martes, 18 de diciembre de 2012

EL APRENDIZ DE BRUJO -Sobre el efecto boomerang de la tecnología-


   En un recóndito planeta de un Sistema de los arrabales de la Vía Láctea –de cuyo nombre acordarme no quiero…-, por una azarosa carambola del Destino, se produjo el milagro que a continuación te quisiera referir –venerando e hipócrita lector, mi semejante…-:
    Sucedió que un feo, sucio y apestoso mono, un cuadrúpedo piojoso como otro cualquiera, va y se yergue sobre sus cuartos traseros -así, sin más, como quien no quiere la cosa-, consiguiendo de este modo liberar las extremidades delanteras, es decir, superiores, de la pedestre función locomotriz. Este gesto, intrascendente en apariencia, es el germen de todo lo que después vendrá. ¡Fíjate! Una mano liberada que puede ser empleada para un sinfín de menesteres: blandir una garrota, sujetar a la hembra para que no se escape, dar alcance a toda suerte de frutos –especialmente a los prohibidos-, aferrar con fuerza el mástil de la propia masculinidad para mejor conjurar el horror vacuiego te absolvo in nomine patri…!-, etc., etc. La más importante de estas utilidades, no obstante, fue la primera. En efecto. Esa mano ociosa, teledirigida por un neocórtex aún incipiente, será la responsable de la aparición de la técnica. Al principio una simple piedra, después una tibia de tapir, a continuación un palo de afilada e incisiva punta… Después, mucho tiempo después, este primitivo instrumento, al ser arrojado hacia las alturas en apoteósico y desprendido gesto, acabará convirtiéndose, tras la correspondiente elipsis de cuatro millones de años, en los actuales artefactos espaciales con su correspondiente paramento psicodélico. ¿Te resulta familiar la historia? ¡Claro que te suena! Esta es la famosísima versión que el optimista Kubrick nos ofrece en 2001. Una odisea en el espacio. Pero no, en realidad el cuento no termina así. Lo que en verdad ocurre es otra cosa bien distinta. Es cierto que el artilugio, en la medida en que se somete a la dinámica rectilínea del progreso, experimenta múltiples transformaciones que desembocan en la aparición de aparatos capaces de pensar por sí mismos; es cierto que durante un tiempo la máquina es puesta al servicio del hombre; pero también es cierto que llega un momento en que la máquina deja de ser un simple medio, un simple utensilio al servicio del hombre, para convertirse en un fin en sí mismo. El hombre se olvida de la Inteligencia que le dio el ser y se humilla ante el nuevo dios de silicio y circuitos integrados. HAL triunfa sobre el osado astronauta. Y es entonces cuando ocurre eso que Kubrick no cuenta: el hueso primigenio, vencido por la fuerza de la gravedad, no consigue llegar a las regiones estratosféricas y vuelve a caer sobre….¿Adivinas…? Efectivamente: sobre la cabeza del mono. De modo que ahora tenemos un mono feo, sucio, apestoso, piojoso y, para más inri, con la crisma abollada. Este es la verdadera historia de la humanidad.

    Es necesario aprender de los fracasos. El asunto que en estos momentos nos urge es el siguiente: ¿dónde colocar el próximo monolito?

jueves, 13 de diciembre de 2012

DOS REFLEXIONES SOBRE EL AMOR


1.- Stendhal, en su estudio Sobre el amor, expone la famosa teoría de la cristalización. Básicamente, esta teoría afirma que el alma capaz de amar opera sobre la imagen del objeto amado un laborioso proceso de transfiguración mediante el cual éste queda adornado con una serie de perfecciones que de suyo no posee. Significa esto que el amante no es capaz de contemplar al objeto de su veneración de manera objetiva, puesto que lo que realmente hace es recrearlo imaginativamente, idealizarlo, sublimarlo y maquillarlo. No se trata, como en la leyenda de Cupido y Psiqué, de que el amor sea ciego sin más, sino, principalmente, de que sólo es capaz de ver en lo amado lo que previamente ha puesto en ello. Stendhal, tal como señala Ortega en su Estudios sobre el amor, es hijo de su tiempo, puesto que da por válida una de las principales tesis del idealismo alemán que se origina a partir de Kant: sólo conocemos aquello que previamente ha sido reelaborado por nuestras propias facultades cognoscitivas; lo que las cosas sean en sí mismas –el noumeno- siempre será un misterio para nosotros. Ahora bien, si el ser amado se presenta ante nuestra conciencia con una apariencia que no coincide con su auténtica realidad, si es pura fantasmagoría, cabe plantearse las siguientes cuestiones: ¿es posible vivir siempre bajo unos efectos alucinatorios similares?, ¿pueden las apariencias imponerse a nuestra conciencia de forma indefinida? La experiencia nos enseña que sólo el desamor tiene capacidad suficiente para disolver el grueso maquillaje con que el amor suele encubrir al objeto amado. Pero no se piense que al dejar de querer despertamos de un ensueño para recobrar el contacto con la realidad objetiva. No es esto lo que ocurre en un principio. Lo que realmente ocurre es que pasamos de una alucinación a otra, puesto que el mucho querer sólo puede conducirnos de manera inmediata al mucho odiar y al mucho despreciar. Si la otra persona era una princesa cuando estábamos enamorados, el desamor nos la ha de mostrar, necesariamente, como una auténtica bruja de nariz verrugosa. Sólo después, cuando las aguas se hayan amansado, podremos recuperar la objetividad relativa del término medio.

2.- ¿Qué nos enseña sobre el amor el cuento griego sobre Cupido y Psiqué? No hay que desdeñar las enseñanzas de los mitos y cuentos tradicionales, dado que son, como sabemos, los colectores donde se recogen los sedimentos de la experiencia vital de un pueblo a lo largo de muchos siglos. De hecho, no hay ninguna experiencia fundamental que no haya sido abordada, de una manera o de otra, por el arte y el pensamiento clásico. Todo está allí y, en este sentido, nuestra cultura occidental moderna no pasa de ser una glosa o nota a pie de página de esta cultura primigenia en la que hunde sus raíces. El cuento en cuestión nos enseñaría que la curiosidad, -base del pecado original y del conocimiento-, la duda y el recelo terminan por matar el amor. Es decir, que el amor es ciego en el sentido de que debe ser vivido. En el momento en que tratamos de conocerlo de manera intelectiva huye de nosotros para siempre. Es preciso, por tanto, disfrutar de sus dones de manera espontánea e irreflexiva si no queremos que se nos vuele de las manos como un pajarillo asustado. Fe y confianza es lo que necesita el amor, no análisis especulativos. Pero también nos enseña este cuento que es preciso pasar por el infierno del desamor para, finalmente, poder disfrutar del amor verdadero y auténtico. El pecado y la desobediencia nos llevan al dolor derivado del castigo correspondiente, pero es este dolor lo que en definitiva nos permite una experiencia más profunda y auténtica de las cosas. Este es el gran legado de la cultura griega, y Sófocles, ese personaje simpático y dicharachero –ese Goethe de la antigüedad- fue quien mejor supo hablarnos del poder formativo del dolor.

domingo, 9 de diciembre de 2012

LITERATURA Y PSICOANÁLISIS



    No hay experiencia más fascinante que la exploración del mundo interior. Los autores de libros de historia y las novelas de aventuras suelen sentir debilidad por aquellos personajes del pasado que arriesgaron sus vidas en su empeño por alcanzar el corazón de los territorios más distantes. Marco Polo, Cristóbal Colón, Magallanes, Elcano, Cabeza de Vaca, Livington y tantos otros son los héroes que, habitualmente, copan las portadas del papel cuché de la historia. Cada uno de ellos aparece como un nudo gordiano que confiere unidad y cohesión a los distintos episodios concretos y particulares de su época. Llegamos incluso a sospechar que la ausencia de cualquiera de ellos produciría un efecto inmediato de desleimiento que acabaría con la prelación y jerarquía de los hechos y que arrastraría todo hacia el mar de la uniformidad. Hace ya mucho tiempo que el hombre occidental holló el rincón más distante del planeta, y esto es lo que explica el auge del alpinismo y de la exploración submarina a partir, sobre todo, de la segunda mitad del siglo XX. Si lo horizontal ya no nos estimula, habrá que buscar nuevos retos en el ámbito de la verticalidad, en lo más alto y en lo más profundo.
    ¿Quién se acuerda, no obstante, de aquellos otros exploradores que fijaron sus metas en las profundidades del más acá de su propio mundo interior? ¿Acaso la aventura de éstos requiere un esfuerzo menor que la de aquéllos? ¿Acaso la exploración del mundo exterior no es, realmente, un sucedáneo de la exploración del mundo interior? Los auténticos retos están siempre dentro de nosotros mismos. El alpinista que se enfrenta al K2 no se enfrenta realmente a ningún accidente orográfico, se enfrenta a las limitaciones inherentes a su propia naturaleza. Tampoco el torero se enfrenta a un animal que lo puede herir o matar, se enfrenta al miedo que atenaza sus miembros. Todos los reinos que hay que conquistar, todas las princesas que hay que rescatar y todos los cofres que hay que desenterrar son, en el fondo del fondo, distintos nombres para una misma realidad: el Sí Mismo. Todavía habrá quien crea que Moby Dick es un relato que cuenta la historia de un marinero que ha de dar caza a una ballena o que El corazón de las tinieblas –A la mayoría le resultará más familiar Apocalypse Now, de Coppola- cuenta la aventura de un explorador que ha de remontar un río del África negra para encontrar a un tal Kurtz. Estas interpretaciones son válidas para el niño y para el jovencito adolescente, pues para éstos la enigmática realidad todavía no ha hecho entrega de todos sus secretos. San Agustín, Descartes, Pascal, Rousseau, Nietzsche, Freud, Jung y cualquiera que haya tenido la osadía de contemplar el interior de la propia pupila a través de su reflejo en el espejo, son los auténticos héroes de la historia de la humanidad. El espejito de la cruel madrastra de Blancanieves no es un simple objeto material al que se atribuya la cualidad humana del habla, es un símbolo de esa otra voz que se oculta en lo más profundo de nuestra alma y que, a diferencia de lo que afirma el cuento, no siempre está dispuesta a adularnos. Desde Freud sabemos cómo hay que actuar ante fenómenos como los sueños y los cuentos populares: dándoles la vuelta como a un vulgar calcetín. El alpinismo no es lo que aparenta ser, es espeleología de alturas.
    No sé si me he explicado con claridad meridiana. ¿Se me ha entendido? ¿Seguro que sí? No quiero que nadie se quede sin sacarle todo su jugo a la lección de hoy, pues aviso desde ya que puede ser materia de examen en el momento más inesperado. ¡Hummmm…! Dudo de que hayáis sido sinceros en vuestra respuesta. Creo que habéis dicho que sí por complacerme y para que deje de interpelaros continuamente. Ya sé lo que vamos a hacer para comprobar que, efectivamente, todo el mundo se ha quedado con el estribillo de la copla: ¡un examen sorpresa!

EXAMEN SORPRESA

IES. ALDEA GLOBAL
DEP. DE PROSPECCIONES PSICOLÓGICAS
Y LITERATURA COMPARADA
APELLIDOS:…………………………….NOMBRE:…………………………………
NACIONALIDAD:………………………ORIENTACIÓN (Subráyese lo que proceda)
-Lector macho.
-Lector hembra.
Duración: ¼ de vida.

CUESTIONES:

  1. Indique la idea común a los siguientes relatos pertenecientes a la Literatura Universal:
    1. Jasón y los argonautas.
    2. Orfeo y Eurídice.
    3. Los doce trabajos de Hércules
    4. La Ilíada.
    5. La Odisea.
    6. La Eneida.
    7. Confesiones.
    8. La Divina Comedia.
    9. El lazarillo de Tormes.
    10. Don Quijote de la Mancha.
    11. Hamlet.
    12. El criticón.
    13. Fausto.
    14. Los viajes de Gullyvert.
    15. La isla del tesoro.
    16. Moby Dick.
    17. Crimen y castigo.
    18. El corazón de las tinieblas.
    19. En busca del tiempo perdido.
    20. Ulises.
    21. Viaje al fondo de la noche.
    22. Rayuela.
    23. El caballero de la armadura oxidada.

2) Según Freud, en los sueños y en los relatos de tradición popular (mitos y cuentos) operan los llamados principios de condensación y de desplazamiento. Explique con sus propias palabras en qué consisten estos principios y ponga un ejemplo lo suficientemente representativo para cada uno de ellos.


    Cuando termine con la corrección ya os diré yo quién entiende y quién no. Aviso, no obstante, de que soy un poco lento a la hora de corregir. Cualquiera de mis alumnos lo puede confirmar. Si alguien considera que no va a ser capaz de contener su impaciencia, le sugiero que utilice el procedimiento de la autoevaluación en base a lo dicho hasta el momento y en base también a lo que se habrá de decir en lo sucesivo.

lunes, 3 de diciembre de 2012

DESMONTANDO A DOÑA MATEMÁTICA


   Vamos a dedicarle unas líneas a Doña Matemática, a esa señora siempre tan seria, siempre de luto y siempre dándoselas de importante. ¿No habéis notado cómo mira por encima del hombro a las demás asignaturas, como si fuese el mismísimo Coronel Gadafi? Doña Matemática se siente tan superior y tan importante que no soporta que le hablen de su dependencia de la Lógica. Su gran vicio es la presunción. Aferremos, pues, el martillo, tal y como nos enseñó Nietzsche en El ocaso de los ídolos, y propinémosle unos cuantos golpes sobre la panza a ver cómo suena. ¡Toc! ¡Toc! Aire, aire enrarecido después de tanto tiempo aguantando la respiración para conseguir una apariencia más impresionante.
    El Ilmo. Sr. Académico responsable de la letra “M” define el vocablo Matemática, en su primera acepción, de la siguiente manera: `Ciencia deductiva que estudia las propiedades de los entes abstractos, como números, figuras geométricas o símbolos, y sus relaciones.´ La segunda acepción resulta más simple: `Estudio de la cantidad´. Bien. Hemos de reconocer que el día destinado a realizarle la autopsia a la dichosa palabreja el Académico de turno estuvo inspirado y que fue preciso. Las definiciones expuestas demuestran que ese día no estaba de baja y que sus funciones no fueron desempeñadas por algún sustituto interino ávido de posar su pie sobre el firme terreno del funcionariado –todos sabemos que los interinos existen con la única finalidad de tener alguien a quien culpar cuando las cosas no se hacen bien desde dentro de la propia Administración-. Lo único que nos atreveríamos a corregir de estas definiciones es el orden en que aparecen, ya que consideramos que primero debería figurar la más genérica y luego, en segundo lugar, la más específica. Pero, a fin de cuentas, está más que bien. Efectivamente, la Matemática es, básicamente, la ciencia de lo cuantitativo, de lo medible y de lo mensurable. La Matemática es también, como la Lógica, una ciencia formal o deductiva, con la salvedad de que ésta es mucho más fundamental que aquélla. La Lógica es como la semilla que, al desplegarse deductivamente, da lugar a ese tronco fundamental de la Aritmética a base de aportarle sus nutrientes. Estos nutrientes son esos mismos que todo estudiante ha tenido que memorizar alguna vez: idempotencia, propiedad conmutativa, propiedad asociativa, propiedad transitiva y propiedad distributiva. Toda la Matemática está aquí.
    Pero vayamos al grano. Si hemos dicho que la Matemática es una memez, un tierno corderito disfrazado de la más inmisericorde alimaña, ¿qué decir de su mamá? Una memez a la segunda potencia. Si p, entonces q; si q, entonces r; luego, si p, entonces r. A la Lógica, igual que a su descastada hija la Matemática –puesto que no reconoce a su propia madre- le interesa la verdad formal o corrección. Ahora bien, como diría uno de mi pueblo, ¿esto qué es lo que es? Una verdad formal es una verdad venida a menos, una verdad anoréxica y bidimensional. La verdad formal sólo se obtiene sometiendo a una drástica dieta de adelgazamiento a la rolliza y siempre hermosa verdad material, que es la de toda la vida. El Lógico observa la realidad de manera similar a como el Jívaro debe de observar la cabeza de su enemigo. Esta es también, como sabemos, la actitud que adoptan muchos managers del mundo de la moda con las aspirantes a modelo. ¿Cómo suelen actuar estos managers? Lo normal es que se sirvan de los medios de comunicación para convocar lo que en ese mundillo se denomina un casting, que es eso mismo que aquí siempre se ha llamado prueba -¿recuerdan el chiste del cateto que una noche va a cenar a un restaurante de los finos y pide un plato de escargot aux fines herbes?-. De visu el manager realiza una selección previa de todas aquellas modelos que, grosso modo, pueden encajar en el canon de belleza demandado, según ellos, por la sociedad –como si la sociedad fuese un ente individual dotado de voluntad y de gustos volubles-. Después de esta primera criba se dirige a cada una de ellas por separado y les dice lo que no se puede decir en público: “si queréis desfilar por el recto y estrecho boulevard que conduce a la fama y al éxito, tenéis que perder unos quilitos. Cinco o seis estaría bien para empezar. ¿Cómo pretendéis meter esos cuerpos en un traje de la talla treinta y seis?”. ¿Se entiende el símil? Pues bien, algo similar es lo que el Lógico le dice a las rollizas y hermosas verdades con que a diario se entrevista: “Dieta o corsé. Estos son los requisitos para poder desfilar por la pasarela de la exactitud”. Recabemos nuevamente la inestimable ayuda del Diablo Cojuelo y pidámosle que levante la techumbre del Departamento de Lógica del cualquier Facultad de Filosofía y Letras. ¡A ver, Diablillo, que queremos ver con los ojos de la imaginación lo que para los ojos del intelecto resulta invisible! Bien. ¡Gracias por tu diligencia! Veamos: 

LÓGICO: ¡Buenos días! ¡Pase usted! Ya veo que ha leído mi anuncio y que cumple usted con los requisitos mínimos. Buena presencia y, sobre todo, una apariencia de verdad muy convincente. Ahora, como podrá imaginar, viene el pero. Le sobra a usted de aquí y de allí y, además, tiene usted cierto aspecto ambiguo y poco preciso. ¡Exactitud, medida, orden y simplicidad! Estos son nuestros lemas. Por cierto, se me ha olvidado pedirle que se enuncie usted.
VERDAD: “Quien tiene un porqué, siempre encuentra el cómo”.
LÓGICO: ¡Ah! Ya veo que es usted oriunda de una obra de Nietzsche. Magnífico pensador, pero demasiado exuberante. Tanta poesía lo echó a perder. A partir de ahora, si quiere usted formar parte de nuestro equipo y figurar en los manuales donde se explican las Ciencias Exactas, su enunciación será ésta: si p, entonces q.
    El Lógico quiere, pues, una verdad en los huesos, delgadita, delgadita. Pero, ¿acaso no hay verdad también en los michelines y en las patas de gallo?
    A lo largo de la historia han sido muchos los que han sucumbido a los encantos del more geométrico, como, por ejemplo, Descartes, Espinosa, Kant y tantos otros. Todos ellos buscaron exactitud y precisión para contrarrestar de alguna manera el vértigo que le provocaban las arenas movedizas de la existencia. ¡Pobres neuróticos! Intentaron introducir el titubeante cuerpo de sus vidas en los estrechos límites del corsé de la exactitud y terminaron convertidos en un trasunto del hombre máquina de D´Holbac, en la más pura precisión desprovista del pálpito de la vitalidad.
    A Nietzsche también le preocupaba el tema de la salud, pero no se le ocurrió buscar el remedio para sus males en la exactitud, sino en el procedimiento de la inmunización progresiva. Llegó a la conclusión de que el mal de la existencia se cura arrojándose de bruces en sus temidos y gélidos brazos, aceptándola plenamente hasta el punto de querer su eterna repetición. “Todo cuanto se extiende en línea recta miente- le murmuró el enano a Zarathustra-. Toda verdad es curva”. Y a esto nosotros deberíamos añadir lo siguiente: la verdad es poliédrica y, como la cebolla –que nos hace llorar- posee múltiples niveles de profundidad.
    Nietzsche nos ha proporcionado la piedra de toque para discernir la mentira de la verdad. ¿Quién miente aquí y quién no?
   Miente toda moral que despliega a los pies del hombre un camino de perfección que habrá de conducirlo a la consecución de su ideal.
    Miente Newton cuando defiende la infinitud del espacio y del tiempo.
    Mienten todas las historias que conciben la narración como la distancia más corta entre dos puntos en lugar de hacerlo como laberinto o espiral. -¿Desea el lector, realmente, que se le mienta?-.
  Mienten, por supuesto, la Lógica y la Matemática con sus dietas de adelgazamiento y con su hueca y estéril apariencia.