domingo, 15 de abril de 2012

VIDA Y OPINIONES DEL CABALLERO TRISTRAM SHANDY

II

   Si se nos encomendase la tarea de elaborar un subtítulo en el que se viese reflejado de manera precisa el tema fundamental de Tristram Shandy, este subtítulo tendría que ser el siguiente: Sobre el placer venéreo de la escritura.
   En efecto, en esta novela se habla fundamentalmente de sexo, del deseo sexual, del respeto con que se suele afrontar el asunto, de los mecanismos de defensa que algunos, como el tío Toby o el propio Tristram, se ven obligados a utilizar con el fin de evitar una experiencia  que, según todos los indicios, les viene grande, y, sobre todo, de escritura.  
   Para poder hacernos una idea cabal de lo anterior es preciso que comencemos familiarizándonos con la figura del referido tío Toby, pues la comprensión de las razones de su peculiar comportamiento resulta fundamental para poder comprender el porqué de la conducta de Tristram, el auténtico protagonista de la historia.    
   Resulta que el tío Toby, durante el sitio de Namur –antigua Flandes-, sufrió una herida en la ingle que lo dejó en un estado de semiinvalidez permanente. Nuestro parecer es que esta herida ha de ser vista como el factor desencadenante de su particular hobby-horse, que no es otro que el de la afición por las construcciones de carácter defensivo, y que esta afición, a su vez, debe considerarse como un mecanismo de defensa con el que pretende eludir la confrontación con los individuos representantes del llamado bello sexo, ejemplificados en la novela en la figura de la viuda Wadman.
   Leamos:

   -A mi hermana, dijo mi tío Toby, puede que no le acomode dejar a un hombre que se le aproxime tanto a su****. Esto es una aposiopesis. Quitemos los asteriscos y escribamos trasero. Esto resultaría impúdico. Borremos, pues, trasero y escribamos camino cubierto. Así será una metáfora. Y como las fortificaciones siempre bullían en la cabeza de mi tío, creo que si le hubiera dejado añadir una palabra a su frase ésa era la que habría elegido. (pp. 148-149)

   Y unas líneas más adelante:

   (…)-¡Pensar, decía mi padre, que un hombre de tu edad, hermano, sepa tan poco acerca de las mujeres! –No, no sé nada de ellas, decía mi tío, y creo, continuó, que la impresión que sufrí el año después de la demolición de Dunkerque, con motivo de mi escarceo con la viuda Wadman, impresión que no hubiera tenido lugar –como sabes- de no haber sido por mi total ignorancia sobre el sexo, me autoriza a decir que ni sé ni quiero saber nada de ellas. –Piensa, hermano, dijo mi padre, en que al menos deberías saber diferenciar en una mujer su lado bueno del malo. (…)
   Supongo que mi tío Toby no se encontraba en ninguno de los dos supuestos, pues miraba horizontalmente. -¡El lado bueno!, dijo entre dientes mi tío, mirando distraídamente, mientras musitaba esas palabras, a una grieta producida por una junta defectuosa en la chimenea. -¡El lado bueno de una mujer! (pp. 149-150).

   Camino cubierto, lado bueno y lado malo de las mujeres, una grieta en la pared, un camino limpio y otro sucio, el calibre de las narices, la salchicha de Tom, los ojales de las criadas, asuntos sobre pieles de conejo y cosas verdes, los ojos de las cerraduras, los nudos, toros y cuernos, acometidas, arietes, defensas…Las metáforas y símbolos para aludir a la actividad sexual y a los órganos genitales, tanto masculinos como femeninos, son  recurrentes y variados a lo largo y ancho de toda la obra. Y, sin embargo, a pesar de que lo sexual impregna la obra de modo similar a como el barniz impregna toda la superficie de una obra pictórica, muy pocas veces aparece aludido de manera directa y explícita. Todo son alusiones, sugerencias e indirectas. No debemos olvidar que estamos a mediados del siglo XVIII.
   En el capítulo trigésimo séptimo del Volumen III encontramos una de las alusiones más explícita al asunto que nos traemos entre manos:

   Dicho esto, estimo obligado informar a vuestras reverencias y a vuestras mercedes que, además de las numerosas aplicaciones náuticas de las grandes narices enumeradas por Erasmo, el dialoguista afirmaba que una nariz grande no deja de tener además sus ventajas domésticas, ya que en caso de urgencia y a falta de un buen fuelle, puede servir muy bien “ad excitandum focum” (O sea: para avivar el fuego). (p. 262).

   No podemos evitar la impresión de que el tema, aludido siempre de manera tangencial a lo largo de la obra, empieza a hacerse manifiesto y explícito según va avanzando la trama –si es que se puede hablar de tal cosa en una obra tan peculiar como ésta-. Es como si, a partir de cierto momento, después de tanta alusión velada, se produjese una especie de saturación que obligase al narrador a desvelar lo que hasta entonces ha sabido mantener más o menos oculto. En efecto, a partir de cierto momento observamos cómo la propia dinámica digresiva que anima la obra conduce al narrador, sin que éste lo puede evitar, de bruces sobre el peliagudo asunto de la sexualidad, situándolo en el brete de tener que valorarlo sin ningún tipo de ambages.

   ¡Bendito Júpiter! ¡Benditos todos los demás dioses y diosas paganos!, pues pronto volveréis a estar en juego otra vez y con Príapo a vuestro rabo. ¡Qué hermosos tiempos vendrán! Pero, ¿por dónde ando yo? ¿Por qué delicioso desenfreno me estoy precipitando? (…). (p. 502).

   ¿No constituyen las anteriores palabras una confesión en toda regla? En efecto. En estas palabras podemos observar cómo el protagonista-narrador expone su convencimiento de que algún día no muy lejano han de volver los dioses paganos capitaneados por el simpático Júpiter-Zeus, ese dios juguetón y rijoso, famoso -entre los no logsetomizados, claro está- por sus aficiones venatorio-amorosas. Alcmena, Ío, Leda y otras muchas pueden dar fe de ello. Tristram Shandy -¿Laurence Sterne?-, por tanto, hubiese hecho suyas aquellas palabras de Horacio con las que se declaraba lechón de la camada de Epicuro. Neopaganismo se llama a esto en la jerga religiosa.

   Y, ya casi al final:

   -Ya sé que se me puede objetar, continuó (concediéndose a sí mismo una prolepsis) que en sí misma esta pasión –igual que el hambre, la sed o el sueño- es indiferente; que no es ni buena ni mala, ni vergonzosa ni nada parecido. (…), y ¿por qué cuando nos disponemos a sembrar un hombre apagamos la luz? Y ¿cuál es la razón de que los útiles para esa tarea –los “congredientes”-, los preparativos, los instrumentos y cuanto interviene en ello se mantengan alejados de toda mente limpia sin aludirlos con el lenguaje ni siquiera por medio de versiones o perífrasis de ninguna clase?
   El acto de matar, de destruir a un hombre, continuó mi padre levantando la voz y volviéndose hacia mi tío Toby, pasa por glorioso si te fijas, y las armas con las que lo ejecutamos son consideradas como algo honroso. Desfilamos con ellas al hombro. Nos pavoneamos con ellas colgadas al cinto. Las doramos, las labramos, las adornamos, las enriquecemos, y estoy seguro de que si existiera un cañón bribón, nos dedicaríamos sin duda a adornar su recámara. (p. 640)

   Apología de la sexualidad en tanto que fenómeno natural, por tanto. De esto es de lo que se trata.
  
   Ahora bien, ¿qué hay del narrador protagonista y de su particular afición por el recurso digresivo? Mucho nos tememos que es ahora cuando empieza lo realmente complicado de la novela y, ¿cómo no?, lo realmente interesante. ¡Hasta la próxima entrega!

   P.D.: Se me olvidaba informaros de que al final el tío Toby claudica ante el asedio que la viuda Wadman le tenía impuesto y que decide bajar el puente levadizo de su fortaleza interior para permitirle el acceso a sus más secretos aposentos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario