miércoles, 25 de abril de 2012

LA PRIMERA VEZ

   La primera vez que leí Cien años de soledad tenía quince años. Si no recuerdo mal, me hallaba convaleciente de un proceso gripal que me había obligado a guardar cama durante una semana y que, para más inri, me había arrojado, falto de defensas como me había quedado, en manos del sentimentalismo más empalagoso. En efecto, durante esa semana de vacaciones no elegidas despaché las Obras Completas del poeta hindú Rabindranaz Tagore, en edición de Zenobia Camprubí para Aguilar. ¡Vaya atracón de delicadezas almibaradas! Por ejemplo: La flor niña, abriendo su capullo, exclama: “¡Mundo de mi corazón, no te marchites nunca!”. Este aforismo, del apartado titulado Pájaros perdidos, se me quedó grabado a fuego sobre la frágil epidermis de mi frágil alma quinceañera. ¡Puah! Los virus gripales aliados con los virus de la poesía… Y así fue que para curarme de tantas estrellitas, de tantas florecillas y de tanta sensiblería tuve que aferrarme, como un náufrago desesperado que está a punto de ser engullido por la vorágine de las olas, a la tablilla de salvación que en esos momentos críticos me ofreció la prosa robusta y serena de García Márquez.
   No hay experiencia que se iguale a la que se tiene por vez primera. ¡Qué emoción cuando aferré entre mis manos su forma prieta y firme! ¡Qué gozo al introducir mis dedos entre sus pliegues sumisos y lábiles! ¡Qué fruición al fundir su mundo con el mío! ¡Qué precipitación al saber de la inminencia del momento culmen de todo ese proceso! Pero…En realidad, fue como uno de estos amores veraniegos de juventud.
   Volví a leer Cien años de soledad hará un par de años, esta vez por imposición, porque la obra figuraba como lectura obligatoria en la asignatura Novela Hispanoamericana, una optativa del Primer Ciclo de Filología Hispánica de la UNED. Esto explica, además, el hecho de que este segundo acercamiento –o circunnavegación, que diría el divino Platón-  hubiera de realizarlo pertrechado con los agudos e invasivos utensilios que proporciona el método. Y llegué hasta el fondo -¡ya lo creo que llegué!-, pero a costa de pagar un precio muy alto, claro está. Y es que no lo disfruté como aquella primera vez. El ariete de mi perspicacia –templado y pulido durante los cinco años de vida ascética que pasé encaramado en el pináculo de la Facultad de Filosofía- penetró hasta lo más hondo, rompiendo y desgarrando los velos de su recato y haciendo que derramara el delicado néctar de su significado. Pero no fue lo mismo, no fue como aquella primera vez.

*

   No es cierto que la experiencia sea un grado. Para la mayoría de los menesteres y ocupaciones, la experiencia lo es todo, o casi todo, es decir, una barbaridad de grados. Si hay algo que caracteriza a la juventud, este algo, sin lugar a dudas, es la inexperiencia. El joven puede tener la mente repleta de nociones y de conceptos, frutos todos ellos de su paso por los centros de enseñanza, pero aún no ha tenido ocasión de medirlos y de calibrarlos en confrontación con los hechos de la vida. ¿No es la experiencia el resultado del maridaje entre conocimiento y vida? En efecto, conocimiento vivencial, de esto es de lo que se trata. Lo que sí tiene el joven en abundancia es energía, fuerza, ímpetu…, es decir, vida. Tiene tanto de todo esto que da la impresión que no sabe qué hacer con todo ello. Muchos, de hecho, parecen experimentar tanta vitalidad como si de una molesta carga se tratara. Pero, según va pasando el tiempo, notamos cómo el viento helado va marchitando la flor, cómo la cumbre se va cubriendo de nieve, cómo la ley de gravedad va extremando su rigor y cómo, a fin de cuentas, la Vida se va replegando hacia sus cuarteles de invierno. Un buen día abrimos los ojos y reparamos en la ruina en que nos estamos convirtiendo. Resulta que hemos perdido capacidad de audición y que, sin embargo, escuchamos más que nunca; resulta que hemos perdido capacidad de visión y que vemos más que nunca. Nos colocamos frente al espejo y contemplamos dos ojos gachos y opacos, dos ojos en los que ya no brilla esa luz de la inocencia infantil. Son estos ojos los que nos informan de que la Vida que teníamos ha adelgazado de manera considerable, como si un ávido vampiro nos la hubiese ido sorbiendo lentamente, muy lentamente, a lo largo de los años. Hemos ganado en conocimientos, en cultura, en erudición, en inteligencia, en sabiduría y, por supuesto, en experiencia, pero el precio que hemos tenido que pagar es demasiado alto.

   Porque donde hay mucha sabiduría, hay mucha molestia; y quien aumenta la ciencia, aumenta el dolor.

Eclesiastés


Poeta ayer, hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en monedas de cobre
el oro de ayer cambiado.

