Cortázar
nos legó su famoso Manual de
instrucciones con la intención de
enseñarnos a realizar todas aquellas operaciones que, precisamente
por desencadenarse en nosotros de una manera espontánea y
prerreflexiva -refleja en ocasiones-, no suelen requerir de mayores
explicaciones. Instrucciones para llorar, Instrucciones para subir
una escalera, Instrucciones para tener miedo…¿Qué necesidad hay
de que alguien nos recuerde las distintas operaciones y los distintos
trámites que hay que aplicar para llevar a efecto este tipo de actos
si todos ellos o bien los hacemos de manera innata o bien los
aprendemos durante los primeros años de vida? Ninguna,
evidentemente. A menos que…-sí, ¡qué duda cabe!-, a menos que
con ello se nos pretenda advertir sobre las perniciosas consecuencias
que acarrea el hacer las cosas por pura rutina, en respuesta a un
hábito firmemente arraigado en los profundos cimientos de nuestra
personalidad o -lo que sin duda sería la peor de las posibilidades-
como respuesta a un estímulo que ni siquiera tiene necesidad de
transitar fugazmente por nuestro siempre infrautilizado neocórtex.
Creo que empezamos a verlo claro, sí. No sería descabellado afirmar
que en realidad no somos los autores de las cosas que se hacen de
alguna de estas maneras, que en estos casos más que autores somos
simples medios o herramientas al servicio de los designios y de la
voluntad de otra instancia superior -inferior o anterior- que es la
que en realidad mueve los hilos y establece los fines, es decir, que
más que actuar somos actuados. Y claro, si no actuamos, si es otra
cosa lo que realmente actúa a través de nosotros, la conclusión
cae por su propio peso: en la mayoría de los casos, nuestras
experiencias no son realmente nuestras y, por ende, no estamos en
disposición de extraerles todo ese jugo vivencial que nos podrían
reportar si el caso fuese otro. Así pues, la rutina, la costumbre y
el hábito arrojan sobre nuestra piel la anestesiante ceniza del
tedio y del hastío, impidiéndonos así experimentar las cosas
importantes de la vida con la intensidad con la que son capaces de
ofrecérsenos…
…Cortázar
quiso que llorásemos como la primera vez, quiso que tuviésemos
miedo como el día aquél en que por primera vez nos hablaron del
espantoso hombre del saco y quiso que aprendiéramos a subir las
escaleras como el niño de tres años que, aprovechando un descuido
de sus progenitores, accede al fascinante y novedoso rellano de la
escalera dispuesto a trepar hasta el último piso de ese laberinto
fantástico que para su lábil imaginación es el bloque de
viviendas.
*
Me van a permitir
ustedes que me cite a mí mismo, porque así me ahorro tener que
dedicar un tiempo del que no dispongo a emborronar el albo lienzo de
la pantalla de mi ordenador. Máxime en estos momentos difíciles en
que la Musa se muestra más estrecha de lo habitual a la hora de
prodigarme sus favores. El largo fragmento que reproduzco más arriba
forma parte de mi libro BIBLIOFILIA HERÉTICA –Ensayo sobre la
carnalidad del verbo-, concretamente del capítulo titulado,
precisamente, Manual de instrucciones y que, en lo básico,
consiste en una serie de recomendaciones atingentes al modo de
relacionarse con el objeto libro. Véase: cómo comprarlo, cómo
manipularlo, cómo olerlo, cómo leerlo, cómo clasificarlo y cómo
prestarlo.
Pero no es de mi libro
de lo que quiero hablar aquí. La auténtica protagonista de esta
entrada es la literatura de Julio Cortázar en lo que, según creo,
ésta tiene de más original e innovador: su tremenda capacidad para
hacer del español peninsular –rocoso y rígido hasta la
esclerosis- un elemento poroso, blando, lábil, sinuoso y activo. Es
decir, vivo.
El texto clave a la
hora de dilucidar este asunto lo encontramos en el Prólogo para el
Manual de Instrucciones más arriba referido. Dice así:
La
tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse
paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar
con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción
perruna de que todo está en su sitio, la misma mujer al lado, los
mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la
misma tristeza de las casas de enfrente,…
Sólo unas líneas más
adelante nuestro autor utiliza los sintagmas ladrillo de cristal
y pasta de cristal congelado.
