miércoles, 11 de abril de 2012

CONSIDERACIONES SOBRE LITERATURA Y GEOMETRÍA

   Una vez más, me tomo la libertad de inmiscuirme en vuestros quehaceres cotidianos – mucho más interesantes que los míos, seguro- con el fin de haceros partícipes de un  descubrimiento que acabo de hacer y que, si encontrásemos la manera de patentarlo y de explotarlo como es debido, podría reportarnos unos beneficios nada desdeñables. Se trata de un procedimiento para filtrar, clasificar y valorar –de una sola estacada- toda esa masa ingente de papel impreso que conforma el contenido de las llamadas novedades editoriales, objeto de muchos desvelos para los críticos y de muchas decepciones para esos lectores que sólo parecen tener ojos para las últimas novedades ¡No me digan que no es atractivo el negocio! Yo estoy convencido de que sí lo es. De hecho, creo que esto que aquí les voy a contar debe quedar entre nosotros, pues si llegara a oídos de los grandes gurús de la crítica o de los responsables de las editoriales a quienes se suele encargar la selección de los manuscritos susceptibles de publicación, seguro que se nos chafaba el invento. Así que…, ya saben, ¡chitón! Mi descubrimiento, fruto del intenso trabajo de campo realizado durante décadas en todo tipo de circunstancias, es el siguiente: los libros pueden ser clasificados y valorados con una precisión milimétrica atendiendo tan sólo a dos variables: dónde y cómo son leídos. El experimentum crucis, realizable por cualquiera y con una inversión de tiempo y de energía mínimos, sería tan simple como dejar el ejemplar objeto de examen en manos de un individuo lector –previamente tendremos que habernos cerciorado de que posee una competencia lectora media, este es el único requisito- y limitarse a tomar nota de su comportamiento en relación a las dos variables referidas. Nuestra dilatada experiencia nos dice que la primera de las variables –el dónde- no suele admitir una gama excesivamente ancha de posibles realizaciones. Las más frecuentes, por orden decreciente, serían las siguientes: a) lecturas de sillón orejero, b) lecturas de cama, c) lecturas de váter, d) lecturas de biblioteca, e) lecturas de playa y f) lecturas de piscina.
   La clave está en saber que cada una de estas posibilidades trasluce una determinada y muy específica relación entre lector y lectura y que esta relación ha de ser vista como el reflejo sensible –e inconsciente- de una valoración. Habrá quien considere excesivo juzgar sobre la calidad de un libro atendiendo al lugar elegido para su lectura, y, seguramente, su protesta estará justificada. Y es que no se trata tan sólo del lugar. Es preciso, como hemos dicho, tener en cuenta también la segunda de las variables: el cómo se lee. Sólo complementando la información inicial –la derivada del dónde- con la obtenida a partir de esta segunda variable podremos hacernos una idea justa y cabal del libro objeto de escrutinio. Pero, si las anteriores razones no resultan suficientes, los más reacios a dejarse persuadir tendrán que reconocer que existe un vínculo muy estrecho entre postura y actitud. Tendrán que reconocer también que el lenguaje gestual, lo que se dice mediante el gesto o pose corporal, es un elemento con el que siempre hemos de contar, dado que su función no es otra que la de reforzar o complementar lo que se dice mediante las palabras. O sea, que…
   Estas distintas posibilidades merecen un breve comentario.
   Sin lugar a dudas, la lectura de sillón orejero –ése mismo que inmortalizara Guillén- es la más deseable de todas las posibles y la relación que para sus libros quisiera cualquier autor. El gesto de leer un libro sentado sobre un mueble que se ha adquirido con la intensión expresa de servir para dicho fin es un gesto cargado de significatividad, un gesto a cuyo través el lector nos transmite la veneración, el respeto y el interés que siente por la obra que sujeta entre sus manos. Esta valoración se refuerza sobremanera si durante el acto genésico de la lectura el cuerpo del lector se distribuye sobre el sofá formando un ángulo que oscile entre los cien y los ciento diez grados, o poco más. Un ángulo mayor es siempre índice de relajación extrema y, en consecuencia, de desgana y desinterés.
   Las lecturas de cama, al ser las más frecuentes durante el período crítico de la adolescencia, que es cuando se suele consolidar el vicio solitario de la lectura, no deben ser vistas como un signo de valoración negativa, sino más bien como justo lo contrario. El sentimiento que lleva al adolescente a yacer sobre su cama en compañía de un libro es de la misma naturaleza que ese otro que lleva a los adultos a yacer en compañía de sus semejantes de sexo opuesto –generalmente, claro-. Otra cosa, no obstante, es la lectura que se realiza en la cama justo antes de dormir. En este supuesto, la valoración implícita sí que cambia de manera considerable. De hecho, estamos convencidos de que esta forma de lectura, sobre todo la que se utiliza como reclamo para el sueño, esto es, como somnífero, es, entre todas las restantes, la que proyecta una de las valoraciones más negativas. Utilizar un libro para adormecer la conciencia es un gesto que ha de ser visto como una auténtica blasfemia en el ámbito de la religión bibliofílica, como una práctica contra natura, si se prefiere, puesto que la razón de ser del libro es justo la contraria: despertar las conciencias.
   De entre todas las posibilidades aquí consideradas, la lectura de váter representa el caso más llamativo e interesante. Tenemos constancia de un individuo, compañero de fatigas, que afirma haber despachado las obras completas de Góngora y de Quevedo en un lugar tan poco propicio para invocar a las Musas como es el váter. Sabemos también de otro, ex compañero de fatigas esta vez, que afirma haber despachado todo el existencialismo francés en idéntico lugar. ¿Cómo hemos de interpretar el gesto? Aliviar los intestinos al tiempo que se recita el gongorino mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada no deja de ser una manea de reforzar la idea del soneto mediante la tozudez de los hechos. Lo característico del Barroco es la constatación de que lo más sublime –Cerrar podrá mis ojos…- vive junto con lo más procaz –Bermejazo platero de las cumbres…-, es decir, que tiremos para donde tiremos, hacia arriba o hacia abajo, el resultado es siempre el mismo: pura escatología.
   En cuanto a las lecturas de biblioteca, la pregunta pertinente es la siguiente: ¿hay realmente alguien que vaya a la biblioteca para leer? Está claro que no. A un lugar como éste se va para otros menesteres mucho más prosaicos y mucho más primarios. Se va para pasearse y distraerse un poco, se va para darle al ojo –es decir, para ojear antes que para hojear- y se va para estudiar o, al menos, para hacer como que se estudia. Pero no para leer. Las bibliotecas, que todo el mundo lo tenga claro, no están hechas para leer. A lo sumo, están pensadas para entrar, agarrar el libro de nuestra elección, como si de una presa se tratara, y salir pitando en dirección a nuestro reservado cubil para, después de clavarle los incisivos de nuestro intelecto sobre la yugular, darle su merecido contra -o sobre- el soporte correspondiente. ¿Qué decir entonces de esos pacientes sufridores que vemos sentados en fila con los codos clavados sobre la mesa?, replicará más de uno. ¿Que qué decir…? Pues lo que corresponde en casos como éste: que a la fuerza ahorcan. Estos van a la biblioteca para estudiar, lo cual es algo cualitativamente distinto, muy distinto, del leer. Se lee por placer; se estudia por obligación. El ángulo que el cuerpo de estos galeotes suelen adoptar en el banco al que están aherrojados en muy raras ocasiones excede de los 85º y, como ya sabemos, el umbral mínimo para poder hablar de placer suele establecerse entre los 100º y los 110º.
   En cuanto a las lecturas playeras…Lo primero que hemos de decir es que pocas cosas hay más incompatibles que el objeto libro y el lugar playa. A menos que…Sí, siempre hay alguna excepción responsable de confirmar la norma. A menos que el libro en cuestión objeto de nuestros devaneos y veleidades sea uno de estos que solemos ver generalmente descoyuntados entre las manos de los guiris; uno de estos de papel reciclado hasta el hartazgo, de cubierta blanda y brillosa –tipo portada del Super Pop- y, ¿cómo no?, ataviado con los colores más chillones del espectro cromático. Es decir, uno de estos libros que dan la impresión de haber sido concebidos para usar y tirar, como si de un vulgar pañuelo de papel se tratara. Pero, claro…¡No es lo mismo! El gran inconveniente de la lectura playera es la arena, esa arena que se mete por todas partes y que todo lo mancilla, ese resumen y símbolo de la disgregación absoluta que algún día seremos. A partir de ciertas edades, la playa hay que dejarla para los niños y para los más jóvenes. ¿Quién estaría dispuesto a cambiar el tálamo marital por ese tálamo que illo tempore solíamos improvisar, contando siempre con la complicidad de la luna, sobre una vulgar toalla o, en el mejor de los casos, sobre las tablillas de las socorridas hamacas? Pues lo mismo. Las diferencias que puedan haber entre la erótica convencional y la libresca son –lo hemos repetido hasta la saciedad en Bibliofilia Herética- mínimas.
   En cuanto a las lecturas de piscina, la única diferencia digna de mención en relación con las playeras es el mayor grado de pulcritud y asepsia. En cuanto al resto, se trata, básicamente, de las mismas posturas y, en consecuencia, de las mismas actitudes.

   Platón, siguiendo a sus maestros los pitagóricos, quiso reducir el mundo sensible en su conjunto a un puñado de figuras geométricas. Los artistas plásticos del Renacimiento intentarán otro tanto con la técnica pictórica. Incluso en ámbitos tan aparentemente dispares como la música –la atonal, la dodecafónica, la serial…- y la física más reciente –Teoría de la relatividad y Teoría cuántica- podremos constatar una similar fascinación por este tipo de reduccionismo geométrico. Pues bien, dados estos precedentes, ¿por qué no habríamos de hacer nosotros lo mismo con el vicio solitario de la lectura? Y, una vez puestos, ¿por qué no hacerlo extensivo a su hermano complementario, el de la escritura? Consideraciones trigonométricas en torno a la práctica de la escritura, éste podría ser el título para una próxima entrada para este nuestro blog. ¡Abur!

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