Vamos a dedicarle unas
líneas a Doña Matemática, a esa señora siempre tan seria, siempre
de luto y siempre dándoselas de importante. ¿No habéis notado cómo
mira por encima del hombro a las demás asignaturas, como si fuese el
mismísimo Coronel Gadafi? Doña Matemática se siente tan superior
y tan importante que no soporta que le hablen de su dependencia de la
Lógica. Su gran vicio es la presunción. Aferremos, pues, el
martillo, tal y como nos enseñó Nietzsche en El ocaso de los
ídolos, y propinémosle unos cuantos golpes sobre la panza a ver
cómo suena. ¡Toc! ¡Toc! Aire, aire enrarecido después de tanto
tiempo aguantando la respiración para conseguir una apariencia más
impresionante.
El Ilmo. Sr. Académico
responsable de la letra “M” define el vocablo Matemática,
en su primera acepción, de la siguiente manera: `Ciencia deductiva
que estudia las propiedades de los entes abstractos, como números,
figuras geométricas o símbolos, y sus relaciones.´ La segunda
acepción resulta más simple: `Estudio de la cantidad´. Bien. Hemos
de reconocer que el día destinado a realizarle la autopsia a la
dichosa palabreja el Académico de turno estuvo inspirado y que fue
preciso. Las definiciones expuestas demuestran que ese día no estaba
de baja y que sus funciones no fueron desempeñadas por algún
sustituto interino ávido de posar su pie sobre el firme terreno del
funcionariado –todos sabemos que los interinos existen con la única
finalidad de tener alguien a quien culpar cuando las cosas no se
hacen bien desde dentro de la propia Administración-. Lo único que
nos atreveríamos a corregir de estas definiciones es el orden en que
aparecen, ya que consideramos que primero debería figurar la más
genérica y luego, en segundo lugar, la más específica. Pero, a fin
de cuentas, está más que bien. Efectivamente, la Matemática es,
básicamente, la ciencia de lo cuantitativo, de lo medible y de lo
mensurable. La Matemática es también, como la Lógica, una ciencia
formal o deductiva, con la salvedad de que ésta es mucho más
fundamental que aquélla. La Lógica es como la semilla que, al
desplegarse deductivamente, da lugar a ese tronco fundamental de la
Aritmética a base de aportarle sus nutrientes. Estos nutrientes son
esos mismos que todo estudiante ha tenido que memorizar alguna vez:
idempotencia, propiedad conmutativa, propiedad asociativa, propiedad
transitiva y propiedad distributiva. Toda la Matemática está aquí.
Pero vayamos al grano.
Si hemos dicho que la Matemática es una memez, un tierno corderito
disfrazado de la más inmisericorde alimaña, ¿qué decir de su
mamá? Una memez a la segunda potencia. Si p, entonces q; si q,
entonces r; luego, si p, entonces r. A la Lógica, igual que a su
descastada hija la Matemática –puesto que no reconoce a su propia
madre- le interesa la verdad formal o corrección. Ahora bien, como
diría uno de mi pueblo, ¿esto qué es lo que es? Una verdad formal
es una verdad venida a menos, una verdad anoréxica y bidimensional.
La verdad formal sólo se obtiene sometiendo a una drástica dieta de
adelgazamiento a la rolliza y siempre hermosa verdad material, que es
la de toda la vida. El Lógico observa la realidad de manera similar
a como el Jívaro debe de observar la cabeza de su enemigo. Esta es
también, como sabemos, la actitud que adoptan muchos managers
del mundo de la moda con las aspirantes a modelo. ¿Cómo suelen
actuar estos managers? Lo normal es que se sirvan de los
medios de comunicación para convocar lo que en ese mundillo se
denomina un casting, que es eso mismo que aquí siempre se ha
llamado prueba -¿recuerdan el chiste del cateto que una noche
va a cenar a un restaurante de los finos y pide un plato de escargot
aux fines herbes?-. De visu el manager realiza una
selección previa de todas aquellas modelos que, grosso modo,
pueden encajar en el canon de belleza demandado, según ellos, por la
sociedad –como si la sociedad fuese un ente individual dotado de
voluntad y de gustos volubles-. Después de esta primera criba se
dirige a cada una de ellas por separado y les dice lo que no se puede
decir en público: “si queréis desfilar por el recto y estrecho
boulevard que conduce a la fama y al éxito, tenéis que perder unos
quilitos. Cinco o seis estaría bien para empezar. ¿Cómo pretendéis
meter esos cuerpos en un traje de la talla treinta y seis?”. ¿Se
entiende el símil? Pues bien, algo similar es lo que el Lógico le
dice a las rollizas y hermosas verdades con que a diario se
entrevista: “Dieta o corsé. Estos son los requisitos para poder
desfilar por la pasarela de la exactitud”. Recabemos nuevamente la
inestimable ayuda del Diablo Cojuelo y pidámosle que levante la
techumbre del Departamento de Lógica del cualquier Facultad de
Filosofía y Letras. ¡A ver, Diablillo, que queremos ver con los
ojos de la imaginación lo que para los ojos del intelecto resulta
invisible! Bien. ¡Gracias por tu diligencia! Veamos:
LÓGICO: ¡Buenos
días! ¡Pase usted! Ya veo que ha leído mi anuncio y que cumple
usted con los requisitos mínimos. Buena presencia y, sobre todo,
una apariencia de verdad muy convincente. Ahora, como podrá
imaginar, viene el pero. Le sobra a usted de aquí y de allí y,
además, tiene usted cierto aspecto ambiguo y poco preciso.
¡Exactitud, medida, orden y simplicidad! Estos son nuestros lemas.
Por cierto, se me ha olvidado pedirle que se enuncie usted.
VERDAD: “Quien
tiene un porqué, siempre encuentra el cómo”.
LÓGICO: ¡Ah! Ya
veo que es usted oriunda de una obra de Nietzsche. Magnífico
pensador, pero demasiado exuberante. Tanta poesía lo echó a perder.
A partir de ahora, si quiere usted formar parte de nuestro equipo y
figurar en los manuales donde se explican las Ciencias Exactas, su
enunciación será ésta: si p, entonces q.
El Lógico quiere,
pues, una verdad en los huesos, delgadita, delgadita. Pero, ¿acaso
no hay verdad también en los michelines y en las patas de gallo?
A lo largo de la
historia han sido muchos los que han sucumbido a los encantos del
more geométrico, como, por ejemplo, Descartes, Espinosa, Kant
y tantos otros. Todos ellos buscaron exactitud y precisión para
contrarrestar de alguna manera el vértigo que le provocaban las
arenas movedizas de la existencia. ¡Pobres neuróticos! Intentaron
introducir el titubeante cuerpo de sus vidas en los estrechos límites
del corsé de la exactitud y terminaron convertidos en un trasunto
del hombre máquina de D´Holbac, en la más pura precisión
desprovista del pálpito de la vitalidad.
A Nietzsche también
le preocupaba el tema de la salud, pero no se le ocurrió buscar el
remedio para sus males en la exactitud, sino en el procedimiento de
la inmunización progresiva. Llegó a la conclusión de que el mal de
la existencia se cura arrojándose de bruces en sus temidos y gélidos
brazos, aceptándola plenamente hasta el punto de querer su eterna
repetición. “Todo cuanto se extiende en línea recta miente-
le murmuró el enano a Zarathustra-. Toda verdad es curva”.
Y a esto nosotros deberíamos añadir lo siguiente: la verdad es
poliédrica y, como la cebolla –que nos hace llorar- posee
múltiples niveles de profundidad.
Nietzsche nos ha
proporcionado la piedra de toque para discernir la mentira de la
verdad. ¿Quién miente aquí y quién no?
Miente toda moral que
despliega a los pies del hombre un camino de perfección que habrá
de conducirlo a la consecución de su ideal.
Miente Newton cuando
defiende la infinitud del espacio y del tiempo.
Mienten todas las
historias que conciben la narración como la distancia más corta
entre dos puntos en lugar de hacerlo como laberinto o espiral.
-¿Desea el lector, realmente, que se le mienta?-.
Mienten, por supuesto,
la Lógica y la Matemática con sus dietas de adelgazamiento y con su
hueca y estéril apariencia.