en tres grupos en función del grado de puritanismo con el que gobiernan sus vidas. En la primera parte (en Florencia), el grado máximo de puritanismo lo encontramos en Charlotte, la prima solterona, y en el reverendo Eager. De vuelta a Londres nos encontramos con Cecil como máximo representante de esta actitud. En el extremo opuesto tenemos a la señorita Lavish y a los Emerson, así como a Freddy, el hermano de Lucy. Y, entre ambos extremos, situada en la encrucijada de la duda, a la propia Lucy, que lucha denodadamente sin saber hacia qué lado de la balanza inclinarse. Al  reverendo Beebe le llama la atención la contradicción que observa entre la manera impetuosa y apasionada que tiene Lucy de interpretar a Beethoven y la monotonía de su vida, y predice que cuando su vida y ese temperamento se toquen algo terrible ocurrirá. Ese algo terrible, y maravilloso al mismo tiempo, es la ruptura de su compromiso con Cecil y la caída definitiva en los brazos de la pasión más intensa, esto es, en los brazos de George.
   La actitud de George ante la vida podría calificarse de nietzscheana. La embriaguez que le produce el esplendor de la naturaleza le hace recitar “su credo”: “Belleza, Rebeldía, Libertad, Verdad, Vida, Amor”. Y a todo esto sigue un comentario del padre: “está declamando el Sí Eterno”. En otro momento llegar a decir de su hijo que “fue educado libre de todas las supersticiones que conducen a los hombres a odiarse en el nombre de Dios”, y, además, que “no cree en la trascendencia de este mundo”.
   Cecil, Charlotte y el reverendo Eager constituyen el colmo del puritanismo y del remilgamiento. Llama la atención el amaneramiento y la afectación con que gobiernan sus vidas, sin hacer ningún tipo de concesión a las inclinaciones sensibles. En ellos no hay un ápice de calor humano o de cercanía a los demás. Todo lo que se dice o se hace tiene que ser controlado y medido. El formalismo de Charlotte a la hora de pagar al cochero es un buen ejemplo de esta actitud. A continuación este formalismo semineurótico se contrasta con la naturalidad de la niña, que llega a calificar la situación de absurda. Otro buen ejemplo de esta artificialidad es la escena en la que Cecil pregunta muy cortésmente a Lucy si la puede besar, mira a los lados a continuación para comprobar que nadie los ve y, mientras se le caen los anteojos, la besa castamente con la puntita de los labios. Esos anteojos están cargados de simbolismo, pues en ellos se resumen la artificialidad de toda cultura y de la propia vida de Cecil. No es por azar que a continuación el director nos ofrezca una escena en la que Lucy rememora el apasionado y sensual beso que George le robó aquel día en medio del florido trigal de la Toscana.
   A pesar de tanta mojigatería, posiblemente la escena de mayor carga erótica y sensual de la película sea aquella en la que Charlotte escucha con sumo deleite los chismorreos que le cuenta Lavish sobre aquella dama inglesa que se había fugado con un italiano diez años más joven que ella. El interés que pone en la historia delata la tremenda fuerza de su sensualidad reprimida. 
   Finalmente, en la escena en la que George, Fredy y el reverendo Beebe se bañan desnudos no es difícil adivinar cierta alusión al tema de la homosexualidad masculina, equiparándose en este caso con la espontaneidad y la naturalidad. Como sabemos, se trata de un tema presente en otros filmes de Ivory. En Las bostonianas, por ejemplo, encontramos un tratamiento indirecto y sumamente sutil de la homosexualidad femenina, cosa esta última que no ocurre en Maurice, donde el tratamiento de la homosexualidad, masculina en este caso, es manifiesta y explícita.
   Pero el mensaje que la película pretende transmitir no siempre es detectable a simple vista. Podríamos aventurarnos a decir que en la película las cosas importantes no son siempre aquellas que se dicen abiertamente, sino aquellas que se insinúan o sugieren. En muchas ocasiones habremos de leer entre líneas prestando una especial atención a los detalles, pues Ivory y su equipo manejan como nadie el arte de la sugerencia. El propio título de la película tendría un significado simbólico. El hecho de contemplar la deslumbrante, soleada y sensual ciudad de Florencia a través de una ventana vendría a suponer, para un turista británico de la época victoriana educado en el más estricto puritanismo, la única concesión posible a la relajación y al disfrute sensual, puesto que tal acto supondría un riesgo controlado. Contemplar la ciudad de Florencia aventurándose por sus calles y plazas, lo que hace Lucy en cierto momento, supone dar un paso decisivo, iniciático,  en dirección a lo que esa ciudad representa. La experiencia meramente visual de la belleza resulta aséptica y fría, y por ello requiere ser complementada de una manera más amplia y omniabarcante en la que estén implicados todos los restantes sentidos. Durante la salida protagonizada por Charlotte y la señorita Lavish ésta le recomienda a aquélla que aspire profundamente el aroma de la ciudad. El gesto de la mojigata solterona de llevarse un blanco pañuelo a la nariz pone de manifiesto su resistencia a tener un experiencia plena e integral del entorno ¿Qué decir, además, del propio nombre de la protagonista, Lucy Honeychurch? Miel e iglesia, es decir, dulzura y pasión frente a disciplina, moral, contención y conciencia de culpa. Se trata, como es evidente, de los dos extremos ante los cuales se debate Lucy en su indecisión: lo dionisiaco frente a lo apolíneo.

jueves, 10 de noviembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA DAR LA MANO COMO DIOS MANDA

   Lo siento, pero es que no lo puedo evitar. Si hay algo que no soporto, si hay algo superior a mis fuerzas, ese algo es tener que dar la mano a quien carece de las nociones más elementales sobre el modo de proceder en estos casos.
   Todo contacto con nuestros semejantes (incluido el que se produce mediante la palabra) supone una intromisión en el ámbito privado de lo personal, de aquí que no esté de más extremar todas las precauciones cuando de relacionarnos con los demás se trata. En el fondo, todo protocolo no deja de ser una profilaxis social con la que se pretende evitar los efectos secundarios y no deseados.  
   Dar la mano como dios manda es todo un arte. Si en el arte la forma es fundamental y básica, entonces para dar la mano la consideración de las formas habrá de resultar igualmente determinante. La clave está en evitar los extremos, es decir, en elegir siempre el término medio, pues sólo evitando lo mucho y lo poco alcanzaremos la armonía y la proporción, que son los fundamentos de la belleza sensible y de la virtud moral.
   Son dos los extremos que se han de evitar cuando de dar la mano se trata:
1)      El extremo en el que incurren quienes confunden la mano con un cascanueces. Generalmente, se trata de individuos aquejados de vigorexia o de adicción malsana al deporte[1] y que, en consecuencia, no pueden evitar interpretar las relaciones sociales sobre el modelo de las competiciones deportivas. Estos sujetos, al tener un concepto de la vida netamente darviniano o competitivo, contemplan el momento de estrechar la mano de algún semejante como una ocasión que ni pintá para demostrar al rival la superioridad de su potencia física. En realidad, aunque ellos no lo sepan, el gesto es del todo equivalente a ese otro que podemos ver en las dehesas andaluzas y extremeñas cuando llega la época de la berrea: lo que algunos bípedos implumes hacen con las manos, los cérvidos lo hacen con los cuernos.
2)      El extremo de quienes carecen de las fuerzas necesarias para soportar el peso de su propia mano. Tenemos la impresión de que hay quienes nos dan la mano con la única intención de encontrar un punto de apoyo firme sobre el que descansar todo el peso de su fatigado cuerpo. Estos individuos, generalmente, te dejan caer una mano inerte, blanda y sudada, una mano que más bien parece un gusano gigantesco atiborrado de fluidos viscosos y purulentos o, si se prefiere, una barra de mortadela recalentada por el sol. Cuando damos la mano a uno de estos, lo habitual es que, acto seguido, nada más sentir el peso muerto que nos confían, respondamos con un acto reflejo consistente en extender el otro brazo para intentar sujetar a quien así nos saluda, convencidos quizás de que justo en ese momento está siendo víctima de un desmayo.