Machado, Coplas mundanas


   Pasa la Vida a nuestro lado. Inculta, primaria, insolente, lasciva…, así es como pasa la vida a nuestro lado, y no podemos evitar el gesto de girar la cabeza para recrearnos con el vaivén de sus caderas. 

lunes, 23 de abril de 2012

A LA INTEMPERIE

   En ¿Qué es el hombre?, una obrita poco más que deliciosa editada por esa magnífica editorial mexicana que es FCE, el filósofo judío-alemán M. Buber nos ofrece una visión sinóptica y precisa de los principales hitos en la historia de la Antropología Filosófica en la que los distintos sistemas de pensamiento son clasificados en función de la imagen que en cada momento el hombre tiene de sí mismo y del mundo que habita. En efecto, según Buber, hay momentos en los que el hombre se ve en el mundo como si éste fuese su casa y hay  momentos en los que se ve como a la intemperie, expuesto a las inclemencias de la naturaleza –o de las vicisitudes de la propia Historia-, sin amparo y sin protección. Estos períodos, aunque el autor no lo diga, se corresponderían con los momentos de transición. Pero atendamos a las propias palabras de éste:
  
   Podemos distinguir en la historia del espíritu humano épocas en que el hombre tiene aposento y épocas en que está a la intemperie, sin hogar. En aquéllas, el hombre vive en el mundo como en su casa, en las otras el mundo es la intemperie, y hasta le faltan a veces cuatro estacas para levantar una tienda de campaña. En las primeras el pensamiento antropológico se presenta como una parte del cosmológico, en las segundas ese pensamiento cobra hondura y, con ella, independencia. (pp. 24-25).

   En La estructura de las revoluciones científicas, obra editada por la misma casa que la anterior, Th. Kuhn distingue entre períodos de ciencia normal y períodos de ciencia revolucionaria. Los primeros se caracterizarían por la hegemonía indiscutible de un determinado paradigma –Física aristotélica, Almagesto de Ptolomeo, Mecánica newtoniana, Química de Lavoisier, Teoría de la relatividad…-; los segundos, en cambio, serían aquellos momentos en los que el paradigma comienza a dar muestras de debilidad en lo que respecta a su capacidad para dar cobertura legal a todos los fenómenos que caen dentro de su ámbito de incumbencia. Esta incapacidad, por otra parte, es lo que explica el surgimiento en esbozo de una serie de teorías alternativas que tratan de dar cuenta de estos mismos fenómenos reacios y refractarios, así como la proliferación de hipótesis ad hoc desde el seno del propio paradigma en crisis con el fin de salvar las dificultades planteadas.
   En su teoría acerca de las generaciones, Ortega nos viene a decir que el mínimo común denominador de los individuos integrantes de una generación es el hecho de compartir unas mismas creencias. Las ideas –decía nuestro filósofo- las tenemos, en las creencias, en cambio, estamos. Y estamos en las creencias de igual modo que los peces están en el agua. De esto se desprende que el manido asunto del conflicto generacional debe ser visto como el resultado de la confrontación o choque entre dos universos culturales -o cosmovisiones- radicalmente distintos, cuando no directamente incompatibles.

   Épocas en las que el hombre se siente a la intemperie, períodos de ciencia revolucionaria, conflictos generacionales…Tiempo de revoluciones, en suma. Decíamos en otro lugar que es durante estos momentos cuando podemos permitirnos el lujo de presenciar un espectáculo que, por lo general, se nos suele escatimar: la Historia en plena acción, la Historia ejecutando sus designios por la vía expedita -sin lenitivos ni vaselina-, impúdicamente.

   Pues bien, ¿no resulta evidente que nos encontramos justo en medio de uno de estos períodos de cambios profundos y radicales? Yo creo que sí, que nos encontramos en una encrucijada, en un recodo de la Historia, que estamos dejando atrás ese mundo relativamente seguro y relativamente estable que hasta ahora habíamos conocido, que hemos de estar preparados para dejar atrás las certidumbres que hasta el momento nos han acompañado, que hemos de acostumbrarnos a viajar sin brújula durante buena parte de la travesía y, sobre todo, que hemos de ir aclimatando nuestro cuerpo y nuestro espíritu a los rigores de las más que probables inclemencias que nos aguardan.
   Pero no se trata sólo de que estén desmantelando la techumbre. ¿Qué decir de esa cerca que en su momento levantamos para delimitar el jardín de nuestra casa de la exuberante y amenazante jungla? La maleza no sólo ha tomado el jardín, sino que empieza a brotar justo en medio del salón; nuestros animales domésticos son acosados durante la noche por las alimañas que bajan de las montañas; las hormigas coloradas –cuyo papel en Cien años de soledad no ha sido lo suficientemente valorado, por cierto- y otros insectos xilófagos no descansan ni un segundo en su paciente labor de zapa. Todo se confunde, todo se nivela, todo se desmorona. ¡Es la vorágine! Y cuando todo se haya desmoronado, llegará el momento de gloria de la Eterna Ley Natural: ese pez grande que se come al chico. En efecto, será entonces cuando la Naturaleza se quite la máscara de cordero y nos muestre sin tapujos sus afilados caninos de depredador dispuestos a ser usados… Y será la apoteosis del Neoliberalismo.

   Siglos y siglos vigilando a los inquilinos del sótano, preparando parapetos y empalizadas con que hacer frente a sus rebeliones, y resulta que los auténticos enemigos eran los poderosos residentes del ático. ¿Quién podía sospechar una cosa así? ¿Quién podía imaginar que quienes más tienen nos iban a dejar en cueros vivos?


   Atenas en pleno proceso de espartanización…Algún día se nos dirá cuál es el papel de China en todo este asunto de la crisis.
  
   Pero, según dicen, las crisis suelen dejar el terreno abonado para las grandes oportunidades. Volvamos a escuchar las palabras de Buber:

   Las épocas de la historia del espíritu en que le fue dado a la meditación antropológica moverse por las honduras de su experiencia fueron tiempos en que le sobrecogió al hombre el sentimiento de una soledad rigurosa, irremisible; y fue en los más solitarios donde el pensamiento se hizo fecundo. En el hielo de la soledad es cuando el hombre, implacablemente, se siente como problema, se hace cuestión de sí mismo, y como la cuestión se dirige y hace entrar en juego a lo más recóndito de sí, el hombre llega a cobrar experiencia de sí mismo.

