La acción se inicia en la habitación de un hotel de Saigón. En ésta el capitán Willard aguarda a que se le encomiende una misión, matando el tiempo y sus malos recuerdos a base de alcohol. Tras una escena de delirio ocasionada por el consumo de éste, dos soldados lo conducen acto seguido ante unos altos mandos del ejército norteamericano, quienes le van a satisfacer en cuanto a su demanda de acción: le encomiendan la tarea de remontar el río Mecong hasta una región remota del interior, localizar al Coronel Kurtz y eliminarlo, alegando que se ha vuelto loco y que ya no cumple las órdenes de sus superiores. Antes de emprender la misión, los mandos proporcionan a Willard el expediente completo de Kurtz, expediente cuya lectura progresiva a lo largo del trayecto hará que la admiración de Willard ante un hombre semejante vaya aumentando. El viaje hacia ese remoto corazón de las tinieblas donde el coronel rebelde ha fundado su pequeño reino lo inicia el capitán en compañía de unos soldados jóvenes y novatos que no tienen ni la más remota idea sobre la finalidad de la misión. A lo largo del trayecto deberán superar una gran cantidad de obstáculos, asistirán al bombardeo de un poblado vietnamita por parte del estrafalario Teniente Coronel Kilgore, participarán en el asesinato de unos inocentes campesinos que viajaban por el río, contemplarán la rocambolesca y estrambótica actuación de las chicas del Play Boy en un campamento militar y, antes de alcanzar la meta, se verán inmersos en unas esperpénticas y surrealistas escaramuzas militares entre soldados norteamericanos, que han de defender un puente, y el invisible enemigo del vietcom. Cuando, finalmente, Willard y los suyos alcanzan la meta de su viaje, se encuentran con un espectáculo dantesco: por todas partes se observan cadáveres y miembros humanos amputados. Willard, tras una entrevista con Kurtz en la que éste le revela importantes datos sobre su personalidad y sobre sus intenciones futuras, es encerrado temporalmente en una jaula y posteriormente liberado. Aprovechando un ritual en el que los indígenas sacrifican un buey, el capitán se introduce subrepticiamente en los aposentos de Kurtz y, haciendo uso de un machete, acaba con la vida del estrafalario coronel. Es de suponer que, tras este sacrificio, Willard se convierte en el principal abanderado de la causa representada por las ideas de Kurtz, en algo parecido a un evangelista.
¿Qué tema aborda Apocalypse Now? En la revista digital A parte rei podemos encontrar un extenso análisis de esta película desde el punto de vista temático que lleva por título Meditaciones sobre Apocalypse Now de F. F. Coppola. Según el autor del artículo, el asunto principal sería el de la dialéctica entre civilización técnica y naturaleza. Vemos cómo el ejército más poderoso del mundo, y el mejor equipado técnicamente, fracasa al tener que enfrentarse con la vastedad de lo natural. El recurso sistemático del ejército norteamericano a los bombardeos con napalm sería un símbolo de su impotencia frente a la vastedad del entorno natural. Se trata de un cazar moscas a cañonazos, de una manera de hacer la guerra completamente antieconómica y contraproducente que necesariamente tiene que acabar en fracaso. Otra secuencia muy significativa en este sentido es aquella en la que uno de los acompañantes de Willard muere atravesado por una lanza durante el trayecto hacia la base del coronel Kurtz, y ello después del uso indiscriminado de la ametralladora de a bordo contra los indígenas atacantes. Las palabras de este personaje poco antes de morir son tremendamente significativas, pues resumen a la perfección la idea anteriormente reseñada: “¡Coño, una lanza!”, lo cual debería ser reinterpretado de la siguiente manera: “¡Quién me iba a decir a mí que en esta maldita guerra iba a morir atravesado por un arma tan primitiva como un simple palo con punta!”.