   Pues bien, ni lo uno ni lo otro. Aunque, puestos a elegir, siempre será preferible la primera de las posibilidades analizadas. Entre el ímpetu y la apatía, siempre será preferible el ímpetu.
   Sin embargo, lo mejor de todo es el término medio. Al menos en este caso. Así que busquen lápiz y papel y apréstense a tomar buena nota de los pasos que se han de seguir cuando de dar la mano se trata:
1)      Adelante el brazo correspondiente con decisión, nunca con precipitación, a la par que extiende los dedos de la mano. En esta primera fase del proceso, resulta de capital importancia medir y sincronizar nuestro gesto con el de la persona que ha de ser saludada. Un levísimo retardo por nuestra parte puede ser interpretado como falta de voluntad para el saludo y la precipitación, leve también, como imposición.
2)      Encaje el cuenco de su mano sobre el cuenco de la mano amiga de manera que los dedos pulgares de ambas queden dispuestos en paralelo sobre la parte superior. Un fallo muy común durante esta segunda fase se produce cuando en lugar de hacer lo indicado una de las manos aferra a la otra por el extremo de los dedos sin llegar a completar el proceso. El resultado suele consistir en el establecimiento de un vínculo asimétrico y, por ende, antiestético, que convierte una relación pretendidamente entre iguales en una relación de dominio y subordinación. La mano aferrada de esta manera es siempre la mano sometida.
3)      Ejerza con la mano una presión moderada sobre la mano complementaria y manténgala durante un tiempo prudencial. Es la duración del apretón la variable de la que se sirve la persona saludada para sopesar y valorar en su justa medida el grado de nuestro interés y de nuestra sinceridad. Un apretón de manos fugaz siempre será signo de formalismo frío y protocolario.
4)      Evite siempre sacudir el brazo rítmicamente durante el tiempo que dura el apretón de manos. Una leve oscilación inicial es más que suficiente.
5)      Finalmente, resulta de capital importancia desasirse de la mano amiga como es debido. No respetar el protocolo en este decisivo instante puede dar al traste con todo el proceso y, en ocasiones puntuales, puede acarrear consecuencias diametralmente opuestas a las inicialmente apetecidas, trocándose la amistad en  ofensa. Lo que de ninguna de las maneras se debe hacer es llevarse la mano recién liberada al pernil del pantalón para, acto seguido, limpiarse el sudor o las impurezas que puedan haberle quedado adheridas. Recordar la necesidad de evitar por todos los medios un gesto similar nunca está de más, toda vez que se trata de una reacción completamente espontánea, casi instintiva, es decir, de un gesto que muchos realizan sin apenas darse cuenta.   


[1] Deporte: 1. Desviación parafílica de naturaleza obsesivo-compulsiva, onanista y narcisista, basada en el delirio de atribuir al cuerpo en su conjunto propiedades que son exclusivas del pene. El enfermo que sufre este trastorno está convencido de que su salud y felicidad dependen íntegramente de la repetición periódica y ritualística de determinados movimientos corporales. 2. Espectáculo de naturaleza pornográfica consistente en mostrar públicamente este tipo de prácticas bajo la denominación eufemística de `competiciones´.

domingo, 6 de noviembre de 2011

¿DU YU PITINGLI?