   Confiemos en que esta terrible crisis que tan lentamente nos devora –como Cronos devoraba a sus hijos- sirva para que, al menos, volvamos a posar los pies sobre la tierra y, sobre todo, para que aprendamos a discriminar las esencias de las apariencias y lo necesario de lo accesorio.

miércoles, 18 de abril de 2012

¡ES LA ECONOMÍA, PEPE!

BANCOS, BANQUEROS, ECONOMÍA, ECONOMISTAS…

   No sé si sois conscientes de que nos hallamos en el mismo corazón de la vorágine. Quiero creer que sí. La posibilidad de poder asistir en directo a la representación de la Historia es algo que no se suele prodigar en demasía. A menos que nos hallemos en medio de un proceso revolucionario, los acontecimientos se suceden lentamente, muy lentamente, como demorándose en su devenir. Y es así que nos damos cuenta de que las cosas han cambiado cuando están concluidas y establecidas, es decir, a posteriori. Ahora, sin embargo, basta con abrir un poco los ojos para observar cómo la Historia  ejecuta sus designios con la frialdad y precisión de un cirujano, ensayando sus gestos ante el espejo, a cámara lenta, sin pudor ni temor escénico que la disuada. ¿No tenéis la sensación de que se aproxima un largo y gélido invierno? ¿No sentís cómo desmantelan la techumbre que hasta ahora nos ha mantenido relativamente resguardados frente a las inclemencias? Mucho me temo que tendremos que irnos acostumbrando a vivir a la intemperie.

   Acciones preferentes, seguros que se vuelven contra los intereses de los propios asegurados, dinero gratis que no se canaliza hacia el crédito, comisiones abusivas, rechazo de la dación en pago, activos tóxicos, subordinación de la política europea a los intereses de la banca germano-gala…¿Os resultan familiares estas expresiones?
   Ante la contundencia de los hechos, me ha dado por ojear algunas de las voces del Diccionario que llevo algún tiempo preparando, prestando especial interés a las relacionadas con el ámbito de la Economía, y compruebo que estos mismos hechos no sólo confirman y refuerzan lo escrito, sino que van mucho más allá. Es decir, que me he quedado corto en mis juicios y valoraciones.

   Estas son las voces que he seleccionado y que ofrezco a vuestra consideración:  

BANCO.- 1. Organismo que, consciente de su mala prensa entre los ciudadanos y los mismos estados, se ha visto en la necesidad de echar mano de la cosmética eufemística –algunos prefieren hablar de travestismo-, de manera que ahora se hace llamar Entidad Financiera. 2. Incoherencia del sistema social de la que depende su completud, que diría Gödel. 3. Institución seglar que ha asumido como propios los atributos que, cual vestidos usados, Dios dejó tras su definitiva huída hacia el fondo de los empíreos. Fue así como el negocio de la banca se convirtió en una suerte de objeto numinoso al que todo el mundo respeta y odia a partes iguales y al mismo tiempo. En efecto, el banco, como antes lo fuera Dios, es omnipotente, omnisciente, omnímodo, providente, terrible, venerable y, sobre todo, sólo aceptable como acto de fe. 4. Ruleta trucada para que siempre gane la banca.

BANQUERO.- Eufemismo de usurero. El más famoso fue un tal Caronte, quien pasó a la Historia por la genial idea de establecer una sucursal de su entidad a medio camino entre la Vida y la Muerte, logrando así realizar el sueño de todos los de su gremio: poder cobrarle intereses incluso a los muertos. Hemos de aclarar que el término barquero con que habitualmente se alude al personaje mítico es una simple corrupción popular de banquero, similar a la que se produjo cuando el Mira Nero de Tarpeya dio en Marinero de Tarpeya.

BOLSA.- 1. Templo pagano donde se rinde culto al becerro de oro. A pesar del carácter insondable de sus designios, son muchos los que acuden al lugar confiados en hacerse merecedores de la gracia de los dividendos. 2. Establecimiento especializado en vestir el azar con los ropajes de la ciencia matemática. 3. Señora hiperestésica y aquejada de trastorno bipolar. Últimamente no está para muchos sustos.

ECONOMÍA.- Híbrido estéril que resulta de la unión antinatural entre Matemática y Religión. Estos genes son los que explican el hecho de que no haya un solo economista en el universo conocido que no crea en el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. Para todos ellos representa una ecuación incontestable que dos más dos suman siete.

ECONOMISTA.- 1. Vendedor de buñuelos de viento disfrazado de alto ejecutivo. 2. Especialista en predecir los sucesos crematísticos del pasado.

ENTIDAD.- Eufemismo con valor de comodín del que suelen echar mano las empresas e instituciones cuando llegan al convencimiento de que tienen el prestigio a la altura del betún. Bancos, aseguradoras y agencias recaudadoras son los organismos que más suelen abusar de este lenitivo lingüístico.

GLOBALIZACIÓN.- 1. Nombre que recibe el American Way of Life cuando deja de ser una simple influenza para convertirse en pandemia. 2. Tsunami gigantesco, cuyo origen está en una falla conocida como Neoliberalismo, que avanza imparable a lo largo y ancho del globo terráqueo nivelando y aligerando todo lo que encuentra a su paso. 3. Metástasis galopante del tumor neoliberal. 4. Acto de comunicación total cuya comprensión requiere tener en cuenta los siguientes elementos: mercados –emisor-; consumidores potenciales –receptor-; cine, televisión e Internet –canal-; lengua inglesa –código-; American Way of Life o forma de vida consumista –mensaje-;  aldea global –contexto-.