Las consideraciones del referido artículo son certeras y precisas, pero pienso que quedan un poco cortas, pues no atienden, si no recuerdo mal, a otros aspectos de mayor calado y profundidad que se podrían relacionar con las ideas de Nietzsche sobre la inversión de los valores. La clave, en este sentido, habría que buscarla en la actitud y el talante del coronel Kurtz. La lectura de su expediente personal que hacen los altos mandos del ejército ante Willard cuando le encomiendan la misión nos lo presenta como una persona adornada con todas las virtudes a las que puede aspirar un profesional del ejército, como un modelo a seguir. Tras la llegada de Willard a su campamento conocemos otras facetas de su personalidad. Sabemos de su gusto por la poesía, del amor hacia su esposa e hijo, de sus profundas reflexiones en torno a la guerra y al sentido de la existencia. Y sabemos también que ha escrito sus memorias. No es, pues, una persona simple ni una persona que actúe espontáneamente por puro capricho, por pura crueldad o movido por la locura. Su conducta parece estar basada siempre en sólidos principios teóricos. Durante el primer encuentro con el capitán Willard le plantea la siguiente pregunta: “¿Sabe usted el significado de la auténtica libertad?, ¿Sabe qué significa ser libre de la propia conciencia de uno mismo?”. Con estos interrogantes, evidentemente, está aludiendo a las restricciones que la conciencia moral (el superego freudiano) impone a la acción. Los del vietcom, sostiene a continuación, van a ganar la guerra porque ellos no tienen el inconveniente de las restricciones de la moral, porque son la mismísima personificación de la naturaleza en su estado puro y primitivo. De hecho, a lo largo de la película el enemigo no suele aparecer de forma individualizada, sino como un elemento que se identifica y confunde con lo natural, como una especie de amenaza latente siempre presente. Concluye Kurtz, finalmente, afirmando que él podría ganar esa guerra si contase con una docena de hombres así.
Kurtz, a fin de cuentas, es un vitalista en la línea nietzscheana apuntada más arriba, pero un vitalista que se ha pasado de rosca, que ha llevado sus conclusiones a una posición tan extrema que termina por caer en una postura antagónica al propio vitalismo, por aquello de que los extremos se tocan. Y de aquí el nulo valor que concede a la vida humana y el absoluto desprecio hacia cualquier consideración moral que pueda servir de freno a su voluntad de poder aniquiladora. Para Kurtz la naturaleza es una fuerza ciega y destructiva regida por el capricho, una fuerza para la que la única ley válida es la del más fuerte. De hecho, él mismo encarna esta ley entre los suyos. Defiende, en el fondo, un planteamiento que más parece coincidir con las ideas de Schopenhauer que con las de Nietzsche, pues para éste la destrucción sólo se justifica en tanto que sirve para una posterior creación, mientras que Schopenhauer, por su parte, sí que veía en la objetivación natural de la voluntad, en el mundo como representación, algo esencialmente malo que debía ser superado mediante el procedimiento budista de negar la voluntad en el hombre. La imagen que el filósofo de Danzig nos ofrece de la naturaleza es la de unos agudos colmillos afilados chorreando sangre, el horror del que habla Kurtz. Si la existencia humana y la existencia en general son esencialmente malas, lo propio, piensa Kurtz, es aniquilarla sin contemplaciones.
Hay un tercer elemento, en relación a la temática, tremendamente importante y que ignoro por completo si alguna vez ha sido abordado. Se trata del esquema mítico judeo-cristiano subyacente en la historia. Tenemos, por ejemplo, un personaje central que es una especie de profeta visionario y revolucionario y del que, además, sabemos que debe ser sacrificado (Kurtz); tenemos un sumo sanedrín que en secreto conciliábulo planea el mencionado sacrificio para mantener a salvo la institución (altos mandos del ejército norteamericano); tenemos un Judas traidor que, en este caso, también ejerce de ejecutor y de narrador de la historia –es su punto de vista el que prevalece- (el capitán Willard); tenemos a algunos adeptos de la causa de Kurtz que ponen en práctica una especie de apostolado (el fotógrafo que dialoga con Willard tras la llegada de éste al campamento, el propio predecesor de Willard en la misión…); tenemos un lavatorio de manos que nos hace recordar a aquel otro de Poncio Pilatos –con el matiz de que aquí resulta paradójico que quien ejecuta este lavatorio sea la propia víctima propiciatoria. Es por ello que este lavatorio no se puede interpretar como un símbolo de exoneración de responsabilidad ante lo que va a ocurrir, sino más bien como señal anticipatoria del sacrificio, pues en otros tiempos la víctima que había de ser inmolada como ofrenda a los dioses debía ser purificada previamente mediante el agua, símbolo de pureza -; y tenemos, por último, el sacrificio cruento de un animal –el cordero de Dios que quita el pecado del mundo- que simboliza el sacrificio humano de Kurtz (secuencia de la muerte del buey a machetazos. Esta secuencia se alterna con la de la muerte de Kurtz para reforzar la idea anteriormente mencionada). Además, en el libro que Willard trae bajo el brazo tras haber cumplido su misión no es difícil ver una especie de Evangelio que ha de ser predicado entre los hombres, del mismo modo que no es difícil suponer que el propio Willard se va a convertir en el principal paladín y defensor de dicho Evangelio. De hecho, esto es algo que se lee en esa mirada suya tan especial, una mirada profética que parece mirar al futuro más que a la concurrencia.
Según las tesis expuestas por Freud en Tótem y tabú, el asesinato del padre primigenio por parte de los hijos (Complejo de Edipo en la línea filogenética) es la causa de que las ideas y normas representadas por éste se impongan con mayor fuerza en el seno de la sociedad. La muerte cruenta de Kurtz es el requisito indispensable para que sus ideas se puedan difundir, del mismo modo que sin la muerte cruenta de Cristo no hubiese habido Cristianismo. La progresiva identificación que observamos a lo largo de la película entre Willard y Kurtz sólo se consuma con la muerte de éste. Esta idea se refuerza mediante la técnica del fundido encadenado de los rostros de ambos personajes.
Es importante señalar, en relación a esto último, que en este estado de naturaleza hobbesiano la moral y las normas usuales en el seno de las sociedades modernas y civilizadas no tienen vigencia. Si en estas sociedades observamos un acusado desfase entre poder y deber, en el mundo hobbesiano ambos términos devienen en una ecuación, en el sentido de que los límites del derecho y de la moral vienen marcados por el poder. Se debe hacer todo lo que se puede hacer.
Se ha utilizado el término de moral agonal (competitiva) para designar una concepción semejante. Y ha sido en el contexto de la guerra de Troya donde, probablemente, mejor ha sido estudiada. Los héroes protagonistas de la Ilíada homérica no luchan por un ideal o causa justa, sino con la expresa finalidad de alcanzar fama y gloria. Aquiles, por ejemplo, ha decidido luchar, a pesar de que sabe que morirá, porque prefiere que su nombre viva en las generaciones futuras asociado a grandes hazañas. ¿Y cómo se consigue el éxito y la consideración social? Pues arrebatándosela a algún otro hombre esforzado y valeroso. Es como si la cantidad de éxito repartida entre los humanos fuese una cantidad limitada y siempre estable, que ni crece ni mengua, de manera tal que el héroe sólo puede acapararla a base de arrebatársela a otro. El héroe vencido traspasa su fama y su éxito al héroe vencedor. La veneración y respeto de la que es objeto Willard tras acabar con la vida de Kurtz es resultado, asimismo, de una concepción semejante de la moral.
El tema de la Guerra del Vietnam es un tema al que el cine más comercial de Hollywood ha recurrido hasta la saciedad. En este cine es ya un tópico la figura del soldado que, tras la guerra, vuelve a su hogar y, como consecuencia de sus experiencias traumáticas, se muestra incapaz de hacer una vida normal con su familia y las personas de su entorno. Estos soldados actúan de esa manera tan antisocial porque para eso se les ha entrenado y porque no pueden entender que lo que está bien en determinadas circunstancias, como asesinar a vietnamitas a diestro y siniestro sin límite alguno, no lo esté también en otras. No entienden que el límite entre el bien y el mal pueda depender de la decisión caprichosa tomada por un grupo de militares sentados en sus cómodos despachos.
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