   ¡To be or no to be, tha´s the question! Efectivamente, amigo Hamlet, porque de esto mismo se trata: del ser o no ser del futuro educativo de nuestros retoños.
Pero no me saquen conclusiones precipitadas, que no es lo que me están pensando. ¡Segurísimo que no! Esto, para que sus enteréis, no pretende ser una apología del bilingüísmo en las escuelas, sino justo lo contrario: una crítica. La virtud, en estos tiempos de promiscuidad borreguil que corren, es preciso buscarla en los extremos, en aquello que antiguamente era denostado con el calificativo vicioso. A estas alturas ya deberíais estar al tanto de la deuda que un servidor tiene contraída con el viejo dinamitero. Con ese que decía aquello de “Yo no soy un hombre, soy dinamita”. El mismo que, cansado de tanta majadería, quiso hacer de su pluma un martillo con el que evaluar la consistencia y solidez de toda la mercaduría cultural. Así que…
    Mi propuesta es la siguiente: a todos aquellos que nos vienen con el cuento de los centros bilingües es preciso responderles con el infalible y certero refrán que dice: ¡A otro perro con ese hueso! Esto, claro está, en el caso hipotético de que verdaderamente nos preocupe el futuro educativo de nuestros hijos. ¿Que por qué? Muy fácil: no hacerlo así implica aceptar que la asignatura de inglés es la más importante de todas y, en consecuencia, que las restantes deben rendirle pleitesía. Es decir: considerar el inglés como una especie de primus inter pares –primero entre iguales-, exige considerar a Doña Matemática, a la Lengua Castellana con su correspondiente Literatura, a las Sociales y al dichoso Cono -se trata de un apócope, no de una Ñ aquejada de alopecia- como disciplinas menores y subordinadas. Porque ha de quedarnos claro que para poder impartir estas materias en inglés, aunque sea de manera parcial, es condición imprescindible jibarizarlas, esto es, reducirlas a su mínima expresión. ¿Estamos dispuestos a aceptar una cosa así?
    ¿Estamos dispuestos a bajarnos los calzones hasta los tobillos y a ponernos en posición a la espera de recibir lo que en tales casos nos corresponde? ¿Jodidos y, además, agradecidos…? Va a ser que no. El inglés, por muy importante que sea, no merece semejante humillación. Hablar inglés es importante, pero no tanto. Es un gesto del todo comprensible que íberos, vascones, galos, germanos y dálmatas se sometieran a Roma, pues por algo la lengua del Imperio era la feliz portadora de una cultura infinitamente superior a la suya propia. Someterse a Roma implicaba, de hecho, someterse a la misma Grecia, tal como certificara el poeta Horacio al decir que Roma venció militarmente a los griegos, pero que los griegos vencieron culturalmente a los romanos –o algo por el estilo-. Lo que de ninguna de las maneras podemos llegar a comprender es que por propia iniciativa nos sometamos con absoluta docilidad a una cultura –situada en las antípodas de nuestra sensibilidad, por cierto- que en modo alguno podemos considerar como superior a la nuestra. Que nos quede claro de una puñetera vez: las dificultades innúmeras que los latinos solemos experimentar a la hora de aprender el inglés no son expresión de falta de capacidad o de incompetencia lingüística. Estas dificultades, en realidad, no son nuestras, son dificultades que encuentra la propia lengua inglesa en su intento desesperado por penetrar una cultura que se le resiste por la sencilla razón de que es superior. Dicho en el román paladino con que cada cual suele hablar a su vecino: el inglés sólo penetra fácilmente en las culturas más débiles, enfermas y decadentes.
Si desean algún que otro testimonio que ratifique esto que acabo de decir, aquí tienen un par de ellos:

Es sabido que las lenguas, particularmente en lo referente a la gramática, son tanto más perfectas cuanto más antiguas, y se van deteriorando siempre gradualmente, desde el elevado sánscrito hasta la jerga inglesa, ese vestido del pensamiento hecho con jirones de tela heterogénea.
Arthur Schopenhauer (Parerga y Paralipomena)

    Conste que Schopenhauer vivió durante una larga temporada en Inglaterra y que, por supuesto, hablaba perfectamente el inglés.
Otro Arturo, el nuestro, tampoco se muerde la lengua a la hora de expresar la opinión que le merece la jerga inglesa:

A ver cuándo Shakespeare, o Joyce, o la madre que los parió, en esa jerga onomatopéyica y septentrional que usaban los pastores para llamar a las ovejas, y los piratas para repartirse el botín contando con los dedos, fueron capaces de utilizar, con todo su Oxford, la palabra equivalente (cojones) con tanta variedad, y tanta riqueza, y tanta prosapia como la usa hasta el más analfabeto de nuestros paisanos. Tres mil años de griego, latín, árabe y castellano respaldan el asunto. Lo que, se mire por donde se mire, es un respaldo lingüístico de cojones.

