domingo, 11 de noviembre de 2012

VÉRTIGO -Guión de Sigmund Freud y A. Conan Doyle-



  Es curioso, pero el único que se ha preocupado de analizar en profundidad el fenómeno del vértigo en relación a sus posibles causas no ha sido ni hombre de ciencia ni filósofo, ha sido un artista del celuloide. Me refiero, claro está, a  Hitchcock y a su obra maestra Vértigo, subtitulada De entre los muertos. Cualquiera que haya visionado esta cinta sabe de su tremenda complejidad y de la enorme importancia que los símbolos adquieren en las secuencias y escenas más insignificantes en apariencia. Realmente, tal como ha dicho algún crítico, en esta cinta tenemos dos películas en una sola, una dirigida a los sentidos y a la superficie del intelecto –la historia policial- y otra que requiere  de la intervención de toda la artillería pesada de este mismo intelecto –la historia psicológica-. De esta obra, como de cualquier obra de arte lo suficientemente lograda, se podría decir lo que Cortázar ya dijera sobre Rayuela: que a pesar de haber sido concebida para lectores machos, también admitía una lectura más femenina. Ahora bien, hemos de reconocer que las peripecias detectivescas de Scottie no se deben considerar como independientes y desconectadas del todo de la historia profunda, pues en aquéllas hemos de ver un símbolo de su búsqueda y de su desorientación vital. El esquema básico de toda novela detectivesca, según palabras de Vázquez Montalbán, es el propio del laberinto, y éste, a su vez, no es sino un símbolo de la búsqueda.
   El vértigo del que adolece Scottie es un síntoma resultante del sentimiento de culpabilidad y éste, a su vez, sería consecuencia de no haber podido ayudar a su compañero policía antes de que cayera al vacío. Podríamos decir que no ha sido capaz de superar satisfactoriamente su Complejo de Edipo en el sentido de que sus deseos de muerte dirigidos hacia la autoridad paterna –representada por su compañero policía- se han visto efectivamente realizadas. Este es su trauma original, según la interpretación procedente del Psicoanálisis oficial. La investigación que emprende con la finalidad de despejar sus dudas e incertidumbres, a pesar de las apariencias –tal y como ocurre en todas las historias de héroes de todas las tradiciones-, sería una proceso de indagación en su propio interior. Madeleine-Judy sería un símbolo de la meta de su propia indagación; y la ciudad de San Francisco, con sus calles pronunciadas y laberínticas, representaría el propio proceso de búsqueda interior. Pero si hay algún detalle especialmente cargado de valor simbólico, éste es, sin ninguna duda, el famoso moño en espiral de la protagonista. Su importancia derivaría del hecho de que sintetiza las dos ideas señaladas con anterioridad: la búsqueda del origen y la desorientación que ésta ocasiona.
   Vayamos por partes. El moño de Kim Novak no es tan sólo un moño, es, sobre todo, un coño. Ignoro por completo si en la lengua de Shakespeare es tan fácil pasar de una cosa a la otra mediante el simplicísimo procedimiento de modificar una consonante. Truffaut llama la atención sobre la fundamental secuencia en la que Scottie se dedica a transformar completamente a Judy para convertirla en Madeleine. Esta secuencia, según el director francés, debe interpretarse a la inversa, es decir, como si en lugar de vestir a la chica la estuviese desnudando. En el último momento ella ha cumplido casi con todas las exigencias del protagonista, se ha vestido como le ha pedido y se ha teñido de rubio, pero sigue faltando un detalle básico: la chica sigue sin querer peinarse el cabello formando el famoso moño en espiral. Es decir, según Truffaut, ella se resiste a quitarse las braguitas. Por consiguiente, a buen entendedor, pocas palabras bastan. El vértigo de Scottie, por tanto, sería un símbolo de su fascinación por el origen del mundo –es decir, por los misterios de la sexualidad- y, sobre todo, por el origen de su propio mundo personal y de su forma de ser. Pero este objeto de su curiosidad, al mismo tiempo que le atrae, le causa pavor –y de ahí, quizás, esa impotencia simbolizada por la secuencia en la que aparece intentando mantener la verticalidad de su bastón-. El origen de todas las cosas, como el Dios del Antiguo Testamento, es fascinante y terrible al mismo tiempo, pues además de causa primera de la vida también es causa primera de la muerte. Eros y Thanatos confluyen precisamente ahí. En Scottie existiría una pulsión de muerte que ocultaría un deseo inconsciente por retornar al seno materno, al paraíso original de su infancia.

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