Un ladrillo de cristal
de perfiles geométricos; un ladrillo rígido y frío, congelado; un
fósil quebradizo…Esto es para Cortázar el lenguaje. ¿Cualquier
lenguaje? No, evidentemente. Sólo el que ha pasado por los talleres
de la Academia, sólo el que ha sido sometido al lecho procústeo de
la Gramática, sólo el que ha sido sometido al proceso de limpieza y
fijado es así. ¿Y qué significa limpiar y fijar la lengua? ¿En
qué consiste el esplendor de ésta?
La RAE1
es la gendarmería de las palabras y los académicos son los
alguaciles responsables de la persecución de aquellos usos que no se
atienen a la Norma, esto es, al Código Penal pergeñado por los
máximos representantes de la jurisprudencia lingüística. Cualquier
uso desviado de esta Norma debe ser automáticamente detectado,
juzgado y colocado en la picota. Las palabras malsonantes –palabrotas
o tacos-, los solecismos o vulgarismos, las hablas excesivamente
relajadas –de andaluces, canarios e hispanoamericanos,
preferentemente-…Estos son los enemigos que es preciso perseguir,
juzgar y castigar.
Limpia, fija y da
esplendor… ¡Efectivamente! El principio que preside el
nacimiento de la RAE es un principio de orden religioso y moral. ¿Es
casualidad, acaso, que el acta fundacional de la institución de
marras viera la luz al mismo tiempo que se producía el declive de la
institución inquisitorial? Creemos que no. Siempre ocurre lo mismo
en la Historia: una institución sólo sustituye a otra precedente
cuando demuestra una rentabilidad mayor. Es decir: una mayor eficacia
–represiva, en este caso- unida a un gasto mucho menor. Porque, si
el lenguaje es la expresión del pensamiento, ¿no es cierto que
controlando aquél podremos controlar también a éste?
Pero, después de tres
siglos de control, después de tres siglos de lenguaje sometido al
yugo de la Norma, después de tres siglos de palabras encadenadas, he
aquí que hace acto de presencia el gran Simón Bolívar del
lenguaje: JULIO CORTÁZAR. Las palabras de Morelli, el Cristo de
nuestro Bautista –o viceversa-, son lo suficientemente explícitas
al respecto.
Pero hasta aquí no
hemos dicho nada acerca de nuestro héroe que no se supiese.
Lo que Cortázar
realiza en relación a la lengua castellana es la culminación del
gesto que a principios del XIX realizaran los grandes libertadores en
el terreno político. De hecho, Cortázar se sitúa en la estela de
intelectuales como Domingo F. Sarmiento, en Argentina, y Alberto
Blest Gana, en Chile. Estos se dieron cuenta de que, a pesar de la
independencia política recientemente lograda, los nuevos estados
latinoamericanos continuaban manteniendo con la metrópolis un
vínculo de sometimiento, mucho más difícil de superar que el
meramente político, a través de la lengua. Esta certeza es lo que
les hace parar mientes en la cultura y la lengua francesas en tanto
que antídotos contra el bacilo nefasto que para ellos representaba
la cultura hispánica. Pero… ¿Cómo liberarse de un instrumento de
dominación tan sutil como lo es la lengua? ¿Cómo sustraerse a la
influencia de algo que hemos ido asimilando, de manera inconsciente,
desde la cuna? Sólo Cortázar ha sabido que la solución pasaba por
la liberación del cepo de la preceptiva.
Pero, ¿de qué puerto
parte Cortázar en su expedición de ataque contra ese recio bastión
de la Gramática y contra el more geométrico en que se
inspiraron sus constructores? En el Capítulo 82 de Rayuela,
Morelli nos informa de lo siguiente:
¿Por
qué escribo esto? No tengo ideas
claras, ni siquiera tengo ideas. Hay
jirones, impulsos,
bloques, y todo busca una forma,
entonces entra en juego el ritmo y yo
escribo dentro de ese ritmo, escribo por él, movido por él
y no por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria
u otra…
La deuda de Cortázar
con el jazz está fuera de toda discusión. Se trata, sin
ninguna duda, del más importante aliado con que cuenta en la difícil
empresa que se ha propuesto llevar a cabo. Cortázar realiza en el
ámbito de la literatura algo muy similar a lo que los músicos de
jazz realizan en el ámbito de la música tradicional y clásica. En
uno y otro caso se trata exactamente de lo mismo: de un ablandar las
formas con el fin de que éstas fluyan encaramadas en los lomos del
ritmo, esto es, del swing. Y ésta, precisamente, es la
palabra clave.
Ahora bien, ¿no es
cierto que podemos encontrar intentos similares a los de nuestro
autor en otros escritores y filósofos del pasado? En efecto. ¿Qué
me dicen de los juegos tipográficos y de la preocupación por la
forma en Sterne? ¿Qué me dicen de los movimientos de vanguardia,
especialmente del surrealista, con su manía por las asociaciones
libres, por los cadáveres exquisitos y por las sustancias capaces de
favorecer determinados estados de conciencia? ¿Qué me dicen de
filosofías como el postestructuralismo francés y el pensamiento
débil italiano? ¿Qué me dicen del misticismo oriental tipo budismo
zen? Creemos que hay un algo de todo esto en la literatura
cortaziana.
Según la doctrina de
Saussure, el signo lingüístico –la palabra- resulta de la unión
indisoluble entre un significante y un significado. No puede darse el
uno sin el otro. Lo que sí puede –y suele- ocurrir es que una de
las dos dimensiones destaque más que la otra. La historia de la
Literatura occidental, desde Homero hasta principios del siglo XX,
¿qué otra cosa ha supuesto sino la hegemonía del significado sobre
el significante? Obras como el Ulises de Joyce son las que
comienzan a decantar la balanza del lado del significante. Y aquí,
en la vanguardia de esta tendencia, es donde hemos de encuadrar a
nuestro insigne escritor.
Esta teoría
saussureana del signo lingüístico puede resultarnos tremendamente
útil para la realización de un estudio sobre los distintos
procedimientos narrativos que podemos encontrar en la obra de
Cortázar. Creemos que estos pueden ser clasificados según la
relación que se establezca entre ambos términos del binomio
–significante/significado-. En la narrativa cortaziana existen
relatos convencionales en los que la balanza se decanta del lado del
significado, existen relatos experimentales y vanguardistas en los
que la preeminencia del significante eclipsa la dimensión
significativa y existen relatos mixtos…
Pero…Es evidente que
esta entrada se está alargando más de lo debido. En otra ocasión,
si es que la Musa quiere, retomaremos este asunto.
¡Abur!
1
En nuestro Diccionario apócrifo lúdico-filosófico podemos
leer lo siguiente: RAE.- 1. Real Academia Española de
Taxidermistas de la Lengua. Efectivamente, los académicos de la
lengua son para las palabras lo que los entomólogos para las
mariposas que vemos crucificadas sobre ciertos paneles acristalados.
2. Departamento del Ministerio de Sanidad cuyo lema es Limpia,
Relimpia y Saca Brillo. Está integrado por individuos que,
impelidos por su hipocondría y mojigatería, defienden con ahínco
la necesidad de someter el lenguaje a los más estrictos
procedimientos profilácticos para despojarlo de ciertos supuestos
gérmenes, virus y churretes de dudosa procedencia. Según fuentes
dignas de crédito, en cuestión de meses los operarios del
Departamento tendrán listo un prototipo de condón linguo-oral que,
al ser colocado entre los labios y los dientes, será capaz de
neutralizar cualquier elemento potencialmente infeccioso de entre
los muchos que suelen adherirse al plumaje de las volátiles
palabras. El ingrediente encargado de la neutralización es un
elemento conocido por todos desde hace muchísimo tiempo, la única
novedad es el uso que a partir de ahora se le pretende dar. Se
trata, ¿cómo no?, de la eufemina. Sabemos por estas mismas
fuentes que el prototipo del condón linguo-escritural se haya
todavía en fase de experimentación.
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