En la alegoría de
la caverna y en el símil de la línea, Platón intentó
ofrecernos un modelo sintético e intuitivo -es decir, sensible- de
su particular cosmovisión, en su doble vertiente epistemológica y
ontológica. Quiso que el lector fuese capaz de elevarse al nivel del
concepto partiendo de las imágenes sensibles que proporcionan el
mito y los procedimientos metafóricos. Todo ello para decirnos lo
siguiente: el ver es condición necesaria para entender, pero no
suficiente.
A pesar de su
extensión, no nos resistimos a reproducir aquí lo esencial del
texto en que se expone la referida alegoría. Ha llovido mucho desde
el siglo IV a. C. hasta el momento presente, pero lo dicho por Platón
entonces continúa gozando de una actualidad plena. De hecho, tenemos
la impresión de que la vigencia de sus palabras e ideas no sólo no
disminuyen con el paso del tiempo, sino que aumenta. Al principio del
Libro Séptimo de la La República, consciente quizás
de que la anterior exposición sobre el símil de la línea continúa
siendo excesivamente abstracta, desciende unos peldaños más en
dirección a lo sensible para dibujarnos el siguiente cuadro:
-Ahora
represéntate el estado de la naturaleza humana, con
relación a la ciencia y a la ignorancia,
según el cuadro
que te voy a trazar. Imagina un antro subterráneo, que tenga en toda
su longitud una abertura que dé libre paso a la luz, y en esta
caverna hombres encadenados desde la
infancia, de suerte que no puedan
mudar de lugar ni volver la cabeza a causa de las cadenas que les
sujetan las piernas y el cuello, pudiendo solamente ver los objetos
que tienen enfrente. Detrás de ellos, a cierta distancia y a cierta
altura, supóngase un fuego cuyo
resplandor los alumbra, y un camino
escarpado entre este fuego y los cautivos. Supón a lo largo de este
camino un muro, semejante a los tabiques que los charlatanes
ponen entre ellos y los espectadores,
para ocultarles la combinación y los resortes secretos de las
maravillas que hacen.
-Ya me
represento todo eso.
-Figúrate
personas que pasan a lo largo del muro llevando objetos de toda
clase, figuras de hombres, de animales, de madera o de piedra, de
suerte que todo esto aparezca sobre el muro. Entre los portadores de
todas estas cosas, unos se detienen a conversar y otros pasan sin
decir nada.
-¡Extraños
prisioneros y cuadro singular!
-Se
parecen, sin embargo, a nosotros punto por punto.
Por lo pronto, ¿crees que puedan ver otra cosa de sí mismos y de
los que están a su lado, que las sombras que van a producirse
enfrente de ellos en el fondo de la caverna?
-No.
-¿Ni
cómo habían de poder ver más, si desde su nacimiento están
precisados a tener la cabeza inmóvil?
-Sin
duda.
-Y
respecto de los objetos que pasan detrás de ellos, ¿pueden ver otra
cosa que las sombras de los mismos?
-No.
(…)
-En
fin, no creerían que pudiera existir otra realidad que estas mismas
sombras.
-Es
cierto.
-Mira
ahora lo que naturalmente debe suceder a estos hombres, si se les
libra de las cadenas y se les cura de su error. Que se desligue a uno
de estos cautivos, que se le fuerce de
repente a levantarse, a volver la
cabeza, a marchar y mirar del lado de la luz, hará todas estas cosas
con un trabajo increíble; la luz le
ofenderá a los ojos, y el
alucinamiento que habrá de causarle le impedirá distinguir los
objetos cuyas sombras veía antes. ¿Qué crees que respondería si
se le dijese que hasta entonces sólo había visto fantasmas y que
ahora tenía delante de su vista objetos más reales y más
aproximados a la verdad? Si en seguida se le muestran las cosas a
medida que se vayan presentando y a fuerza de preguntas se le obliga
a decir lo que son, ¿no se le pondrá en el mayor conflicto y no
estará él mismo persuadido de que lo que veía antes era más real
que lo que ahora se le muestra?
-Así
es.
(…)
-Y
bien, mi querido Glaucón, ésta es precisamente la imagen de la
condición humana. (…).
Lo que describe Platón
no es la situación del hombre en el siglo IV a. de C., es la
situación del hombre, de la mayoría de los hombres, desde que
existimos como especie. Es, por tanto, también –y sobre todo- la
situación del hombre actual, la situación de esclavitud y de
sometimiento del hombre actual. Cámbiense los términos, sintagmas y
oraciones marcados en negrita por sus equivalentes contemporáneos y
se verá con mayor claridad lo que queremos decir: hombres uncidos
desde la infancia a la TV y a todo tipo de pantallas, luces e
imágenes que parpadean contínuamente y que nos deslumbran
imposibilitándonos prestar atención a la verdadera luz del
conocimiento, charlatanes de feria adiestrados por el Mercado que
tratan de colocarnos sus productos a toda costa, esfuerzo estéril de
los docentes por apartar la vista de sus pupilos de este mundo de
alucinaciones…¡Actualidad plena, pues!
Para Platón, por
tanto, lo sensible en general, y lo visual en concreto, en la medida
en que no es fuente de conocimiento, sino de engaño y de mera
opinión –doxa-, es algo que debe ser superado y trascendido
en dirección al concepto y a la idea, auténtico lugar del saber
–episteme-. Ahora bien, esto no significa que lo sensible no
juegue su papel en el arduo proceso del conocer. Dado que no somos
espíritus puros, dado que nuestra alma es un alma encarnada, no
queda más remedio que partir de la experiencia sensible si queremos
ascender dialécticamente al nivel de los conceptos. Según Platón,
es el contacto con lo sensible lo que hace saltar la chispa
responsable de prender la mecha del proceso intelectivo. Así, por
ejemplo, la contemplación y comparación de una serie de objetos
bellos individualmente distintos debe servir de ocasión para que
nuestra mente rescate del olvido la idea de BELLEZA –Teoría de la
anamnesis-. Efectivamente, lo visual-sensible es responsable de
prender la mecha, pero no de los fuegos de artificio del
conocimiento. Es preciso que este fuego inicial arda sin interrupción
durante el largo y complejo itinerario del conocer para que se
produzca esa deflagración eidética e intelectiva a la que a
nosotros nos gusta aludir con el sintagma orgasmo intelectual.
Platón, en tanto que
maestro, fue consciente como nadie de la importancia de partir de lo
visual sensible en el proceso de enseñanza-aprendizaje, es decir, de
eso a lo que ahora se alude con la expresión aprendizaje
significativo. ¿Qué es la aludida alegoría de la caverna sino
una pintura que transparenta los más abstractos conceptos? Pero
Platón también fue consciente de la necesidad de elevar lo intuido
sensiblemente, múltiple y disperso por naturaleza, al nivel de la
unidad del concepto.
Desplacémonos ahora
hasta el siglo XVIII. En 1781 ve la luz la Crítica de la razón
pura, la obra emblemática de Inmanuel Kant. Se trata de una obra
que nace con la pretensión de zanjar, de una vez por todas, la
controvertida disputa entre racionalistas y empiristas en lo
referente a las condiciones de posibilidad del conocimiento y, de
manera concreta, en lo referente a la posibilidad de la Metafísica
como ciencia. Pero lo que nos interesa ahora mismo de este sesudo
texto es la aportación de Kant en relación a la primera de estas
cuestiones. Como sabemos, lo que hace el filósofo alemán es terciar
en la disputa entre Racionalismo y Empirismo elaborando una síntesis
entre ambos. El conocimiento científico –la episteme de
Platón- sería el resultado de unir los datos que suministran los
sentidos, tal como afirman los empiristas, con una serie de formas
a priori que son innatas al propio sujeto, tal como afirman los
racionalistas. Las formas a priori de la sensibilidad son el
espacio y el tiempo; las del entendimiento, las famosas categorías
–sustancia, causa…-. Las impresiones de los sentidos sin las
categorías del entendimiento son ciegas y éstas sin aquéllas son
vacías, nos dice Kant.
En lo básico, la
tesis kantiana en poco o nada se diferencia de lo afirmado por
Platón. Los sentidos se limitan a suministrarnos una multiplicidad
de impresiones dispersas que, de por sí, no representan ningún
conocimiento. Para que el conocimiento se produzca es preciso que
estas impresiones sean sometidas a un doble proceso de formalización
y unificación. En primer lugar, han de ser sometidas a las formas a
priori de la Sensibilidad para obtener ese primer producto que se
conoce con el nombre de fenómeno. Pero, como resulta que el
fenómeno tampoco es fuente de conocimiento por sí mismo, se precisa
de un segundo paso consistente en someterlo a las formas a priori
del Entendimiento o categorías. Sólo entonces, sólo después de
elevar lo percibido al nivel del concepto, podremos decir que
conocemos.
