lunes, 3 de diciembre de 2012

DESMONTANDO A DOÑA MATEMÁTICA


   Vamos a dedicarle unas líneas a Doña Matemática, a esa señora siempre tan seria, siempre de luto y siempre dándoselas de importante. ¿No habéis notado cómo mira por encima del hombro a las demás asignaturas, como si fuese el mismísimo Coronel Gadafi? Doña Matemática se siente tan superior y tan importante que no soporta que le hablen de su dependencia de la Lógica. Su gran vicio es la presunción. Aferremos, pues, el martillo, tal y como nos enseñó Nietzsche en El ocaso de los ídolos, y propinémosle unos cuantos golpes sobre la panza a ver cómo suena. ¡Toc! ¡Toc! Aire, aire enrarecido después de tanto tiempo aguantando la respiración para conseguir una apariencia más impresionante.
    El Ilmo. Sr. Académico responsable de la letra “M” define el vocablo Matemática, en su primera acepción, de la siguiente manera: `Ciencia deductiva que estudia las propiedades de los entes abstractos, como números, figuras geométricas o símbolos, y sus relaciones.´ La segunda acepción resulta más simple: `Estudio de la cantidad´. Bien. Hemos de reconocer que el día destinado a realizarle la autopsia a la dichosa palabreja el Académico de turno estuvo inspirado y que fue preciso. Las definiciones expuestas demuestran que ese día no estaba de baja y que sus funciones no fueron desempeñadas por algún sustituto interino ávido de posar su pie sobre el firme terreno del funcionariado –todos sabemos que los interinos existen con la única finalidad de tener alguien a quien culpar cuando las cosas no se hacen bien desde dentro de la propia Administración-. Lo único que nos atreveríamos a corregir de estas definiciones es el orden en que aparecen, ya que consideramos que primero debería figurar la más genérica y luego, en segundo lugar, la más específica. Pero, a fin de cuentas, está más que bien. Efectivamente, la Matemática es, básicamente, la ciencia de lo cuantitativo, de lo medible y de lo mensurable. La Matemática es también, como la Lógica, una ciencia formal o deductiva, con la salvedad de que ésta es mucho más fundamental que aquélla. La Lógica es como la semilla que, al desplegarse deductivamente, da lugar a ese tronco fundamental de la Aritmética a base de aportarle sus nutrientes. Estos nutrientes son esos mismos que todo estudiante ha tenido que memorizar alguna vez: idempotencia, propiedad conmutativa, propiedad asociativa, propiedad transitiva y propiedad distributiva. Toda la Matemática está aquí.
    Pero vayamos al grano. Si hemos dicho que la Matemática es una memez, un tierno corderito disfrazado de la más inmisericorde alimaña, ¿qué decir de su mamá? Una memez a la segunda potencia. Si p, entonces q; si q, entonces r; luego, si p, entonces r. A la Lógica, igual que a su descastada hija la Matemática –puesto que no reconoce a su propia madre- le interesa la verdad formal o corrección. Ahora bien, como diría uno de mi pueblo, ¿esto qué es lo que es? Una verdad formal es una verdad venida a menos, una verdad anoréxica y bidimensional. La verdad formal sólo se obtiene sometiendo a una drástica dieta de adelgazamiento a la rolliza y siempre hermosa verdad material, que es la de toda la vida. El Lógico observa la realidad de manera similar a como el Jívaro debe de observar la cabeza de su enemigo. Esta es también, como sabemos, la actitud que adoptan muchos managers del mundo de la moda con las aspirantes a modelo. ¿Cómo suelen actuar estos managers? Lo normal es que se sirvan de los medios de comunicación para convocar lo que en ese mundillo se denomina un casting, que es eso mismo que aquí siempre se ha llamado prueba -¿recuerdan el chiste del cateto que una noche va a cenar a un restaurante de los finos y pide un plato de escargot aux fines herbes?-. De visu el manager realiza una selección previa de todas aquellas modelos que, grosso modo, pueden encajar en el canon de belleza demandado, según ellos, por la sociedad –como si la sociedad fuese un ente individual dotado de voluntad y de gustos volubles-. Después de esta primera criba se dirige a cada una de ellas por separado y les dice lo que no se puede decir en público: “si queréis desfilar por el recto y estrecho boulevard que conduce a la fama y al éxito, tenéis que perder unos quilitos. Cinco o seis estaría bien para empezar. ¿Cómo pretendéis meter esos cuerpos en un traje de la talla treinta y seis?”. ¿Se entiende el símil? Pues bien, algo similar es lo que el Lógico le dice a las rollizas y hermosas verdades con que a diario se entrevista: “Dieta o corsé. Estos son los requisitos para poder desfilar por la pasarela de la exactitud”. Recabemos nuevamente la inestimable ayuda del Diablo Cojuelo y pidámosle que levante la techumbre del Departamento de Lógica del cualquier Facultad de Filosofía y Letras. ¡A ver, Diablillo, que queremos ver con los ojos de la imaginación lo que para los ojos del intelecto resulta invisible! Bien. ¡Gracias por tu diligencia! Veamos: 

LÓGICO: ¡Buenos días! ¡Pase usted! Ya veo que ha leído mi anuncio y que cumple usted con los requisitos mínimos. Buena presencia y, sobre todo, una apariencia de verdad muy convincente. Ahora, como podrá imaginar, viene el pero. Le sobra a usted de aquí y de allí y, además, tiene usted cierto aspecto ambiguo y poco preciso. ¡Exactitud, medida, orden y simplicidad! Estos son nuestros lemas. Por cierto, se me ha olvidado pedirle que se enuncie usted.
VERDAD: “Quien tiene un porqué, siempre encuentra el cómo”.
LÓGICO: ¡Ah! Ya veo que es usted oriunda de una obra de Nietzsche. Magnífico pensador, pero demasiado exuberante. Tanta poesía lo echó a perder. A partir de ahora, si quiere usted formar parte de nuestro equipo y figurar en los manuales donde se explican las Ciencias Exactas, su enunciación será ésta: si p, entonces q.
    El Lógico quiere, pues, una verdad en los huesos, delgadita, delgadita. Pero, ¿acaso no hay verdad también en los michelines y en las patas de gallo?
    A lo largo de la historia han sido muchos los que han sucumbido a los encantos del more geométrico, como, por ejemplo, Descartes, Espinosa, Kant y tantos otros. Todos ellos buscaron exactitud y precisión para contrarrestar de alguna manera el vértigo que le provocaban las arenas movedizas de la existencia. ¡Pobres neuróticos! Intentaron introducir el titubeante cuerpo de sus vidas en los estrechos límites del corsé de la exactitud y terminaron convertidos en un trasunto del hombre máquina de D´Holbac, en la más pura precisión desprovista del pálpito de la vitalidad.
    A Nietzsche también le preocupaba el tema de la salud, pero no se le ocurrió buscar el remedio para sus males en la exactitud, sino en el procedimiento de la inmunización progresiva. Llegó a la conclusión de que el mal de la existencia se cura arrojándose de bruces en sus temidos y gélidos brazos, aceptándola plenamente hasta el punto de querer su eterna repetición. “Todo cuanto se extiende en línea recta miente- le murmuró el enano a Zarathustra-. Toda verdad es curva”. Y a esto nosotros deberíamos añadir lo siguiente: la verdad es poliédrica y, como la cebolla –que nos hace llorar- posee múltiples niveles de profundidad.
    Nietzsche nos ha proporcionado la piedra de toque para discernir la mentira de la verdad. ¿Quién miente aquí y quién no?
   Miente toda moral que despliega a los pies del hombre un camino de perfección que habrá de conducirlo a la consecución de su ideal.
    Miente Newton cuando defiende la infinitud del espacio y del tiempo.
    Mienten todas las historias que conciben la narración como la distancia más corta entre dos puntos en lugar de hacerlo como laberinto o espiral. -¿Desea el lector, realmente, que se le mienta?-.
  Mienten, por supuesto, la Lógica y la Matemática con sus dietas de adelgazamiento y con su hueca y estéril apariencia.

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