Arturo Pérez Reverte (Cuestión de cojones, XL Semanal)
    Ergo…: no se trata de resentimiento personal de quien esto suscribe. Cuando el río suena…

    Lo que en verdad hay detrás de esta campaña de promoción del inglés es más de lo mismo. Se trata, básicamente, de allanarle el terreno al Mercado. Se trata de tenernos a todos conectados-contratados-controlados-dominados-vigilados-adoctrinados e idiotizados desde la cuna hasta la sepultura. Y, como resulta que para que tales designios se cumplan es preciso acabar con todos los focos de resistencia, pues a meternos el inglés por los ojos –Televisión-, oídos –música anglosajona en general-, por la nariz y por las pupilas gustativas –Burger King y similares- y por el mismo esfínter si fuera preciso -¿?-. Sólo mediante la imposición del inglés como lengua hegemónica a nivel planetario se podrá alcanzar el fin que los Mercados apetecen: un pensamiento unidimensional y sin fisuras, un pensamiento monocorde y monotemático, un pensamiento simplicísimo y carente de relieve, un pensamiento meramente operante e incapaz de las proezas acrobáticas del pensamiento formal y abstracto, un pensamiento, en suma, que sepa conjugar a la perfección la letanía del: yo compro, tú compras, él compra, nosotros compramos, vosotros compráis y ellos compran.

    Por tanto, ¡NO! No aceptamos la condición de maketos y de chalnegos que desde el Imperio nos han asignado. Queremos ser españoles y latinos, no una sucursal más de la factoría Disney. Y, como no nos consideramos ciudadanos de segunda, no estamos dispuestos a claudicar ni a aceptar la oferta de conversión que todos los políticos –todos sin excepción- nos ofrecen día tras día. Para converso, Torquemada. Así que, tratándose de lo que se trata, quizás lo más sensato sea responder con una paráfrasis de las palabras de Don Miguel aliñadas con alguna expresión del gusto de Don Camilo. Algo así como: ¡Que aprendan ellos el español! ¡Coño!

    Quisiéramos terminar esta filípica incendiaria dejando constancia de que nosotros sólo hablamos el dialecto andaluz -¡a mucha honra!- y un poquito de latín y de griego en la intimidad.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

