La cuestión que nos
disponemos a abordar no es nueva en las páginas de este blog.
Fue ya planteada en la entrada titulada Apología de Epicuro
de manera general e imprecisa, por lo que hubo de ser retomada y
precisada en otra entrada posterior que llevaba por título Sobre
la dignidad del hombre. Si retomamos la cuestión una vez más,
ello se debe a que tenemos la impresión de que el asunto guarda aún
muchos implícitos oscuros que piden ser mostrados y exhibidos bajo
la luz cenital del Logos.
Las éticas
tradicionales, tanto las materiales como las formales, gravitan en
torno a los conceptos de virtud y deber. Las
materiales, como la eudemonológica de Aristóteles, entienden la
virtud como término medio, como una vía estrecha entre dos extremos
que es preciso transitar para poder alcanzar por fin la tan deseada
meta del Bien Supremo o Felicidad –eso mismo a lo que algunos
aludimos con el significativo sintagma la zanahoria del burro-.
Las éticas formales, como la estoica y la kantiana, se centran en el
deber, en un deber incondicional que no se sabe bien de dónde viene
– aunque Darwin y Freud podrían decir mucho al respecto- y que
pende sobre la conciencia de los individuos como, según dicen,
pendía la famosa espada sobre la cabeza del desdichado Damocles.
Esta dicotomía en el
seno de la Ética, imprecisa y difusa durante muchísimo tiempo,
quedó perfectamente establecida y perfilada en el siglo XVIII
gracias a la labor de Kant. Desde entonces, constituye el principio
teórico vertebrador en la mayoría de los manuales de Ética
escritos ad usum Delphini.
Ahora bien, ¿es
cierto que todas las posturas éticas son susceptibles de ser
reducidas a uno de estos dos planteamientos? ¿Es cierto que ambos se
oponen de una manera tan radical como se nos ha hecho ver? Nosotros
consideramos que no. Materialismo y formalismo tienen un sospechoso
aire de familia que nos hace sospechar de un origen común. En
efecto, ambas son éticas eminentemente restrictivas para la acción.
¿Qué son la virtud y el deber sino los grilletes y los yerros con
que tratan de inmovilizar a sus prosélitos y adeptos?
Pues bien, frente a
las éticas de la restricción, de la sumisión y de la necesidad,
nosotros proponemos aquí una ética de la amplitud, de la libertad y
de la posibilidad. Proponemos, además, una ética capaz de recuperar
algo tan necesario como lo es la comunicación entre praxis y teoría,
entre el hacer reflexivo y el conocer, todo ello en la línea de una
teoría vivencial que aspira a vivir lo pensado y a pensar lo vivido
en un proceso de retroalimentación progresiva. Esto es lo que
llamamos Ética de la desmesura y del libertinaje.
De lo que se trata,
básicamente, es de derribar todas esas empalizadas y tabiques
levantados por los Otros –Iglesias, Gobiernos, Tradiciones varias…-
a lo largo de la Historia con el fin de conducirnos a todos hacia el
redil donde se nos ha de marcar a fuego para luego castrarnos. De lo
que se trata es de rechazar el freno que nos colocaron nada más
nacer y que durante tantos años hemos tenido que soportar. Porque el
mundo es mucho más ancho de lo que se nos ha hecho ver.
Pero, al mismo tiempo
que Kant daba los últimos retoques al impresionante edificio de la
cultura occidental, un grupo de individuos, ocultos tras las sombras,
iniciaba su labor de zapa. El siglo XVIII marca un máximo, pero
también un mínimo. La exacerbación de los principios racionales
implícitos en la ratio socrática arroja a los seres humanos
del lado del más allá, a un lado que, en realidad, es un más acá.
Recuérdense las palabras de Nietzsche: la verdad es curva y todo
lo recto miente. El apogeo de lo racional y medido, de la virtud
y del deber, desemboca irremisiblemente en el despertar y en la
manifestación de todo lo reprimido y oculto bajo su esplendor.
Materia, Voluntad y Carne frente a Espíritu, Inteligencia y Alma.
Estas son las distintas epifanías de la nueva deidad que poco tiempo
antes había sido anunciada por materialistas y libertinos. El
Romanticismo es su puesta de largo.
La palabra libertinaje
está cargada de connotaciones negativas, en buena medida por culpa
de Sade, pero creemos que merece ser rescatada del cuarto oscuro de
la Historia y restituida al lugar que le corresponde. Debe quedar
claro que el divino marqués no nos representa y que no tenemos
ninguna deuda con él. La Psicopatología es el único lugar donde no
desentona. El libertinaje que defendemos, en realidad, es la
exacerbación de la libertad y el libertino, en consecuencia, el
individuo capaz de ir más allá de los estrechos límites impuestos
por los Otros en nombre de determinadas instituciones y tradiciones.
Será libertino, por tanto, quien pretenda dilatar los márgenes de
la experiencia vivencial.
Hay una serie de
cuestiones que quisiéramos despejar:
En primer lugar, ¿está
justificada la actitud del libertino? Creemos que sí. Todas las
Éticas y todas las Morales han de ser vistas como respuestas
adaptativas de las sociedades a las condiciones del momento. Pero,
como sabemos, estas respuestas puntuales suelen experimentar un
proceso de reificación que las vuelve autónomas e independientes y
que, a fin de cuentas, es la causa de la apariencia de eternidad con
que todas ellas se suelen presentar. Ocurre, además, que estos
constructos culturales, al ser transmitidos por la tradición a las
generaciones futuras, se convierten en un instrumento de represión
superflua en la medida en que sus exigencias no tienen en cuenta las
circunstancias de la nueva situación. La Moral Tradicional, por
tanto, nos impone prohibiciones que en los tiempos que corren ya no
tienen sentido, por la sencilla razón de que las circunstancias
sociales, políticas y económicas han cambiado.
En segundo lugar,
¿quiénes son los destinatarios de esta ética de la desmesura y del
libertinaje? Evidentemente, no todos. Es la nuestra una Ética que va
destinada a esa inmensa minoría de la que hablara Juan Ramón
Jiménez, a esos pocos que, tras una larga estancia en las gélidas
regiones donde mora el Espíritu, deciden descender en busca del
calor de la costa con la intención de testar la calidad de los
saberes allí conquistados. Para los demás, para la mayoría, para
los más jóvenes y para aquellos que no han la paciencia que se
requiere para encumbrar el empingorotado mundo de las ideas, lo mejor
es continuar transitando por la estrecha y segura senda trazada por
el deber y la virtud.
En tercer lugar, ¿cuáles son los límites? Los límites, como en la ética tradicional, vendrán marcados por los intereses del prójimo.
Echemos mano, una vez
más, de nuestro Diccionario lúdico-filosófico, que siempre tiene
una respuesta para todo:
VIRTUD.- 1.
Desfiladero estrecho y escarpado que transcurre entre dos
precipicios. Es el sendero por el que deben transitar quienes aspiran
a disfrutar de la tibia temperatura del redil. 2. Pértiga que la
mayoría utiliza para mantener el equilibrio sobre la cuerda floja de
la vida. 3. Hierro candente con que se marca al ganado. 4. Molde utilizado para producir hombres en serie.