IMPUESTO.- Bisagra en donde lo privado se articula con lo público. Por desgracia, son muchas las ocasiones en las que los poderes públicos hacen un uso indebido de este utilísimo instrumento, convirtiéndolo en rejón de castigo contra los más humildes.

TRIÁNGULO DE LAS BERMUDAS.- Agujero negro -o sumidero- del continente Neoliberal que se localiza justo en medio de tres vértices: el sistema crediticio, la técnica propagandística y la obsolescencia programada como principio básico de la producción industrial.  

   La verdad es que no está el horno para la bollería fina. En lo sucesivo tendremos que hablar más de cuestiones de actualidad, es decir, de economía, y menos de literatura y de filosofía.

domingo, 15 de abril de 2012

VIDA Y OPINIONES DEL CABALLERO TRISTRAM SHANDY

II

   Si se nos encomendase la tarea de elaborar un subtítulo en el que se viese reflejado de manera precisa el tema fundamental de Tristram Shandy, este subtítulo tendría que ser el siguiente: Sobre el placer venéreo de la escritura.
   En efecto, en esta novela se habla fundamentalmente de sexo, del deseo sexual, del respeto con que se suele afrontar el asunto, de los mecanismos de defensa que algunos, como el tío Toby o el propio Tristram, se ven obligados a utilizar con el fin de evitar una experiencia  que, según todos los indicios, les viene grande, y, sobre todo, de escritura.  
   Para poder hacernos una idea cabal de lo anterior es preciso que comencemos familiarizándonos con la figura del referido tío Toby, pues la comprensión de las razones de su peculiar comportamiento resulta fundamental para poder comprender el porqué de la conducta de Tristram, el auténtico protagonista de la historia.    
   Resulta que el tío Toby, durante el sitio de Namur –antigua Flandes-, sufrió una herida en la ingle que lo dejó en un estado de semiinvalidez permanente. Nuestro parecer es que esta herida ha de ser vista como el factor desencadenante de su particular hobby-horse, que no es otro que el de la afición por las construcciones de carácter defensivo, y que esta afición, a su vez, debe considerarse como un mecanismo de defensa con el que pretende eludir la confrontación con los individuos representantes del llamado bello sexo, ejemplificados en la novela en la figura de la viuda Wadman.
   Leamos:

   -A mi hermana, dijo mi tío Toby, puede que no le acomode dejar a un hombre que se le aproxime tanto a su****. Esto es una aposiopesis. Quitemos los asteriscos y escribamos trasero. Esto resultaría impúdico. Borremos, pues, trasero y escribamos camino cubierto. Así será una metáfora. Y como las fortificaciones siempre bullían en la cabeza de mi tío, creo que si le hubiera dejado añadir una palabra a su frase ésa era la que habría elegido. (pp. 148-149)

   Y unas líneas más adelante:

   (…)-¡Pensar, decía mi padre, que un hombre de tu edad, hermano, sepa tan poco acerca de las mujeres! –No, no sé nada de ellas, decía mi tío, y creo, continuó, que la impresión que sufrí el año después de la demolición de Dunkerque, con motivo de mi escarceo con la viuda Wadman, impresión que no hubiera tenido lugar –como sabes- de no haber sido por mi total ignorancia sobre el sexo, me autoriza a decir que ni sé ni quiero saber nada de ellas. –Piensa, hermano, dijo mi padre, en que al menos deberías saber diferenciar en una mujer su lado bueno del malo. (…)
   Supongo que mi tío Toby no se encontraba en ninguno de los dos supuestos, pues miraba horizontalmente. -¡El lado bueno!, dijo entre dientes mi tío, mirando distraídamente, mientras musitaba esas palabras, a una grieta producida por una junta defectuosa en la chimenea. -¡El lado bueno de una mujer! (pp. 149-150).

   Camino cubierto, lado bueno y lado malo de las mujeres, una grieta en la pared, un camino limpio y otro sucio, el calibre de las narices, la salchicha de Tom, los ojales de las criadas, asuntos sobre pieles de conejo y cosas verdes, los ojos de las cerraduras, los nudos, toros y cuernos, acometidas, arietes, defensas…Las metáforas y símbolos para aludir a la actividad sexual y a los órganos genitales, tanto masculinos como femeninos, son  recurrentes y variados a lo largo y ancho de toda la obra. Y, sin embargo, a pesar de que lo sexual impregna la obra de modo similar a como el barniz impregna toda la superficie de una obra pictórica, muy pocas veces aparece aludido de manera directa y explícita. Todo son alusiones, sugerencias e indirectas. No debemos olvidar que estamos a mediados del siglo XVIII.
   En el capítulo trigésimo séptimo del Volumen III encontramos una de las alusiones más explícita al asunto que nos traemos entre manos:

   Dicho esto, estimo obligado informar a vuestras reverencias y a vuestras mercedes que, además de las numerosas aplicaciones náuticas de las grandes narices enumeradas por Erasmo, el dialoguista afirmaba que una nariz grande no deja de tener además sus ventajas domésticas, ya que en caso de urgencia y a falta de un buen fuelle, puede servir muy bien “ad excitandum focum” (O sea: para avivar el fuego). (p. 262).

   No podemos evitar la impresión de que el tema, aludido siempre de manera tangencial a lo largo de la obra, empieza a hacerse manifiesto y explícito según va avanzando la trama –si es que se puede hablar de tal cosa en una obra tan peculiar como ésta-. Es como si, a partir de cierto momento, después de tanta alusión velada, se produjese una especie de saturación que obligase al narrador a desvelar lo que hasta entonces ha sabido mantener más o menos oculto. En efecto, a partir de cierto momento observamos cómo la propia dinámica digresiva que anima la obra conduce al narrador, sin que éste lo puede evitar, de bruces sobre el peliagudo asunto de la sexualidad, situándolo en el brete de tener que valorarlo sin ningún tipo de ambages.

   ¡Bendito Júpiter! ¡Benditos todos los demás dioses y diosas paganos!, pues pronto volveréis a estar en juego otra vez y con Príapo a vuestro rabo. ¡Qué hermosos tiempos vendrán! Pero, ¿por dónde ando yo? ¿Por qué delicioso desenfreno me estoy precipitando? (…). (p. 502).

   ¿No constituyen las anteriores palabras una confesión en toda regla? En efecto. En estas palabras podemos observar cómo el protagonista-narrador expone su convencimiento de que algún día no muy lejano han de volver los dioses paganos capitaneados por el simpático Júpiter-Zeus, ese dios juguetón y rijoso, famoso -entre los no logsetomizados, claro está- por sus aficiones venatorio-amorosas. Alcmena, Ío, Leda y otras muchas pueden dar fe de ello. Tristram Shandy -¿Laurence Sterne?-, por tanto, hubiese hecho suyas aquellas palabras de Horacio con las que se declaraba lechón de la camada de Epicuro. Neopaganismo se llama a esto en la jerga religiosa.

   Y, ya casi al final:

   -Ya sé que se me puede objetar, continuó (concediéndose a sí mismo una prolepsis) que en sí misma esta pasión –igual que el hambre, la sed o el sueño- es indiferente; que no es ni buena ni mala, ni vergonzosa ni nada parecido. (…), y ¿por qué cuando nos disponemos a sembrar un hombre apagamos la luz? Y ¿cuál es la razón de que los útiles para esa tarea –los “congredientes”-, los preparativos, los instrumentos y cuanto interviene en ello se mantengan alejados de toda mente limpia sin aludirlos con el lenguaje ni siquiera por medio de versiones o perífrasis de ninguna clase?
   El acto de matar, de destruir a un hombre, continuó mi padre levantando la voz y volviéndose hacia mi tío Toby, pasa por glorioso si te fijas, y las armas con las que lo ejecutamos son consideradas como algo honroso. Desfilamos con ellas al hombro. Nos pavoneamos con ellas colgadas al cinto. Las doramos, las labramos, las adornamos, las enriquecemos, y estoy seguro de que si existiera un cañón bribón, nos dedicaríamos sin duda a adornar su recámara. (p. 640)

   Apología de la sexualidad en tanto que fenómeno natural, por tanto. De esto es de lo que se trata.
  
   Ahora bien, ¿qué hay del narrador protagonista y de su particular afición por el recurso digresivo? Mucho nos tememos que es ahora cuando empieza lo realmente complicado de la novela y, ¿cómo no?, lo realmente interesante. ¡Hasta la próxima entrega!

   P.D.: Se me olvidaba informaros de que al final el tío Toby claudica ante el asedio que la viuda Wadman le tenía impuesto y que decide bajar el puente levadizo de su fortaleza interior para permitirle el acceso a sus más secretos aposentos.

miércoles, 11 de abril de 2012

CONSIDERACIONES SOBRE LITERATURA Y GEOMETRÍA

   Una vez más, me tomo la libertad de inmiscuirme en vuestros quehaceres cotidianos – mucho más interesantes que los míos, seguro- con el fin de haceros partícipes de un  descubrimiento que acabo de hacer y que, si encontrásemos la manera de patentarlo y de explotarlo como es debido, podría reportarnos unos beneficios nada desdeñables. Se trata de un procedimiento para filtrar, clasificar y valorar –de una sola estacada- toda esa masa ingente de papel impreso que conforma el contenido de las llamadas novedades editoriales, objeto de muchos desvelos para los críticos y de muchas decepciones para esos lectores que sólo parecen tener ojos para las últimas novedades ¡No me digan que no es atractivo el negocio! Yo estoy convencido de que sí lo es. De hecho, creo que esto que aquí les voy a contar debe quedar entre nosotros, pues si llegara a oídos de los grandes gurús de la crítica o de los responsables de las editoriales a quienes se suele encargar la selección de los manuscritos susceptibles de publicación, seguro que se nos chafaba el invento. Así que…, ya saben, ¡chitón! Mi descubrimiento, fruto del intenso trabajo de campo realizado durante décadas en todo tipo de circunstancias, es el siguiente: los libros pueden ser clasificados y valorados con una precisión milimétrica atendiendo tan sólo a dos variables: dónde y cómo son leídos. El experimentum crucis, realizable por cualquiera y con una inversión de tiempo y de energía mínimos, sería tan simple como dejar el ejemplar objeto de examen en manos de un individuo lector –previamente tendremos que habernos cerciorado de que posee una competencia lectora media, este es el único requisito- y limitarse a tomar nota de su comportamiento en relación a las dos variables referidas. Nuestra dilatada experiencia nos dice que la primera de las variables –el dónde- no suele admitir una gama excesivamente ancha de posibles realizaciones. Las más frecuentes, por orden decreciente, serían las siguientes: a) lecturas de sillón orejero, b) lecturas de cama, c) lecturas de váter, d) lecturas de biblioteca, e) lecturas de playa y f) lecturas de piscina.
   La clave está en saber que cada una de estas posibilidades trasluce una determinada y muy específica relación entre lector y lectura y que esta relación ha de ser vista como el reflejo sensible –e inconsciente- de una valoración. Habrá quien considere excesivo juzgar sobre la calidad de un libro atendiendo al lugar elegido para su lectura, y, seguramente, su protesta estará justificada. Y es que no se trata tan sólo del lugar. Es preciso, como hemos dicho, tener en cuenta también la segunda de las variables: el cómo se lee. Sólo complementando la información inicial –la derivada del dónde- con la obtenida a partir de esta segunda variable podremos hacernos una idea justa y cabal del libro objeto de escrutinio. Pero, si las anteriores razones no resultan suficientes, los más reacios a dejarse persuadir tendrán que reconocer que existe un vínculo muy estrecho entre postura y actitud. Tendrán que reconocer también que el lenguaje gestual, lo que se dice mediante el gesto o pose corporal, es un elemento con el que siempre hemos de contar, dado que su función no es otra que la de reforzar o complementar lo que se dice mediante las palabras. O sea, que…
   Estas distintas posibilidades merecen un breve comentario.
   Sin lugar a dudas, la lectura de sillón orejero –ése mismo que inmortalizara Guillén- es la más deseable de todas las posibles y la relación que para sus libros quisiera cualquier autor. El gesto de leer un libro sentado sobre un mueble que se ha adquirido con la intensión expresa de servir para dicho fin es un gesto cargado de significatividad, un gesto a cuyo través el lector nos transmite la veneración, el respeto y el interés que siente por la obra que sujeta entre sus manos. Esta valoración se refuerza sobremanera si durante el acto genésico de la lectura el cuerpo del lector se distribuye sobre el sofá formando un ángulo que oscile entre los cien y los ciento diez grados, o poco más. Un ángulo mayor es siempre índice de relajación extrema y, en consecuencia, de desgana y desinterés.
   Las lecturas de cama, al ser las más frecuentes durante el período crítico de la adolescencia, que es cuando se suele consolidar el vicio solitario de la lectura, no deben ser vistas como un signo de valoración negativa, sino más bien como justo lo contrario. El sentimiento que lleva al adolescente a yacer sobre su cama en compañía de un libro es de la misma naturaleza que ese otro que lleva a los adultos a yacer en compañía de sus semejantes de sexo opuesto –generalmente, claro-. Otra cosa, no obstante, es la lectura que se realiza en la cama justo antes de dormir. En este supuesto, la valoración implícita sí que cambia de manera considerable. De hecho, estamos convencidos de que esta forma de lectura, sobre todo la que se utiliza como reclamo para el sueño, esto es, como somnífero, es, entre todas las restantes, la que proyecta una de las valoraciones más negativas. Utilizar un libro para adormecer la conciencia es un gesto que ha de ser visto como una auténtica blasfemia en el ámbito de la religión bibliofílica, como una práctica contra natura, si se prefiere, puesto que la razón de ser del libro es justo la contraria: despertar las conciencias.
   De entre todas las posibilidades aquí consideradas, la lectura de váter representa el caso más llamativo e interesante. Tenemos constancia de un individuo, compañero de fatigas, que afirma haber despachado las obras completas de Góngora y de Quevedo en un lugar tan poco propicio para invocar a las Musas como es el váter. Sabemos también de otro, ex compañero de fatigas esta vez, que afirma haber despachado todo el existencialismo francés en idéntico lugar. ¿Cómo hemos de interpretar el gesto? Aliviar los intestinos al tiempo que se recita el gongorino mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada no deja de ser una manea de reforzar la idea del soneto mediante la tozudez de los hechos. Lo característico del Barroco es la constatación de que lo más sublime –Cerrar podrá mis ojos…- vive junto con lo más procaz –Bermejazo platero de las cumbres…-, es decir, que tiremos para donde tiremos, hacia arriba o hacia abajo, el resultado es siempre el mismo: pura escatología.
   En cuanto a las lecturas de biblioteca, la pregunta pertinente es la siguiente: ¿hay realmente alguien que vaya a la biblioteca para leer? Está claro que no. A un lugar como éste se va para otros menesteres mucho más prosaicos y mucho más primarios. Se va para pasearse y distraerse un poco, se va para darle al ojo –es decir, para ojear antes que para hojear- y se va para estudiar o, al menos, para hacer como que se estudia. Pero no para leer. Las bibliotecas, que todo el mundo lo tenga claro, no están hechas para leer. A lo sumo, están pensadas para entrar, agarrar el libro de nuestra elección, como si de una presa se tratara, y salir pitando en dirección a nuestro reservado cubil para, después de clavarle los incisivos de nuestro intelecto sobre la yugular, darle su merecido contra -o sobre- el soporte correspondiente. ¿Qué decir entonces de esos pacientes sufridores que vemos sentados en fila con los codos clavados sobre la mesa?, replicará más de uno. ¿Que qué decir…? Pues lo que corresponde en casos como éste: que a la fuerza ahorcan. Estos van a la biblioteca para estudiar, lo cual es algo cualitativamente distinto, muy distinto, del leer. Se lee por placer; se estudia por obligación. El ángulo que el cuerpo de estos galeotes suelen adoptar en el banco al que están aherrojados en muy raras ocasiones excede de los 85º y, como ya sabemos, el umbral mínimo para poder hablar de placer suele establecerse entre los 100º y los 110º.
   En cuanto a las lecturas playeras…Lo primero que hemos de decir es que pocas cosas hay más incompatibles que el objeto libro y el lugar playa. A menos que…Sí, siempre hay alguna excepción responsable de confirmar la norma. A menos que el libro en cuestión objeto de nuestros devaneos y veleidades sea uno de estos que solemos ver generalmente descoyuntados entre las manos de los guiris; uno de estos de papel reciclado hasta el hartazgo, de cubierta blanda y brillosa –tipo portada del Super Pop- y, ¿cómo no?, ataviado con los colores más chillones del espectro cromático. Es decir, uno de estos libros que dan la impresión de haber sido concebidos para usar y tirar, como si de un vulgar pañuelo de papel se tratara. Pero, claro…¡No es lo mismo! El gran inconveniente de la lectura playera es la arena, esa arena que se mete por todas partes y que todo lo mancilla, ese resumen y símbolo de la disgregación absoluta que algún día seremos. A partir de ciertas edades, la playa hay que dejarla para los niños y para los más jóvenes. ¿Quién estaría dispuesto a cambiar el tálamo marital por ese tálamo que illo tempore solíamos improvisar, contando siempre con la complicidad de la luna, sobre una vulgar toalla o, en el mejor de los casos, sobre las tablillas de las socorridas hamacas? Pues lo mismo. Las diferencias que puedan haber entre la erótica convencional y la libresca son –lo hemos repetido hasta la saciedad en Bibliofilia Herética- mínimas.
   En cuanto a las lecturas de piscina, la única diferencia digna de mención en relación con las playeras es el mayor grado de pulcritud y asepsia. En cuanto al resto, se trata, básicamente, de las mismas posturas y, en consecuencia, de las mismas actitudes.

   Platón, siguiendo a sus maestros los pitagóricos, quiso reducir el mundo sensible en su conjunto a un puñado de figuras geométricas. Los artistas plásticos del Renacimiento intentarán otro tanto con la técnica pictórica. Incluso en ámbitos tan aparentemente dispares como la música –la atonal, la dodecafónica, la serial…- y la física más reciente –Teoría de la relatividad y Teoría cuántica- podremos constatar una similar fascinación por este tipo de reduccionismo geométrico. Pues bien, dados estos precedentes, ¿por qué no habríamos de hacer nosotros lo mismo con el vicio solitario de la lectura? Y, una vez puestos, ¿por qué no hacerlo extensivo a su hermano complementario, el de la escritura? Consideraciones trigonométricas en torno a la práctica de la escritura, éste podría ser el título para una próxima entrada para este nuestro blog. ¡Abur!

domingo, 8 de abril de 2012

VIDA Y OPINIONES DEL CABALLERO TRISTRAM SHANDY, de Laurence Sterne


I

    En el año 1927 veía la luz Ser y tiempo, la obra emblemática de Martin Heidegger. Pese a lo novedoso de sus aportaciones y planteamientos, esta obra surgió con la pretensión de reiterar una pregunta que no es una cualquiera, sino la pregunta por antonomasia en el ámbito de la Filosofía, la pregunta con la que ésta nace allá por el siglo VI a. C. y que, hasta la fecha, según el parecer del pensador alemán, continúa sin respuesta: ¿Qué es el Ser? O, en versión posterior: ¿Por qué el Ser y no más bien la Nada? ¡Casi ná! Un proyecto de tamaña envergadura sólo podía concluir con un fracaso de similares proporciones. De hecho, como sabrán los más leídos, la obra en cuestión nació muerta, es decir, que no fue capaz de dar una respuesta satisfactoria a esa gran interrogante fundacional de nuestra cultura occidental. Insuficiencia del lenguaje a la hora de abordar determinadas cuestiones especialmente peliagudas, dirá el propio Heidegger unos años después al serle requerida una explicación del fiasco. Afortunadamente, parece que alguna verdad hay en el refrán que dice que no hay mal que por bien no venga. Este fracaso estrepitoso se convertirá en el estímulo que propiciará la famosa kehre –giro- en el pensamiento heideggeriano, cambio que se cifra, básicamente, en una inversión de los planteamientos metodológicos. Dicho en el román paladino que nos facilita la metáfora: en lugar de ir a la caza del Ser armados hasta los dientes con los incisivos y punzantes recursos del método, detengamos el paso, prescindamos del pesado utillaje proporcionado por la tradición y sentémonos a aguardar a que sea el propio Ser quien se acerque a nosotros. Esta segunda táctica, la de la caza al acecho, es lo que en el argot filosófico se denomina Ereignis –acontecer, mostración, revelación…-. Es decir: la búsqueda consciente de una determinada meta hace que ésta se desplace hacia el fondo del horizonte con cada uno de los pasos que damos en el intento de darle alcance. En consecuencia, sólo quien deja de buscar se hallaría en la disposición propicia para recibir la gracia o regalo que supone el objeto de sus anhelos.

    Confiamos en que las anteriores palabras nos ayuden a explicar la naturaleza de la experiencia reveladora que hemos tenido con la obra cuyo título encabeza estas líneas y que será objeto de un análisis exhaustivo en lo sucesivo. Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy ha sido para nosotros una auténtica sorpresa, una auténtica revelación y, si se nos permite el término teológico, una auténtica gracia. Nos pasó hace un par de años con la película titulada Deseando amar y ahora nos pasa con esta peculiar novela. En ambos casos, el requisito para recibir el don parece haber sido el mismo: haber dejado previamente de buscar, o estar abierto a la sorpresa, o desactivar los propios prejuicios, o dejar en suspenso las expectativas.

    Antes de arrojarnos sobre la presa con el cuchillo analítico entre los dientes –y acompañando el gesto con el tradicional grito de ¡banzai!-, es preciso dedicarle unas palabras a la madre que la trajo al mundo. Laurence Sterne es su nombre. ¡Inglés!, exclamará más de uno. Pues sí, un hijo de la Gran Patraña. Pero no se me preocupen, que éste es de los buenos. En realidad, como el amigo Swift, su contemporáneo, era medio irlandés. Y, también como Swift, clérigo de la Iglesia Anglicana. ¡Una mezcla explosiva! ¿No? Así que olvídense del ¡zape! y del ¡vade retro! y sean indulgentes, aunque les cueste, con nuestro amable y simpático personaje. ¡No se arrepentirán!
    Sterne ha sido calificado por algún lumbreras como el Joyce del siglo XVIII, y lo cierto es que sobran los motivos para considerarlo como un remoto precursor de esa novela experimental –ensimismada, autorreferente, metafictiva o, lisa y llanamente, antinovela- que tan común será a lo largo y ancho de todo el siglo XX. Nada que objetar al respecto, por tanto. Aunque…-¡ya está aquí la adversativa aguafiestas!-. Lo que sí que es cierto es que Sterne no aporta nada a la novela que no estuviera ya presente en sus dos grandes y admirados maestros: Cervantes y Rabelais. De hecho, él mismo lo reconoce de manera explícita en muchas de las páginas de su genial obra. Lo único que hace Sterne, en realidad, es potenciar y utilizar de manera sistemática y consciente una serie de recursos formales y de temas que ya están presentes en El Quijote y en Gargantúa y Pantagruel. Cualquiera que haya leído la obra de nuestro eximio compatriota reconocerá que poco hay en la novela experimental del siglo pasado que no fuera anticipado, de una u otra manera, por los textos de éste. Y esto significa, obviamente, que El Quijote aún no ha sido superado. Así pues, Tristram Shandy, una obra genial donde las haya, no es ningún punto de partida, es, más bien, un punto de confluencia, una encrucijada, un cruce de caminos.
    Pero lo que más nos llama la atención del autor es su condición de clérigo…-¿cómo decirlo sin necesidad de recurrir a la vaselina eufemística?-. ¡Bah! ¡A pelo y que sea lo que Dios quiera!: su condición de clérigo rijoso. Porque esto es lo que era Sterne, un clérigo rijoso, procaz, provocador y guasón. Es decir, genial. Si no fuera porque nuestra particular hornacina doméstica ya la tenemos ocupada con el busto de nuestro Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, no dudaríamos a la hora de adoptarlo en calidad de santo tutelar. ¿Que era inglés? Pues bueno, ¿qué le vamos a hacer? Nadie es perfecto. Esto es lo que nos interesa: ¿Qué vínculo secreto es ése que conecta lo Trascendente Espiritual con lo Inmanente Carnal? ¿De qué tipo es la relación que mantienen el Verbo y la Carne? ¿A qué se debe el interés de Sterne por el sexo o el de Swift por lo escatológico? Es más, ¿por qué el término escatológico admite dos acepciones opuestas y antonímicas? Fue Sigmund Freud quien nos proporcionó el utillaje conceptual preciso para poder responder a estas cuestiones tan peliagudas, ya lo sabemos. No obstante, hubo otro antes que él a quien no podemos obviar si es que queremos un mínimo de radicalidad para las respuestas. La Verdad es curva y todo lo recto miente, le dijo el enano a Zarathustra. Es decir: los extremos se tocan.
    Lo habitual es que el interés de una obra de arte radique o bien en su aspecto temático –el qué- o bien en su aspecto formal –el cómo-. Lo realmente fascinante de Tristram Shandy, en cambio, es su capacidad para suscitar el interés del lector desde ambas dimensiones, con el añadido, por si lo anterior fuera poco, de que a partir de cierto momento de la narración lo formal y lo temático confluyen en un mismo punto. Vayamos por partes.

    Hemos de comenzar por el argumento. ¿Cuál es la historia que se nos cuenta? El lector que decide sumergirse en la lectura de esta novela sin ningún tipo de orientación previa espera encontrarse con una relación detallada de las principales peripecias y vivencias de un personaje llamado Tristram Shandy, todo ello salpimentado con una serie de opiniones y juicios personales. Esto, de hecho, es lo que parece prometer el propio título de la obra –Vida y opiniones de…-. No obstante, este confiado lector no tarda en darse cuenta de que lo prometido en el título poco o nada tiene que ver con el contenido. Puede incluso ocurrir que se sienta timado y que no le falten ganas de volver a la librería con su ejemplar bajo el brazo con la intención de devolverlo y de reclamar la devolución del importe, tal como hicieron en su momento algunos lectores que no fueron capaces de comprender el significado de determinados procedimientos formales por entonces completamente novedosos –como el de las páginas en blanco o en negro-. Tristram Shandy no es capaz de cumplir lo prometido, no es capaz ni de contarnos su vida ni de exponer sus consideraciones sobre la misma. ¿Por qué? Porque es incapaz de controlar su hobby-horse particular –su manía, su afición, su obsesión, su pasatiempo..., ¿su mecanismo de defensa?-, que no es otro que su incontinencia asociativa, esto es, su proclividad a la digresión. Es esta compulsión lo que hace que nuestro personaje siempre escriba por detrás de los acontecimientos. Después de seiscientas páginas, resulta que Tristram sólo ha sido capaz de contarnos hasta su quinto año de vida.
    Podemos concluir diciendo que esta novela, en la medida en que la peripecia queda casi completamente eclipsada por los procedimiento propiamente formales, no es apta para ese tipo de lectores a los que Cortázar calificó –de manera muy poco afortunada, por cierto- como lectores hembras, que son aquellos que adoptan una actitud pasiva frente al texto y aquellos que leen con el único fin de saber cómo termina la historia.
    Acabamos de empezar a analizar nuestro Tristram Shandy y ya hemos de concluir. ¡Hasta la próxima entrega!