JALOGÜÍN -¡o comoquiera que se diga la palabrota!-

   Queda demostrado, por activa y por pasiva, que no tenemos remedio. Lo que no han podido lograr la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, la ONU y la universalidad democrática, lo han logrado, con una facilidad pasmosa, el Comercio y la Economía. Las aduanas han sido desmanteladas para que el capital pueda circular a toda pastilla a través de las amplísimas autopistas de la información. Internet –como canal- y la lengua inglesa –como código- son los elementos que posibilitan esa dinámica que conocemos con el nombre de Globalización. Y, claro está, a rebufo de la Economía no cesa de llegarnos toda la parafernalia y tota la mercaduría asociada, como un parásito chupóptero y oportunista, a la denominada cultura anglosajona -¡valga el eufemismo!-. ¿Que qué es esto? Sirvámonos de la siguiente comparación para hacernos una idea cabal: la cultura anglosajona –made in USA, fundamentalmente- es a la Cultura –alta cultura en sentido normativo-, lo que el fast food es a la cocina de Ferrán Adriá. O sea: una papilla espesa y humeante, glutamatizada y predigerida, apta al cien por cien para los por nosotros denominados intelectos desdentados. El caso es que aquí tenemos, un año más, la dichosa festividad de Halloween.
   Pero, para entender lo que ahora está ocurriendo, es preciso, como siempre ocurre, husmear en los orígenes del asunto. ¿Cuándo se inició ese proceso de aculturización que sólo algunos parecemos lamentar en la actualidad? ¿Cuándo y dónde se manifestó esa primera hinchazón tumoral responsable del declive y del deterioro de nuestra cultura patria y tradicional? Es así de fácil: en la década de los setenta los españoles comenzamos, ya por fin, a sacudirnos de encima el yugo que nos mantenía postrados sobre el terruño y, en consecuencia, a poder disfrutar de las gracias que prodiga a manos llenas el Estado del Bienestar. Primeros vehículos familiares, primeros frigoríficos, primeras vacaciones estivales y, ¿cómo no?, el primer aparato de TV. La televisión, ¡sí, señor!, una ventana abierta en el sanctasanctorum de todos y cada uno de los hogares del país y, además, esa miel de las hojuelas que representa un público devoto, incondicional, receptivo y siempre sumiso. ¡Oh…! La cuadratura del círculo. Nuevamente, lo que no ha logrado la Matemática, lo ha logrado la Economía al enlazar en santo maridaje oferta y demanda, producción y consumo.
   Así fue como nos llegó ese personaje siniestro de nariz alcoholada y vestimenta algo más que sospechosa conocido antaño como Papá Noel, alias Santa Claus, y al que hogaño todo el mundo empieza a llamar Santa a secas –quizás por esa ley del mínimo esfuerzo mental que tanto potencian los medios-. En efecto, fue este lobo con piel de cordero de amplia carcajada –tan amplia como falsa-, quien primero consiguió hacerse un hueco en el corazón de todas las familias españolas. Consciente de que los padres están convencidos de que el electrodoméstico televisivo resulta completamente inocuo para sus vástagos, el tal Santa, en connivencia con Disney, fue poco a poco ganándose la voluntad de los otrora reyes de la casa y hoy tiranos. A través de los niños consiguió ganarse la voluntad de las mamás de éstos para, finalmente, a través de éstas ganarse la voluntad de los papás. ¡Pura transitividad! La voluntad de los papás, para quien no lo sepa, siempre se gana de la misma manera. Pregúntenle a Lisístrata, que ella sabe mucho de estas cosas.
   Pero lo malo no es que hayamos abierto las puertas a ese simulacro de cultura que es la cultura anglosajona que nos llega de allende de los mares. Si sólo se tratara de esto, la situación no sería tan preocupante y podríamos incluso consolarnos diciendo aquello de mal de muchos… Como prueba de que no somos los únicos, atiendan a la experiencia que les paso a referir: Tarde noche del día 31 de octubre, vísperas de la festividad de Todos los Santos. Zona céntrica de la localidad de Arroyo de la Miel. Niños disfrazados de muertecitos vivientes y de otros engendros dignos del Goya más tenebrista. Papás que colaboran por mor de no privar a la prole de una ocasión más para el disfrute y el despiporre –tienen el consuelo de la inminente cervecita en el bar de la esquina-. Ambiente de fiesta que anticipa la Nochevieja -¿no han reparado en el dato de que todas las fiestas, originariamente distintas, en la actualidad empiezan a parecerse unas a otras más de lo habitual?-. De pronto, allí, en el parque infantil, una niña musulmana con su pañuelito en la cabeza y su traje talar, hasta los tobillos, que juega con otros niños. Todo normal. Sí, todo normal hasta que reparamos en un detalle completamente excepcional. Resulta que la niña en cuestión lleva el rostro pintado de un blanco cadavérico y que de la comisura de sus labios resbala un rimero de carmín que, a todas luces, pretende semejar esa impronta que, como todos sabemos, suele dejar el tradicional y pantagruélico banquete vampírico. ¿No me dirán que la escena no resulta llamativa? Halloween penetrando en el mismo sanctasanctorum del mismísimo Islam. De esto es de lo que se trata. Esta es la prueba taxativa e incontestable de que no hay barrera numantina, ni física ni simbólica, capaz de ofrecer un mínimo de resistencia al imparable tsunami de la Globalización. No hagamos ascos, pues, al consuelo de los tontos.  
   Lo realmente preocupante del asunto es que, al mismo tiempo que aceptamos lo foráneo –por la sencilla razón de que es foráneo-, estamos largando por la puerta de atrás, la de servicio, las tradiciones culturales específicamente nuestras –por la sencilla razón de que son tradicionales y, sobre todo, por la sencilla razón de que son nuestras-, como si estuviésemos convencidos de que para hacer sitio a lo nuevo es preciso defenestrar lo viejo. Ocurre con esto algo similar a lo que ocurre con los derechos (ver artículo El animalismo como antihumanismo). Los responsables de crear y de propalar la leyenda negra española fueron otros, ¡cierto!, pero hay que reconocer también que somos nosotros, los españoles, quienes más hemos colaborado en su mantenimiento, difusión y fortalecimiento. Es decir, que hemos sido y seguimos siendo sus más fervorosos defensores. Complejo de inferioridad, sentimiento de culpa, Síndrome de Estocolmo,…¡Enfermedad, en suma! España como nación está enferma, ya lo vieron los noventaiochistas, los regeneracionistas, Larra y los ilustrados, incluso el propio Quevedo (Miré los muros de la patria mía,/ si un tiempo fuertes, ya desmoronados…), y no vemos indicios de una mejora inminente. La cuestión que debemos plantearnos es la siguiente: ¿hemos de ampararnos en el consuelo de los tontos también en relación a esto?, ¿es absolutamente necesario renunciar a nuestras tradiciones? Pues no, evidentemente.

