Es curioso, pero el único que se ha preocupado de analizar en
profundidad el fenómeno del vértigo en relación a sus posibles causas no ha
sido ni hombre de ciencia ni filósofo, ha sido un artista del celuloide. Me
refiero, claro está, a Hitchcock y a su
obra maestra Vértigo, subtitulada De entre los muertos. Cualquiera que
haya visionado esta cinta sabe de su tremenda complejidad y de la enorme
importancia que los símbolos adquieren en las secuencias y escenas más
insignificantes en apariencia. Realmente, tal como ha dicho algún crítico, en
esta cinta tenemos dos películas en una sola, una dirigida a los sentidos y a
la superficie del intelecto –la historia policial- y otra que requiere de la intervención de toda la artillería
pesada de este mismo intelecto –la historia psicológica-. De esta obra, como de
cualquier obra de arte lo suficientemente lograda, se podría decir lo que
Cortázar ya dijera sobre Rayuela: que
a pesar de haber sido concebida para lectores machos, también admitía una
lectura más femenina. Ahora bien, hemos de reconocer que las peripecias
detectivescas de Scottie no se deben considerar como independientes y
desconectadas del todo de la historia profunda, pues en aquéllas hemos de ver
un símbolo de su búsqueda y de su desorientación vital. El esquema básico de
toda novela detectivesca, según palabras de Vázquez Montalbán, es el propio del
laberinto, y éste, a su vez, no es sino un símbolo de la búsqueda.
El vértigo del que adolece Scottie es un síntoma resultante del
sentimiento de culpabilidad y éste, a su vez, sería consecuencia de no haber
podido ayudar a su compañero policía antes de que cayera al vacío. Podríamos
decir que no ha sido capaz de superar satisfactoriamente su Complejo de Edipo
en el sentido de que sus deseos de muerte dirigidos hacia la autoridad paterna
–representada por su compañero policía- se han visto efectivamente realizadas.
Este es su trauma original, según la interpretación procedente del
Psicoanálisis oficial. La investigación que emprende con la finalidad de
despejar sus dudas e incertidumbres, a pesar de las apariencias –tal y como
ocurre en todas las historias de héroes de todas las tradiciones-, sería una
proceso de indagación en su propio interior. Madeleine-Judy sería un símbolo de
la meta de su propia indagación; y la ciudad de San Francisco, con sus calles
pronunciadas y laberínticas, representaría el propio proceso de búsqueda
interior. Pero si hay algún detalle especialmente cargado de valor simbólico,
éste es, sin ninguna duda, el famoso moño en espiral de la protagonista. Su
importancia derivaría del hecho de que sintetiza las dos ideas señaladas con
anterioridad: la búsqueda del origen y la desorientación que ésta ocasiona.
Vayamos por partes. El moño de Kim Novak no es tan sólo un moño, es, sobre
todo, un coño. Ignoro por completo si en la lengua de Shakespeare es tan fácil
pasar de una cosa a la otra mediante el simplicísimo procedimiento de modificar
una consonante. Truffaut llama la atención sobre la fundamental secuencia en la
que Scottie se dedica a transformar completamente a Judy para convertirla en
Madeleine. Esta secuencia, según el director francés, debe interpretarse a la
inversa, es decir, como si en lugar de vestir a la chica la estuviese
desnudando. En el último momento ella ha cumplido casi con todas las exigencias
del protagonista, se ha vestido como le ha pedido y se ha teñido de rubio, pero
sigue faltando un detalle básico: la chica sigue sin querer peinarse el cabello
formando el famoso moño en espiral. Es decir, según Truffaut, ella se resiste a
quitarse las braguitas. Por consiguiente, a buen entendedor, pocas palabras
bastan. El vértigo de Scottie, por tanto, sería un símbolo de su fascinación
por el origen del mundo –es decir, por los misterios de la sexualidad- y, sobre
todo, por el origen de su propio mundo personal y de su forma de ser. Pero este
objeto de su curiosidad, al mismo tiempo que le atrae, le causa pavor –y de
ahí, quizás, esa impotencia simbolizada por la secuencia en la que aparece
intentando mantener la verticalidad de su bastón-. El origen de todas las
cosas, como el Dios del Antiguo Testamento, es fascinante y terrible al mismo
tiempo, pues además de causa primera de la vida también es causa primera de la
muerte. Eros y Thanatos confluyen precisamente ahí. En Scottie existiría una
pulsión de muerte que ocultaría un deseo inconsciente por retornar al seno
materno, al paraíso original de su infancia.
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