lunes, 5 de noviembre de 2012

TEORÍA DE LA INVOLUCIÓN


   Existen muchos animales fascinantes, como la sensual y enigmática pantera de elástico caminar, el broncíneo escualo de infernal mirada o el vigoréxico rey de la selva, pero ninguno de éstos podrá jamás ocupar el alto pedestal que en mi imaginario personal ocupan las aves de presa. En el fondo, muy en el fondo, se trata de una cuestión de altura, de verticalidad, de estar o no estar sujeto por ese cable de acero con que la ley de la gravedad somete a la mayoría de las criaturas. Pesadez o ligereza, materia o espíritu, en esta disyuntiva radica la cuestión. Trascender la pesada materia de la que estamos hechos y contemplar el mundo de abajo como un todo mediante un único golpe de visión siempre ha sido la aspiración suprema del filósofo. Contemplar el mundo desde el punto de vista de la Divinidad, igualarse con Dios siguiendo el ejemplo de las aves, ¡casi nada! Téngase en cuenta, no obstante, que al decir que las aves en general, y las de presa en particular, han de ser vistas como un símbolo del nexo existente entre el hombre y Dios, no hemos pretendido sugerir, ni mucho menos, que ambos se caractericen igualmente por esa misma condición depredadora, aunque en materia de antropología y de teología haya opiniones para todos los gustos.
    En general, el conjunto formado por la totalidad de los seres vivos también es susceptible de ser dividido en otras dos subcategorías, y no me refiero a eso del reino animal y del reino vegetal, me refiero a esto otro: los que comen y los que son comidos. ¿Qué es la vida animal si hacemos abstracción de la excepción que en el orden natural supone la emergencia del espíritu en el hombre? Schopenhauer tenía una opinión muy clara al respecto: unos afilados colmillos ensangrentados que devoran un cuerpo que es el suyo propio.
    Pero no nos pongamos tremendistas. Si el primer puesto del escalafón yo lo tengo reservado para las aves de presa, es de lógica plantearse a continuación a qué especie le corresponde el más ínfimo de los peldaños. ¿Quizás a la lombriz? Hay razones muy poderosas para sospechar de este vil animalejo, puesto que es viscoso, se arrastra bajo tierra alimentándose de desperdicios, vive completamente ajeno a la luz y, para colmo, no vuela. Pero no, no se trata ni de la lombriz, ni de la cucaracha ni de la zarrapastrosa rata. ¿Quieren ustedes, estimados lectores, hacer uso del comodín del público?...¿Sí? Pues no se lo aconsejo. La opinión de la mayoría es importante de cara a la elección de nuestros representantes políticos, pero en lo que atañe a las cuestiones más peliagudas de la existencia es completamente inoperante y lo único que suele conseguir en este orden es multiplicar por mil lo que en su origen es un simple error. Respondo yo mismo, por tanto, a la difícil pregunta: el animal que más me desagrada es el mono. ¿Que por qué? Pues porque siempre lo he visto como una persona venida a menos, como el resultado final de una especie de evolución a la inversa. Y ahora, la pregunta del millón: ¿Quién desciende de quién, el hombre del mono o el mono del hombre? A pesar de lo afirmado unas líneas más arriba, cualquier persona con dos dedos de frente y con ojos en la cara sabe que la única teoría realmente confirmada hasta la saciedad es la que defiende el origen humano de los actuales primates superiores. Son muchas las pruebas que lo confirman. De hecho, los efectos de esta involución se perciben a simple vista sin necesidad de coger una insolación escarbando en un secarral en busca de cuatro huesitos, basta con salir a la puerta de la calle y observar con cierto detenimiento la conducta cotidiana del personal. El botón de muestras de rigor, para que no haya lugar para la duda: decidimos acudir al parque de la esquina antes de que el hipervitaminado e hipermineralizado niño acabe con la paciencia del padre, de la madre y de toda la cohorte circundante de vecinos. Acudimos al lugar pensando lo que todo progenitor suele pensar en estos casos: “a ver si se harta de retozar y cae rendido tempranito en los brazos de Morfeo, que vaya si hace tiempo que mi Pili y yo…” ¡En fin…! Total, que arribamos al susodicho parque y… ¿en qué reparamos nada más llegar?, pues en un venerable padre de familia, seguramente harto también de bregar con el mocoso durante toda la tarde canicular, - tiene la mala suerte de encontrarse de vacaciones- que, con gesto monótono y displicente y la mirada perdida en un imaginario horizonte, se dedica a la práctica de ese deporte de muchos españoles consistente en la monda y posterior ingestión de pipas. Hasta aquí, nada de particular. Pero sigamos observando con detenimiento los gestos y la compostura del espécimen seleccionado para llevar a cabo nuestro trabajo de campo con el rigor y meticulosidad que las ciencias experimentales exigen. Si afinamos el instrumental de los sentidos, podremos apreciar un detalle de enorme relevancia que a punto hemos estado de pasar por alto: el ejemplar no está sentado sobre las tablas que para tal fin suelen ser dispuestas por todos aquellos que se dedican a la fabricación de este tipo de mobiliario urbano –objeto por el que, dicho sea de paso, los vándalos de todas las latitudes suelen sentir una especial debilidad- sino que se halla encaramado directamente sobre el tablero vertical y ligeramente reclinado habitualmente destinado a dar apoyo y sostén a las, por lo general, fatigadas espaldas de la clase trabajadora, de tal manera que ninguna de las partes de la compleja anatomía humana está ocupando el lugar que las más elementales normas de urbanidad le tienen prefijado. O sea, los pies usurpando el lugar de las posaderas y éstas, a su vez, el destinado a la región lumbar. Pero aquí no acaba la cosa. Seamos pacientes y sigamos observando a nuestro ejemplar con detenimiento y cierto disimulo, no sea que se sienta blanco de nuestras miradas y se nos espante. Otro dato que nos llama tremendamente la atención es el gesto espasmódico-compulsivo consistente en desplazar rítmicamente el brazo del paquete de pipas a la boca y de la boca al paquete, tal y como suelen hacer todos los primates cuando se dedican a la filantrópica tarea de despiojar al vecino. Finalmente, por aportar una última prueba a favor de nuestra tesis inicial, debemos llamar la atención sobre el hecho de que la base del referido leño sobre el que se halla encaramado el homínido aparezca alfombrada con todas y cada una de las innúmeras mondas del dichoso y altamente adictivo fruto del girasol, habiendo, como de hecho ocurre, una hambrienta papelera al alcance de la mano.
    Si alguien siente curiosidad por observar al ser humano en ese estado primigenio y original hacia el que caminamos –según todos los indicios-, que acuda a cualquier parque infantil o, si esto no es posible, a cualquier lugar destinado a dar satisfacción de manera expedita a las necesidades gregarias consustanciales a cualquier homínido: a una playa a las cuatro de la tarde durante un mes de agosto, a una plaza pública tras la caída de la tarde, a una sala de conciertos o a la sala de estudio de la biblioteca municipal –preferentemente, durante los días previos a los exámenes de septiembre-. Los gestos y ademanes que podemos observar en lugares como estos en poco o nada se diferencian de aquellos otros que podemos observar en el zoológico: esos dos de enfrente que se desparasitan mediante el sucedáneo del chismorreo, el cachas hiperhormonado de camiseta entallada que alardea ante las indiferentes y asqueadas féminas de su presunta potencia genésica, aquel otro de más allá que presume de lo mismo aparcando su flamante vehículo en la puerta misma del recinto para que todo el mundo lo pueda admirar, la damita impaciente por dejar atrás su pubertad y cuya recoleta faldita es un semáforo que oscila continuamente del rojo al verde y del verde al rojo…En fin, todos desviviéndonos siempre por eso mismo por lo que se desviven nuestros parientes irracionales: por aver mantenençia y por aver juntamiento con fembra plazentera, tal y como dijera ese guasón genial que fue el Arcipreste de Hita.
    Podemos aprender muchísimo acerca de nosotros mismos observando a nuestros parientes los animales, símbolos del pasado para todos y, según todos los indicios, del futuro para algunos.

1 comentario:

  1. Interesante reflexión, que ya había yo realizado, pero que no sabría expresar de semejante manera. Un apunte: el mono tiene el pulgar del pie oponible, rasgo más evolucionado, que el Homo sapiens ni ha tenido, ni tiene, ni, con tales hábitos, va a tener.

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