   Que los mass-media colaboren en el asunto es algo que no nos debería alarmar, pues para eso están. Su cometido fundamental es abrir puertas y rendijas en los aposentos de nuestra intimidad para que el ávido Mercado pueda introducir sus tentáculos. ¿Por qué si no tanto interés en que todos estemos afiliados-contratados-conectados? ¿Por qué si no esa manía de los responsables de educación –de las comunidades más atrasadas- por reemplazar los libros por ordenadores? Control, ésta es la clave.
   Pero la pregunta del millón es la siguiente: ¿deben los centros escolares, institutos y universidades colaborar en todo este proceso de aculturización  que estamos padeciendo? Es evidente que una de las funciones esenciales que los centros de enseñanza tienen encomendadas es la de lograr la adaptación de los niños y jóvenes al entorno social en el que han de desenvolver sus vidas. Desde esta óptica, educar es, básicamente, socializar. Lo que no parece tan evidente, quizás porque cada vez lo es menos, es que su otra función esencial es la de hacer partícipes a estos mismos educandos de lo que podríamos denominar espíritu de universalidad. En efecto, el sistema educativo está subordinado a una doble finalidad aparentemente contrapuesta: sometimiento a la necesidad que impone el entorno social y liberación de esta misma necesidad. Nadie mejor que Kant para decirlo:

   He aquí un principio del arte de la educación que particularmente los hombres que hacen planes de enseñanza deberían tener siempre ante los ojos: no se debe educar a los niños únicamente según el estado presente de la especie humana, sino según su futuro estado posible y mejor, es decir, de acuerdo con la Idea de Humanidad y con su destino total.

   Es decir, la educación es la antifatalidad –Savater dixit-.
   Consentir que el Mercado introduzca sus largos y pringosos tentáculos hasta el mismo corazón de las aulas es un gesto que ha de ser interpretado como una claudicación ante la necesidad y la fatalidad, es dar por supuesto que ni somos ni debemos ser otra cosa más que un dócil rebaño de borreguitos consumistas.
 
   Con más de uno, pues, habría que imitar el gesto de Cristo cuando, látigo en mano, se dispuso a expulsar a los mercaderes del templo. Y, como el templo del que estamos hablando es la Escuela Pública, no estaría de más que los padres exijamos a los responsables de la educación de nuestros hijos que no bajen la guardia y, sobre todo, que no se conviertan en representantes de los más pedestres intereses mercantilistas.