En ¿Qué es el hombre?, una obrita poco más que deliciosa editada por esa magnífica editorial mexicana que es FCE, el filósofo judío-alemán M. Buber nos ofrece una visión sinóptica y precisa de los principales hitos en la historia de la Antropología Filosófica en la que los distintos sistemas de pensamiento son clasificados en función de la imagen que en cada momento el hombre tiene de sí mismo y del mundo que habita. En efecto, según Buber, hay momentos en los que el hombre se ve en el mundo como si éste fuese su casa y hay momentos en los que se ve como a la intemperie, expuesto a las inclemencias de la naturaleza –o de las vicisitudes de la propia Historia-, sin amparo y sin protección. Estos períodos, aunque el autor no lo diga, se corresponderían con los momentos de transición. Pero atendamos a las propias palabras de éste:
Podemos distinguir en la historia del espíritu humano épocas en que el hombre tiene aposento y épocas en que está a la intemperie, sin hogar. En aquéllas, el hombre vive en el mundo como en su casa, en las otras el mundo es la intemperie, y hasta le faltan a veces cuatro estacas para levantar una tienda de campaña. En las primeras el pensamiento antropológico se presenta como una parte del cosmológico, en las segundas ese pensamiento cobra hondura y, con ella, independencia. (pp. 24-25).
En La estructura de las revoluciones científicas, obra editada por la misma casa que la anterior, Th. Kuhn distingue entre períodos de ciencia normal y períodos de ciencia revolucionaria. Los primeros se caracterizarían por la hegemonía indiscutible de un determinado paradigma –Física aristotélica, Almagesto de Ptolomeo, Mecánica newtoniana, Química de Lavoisier, Teoría de la relatividad…-; los segundos, en cambio, serían aquellos momentos en los que el paradigma comienza a dar muestras de debilidad en lo que respecta a su capacidad para dar cobertura legal a todos los fenómenos que caen dentro de su ámbito de incumbencia. Esta incapacidad, por otra parte, es lo que explica el surgimiento en esbozo de una serie de teorías alternativas que tratan de dar cuenta de estos mismos fenómenos reacios y refractarios, así como la proliferación de hipótesis ad hoc desde el seno del propio paradigma en crisis con el fin de salvar las dificultades planteadas.
En su teoría acerca de las generaciones, Ortega nos viene a decir que el mínimo común denominador de los individuos integrantes de una generación es el hecho de compartir unas mismas creencias. Las ideas –decía nuestro filósofo- las tenemos, en las creencias, en cambio, estamos. Y estamos en las creencias de igual modo que los peces están en el agua. De esto se desprende que el manido asunto del conflicto generacional debe ser visto como el resultado de la confrontación o choque entre dos universos culturales -o cosmovisiones- radicalmente distintos, cuando no directamente incompatibles.
Épocas en las que el hombre se siente a la intemperie, períodos de ciencia revolucionaria, conflictos generacionales…Tiempo de revoluciones, en suma. Decíamos en otro lugar que es durante estos momentos cuando podemos permitirnos el lujo de presenciar un espectáculo que, por lo general, se nos suele escatimar: la Historia en plena acción, la Historia ejecutando sus designios por la vía expedita -sin lenitivos ni vaselina-, impúdicamente.
Pues bien, ¿no resulta evidente que nos encontramos justo en medio de uno de estos períodos de cambios profundos y radicales? Yo creo que sí, que nos encontramos en una encrucijada, en un recodo de la Historia, que estamos dejando atrás ese mundo relativamente seguro y relativamente estable que hasta ahora habíamos conocido, que hemos de estar preparados para dejar atrás las certidumbres que hasta el momento nos han acompañado, que hemos de acostumbrarnos a viajar sin brújula durante buena parte de la travesía y, sobre todo, que hemos de ir aclimatando nuestro cuerpo y nuestro espíritu a los rigores de las más que probables inclemencias que nos aguardan.
Pero no se trata sólo de que estén desmantelando la techumbre. ¿Qué decir de esa cerca que en su momento levantamos para delimitar el jardín de nuestra casa de la exuberante y amenazante jungla? La maleza no sólo ha tomado el jardín, sino que empieza a brotar justo en medio del salón; nuestros animales domésticos son acosados durante la noche por las alimañas que bajan de las montañas; las hormigas coloradas –cuyo papel en Cien años de soledad no ha sido lo suficientemente valorado, por cierto- y otros insectos xilófagos no descansan ni un segundo en su paciente labor de zapa. Todo se confunde, todo se nivela, todo se desmorona. ¡Es la vorágine! Y cuando todo se haya desmoronado, llegará el momento de gloria de la Eterna Ley Natural: ese pez grande que se come al chico. En efecto, será entonces cuando la Naturaleza se quite la máscara de cordero y nos muestre sin tapujos sus afilados caninos de depredador dispuestos a ser usados… Y será la apoteosis del Neoliberalismo.
Siglos y siglos vigilando a los inquilinos del sótano, preparando parapetos y empalizadas con que hacer frente a sus rebeliones, y resulta que los auténticos enemigos eran los poderosos residentes del ático. ¿Quién podía sospechar una cosa así? ¿Quién podía imaginar que quienes más tienen nos iban a dejar en cueros vivos?
Atenas en pleno proceso de espartanización…Algún día se nos dirá cuál es el papel de China en todo este asunto de la crisis.
Pero, según dicen, las crisis suelen dejar el terreno abonado para las grandes oportunidades. Volvamos a escuchar las palabras de Buber:
Las épocas de la historia del espíritu en que le fue dado a la meditación antropológica moverse por las honduras de su experiencia fueron tiempos en que le sobrecogió al hombre el sentimiento de una soledad rigurosa, irremisible; y fue en los más solitarios donde el pensamiento se hizo fecundo. En el hielo de la soledad es cuando el hombre, implacablemente, se siente como problema, se hace cuestión de sí mismo, y como la cuestión se dirige y hace entrar en juego a lo más recóndito de sí, el hombre llega a cobrar experiencia de sí mismo.
Confiemos en que esta terrible crisis que tan lentamente nos devora –como Cronos devoraba a sus hijos- sirva para que, al menos, volvamos a posar los pies sobre la tierra y, sobre todo, para que aprendamos a discriminar las esencias de las apariencias y lo necesario de lo accesorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario