¡To be or no to be, tha´s the question! Efectivamente, amigo Hamlet, porque de esto mismo se trata: del ser o no ser del futuro educativo de nuestros retoños.
Pero no me saquen conclusiones precipitadas, que no es lo que me están pensando. ¡Segurísimo que no! Esto, para que sus enteréis, no pretende ser una apología del bilingüísmo en las escuelas, sino justo lo contrario: una crítica. La virtud, en estos tiempos de promiscuidad borreguil que corren, es preciso buscarla en los extremos, en aquello que antiguamente era denostado con el calificativo vicioso. A estas alturas ya deberíais estar al tanto de la deuda que un servidor tiene contraída con el viejo dinamitero. Con ese que decía aquello de “Yo no soy un hombre, soy dinamita”. El mismo que, cansado de tanta majadería, quiso hacer de su pluma un martillo con el que evaluar la consistencia y solidez de toda la mercaduría cultural. Así que…
Mi propuesta es la siguiente: a todos aquellos que nos vienen con el cuento de los centros bilingües es preciso responderles con el infalible y certero refrán que dice: ¡A otro perro con ese hueso! Esto, claro está, en el caso hipotético de que verdaderamente nos preocupe el futuro educativo de nuestros hijos. ¿Que por qué? Muy fácil: no hacerlo así implica aceptar que la asignatura de inglés es la más importante de todas y, en consecuencia, que las restantes deben rendirle pleitesía. Es decir: considerar el inglés como una especie de primus inter pares –primero entre iguales-, exige considerar a Doña Matemática, a la Lengua Castellana con su correspondiente Literatura, a las Sociales y al dichoso Cono -se trata de un apócope, no de una Ñ aquejada de alopecia- como disciplinas menores y subordinadas. Porque ha de quedarnos claro que para poder impartir estas materias en inglés, aunque sea de manera parcial, es condición imprescindible jibarizarlas, esto es, reducirlas a su mínima expresión. ¿Estamos dispuestos a aceptar una cosa así?
¿Estamos dispuestos a bajarnos los calzones hasta los tobillos y a ponernos en posición a la espera de recibir lo que en tales casos nos corresponde? ¿Jodidos y, además, agradecidos…? Va a ser que no. El inglés, por muy importante que sea, no merece semejante humillación. Hablar inglés es importante, pero no tanto. Es un gesto del todo comprensible que íberos, vascones, galos, germanos y dálmatas se sometieran a Roma, pues por algo la lengua del Imperio era la feliz portadora de una cultura infinitamente superior a la suya propia. Someterse a Roma implicaba, de hecho, someterse a la misma Grecia, tal como certificara el poeta Horacio al decir que Roma venció militarmente a los griegos, pero que los griegos vencieron culturalmente a los romanos –o algo por el estilo-. Lo que de ninguna de las maneras podemos llegar a comprender es que por propia iniciativa nos sometamos con absoluta docilidad a una cultura –situada en las antípodas de nuestra sensibilidad, por cierto- que en modo alguno podemos considerar como superior a la nuestra. Que nos quede claro de una puñetera vez: las dificultades innúmeras que los latinos solemos experimentar a la hora de aprender el inglés no son expresión de falta de capacidad o de incompetencia lingüística. Estas dificultades, en realidad, no son nuestras, son dificultades que encuentra la propia lengua inglesa en su intento desesperado por penetrar una cultura que se le resiste por la sencilla razón de que es superior. Dicho en el román paladino con que cada cual suele hablar a su vecino: el inglés sólo penetra fácilmente en las culturas más débiles, enfermas y decadentes.
Si desean algún que otro testimonio que ratifique esto que acabo de decir, aquí tienen un par de ellos:
Es sabido que las lenguas, particularmente en lo referente a la gramática, son tanto más perfectas cuanto más antiguas, y se van deteriorando siempre gradualmente, desde el elevado sánscrito hasta la jerga inglesa, ese vestido del pensamiento hecho con jirones de tela heterogénea.
Arthur Schopenhauer (Parerga y Paralipomena)
Conste que Schopenhauer vivió durante una larga temporada en Inglaterra y que, por supuesto, hablaba perfectamente el inglés.
Otro Arturo, el nuestro, tampoco se muerde la lengua a la hora de expresar la opinión que le merece la jerga inglesa:
A ver cuándo Shakespeare, o Joyce, o la madre que los parió, en esa jerga onomatopéyica y septentrional que usaban los pastores para llamar a las ovejas, y los piratas para repartirse el botín contando con los dedos, fueron capaces de utilizar, con todo su Oxford, la palabra equivalente (cojones) con tanta variedad, y tanta riqueza, y tanta prosapia como la usa hasta el más analfabeto de nuestros paisanos. Tres mil años de griego, latín, árabe y castellano respaldan el asunto. Lo que, se mire por donde se mire, es un respaldo lingüístico de cojones.
Arturo Pérez Reverte (Cuestión de cojones, XL Semanal)
Ergo…: no se trata de resentimiento personal de quien esto suscribe. Cuando el río suena…
Lo que en verdad hay detrás de esta campaña de promoción del inglés es más de lo mismo. Se trata, básicamente, de allanarle el terreno al Mercado. Se trata de tenernos a todos conectados-contratados-controlados-dominados-vigilados-adoctrinados e idiotizados desde la cuna hasta la sepultura. Y, como resulta que para que tales designios se cumplan es preciso acabar con todos los focos de resistencia, pues a meternos el inglés por los ojos –Televisión-, oídos –música anglosajona en general-, por la nariz y por las pupilas gustativas –Burger King y similares- y por el mismo esfínter si fuera preciso -¿?-. Sólo mediante la imposición del inglés como lengua hegemónica a nivel planetario se podrá alcanzar el fin que los Mercados apetecen: un pensamiento unidimensional y sin fisuras, un pensamiento monocorde y monotemático, un pensamiento simplicísimo y carente de relieve, un pensamiento meramente operante e incapaz de las proezas acrobáticas del pensamiento formal y abstracto, un pensamiento, en suma, que sepa conjugar a la perfección la letanía del: yo compro, tú compras, él compra, nosotros compramos, vosotros compráis y ellos compran.
Por tanto, ¡NO! No aceptamos la condición de maketos y de chalnegos que desde el Imperio nos han asignado. Queremos ser españoles y latinos, no una sucursal más de la factoría Disney. Y, como no nos consideramos ciudadanos de segunda, no estamos dispuestos a claudicar ni a aceptar la oferta de conversión que todos los políticos –todos sin excepción- nos ofrecen día tras día. Para converso, Torquemada. Así que, tratándose de lo que se trata, quizás lo más sensato sea responder con una paráfrasis de las palabras de Don Miguel aliñadas con alguna expresión del gusto de Don Camilo. Algo así como: ¡Que aprendan ellos el español! ¡Coño!
Quisiéramos terminar esta filípica incendiaria dejando constancia de que nosotros sólo hablamos el dialecto andaluz -¡a mucha honra!- y un poquito de latín y de griego en la intimidad.
"Graecia capta, ferum uictorem cepit". Llegué tarde a tu cita con la cita horaciana, amigo Fermín, incluso más a tu "primus inter pares", pero no a tu "ñ" con alopecia ¡hacía tanto que no me reía con un chiste lingüístico!
ResponderEliminar