Desde hace un par de centurias viene siendo habitual el intento de explicar la evolución del pensamiento occidental como resultado de la confrontación de una serie de ideas antagónicas ejemplificadas o bien en escuelas de pensamiento, o bien en pensadores concretos. Es el caso, por poner unos pocos ejemplos, de la oposición entre Platón y los sofistas, entre racionalistas y empiristas o entre hobbesianos y rusonianos. El nombre del promotor de este tipo de lizas dialéctico-pugilísticas fue ese sujeto malencarado –perrito faldero del sistema, para más señas- de nombre Hegel. A pesar de que el método de oposiciones puede dar lugar con suma facilidad a explicaciones simplistas de los fenómenos sociales e históricos, no sería justo negarle su alto potencial explicativo. Pero no se me espanten, que aquí no pretendemos realizar una exposición de los vicios y de las virtudes de la metodología del filósofo teutón. Antes bien, lo único que nos interesa de todo lo anterior es una de las oposiciones mencionadas: la que se establece entre los postulados de Hobbes y aquellos otros de Rousseau. El primero, como sabemos, es el padre de ese famosísimo latinajo que establece una esencial vinculación entre el Homo Sapiens Sapiens y el siempre demonizado Canis Lupus –Homo homini lupus-; el segundo, por su parte, es famoso, además de por haber establecido los fundamentos del contrato social en que se sustentan los regímenes democráticos, por haber puesto en circulación una de las más grandes imbecilidades que se han podido oír y leer en la historia de las ideas: el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe. Así que, señoras y señores, ¡hagan sus apuestas!...Hobbes vs. Rousseau. Pesimismo antropológico contra optimismo antropológico. El combate cuenta con todos los ingredientes necesarios como para suscitar el interés del público mayoritario.
Pero dejémonos de referencias eruditas y centrémonos en el aquí y ahora. ¿Acaso no han reparado en el detalle de que desde hace unos años viene siendo habitual que el debate dialéctico-ideológico entre el PP y el PSOE gravite en torno a los postulados de uno u otro de estos dos filósofos? Así, por ejemplo, las propuestas de Zapatero referentes al manido asunto de la alianza de civilizaciones fueron motivo para que desde las filas del PP se le tachase de iluso, de ingenuo -ZP, alias Bambi- y, sobre todo, de incurrir en un buenismo antropológico no justificado. Todo esto habría de aparecer después resumido en la ecuación talante = buen rollito. Este tipo de críticas, por otra parte, nos da a entender que la imagen del hombre que los miembros del PP hacen suya es justo la contraria. Si el hombre es malo por naturaleza, en ningún momento podremos bajar la guardia. Lo que corresponde es montar un sistema de vigilancia lo suficientemente coercitivo como para que la mayoría de los ciudadanos se puedan sentir seguros y puedan, además, llevar adelante sus empresas económicas sin tener que sortear grandes obstáculos.
Este tipo de disputas, como sabe cualquiera que esté medianamente familiarizado con las grandes disputas ideológicas habidas a lo largo de la historia, suelen terminar en tablas. ¿Hobbes o Rousseau? ¿Pesimismo u optimismo? Pues ni uno ni otro, ambos. Para empezar, lo primero que debería quedar claro es que ese hombre natural del que hablan ambos filósofos es un mero constructo teórico, es decir, algo que ni existe ni ha existido jamás. Que una determinada tribu del Amazonas jamás haya tenido contacto con nuestra civilización occidental no significa que los miembros que la integran sean salvajes, pues toda organización humana se sustenta sobre una serie de normas, usos y costumbres que, grosso modo, integran lo que comúnmente se denomina cultura. Defendemos lo natural, pero también afirmamos que esta naturalidad, si no está mediatizada por la cultura, en poco o nada se diferencia de la simple animalidad. Rousseau y Hobbes, por tanto.
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