Ambos filósofos,
Platón y Kant, coinciden en lo básico. Las diferencias que podamos
apreciar entre el uno y el otro son secundarias y de escasa
relevancia. Y lo básico es que lo sensible –especialmente lo
visual- no se basta a sí mismo desde el punto de vista cognoscitivo,
es decir, que no es una fuente autónoma de conocimiento que pueda
funcionar al margen de otras instancias superiores. Lo sensible es
simplemente ocasión para el conocimiento, una razón necesaria, pero
no suficiente.
*
Durante la lectura de
Homo Videns, de Giovanni Sartori, no hemos podido
evitar una molesta sensación de dejà vu. No hemos podido
evitar acordarnos de las teorías platónica y kantiana sobre el
conocimiento que más arriba hemos expuesto de manera muy sintética.
Y ello a pesar de que en el libro de Sartori, que nosotros
recordemos, en ningún momento se hace referencia a las mismas. Poco
o nada nuevo hay aquí que no esté, de alguna manera, también allí.
El ensayo se inicia
con una presentación sucinta de la tesis básica: el Homo Sapiens
–o animal simbólico- se está convirtiendo en Homo Videns
por influencia, principalmente, de la TV y, también últimamente, de
Internet. Se trata de una transformación sumamente negativa porque
implica un deterioro progresivo y gradual de esa capacidad de
abstracción que desde siempre ha caracterizado a los seres humanos,
al menos como posibilidad.
El libro, según
aclara el propio autor en el Apéndice, traza dos recorridos
paralelos y complementarios. Uno, de carácter individual, va del
video-niño al video-adulto; el otro, de carácter colectivo, va del
ciudadano a la democracia. La complementariedad radicaría en lo
siguiente: el empobrecimiento que para las nuevas generaciones
acarrea la sobreexposición a lo visual genera un déficit de aptitud
democrática en estos mismos individuos que aleja la posibilidad de
cualquier forma de democracia real, directa y participativa.
Un gobierno real de teleadictos supondría, de facto, un
gobierno basado en la ignorancia. Esto último no lo dice Sartori,
pero es una conclusión que cae por su propio peso. De nuevo Platón.
Libros, periódicos,
radio y teléfono no serían medios perjudiciales en la medida en que
se basan en la palabra. El auténtico problema surge con la TV debido
a que con ésta la palabra queda supeditada a la imagen. No comparte
el autor la costumbre, difundida por los especialistas en información
y comunicación, de utilizar el término lenguaje para aludir
a los recursos del Cine, de la propia TV o de las Artes Figurativas
en general, pues para él no hay más lenguaje que el
lenguaje-palabra.
Si hubiese
complementariedad entre el ver y el entender, entre el hombre que ve
y el hombre que lee, por ejemplo, sería perfecto, afirma el autor.
Pero dicha complementariedad no existe. No hay integración, sino
sustracción. El acto de ver está atrofiando la capacidad de
entender.
Uno de los síntomas
que mejor revela el atrofiamiento de la capacidad para la abstracción
es el lenguaje del que hacen uso los jóvenes -¿nativos visuales?-.
En relación a este asunto el autor reproduce un texto de una tal
Rafaela Simone que no tiene desperdicio. Dice así:
Nosotros
hemos crecido en la convicción de que convenía ser articulados,
estructurados, que el lenguaje tenía que ser rico, preciso, sagaz;
que (…) distinguir era mejor que confundir (…) En fin, hemos
crecido en la convicción de que una de las funciones principales del
lenguaje es la de ayudarnos a ser articulados y precisos (…) Hoy
día, en cambio, desde el universo de la precisión estamos
regresando hacia el de la aproximación: el lenguaje de las últimas
quintas de jóvenes (en este caso sin demasiada diferencia de clase)
es genérico, incapaz de precisar (…) Todo está hecho de esto,
aquello, tal, hacer, es decir, de intercalaciones que no capturan
sino que aluden. Rechazan la construcción precisa, la focalización
rigurosa: deja todo indefinido en un insípido caldo de significados
(que además es probablemente el caldo cultural de la New Age). Y el
problema es que estos vicios (…) no se pasan con la juventud, sino
que se quedan pegados para siempre.
Así pues, como
resulta que la cultura audiovisual no es cultura, sino incultura, la
solución pasa por la recuperación del libro, de la lectura y de la
escritura. Además, las pantallas deben ser vetadas en las escuelas.
*
El hecho de que
compartamos con Sartori la mayoría de sus ideas no debe ser un
obstáculo a la hora de ejercer el pensamiento crítico y libre.
Compartimos plenamente
su tesis básica: la generalización en el uso de la TV y de otros
medios basados en la imagen está generando en los usuarios una
hipertrofia de lo visual en detrimento de lo conceptual-intelectivo
que los incapacita para un ejercicio pleno de sus facultades
específicamente humanas y de sus obligaciones como ciudadanos. Una
cultura que convierte lo visual en el medio y en el fin de su
expresión, renunciando a dar el imprescindible paso ulterior en pos
del concepto, no puede ser considerada Cultura en el sentido pleno
del término.
De acuerdo. Pero, para
decir esto no son necesarias tantas páginas. El libro es,
ciertamente, redundante y repetitivo. Es también, según hemos
indicado más arriba, poco o nada explícito a la hora de citar sus
presuntas fuentes. Es un tanto ingenuo en lo referente al papel de
las NNTT de la información y comunicación. Y es, finalmente,
excesivamente radical en su descalificación, sin paliativos, de lo
visual.
Nuestra crítica, no
obstante la enumeración anterior, se va a centrar en el último de
los defectos mencionados. Consiste este defecto, para ser más
específicos, en el hecho de que el autor abre un hiato, al parecer
infranqueable (una especie de chorismós platónico), entre lo
visual-sensible y lo conceptual-inteligible. Dice que sería deseable
que ambas dimensiones se pudiesen complementar de alguna manera, pero
admite que esto no pasa de un simple ideal. Nosotros decimos que es
cierto que el uso masivo que en la actualidad se hace de los medios
visuales restringe grandemente la posibilidad de elevar la imagen al
nivel del concepto y que también lo es que esta posibilidad ni
siquiera figura entre los objetivos de la mayor parte de estos
medios. Pero una cosa es el uso de facto de los medios,
inspirado por criterios comerciales y crematísticos, y otra cosa es
el innegable vínculo gnoseológico existente entre lo visual y lo
intelectivo. No queremos decir que el autor niegue este vínculo. De
hecho, no lo niega. Lo que sí que hace es minusvalorarlo. Es cierto
que la comprensión y el entendimiento sólo se producen en el nivel
de lo conceptual, pero también es cierto lo que afirma el adagio
escolástico: Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in
sensu –Nada hay en el entendimiento que no haya estado antes en
los sentidos”-. Es decir, la comprensión no es algo que nos venga
directamente de arriba, como si de una gracia divina se tratara, es,
más bien, el exquisito resultado de un lento y laborioso proceso de
destilado que se inicia, precisamente, con una labor de recolección
a cargo de los sentidos. La dirección que sigue el conocimiento en
este lento proceso de elaboración, por tanto, va de abajo hacia
arriba, y no al revés. Afirmar lo contrario nos arroja en brazos del
Idealismo y, en última instancia, de la fe.
Pero no se trata sólo
de que el origen del conocimiento esté en los sentidos,
especialmente en lo visual. Se trata, además, de que no hay
comprensión sin el correspondiente modelo visual. Lo abstracto, por
su carácter formal y descarnado, sólo se entiende si previamente es
reducido a un modelo visual-sensible mediante el correspondiente
recurso a la metáfora. Un magnífico ejemplo de esto lo tenemos en
la alegoría de la caverna. Consiste ésta, en realidad, en el último
recurso del que Sócrates puede echar mano en su empeño por explicar
a Glaucón el significado de sus ideas. En vista de que las meras
explicaciones conceptuales no han logrado el objetivo previsto, no
queda otro recurso que proceder a reducir el concepto a la imagen
sensible. Comienza Sócrates diciendo a su interlocutor que active su
imaginación, es decir, que se forme la imagen del cuadro que a
continuación le va a representar mediante las palabras. Le recuerda
en reiteradas ocasiones que no ceje en el esfuerzo imaginativo
mediante el uso del imperativo supón. Acabada la primera
intervención del maestro, el discípulo responde: Ya me
represento todo eso. El resto de la alegoría, en lo que a
nosotros nos interesa, aparece repleto de alusiones a la facultad de
ver, de representar y de imaginar. ¿Por qué Platón se ve
necesitado de echar mano de mitos, metáforas, alegorías y símiles
tan a menudo? ¿Es esto congruente con una concepción de la realidad
netamente idealista? Alguien dirá que se trata, simplemente, de un
recurso didáctico o pedagógico idóneo para quienes carecen de las
habilidades de un filósofo consumado debido a que están iniciando
su proceso de formación. Nosotros, en cambio, pensamos que no es
éste el caso. Incluso el pensador más avezado ha de echar mano de
los modelos visuales para poder representarse de alguna manera
aquello hacia lo que las ideas lo conducen. Platón, en su vejez,
debió de arrepentirse de haber quemado sus composiciones poéticas
de juventud.
