…Un golpe de mar que arranca blanca espuma tras embestir contra las afiladas y pacientes rocas del espigón, esas rocas de negro contorno jalonadas aquí y allá de sabrosos moluscos bivalvos y alfombradas de resbaladizo verdín…
¿Excesivo quizás? No, no me gusta. Estas descripciones tan barrocas y alambicadas sólo se dan en la más nauseabunda literatura sentimental, y yo no pretendo hacer literatura sentimental, quiero hacer literatura erótica. ¿A qué mujer de las de ahora se le ocurriría describir el coito haciendo uso de un lenguaje como éste? Yo soy mujer, una mujer moderna, y jamás se me ocurriría hablar como lo hace la heroína de mi relato. ¿Un golpe de mar? ¡Qué coño! Yo diría, por ejemplo, -suponiendo que nadie me escuchara, claro está- algo así como esto:
Su vientre ávido y voraz recibió el envite de su potente ariete como la tierra sedienta y reseca recibe las primeras aguas al llegar el mes de octubre…
¡Uhm! No sé. Me temo que tampoco ésta es la mejor manera de describir algo tan primario y elemental como el proceso de la cópula. Pero, ¿por qué digo cópula, por qué digo coito cuando la palabra que yo realmente uso cuando no pienso en escribir es otra mucho más rotunda y explícita? ¡A ver! Hagamos un tercer y último intento. Una mujer desinhibida y sin prejuicios debería decir más bien esto otro:
Cuando se sintió espetada por el mástil de su masculinidad, sus entrañas se conmovieron como si en lo más hondo de su carne hubiese tenido lugar un movimiento sísmico.
¡Ca! Me temo que es imposible. Me rindo. Creo que ahora entiendo lo que quiso decir el filósofo aquél con eso de que cuando no se puede decir una cosa, lo mejor es callarse. Pero…¡Qué carajos! ¿Es que realmente no se puede decir aquello que con tanta facilidad se piensa, se siente y, sobre todo, se hace? Bueno, poder…., lo que se dice poder…, se puede. Ahora bien, es obvio que la dificultad no tiene su origen en una cuestión de capacidad, más bien lo tiene, creo yo, en una cuestión de moralidad o de costumbre. Poder y deber… Pero, ¡basta! En todo esto no se trata de un análisis filosófico sobre la impotencia que ocasiona la coacción moral, aquí se trata de escribir una historia erótica y sensual que sea capaz de producir en el lector una conmoción de tal intensidad que cuando termine con la lectura lo primero que se le pase por la cabeza sea reclamar la presencia de su pareja –si la tiene- para llevar a la práctica todo aquello de lo que tanto ha disfrutado de una manera exclusivamente imaginativa. Así pues, ni novela sentimental ni reflexión ensayística. ¡Fuera los esquemas preconcebidos y las manías analíticas que a ninguna parte conducen! Como diría otro filósofo: ¡A las cosas mismas! Sigamos intentándolo, pues:
Entonces él le arrancó las braguitas aferrándolas virilmente con dientes y manos, como si se hubiese convertido en un sensual tigre sediento de sangre que, habiendo abatido una presa, se dispusiese a arrancarle los primeros jirones de carne. Y ella, fascinada por el poder hipnótico de aquella mirada animal, dejábase hacer al tiempo que colaboraba sumisamente en el proceso alzando nalgas y pubis, creyendo precipitar así el momento mágico en que por fin se iba a sentir plenamente realizada. Y luego llegó la hora de los dedos, de esos dedos corazón e índice que…
No, me temo que no puedo. ¡Me rindo! El tema erótico no es lo mío.
*
Frustrada e impotente, retomo este escrito después de haber dedicado un par de horas a buscar inspiración en la Historia de la literatura erótica, de un tal Alexandrian. He leído los capítulos dedicados a Óscar Wilde, a Dalí, a Anaïs Nim y a Baudelaire. Todo muy interesante, por supuesto. Pero, si hay algo en todo lo leído que me haya sorprendido, ese algo son las siguientes palabras del poeta maldito entre los malditos: El estilo es tanto más decente si las ideas son menos decentes. He aquí la razón por la que no soy capaz de escribir lo que pienso cuando de hacer literatura erótica se trata. Dicen que no hay catedral gótica que no albergue en sus cimientos los restos de un templo consagrado a Dionisos.
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