domingo, 14 de octubre de 2012

JULIO CORTÁZAR Y LA TAREA DE ABLANDAR EL LADRILLO




Cortázar nos legó su famoso Manual de instrucciones con la intención de enseñarnos a realizar todas aquellas operaciones que, precisamente por desencadenarse en nosotros de una manera espontánea y prerreflexiva -refleja en ocasiones-, no suelen requerir de mayores explicaciones. Instrucciones para llorar, Instrucciones para subir una escalera, Instrucciones para tener miedo…¿Qué necesidad hay de que alguien nos recuerde las distintas operaciones y los distintos trámites que hay que aplicar para llevar a efecto este tipo de actos si todos ellos o bien los hacemos de manera innata o bien los aprendemos durante los primeros años de vida? Ninguna, evidentemente. A menos que…-sí, ¡qué duda cabe!-, a menos que con ello se nos pretenda advertir sobre las perniciosas consecuencias que acarrea el hacer las cosas por pura rutina, en respuesta a un hábito firmemente arraigado en los profundos cimientos de nuestra personalidad o -lo que sin duda sería la peor de las posibilidades- como respuesta a un estímulo que ni siquiera tiene necesidad de transitar fugazmente por nuestro siempre infrautilizado neocórtex. Creo que empezamos a verlo claro, sí. No sería descabellado afirmar que en realidad no somos los autores de las cosas que se hacen de alguna de estas maneras, que en estos casos más que autores somos simples medios o herramientas al servicio de los designios y de la voluntad de otra instancia superior -inferior o anterior- que es la que en realidad mueve los hilos y establece los fines, es decir, que más que actuar somos actuados. Y claro, si no actuamos, si es otra cosa lo que realmente actúa a través de nosotros, la conclusión cae por su propio peso: en la mayoría de los casos, nuestras experiencias no son realmente nuestras y, por ende, no estamos en disposición de extraerles todo ese jugo vivencial que nos podrían reportar si el caso fuese otro. Así pues, la rutina, la costumbre y el hábito arrojan sobre nuestra piel la anestesiante ceniza del tedio y del hastío, impidiéndonos así experimentar las cosas importantes de la vida con la intensidad con la que son capaces de ofrecérsenos…
Cortázar quiso que llorásemos como la primera vez, quiso que tuviésemos miedo como el día aquél en que por primera vez nos hablaron del espantoso hombre del saco y quiso que aprendiéramos a subir las escaleras como el niño de tres años que, aprovechando un descuido de sus progenitores, accede al fascinante y novedoso rellano de la escalera dispuesto a trepar hasta el último piso de ese laberinto fantástico que para su lábil imaginación es el bloque de viviendas.

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    Me van a permitir ustedes que me cite a mí mismo, porque así me ahorro tener que dedicar un tiempo del que no dispongo a emborronar el albo lienzo de la pantalla de mi ordenador. Máxime en estos momentos difíciles en que la Musa se muestra más estrecha de lo habitual a la hora de prodigarme sus favores. El largo fragmento que reproduzco más arriba forma parte de mi libro BIBLIOFILIA HERÉTICA –Ensayo sobre la carnalidad del verbo-, concretamente del capítulo titulado, precisamente, Manual de instrucciones y que, en lo básico, consiste en una serie de recomendaciones atingentes al modo de relacionarse con el objeto libro. Véase: cómo comprarlo, cómo manipularlo, cómo olerlo, cómo leerlo, cómo clasificarlo y cómo prestarlo.
    Pero no es de mi libro de lo que quiero hablar aquí. La auténtica protagonista de esta entrada es la literatura de Julio Cortázar en lo que, según creo, ésta tiene de más original e innovador: su tremenda capacidad para hacer del español peninsular –rocoso y rígido hasta la esclerosis- un elemento poroso, blando, lábil, sinuoso y activo. Es decir, vivo.
    El texto clave a la hora de dilucidar este asunto lo encontramos en el Prólogo para el Manual de Instrucciones más arriba referido. Dice así:

    La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo está en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente,…

    Sólo unas líneas más adelante nuestro autor utiliza los sintagmas ladrillo de cristal y pasta de cristal congelado.

    Un ladrillo de cristal de perfiles geométricos; un ladrillo rígido y frío, congelado; un fósil quebradizo…Esto es para Cortázar el lenguaje. ¿Cualquier lenguaje? No, evidentemente. Sólo el que ha pasado por los talleres de la Academia, sólo el que ha sido sometido al lecho procústeo de la Gramática, sólo el que ha sido sometido al proceso de limpieza y fijado es así. ¿Y qué significa limpiar y fijar la lengua? ¿En qué consiste el esplendor de ésta?
    La RAE1 es la gendarmería de las palabras y los académicos son los alguaciles responsables de la persecución de aquellos usos que no se atienen a la Norma, esto es, al Código Penal pergeñado por los máximos representantes de la jurisprudencia lingüística. Cualquier uso desviado de esta Norma debe ser automáticamente detectado, juzgado y colocado en la picota. Las palabras malsonantes –palabrotas o tacos-, los solecismos o vulgarismos, las hablas excesivamente relajadas –de andaluces, canarios e hispanoamericanos, preferentemente-…Estos son los enemigos que es preciso perseguir, juzgar y castigar.
    Limpia, fija y da esplendor… ¡Efectivamente! El principio que preside el nacimiento de la RAE es un principio de orden religioso y moral. ¿Es casualidad, acaso, que el acta fundacional de la institución de marras viera la luz al mismo tiempo que se producía el declive de la institución inquisitorial? Creemos que no. Siempre ocurre lo mismo en la Historia: una institución sólo sustituye a otra precedente cuando demuestra una rentabilidad mayor. Es decir: una mayor eficacia –represiva, en este caso- unida a un gasto mucho menor. Porque, si el lenguaje es la expresión del pensamiento, ¿no es cierto que controlando aquél podremos controlar también a éste?
    Pero, después de tres siglos de control, después de tres siglos de lenguaje sometido al yugo de la Norma, después de tres siglos de palabras encadenadas, he aquí que hace acto de presencia el gran Simón Bolívar del lenguaje: JULIO CORTÁZAR. Las palabras de Morelli, el Cristo de nuestro Bautista –o viceversa-, son lo suficientemente explícitas al respecto.

    Pero hasta aquí no hemos dicho nada acerca de nuestro héroe que no se supiese.
    Lo que Cortázar realiza en relación a la lengua castellana es la culminación del gesto que a principios del XIX realizaran los grandes libertadores en el terreno político. De hecho, Cortázar se sitúa en la estela de intelectuales como Domingo F. Sarmiento, en Argentina, y Alberto Blest Gana, en Chile. Estos se dieron cuenta de que, a pesar de la independencia política recientemente lograda, los nuevos estados latinoamericanos continuaban manteniendo con la metrópolis un vínculo de sometimiento, mucho más difícil de superar que el meramente político, a través de la lengua. Esta certeza es lo que les hace parar mientes en la cultura y la lengua francesas en tanto que antídotos contra el bacilo nefasto que para ellos representaba la cultura hispánica. Pero… ¿Cómo liberarse de un instrumento de dominación tan sutil como lo es la lengua? ¿Cómo sustraerse a la influencia de algo que hemos ido asimilando, de manera inconsciente, desde la cuna? Sólo Cortázar ha sabido que la solución pasaba por la liberación del cepo de la preceptiva.

    Pero, ¿de qué puerto parte Cortázar en su expedición de ataque contra ese recio bastión de la Gramática y contra el more geométrico en que se inspiraron sus constructores? En el Capítulo 82 de Rayuela, Morelli nos informa de lo siguiente:

    ¿Por qué escribo esto? No tengo ideas claras, ni siquiera tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca una forma, entonces entra en juego el ritmo y yo escribo dentro de ese ritmo, escribo por él, movido por él y no por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra…

    La deuda de Cortázar con el jazz está fuera de toda discusión. Se trata, sin ninguna duda, del más importante aliado con que cuenta en la difícil empresa que se ha propuesto llevar a cabo. Cortázar realiza en el ámbito de la literatura algo muy similar a lo que los músicos de jazz realizan en el ámbito de la música tradicional y clásica. En uno y otro caso se trata exactamente de lo mismo: de un ablandar las formas con el fin de que éstas fluyan encaramadas en los lomos del ritmo, esto es, del swing. Y ésta, precisamente, es la palabra clave.

    Ahora bien, ¿no es cierto que podemos encontrar intentos similares a los de nuestro autor en otros escritores y filósofos del pasado? En efecto. ¿Qué me dicen de los juegos tipográficos y de la preocupación por la forma en Sterne? ¿Qué me dicen de los movimientos de vanguardia, especialmente del surrealista, con su manía por las asociaciones libres, por los cadáveres exquisitos y por las sustancias capaces de favorecer determinados estados de conciencia? ¿Qué me dicen de filosofías como el postestructuralismo francés y el pensamiento débil italiano? ¿Qué me dicen del misticismo oriental tipo budismo zen? Creemos que hay un algo de todo esto en la literatura cortaziana.

    Según la doctrina de Saussure, el signo lingüístico –la palabra- resulta de la unión indisoluble entre un significante y un significado. No puede darse el uno sin el otro. Lo que sí puede –y suele- ocurrir es que una de las dos dimensiones destaque más que la otra. La historia de la Literatura occidental, desde Homero hasta principios del siglo XX, ¿qué otra cosa ha supuesto sino la hegemonía del significado sobre el significante? Obras como el Ulises de Joyce son las que comienzan a decantar la balanza del lado del significante. Y aquí, en la vanguardia de esta tendencia, es donde hemos de encuadrar a nuestro insigne escritor.

    Esta teoría saussureana del signo lingüístico puede resultarnos tremendamente útil para la realización de un estudio sobre los distintos procedimientos narrativos que podemos encontrar en la obra de Cortázar. Creemos que estos pueden ser clasificados según la relación que se establezca entre ambos términos del binomio –significante/significado-. En la narrativa cortaziana existen relatos convencionales en los que la balanza se decanta del lado del significado, existen relatos experimentales y vanguardistas en los que la preeminencia del significante eclipsa la dimensión significativa y existen relatos mixtos…
    Pero…Es evidente que esta entrada se está alargando más de lo debido. En otra ocasión, si es que la Musa quiere, retomaremos este asunto.
¡Abur!

1 En nuestro Diccionario apócrifo lúdico-filosófico podemos leer lo siguiente: RAE.- 1. Real Academia Española de Taxidermistas de la Lengua. Efectivamente, los académicos de la lengua son para las palabras lo que los entomólogos para las mariposas que vemos crucificadas sobre ciertos paneles acristalados. 2. Departamento del Ministerio de Sanidad cuyo lema es Limpia, Relimpia y Saca Brillo. Está integrado por individuos que, impelidos por su hipocondría y mojigatería, defienden con ahínco la necesidad de someter el lenguaje a los más estrictos procedimientos profilácticos para despojarlo de ciertos supuestos gérmenes, virus y churretes de dudosa procedencia. Según fuentes dignas de crédito, en cuestión de meses los operarios del Departamento tendrán listo un prototipo de condón linguo-oral que, al ser colocado entre los labios y los dientes, será capaz de neutralizar cualquier elemento potencialmente infeccioso de entre los muchos que suelen adherirse al plumaje de las volátiles palabras. El ingrediente encargado de la neutralización es un elemento conocido por todos desde hace muchísimo tiempo, la única novedad es el uso que a partir de ahora se le pretende dar. Se trata, ¿cómo no?, de la eufemina. Sabemos por estas mismas fuentes que el prototipo del condón linguo-escritural se haya todavía en fase de experimentación.

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