domingo, 21 de octubre de 2012

EL CANON OCCIDENTAL


   El fenómeno de los cánones literarios no es nuevo, ciertamente. Lo que sí es nuevo es el hecho de que estos se hayan convertido en los últimos tiempos en un fenómeno social de moda.
    El canon occidental, de Harold Bloom, es, como sabemos, la obra responsable de esta suerte de histeria colectiva que parece haberse adueñado de la voluntad de los profesionales de las letras, tales como profesores, críticos, editores y, cómo no, lectores. Uno de los síntomas más evidentes de la nueva manía es el revival de otros cánones anteriores a los que en su momento no se prestó la atención debida. ¿Quién se acordaba, hace sólo unos años, de obras como Mímesis, de Auerbach; de Si mi biblioteca ardiera esta noche, de Aldous Huxley; o del capítulo VI de El Quijote? Nadie. A lo sumo, cuatro gatos bibliópatas y diletantes.
    El Canon de Bloom, como todo canon, es una obra parcial y sesgada. Es, si se nos permite la valoración, la expresión supina del imperialismo cultural anglosajón, la expresión de un imperialismo que deriva, en última instancia, de la hegemonía a nivel planetario que la lengua inglesa ha alcanzado a lo largo de los dos últimos siglos. Y es también, y sobre todo, una obra que rezuma idealismo hegeliano por los cuatro costados. Este hegelianismo está presente en los dos postulados básicos sobre los que se sustenta todo el tinglado argumental: a) la concepción evolutiva-lineal de la Historia de la Literatura Occidental, y b) la creencia en que esta evolución alcanza su momento culmen en la figura de un tal William Shakespeare, entre los siglos XVI y XVII.
    En efecto, para Bloom la Historia de la Literatura Occidental es una cordillera que, de buenas a primera, emerge del mar de la nada con el impresionante y soberbio pico llamado Homero, extendiéndose a continuación, con las correspondientes depresiones y llanuras, en una serie de cumbres de igual o superior envergadura. Un Virgilio, un Dante, un Petrarca, un Cervantes, un…¡SHAKESPEARE! Al vate inglés sólo se le puede mirar de abajo hacia arriba, pues no hay un punto más alto al que podamos encumbrarnos para poder contemplarlo. Shakespeare es el Everest de esta cordillera, es la encarnación epifánica del Espíritu Literario, un titán encaramado sobre hombros de gigantes. Y, en consecuencia, -y esto ya no sería hegeliano- lo que viene después de él habrá de ser visto como decadencia y mediocridad, como un descenso progresivo hacia las profundidades abisales del momento presente.
    Pero esta concepción del devenir de lo literario que nos presenta Bloom, como hemos dicho, tiene mucho de sesgado y de parcial. Tiene mucho de etnocentrismo. Veamos a continuación el parecer de quien, a todas luces, es el olfato más fino y el oído más agudo que ha dado esta nuestra cultura occidental. Estamos hablando, cómo no, de Federico Nietzsche. En Humano, demasiado humano, dice lo siguiente:

    Efecto de la cantidad.- La paradoja más grande de la historia de la poesía es afirmar que un hombre puede ser un bárbaro en todo lo que constituía la grandeza de los poetas antiguos; un bárbaro, es decir, un ser defectuoso y contrahecho de pies a cabeza, y seguir siendo, a pesar de todo, el poeta más grande. Es el caso de Shakespeare, que, en parangón con Sófocles, parece una mina inagotable de oro, de plomo y de cascajos, frente a un tesoro de oro puro, de oro de una cualidad tan preciosa, que casi hace olvidar su valor como metal. Pero la cantidad, elevada a su más alta potencia, obra como cualidad, y de esto es de lo que se aprovecha Shakespeare.

    Sobran los comentarios. Nietzsche era corto de vista. Tuvo problemas de visión desde muy temprano que se fueron agravando con la edad. Pero, en contrapartida, como siempre ocurre en estos casos, desarrolló como pocos los sentidos del olfato y, sobre todo, el del oído, órganos mucho más certeros que el de la vista debido a su mayor cercanía con el objeto que cae bajo su consideración. ¿Qué es el Idealismo sino la consecuencia del encumbramiento del sentido de la vista sobre los demás sentidos? ¿Qué es la Idea sino aquello que se ve en el acto de la contemplación o theoría? Esto explica el hecho de que una filosofía que se pretende crítica con el Idealismo sólo sea posible con la condición de haberse rebelado previamente contra la tiranía del sentido de la visión. ¿Cómo suena y cómo huele?, este es el criterio de la nueva filosofía vitalista. Música, Gastronomía, y Medicina también, como modelos para la nueva forma de filosofar. ¿Y qué concluye el facultativo Nietzsche después de haber aplicado a conciencia su hipersensible estetoscopio? Que Shakespeare suena a hueco. Es decir, que tras su fastuosa fachada hay poco de valor.
    Un humilde servidor sólo ha leído del insigne poeta inglés las obras tituladas Romeo y Julieta y El rey Lear. Además, reconoce no dominar la jerga inglesa. Reconoce también haber leído Edipo Rey y Antígona y que su conocimiento de la nobilísima lengua helénica es aun más limitado que el que pueda tener del inglés. Y, sin embargo…, no hay color. No es preciso perder ni un minuto en pensárselo. Un humilde servidor se queda con Sófocles.

    Nuestro canon personal, subjetivo y parcial como todos, está integrado por los siguientes autores:
1.- Homero, quien, como el Dios bíblico, crea un mundo completo y redondo a partir de la nada.
2.- Juan Ruiz (Arcipreste de Hita), por su inigualable sentido del humor y por la indulgencia con que representa las debilidades humanas.
3.- Quevedo, por la amplitud sin precedentes del espectro de sus intereses y por su habilidad en la orfebrería conceptista.
4.- Gracián, por ser el autor de la gran novela sobre la vida humana.
5.- Sterne, por ser el autor de la primera novela de la historia capaz de morderse la cola y por haber demostrado que lo literario se justifica a sí mismo.
6.- Flaubert, por ser el autor de Bouvard y Pécuchet, la gran novela sobre la estupidez humana.
7.- Dostoievski, por su condición de pionero en la exploración de los bajos fondos del espíritu humano.
8.- Nietzsche, por haber hecho de la poesía un vehículo perfecto para la expresión filosófica.
9.- Cortázar, por su sabia decisión de abandonarse al ritmo o swing y por la perfecta arquitectura de sus cuentos.
10.- García Márquez, por ser el Dios creador de ese microcosmos llamado Macondo, síntesis perfecta del universo y de las cosas humanas.

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