En Historia como sistema, Ortega introduce su famosa distinción entre ideas y creencias. De las primeras podemos decir que las tenemos, que las manejamos y utilizamos a voluntad; de las segundas, en cambio, lo correcto sería decir que estamos en ellas, de manera similar a como el pez está en el agua.
Sacamos a colación esta teoría orteguiana porque consideramos que requiere de una pequeña puesta a punto, a pesar de que sigue gozando de una plena actualidad. Consideramos que, en estos tiempos que corren, lo correcto sería sustituir el mencionado binomio por el que aparece encabezando este escrito (información-conocimiento), de manera que podamos decir, parafraseando las palabras del filósofo madrileño, que en la información estamos y que el conocimiento lo tenemos.
En Andalucía, son muchos los colegios e institutos de secundaria que lucen sobre la solapa del pórtico de entrada, como si de una mención honorífica se tratara, un letrero –de color verde pistacho- en el que podemos leer lo siguiente: CENTRO TIC, Junta de Andalucía. Con esto, evidentemente, no se trata de hacer saber a los cacos del lugar que el centro en cuestión está atiborrado de cacharros electrógenos. De lo que se trata es de mandar un mensaje sublimizar a los miembros decentes de la sociedad, es decir, al electorado, del tipo: aquí, gracias a que hemos apostado por invertir en las Nuevas Tecnologías, impartimos una enseñanza de una calidad superior que hace que nuestros alumnos salgan mejor preparados para superar las dificultades del mundo laboral. Pero, ¿hay alguna verdad en este tipo de campañas? Creemos que muy poco, por no decir Nada. La verdad es algo que se impone por sí mismos. Sólo necesitan de campañas las medias verdades y las medias mentiras. En esto, como en tantas otras cosas, es preciso poner a funcionar el detector de mentiras.
Lo característico de los Centros TIC es la utilización masiva y sistemática de las denominadas Tecnologías de la Información y Comunicación. Esta es, al menos, la teoría. En la práctica ya sabemos que de utilización masiva y sistemática, nada de nada. ¡Afortunadamente, claro! Quienes han adoptado la decisión de atiborrar los centros escolares de ordenadores y de otros aparatos similares –pizarras digitales, tabletas, cañones de proyección, reproductores de vídeo…- parecen dar a entender que el origen de todos los males del sistema educativo está en la carencia de medios, por una parte, y en la carencia de información, por otra. Es de esto de lo que se trata, por tanto, de que haya información en abundancia y de que se pueda comunicar de manera rápida y eficaz. Ahora bien, ¿es cierto que el fracaso escolar se explica por un supuesto déficit de información y de comunicación? No, no lo es. Evidentemente. Dejó de serlo hace cuarenta y tantos años, durante la década de los años 60. Hasta entonces tuvimos carestía informativa y comunicativa porque existía el fenómeno de la censura, porque los contenidos estaban manipulados más de lo habitual por los poderes fácticos –Estado e Iglesia, tanto monta…-, porque las escuelas brillaban por su ausencia en las comarcas rurales más deprimidas y, sobre todo, porque, dadas las circunstancias socioeconómicas, lo primero era comer y lo último el filosofar. Hoy, en cambio, las cosas han cambiado radicalmente. No es sólo que todo el mundo pueda acceder al sistema educativo, sino que existe la obligación legal de hacerlo. Y la información, sin recortes de ningún tipo, puede ser hallada en todo tipo de soportes: libros, PC´s, DVD, TV,…Hoy en día, dentro de la llamada noosfera, la información es un elemento tan abundante como el oxígeno en la atmósfera. Además, puede circular a la velocidad de la luz a través de las autopistas de la información. Lo paradójico del asunto es que, tratándose de información, carencia y exceso resultan igualmente perjudiciales. Hay teóricos que afirman que en la actualidad la censura funciona por exceso de información. Es tan persistente y continuo el bombardeo al que nos vemos sometidos desde que nos levantamos de la cama hasta que volvemos a acostarnos, que llega un momento en que no nos queda otro remedio que desconectar, es decir, dejar de prestar atención a cualquier tipo de información que trate de interpelarnos, por muy interesante que pueda resultar. Además, es tanta la información que nos circunda, que no notamos la que falta. Censura por exceso, por ahogamiento, se llama esto.
El gran problema educativo del siglo XXI, por tanto, no está relacionado ni con la carencia de medios ni con la carencia de contenidos. El gran reto que tenemos por delante es el de cómo convertir la información en conocimiento.
La información tiene su lugar natural en una serie de soportes, unos tradicionales –libros, mente del profesor, apuntes…- y otros más recientes –Internet, DVD, PC…-. Llamamos comunicación al proceso por el cual la información es transferida de un soporte a otro, generalmente de menor densidad informativa –la mente de los alumnos, por ejemplo-. Hemos de recordar que dentro de la aldea global o noosfera, la información se comporta como un gas que tiende a repartirse de manera uniforme con el fin de alcanzar una suerte de equilibrio dinámico. Hemos de recordar también que la información, igual que los gases, está sometida al segundo principio de la termodinámica –Entropía- y que, en consecuencia, se disipa y se corrompe en cuanto abandona su soporte habitual para ir a colonizar e in-formar otros territorios más vírgenes. El periplo de la información desde que suelta amarras hasta que llega a los nuevos territorios está jalonado de peligros que siempre dejan huella en su integridad eidética. Pero, además de éstas, es preciso tener en cuenta las dificultades y resistencias que presenta el nuevo terreno del que es preciso tomar posesión. Sólo venciendo estas resistencias naturales las ideas podrán arraigar en el nuevo suelo y sólo así podrán germinar y dar el sabroso y nutritivo fruto del conocimiento. Esto, y no otra cosa, es el conocimiento: la información asimilada por los soportes virginales que son las mentes de ciertos individuos, es decir, información consumada, in-corporada y personalizada.
Éste es el gran reto. Las mentes virginales de los estudiantes deben ser trabajadas, deben ser roturadas, deben ser abonadas y sembradas. Tenemos las semillas, tenemos las tierras de cultivo y tenemos las herramientas para la labor. ¿Cuál es entonces el problema? Que los propietarios de las tierras están confusos ante tanta oferta, que no se deciden y que, mientras tanto, las tienen en barbecho. El primer paso que se ha de dar para lograr esa transmutación alquímica que es la conversión de la información en conocimiento es el de la simplificación. Para empezar, los centros escolares deben ser sustraídos del circuito mercantilista en el que se hallan inmersos. Los centros de enseñanza deben ser islas y oasis en medio del desierto, no esas franquicias de las grandes Multinacionales que en la actualidad son. Es preciso simplificar y es preciso seleccionar entre tanto estímulo. Sólo así se logrará la convergencia entre la información e interés o atención, tan necesaria para que se produzca el milagro del conocimiento.
Pero las cosas no son tan simples. En realidad, el proceso no se consuma con la conversión de la información en conocimiento. Es preciso dar un paso más: la conversión del conocimiento teórico en conocimiento vivencial. El conocimiento vivencial, tal y como indica su nombre, es el que en verdad hemos logrado incorporar a nuestro ser más íntimo y a nuestra voluntad mediante el procedimiento de la experiencia. Las ideas meramente pensadas no nos tocan en lo más hondo, se limitan a rozar nuestra epidermis de manera tangencial. Las ideas vividas, en cambio, son secantes, en el sentido de que, además de impactar sobre lo más íntimo de nuestro ser, lo modifican para siempre. Para esto último, no obstante, no hay maestros que nos puedan orientar. El único maestro válido es la experiencia particular de cada cual.