Durante el desayuno, durante el almuerzo, durante la merienda y durante la cena. Durante el aperitivo de las doce y durante la copichuela de la noche del fin de semana también. Poner las noticias de TV sin tener que realizar un esfuerzo ímprobo para reprimir las subsiguientes arcadas empieza a convertirse en una misión imposible. A diferencia del modo de proceder de otros países menos asilvestrados que el nuestro, aquí los profesionales de la información, persuadidos quizás de que una imagen vale más que mil palabras, parecen competir por ver quién ofrece la imagen más real y truculenta. Vean ustedes, queridísimos espectadores, cómo el sujeto con el rostro ensangrentado surge de entre la masa de milicianos; observen su gesto inane y agónico en el momento en que trata de aferrarse al frágil hilo que lo mantiene unido con la vida; reparen en el pathos trágico que aporta el griterío histérico de la soldadesca…Las palabras están de más. Juzguen ustedes mismos. En efecto, el tirano ha muerto. ¡Viva la libertad!
Durante estos días, lo obsceno y pornográfico inunda las parrillas de todos los medios dedicados a la información. Nos estamos refiriendo, ¿cómo no?, a la noticia más importante de la semana desde el punto de vista del interés internacional: la muerte del dictador Gadafi. El guión parece repetirse: primero Ciaucescu, después Sadam Husseim y ahora el líder libio. Con Bin Laden, afortunadamente, nos ahorraron el detalle ¡Qué magnífica idea la de incorporar al teléfono móvil una cámara capaz de captar imágenes tanto fijas como móviles! El sueño galdosiano de novelar la historia del día a día –la intrahistoria- se ha hecho realidad gracias a tan insignificante adminículo.
La mayoría asociamos los términos obscenidad y pornografía con la publicitación explícita, con pelos y señales, de las intimidades anatómicas de la persona, generalmente cuando éstas se hallan en estado de funcionamiento. De hecho, no hay un solo estado sin su correspondiente batería de leyes destinada a regular el siempre b(f)oyante negocio de la pornografía. Pero, aun aceptando que se trata de medidas justas y necesarias, hay algo que no nos cuadra. Si lo censurable de la pornografía es la mostración de aquello que la tradición considera que no debe salir del estricto ámbito de la privacidad –posiblemente por tratarse en ello de una recaída en nuestra animalidad originaria-, ¿cómo no considerar la mostración explícita de la muerte como la máxima expresión de lo pornográfico y de lo obsceno? La intimidad que pueda haber en las funciones reproductoras es insignificante en comparación con la intimidad que exige el momento de la muerte. La intimidad de lo corpóreo animal nada es al lado de la intimidad inherente a la dignidad de la persona. Es una auténtica paradoja que aquellos países donde más se persigue y castiga la pornografía sean, precisamente, aquéllos que menos reparos ponen a la hora de realizar ejecuciones públicas o semipúblicas. Irán y los Estados Unidos son buena muestra de ello.
Sobre el extraño vínculo existente entre muerte y pornografía, precisamente, gira la obra literaria de Sade y la ensayística de George Bataille.
Y ahora, una vez consumado el plan, llega el momento de las protestas y de las exigencias. Que si es intolerable que los rebeldes se tomen la justicia por su mano, que si la ONU debe intervenir para evitar las venganzas personales y las ejecuciones extrajudiciales, que si esto, que si lo otro…Es el momento de quedar bien. ¡Como si los líderes internacionales no fueran conscientes de las consecuencias que iba a acarrear su intervención!
Las cuestiones que hemos de plantearnos, a raíz de todo lo ocurrido durante estos días, son las siguientes: ¿pueden los estados democráticos modernos hacer abstracción del Derecho y la Ley en situaciones puntuales?, ¿es razonable que la mostración de una teta en un canal de televisión genere mucha más polémica que la mostración en directo de un asesinato?
P.D.: Acabamos de enterarnos de la muerte de Marco Simoncelli a través de las noticias de Televisión Española. La imagen transmitida muestra el momento de la caída y el posterior atropello por parte de sus compañeros de competición. Esta imagen, y otra en la que se observa el cuerpo del piloto tendido sobre la pista, son los únicos testimonios gráficos del trágico suceso. Después sabemos que lo escueto de las imágenes obedece a que los responsables malayos de la retransmisión deportiva han decidido prescindir de las imágenes más duras e impactantes. O sea, que existen imágenes para tenernos el día entero postrados delante del televisor, pero que han decidido ahorrárnosla. Pregunta del millón: ¿qué decisión habrían tomado los responsables de la televisión en el caso de que el accidente hubiese tenido lugar aquí en España? Está claro: la misma que se ha tomado en Libia tras la muerte de Gadafi.
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