Si no sabes decirlo,
es que no lo sabes... Esto es cierto, pero incompleto. Se puede ser
mucho más radical. Si no sabes dibujarlo, es que no lo sabes. Y ello
es así porque los conceptos y las ideas, además de una verdad
material, también poseen una verdad formal que depende de cómo se
relacionan las unas con las otras. El dibujo del que hablamos es la
representación sensible de la configuración que estas ideas adoptan
dentro del sistema o teoría del que forman parte.
En la historia del
pensamiento ha habido magníficos dibujantes. ¿Dónde radica el
poder de fascinación de pensadores como Nietzsche o Bergson?
Nosotros lo tenemos muy claro: en su habilidad para manejar
metáforas, símiles y alegorías; es decir, en su maestría para
dibujar con palabras.
*
Nuestro Diccionario
apócrifo lúdico-filosófico se está convirtiendo en una
especie de libro de consulta de carácter mágico, algo similar a la
Biblia o al I Ching. Y es que, lo abramos por donde lo
abramos, siempre encontramos alguna aclaración para nuestras
inquietudes del momento. Veamos:
TELEVISOR.- 1.
Camello electrodoméstico capaz de satisfacer todo tipo de
toxicomanías. Su especialidad son las sustancias con mayor densidad
de alcaloides, tales como: fútbol, culebrones, realities,
teleseries, concursos y programas de gastronomía. 2. Sedante que el
hombre contemporáneo debe consumir a diario en grandes cantidades
para combatir el vértigo que padece desde que supo de la muerte de
Dios. 3. Mini embajada de los USA en el corazón de todos y cada uno
de los hogares del planeta Tierra. 4. Especie de ventana interior del
hogar de la que se sirven los polstergeist -o fenómenos para
anormales- para acceder hasta nosotros.
PC.- 1. Acrónimo
de Puto Cacharro (de los cojones). La expresión comenzó a
ganar adeptos tras comprobarse en multitud de ocasiones que la
máquina no sólo no solucionaba los problemas que se le tenían
encomendados sino que, además, creaba otros nuevos con los que no se
había contado en un principio. 2. Chuchería electrógena
profusamente glutamatizada que, habiendo sido pensada para adular las
papilas gustativas del sentido de la vista, suele dejar el intelecto
al borde de la inanición. El PC es al conocimiento lo que el atracón
de chucherías y de bebidas gaseosas a la alimentación. 3. Terminal
para la información. Efectivamente, este tipo de electrodoméstico
sólo es apto para aquella información que se encuentra en un estado
terminal, esto es, a punto de exhalar su último suspiro.
INTERNET.- 1. Tela
de araña digital y virtual que los Mercados tienen desplegada a lo
largo y ancho del globo terráqueo con el fin de capturar e
inmovilizar a los individuos que precisan para aplacar su insaciable
y galopante apetito. Quienes quedan atrapados en esta red no son
conscientes de que cuanto más se agitan y se mueven a través de
ella, más enredados quedan. Pero lo más sorprendente del engendro
es su capacidad para convencer a sus víctimas –conocidas en el
argot como usuarios o internautas- de que, en contra de todas las
apariencias, son más libres y autónomos que aquellos miembros de la
población que, hasta la fecha, han logrado resistirse a sus cantos
de sirena. 2. Red de alcantarillado de gran capacidad y de
implantación planetaria que ha sido diseñada para acoger toda esa
información fecal que, dado su carácter residual, no tiene cabida
en los libros impresos en el formato tradicional.